En un cambio de fraseo en su
discurso ante los radiodifusores hace unos días, el presidente Enrique Peña
Nieto optó acertadamente por no hablar asépticamente de las reformas
emprendidas en su Gobierno, sino de sus consecuencias. Fue un discurso con
método, donde utilizó varias de las técnicas que se emplean para persuadir y
convencer. Fue humilde y no descalificador de las críticas a las reformas;
contó su historia cuando era joven y no existían esas reformas, en lugar de
sugerir que la mayoría de los mexicanos son malagradecidos. Usó el recurso de
la historia de uno que es la historia de muchos, hizo un despliegue retórico
para resaltar el sitio que ocupa México en el mundo, y concluyó con el mensaje
que los beneficios no serían para él, sino para todos. En buena hora Peña Nieto
decidió cambiar el discurso y huir de aquél donde quien piensa diferente es su
enemigo por ver la gestión de su Gobierno como mediocre y decepcionante, porque
a la mitad del camino, tienen razón.
Peña Nieto asumió la
Presidencia con una economía que crecía al 3.9%, tras la recuperación de la
crisis financiera global de 2008–2009, que tumbó el crecimiento a menos 4.7 por
ciento. El tipo de cambio estaba en 12.92 pesos por dólar y el barril de
petróleo se cotizaba en 101.17 dólares. En el primer año de Gobierno de Peña
Nieto, sin ninguna crisis interna o global, el crecimiento cayó a 1.06% y para
el tercer trimestre 2015, la economía se expandió 2.6 por ciento. Hoy, el tipo
de cambio está en 16.57 pesos por dólar, y el petróleo abajo de los 40 dólares.
El desempleo ha disminuido prácticamente nada en este trienio (0.6%), pero un
millón más de personas se fueron al subempleo. Su política económica, además,
creó 2 millones de pobres que hace 3 años eran clase media.
Estos son los resultados
concretos que ha dado el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, el hombre más
poderoso en el entorno de Peña Nieto. La gestión del otro pilar presidencial,
el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, tampoco ha sido
eficiente. De acuerdo con la Encuesta de Victimización y Percepción sobre
Seguridad Pública que publica el INEGI, el expresidente Felipe Calderón terminó
su sexenio con un total de 27 mil 337 víctimas por cada 100 mil habitantes,
mientras que en 2014, el total ascendió a 28 mil 200 víctimas por cada 100 mil
habitantes.
La encuesta mide delitos que
afectan de manera directa a las víctimas o a los hogares, como el robo de
vehículos, a casa habitación, en la calle o el transporte público, o
carterismos, allanamientos, abigeato y otros delitos como fraude, extorsión,
amenazas, lesiones, secuestros y sexuales. En 2012 hubo un total de un millón
786 mil 27 delitos denunciados, mientras que para octubre de este año, el total
de presuntos delitos registrados era de un millón 259 mil 14. Esta baja no se
puede comparar mecánicamente porque el actual Gobierno modificó la medición.
Previamente se tomaba en forma individual cada víctima en una averiguación
previa, mientras que en la actualidad no importa el número de ellas en una
averiguación previa, porque se toman como unidad. Al igual que en 2012,
alrededor de 92% de los delitos no son denunciados, aunque se registró una
disminución de las denuncias entre 2012 y 2015, atribuible a la desconfianza en
las autoridades: la encuesta del INEGI revela que la percepción de inseguridad
se elevó de 66.6% a 73.2 por ciento.
Peña Nieto asumió la
Presidencia con la expectativa en las élites nacionales de que regresaban
quienes sí sabían gobernar, y confiado en que habría un equipo sofisticado como
con los que habían tratado en los dos últimos gobiernos del PRI. El análisis
era simplista y lineal, porque ubicaba a una generación de priistas distinta a
la que gobernó durante 70 años el país, con sus aciertos –como la estabilidad–
y sus lastres –como el autoritarismo–, en la misma escuela política. Cuando
Vicente Fox sacó al PRI de Los Pinos, Peña Nieto era subcoordinador financiero
en la campaña de Arturo Montiel; Videgaray era empleado de su mentor, el
mundialmente reconocido exsecretario de Hacienda, Pedro Aspe; y Osorio Chong
era subsecretario de Gobierno en Hidalgo. Aurelio Nuño, el poderoso jefe de la
Oficina de la Presidencia en la primera mitad de la administración, tenía 23
años y estudiaba la licenciatura.
Cuando Peña Nieto llegó a la
Presidencia había sido gobernador, al igual que Osorio Chong. Videgaray no
había sido más que secretario de Finanzas en el Estado de México y diputado
federal un par de años; Nuño sólo conocía la política desde el escritorio. Los
neopriistas de 2012, más parroquiales que cosmogónicos, eran novatos en un
mundo más complejo. Sería injusto pedirle a quien no tiene el talento de sus
mayores que tomara decisiones talentosas. Usar la técnica para la toma de
decisiones les habría ayudado más que manejar sus impulsos en discursos
arrebatados para justificar sus decisiones erráticas, endogámicas y soberbias,
que contribuyeron a que Peña Nieto sea el inquilino de Los Pinos más repudiado
desde que hay registro de aprobaciones presidenciales.
Peña Nieto, empero, tiene
medio sexenio para rescatarse a sí mismo, y si la díada discursiva ante los
radiodifusores no fue excepción y la convierte en método, es un buen principio.
México no empieza ni termina en Los Pinos, algo que ya debieran haber aprendido
en esta primera mitad del sexenio.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
/ twitter: @rivapa
(ZÓCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE
PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 08 DE DICIEMBRE 2015)
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