La celebración del principio
del segundo medio de la administración del presidente Enrique Peña Nieto pasó
con discreción, sin la pompa de hace tres años, ni la restauración de las
formas pintada de esplendor pintado de plata.
No está el país para celebraciones
imperiales. Lo más relevante de este día fue lo que no se ve.
A diferencia de hace tres
años, el equipo homogéneo en Los Pinos que se comía el mundo está roto y en
conflicto.
Se quebró desde la cabeza, al
no poder consolidar el Presidente, por la indefinición de sus querencias, una
estructura vertical funcional.
La salida de Aurelio Nuño de
la jefatura de la Oficina de la Presidencia le está costando a la unidad del
equipo, donde están partidas las lealtades entre Peña Nieto y el actual
secretario de Educación.
Nuño, hay que acotar, no está
traicionando al Presidente; es el Presidente el que no logra sacudirse a Nuño.
Nuño no era a quien el
Presidente tenía en mente para ese cargo, pero un mensaje mal entendido lo
llevó ahí.
El jefe de la Oficina de la
Presidencia iba a ser José Antonio Meade, quien terminó como secretario de
Relaciones Exteriores por un malentendido de Peña Nieto.
En Londres, durante una
visita como presidente electo, le preguntó a su amigo el embajador Eduardo
Medina Mora, qué cargo deseaba.
“Estar cerca de mis hijos”,
le respondió Medina Mora, cuyos hijos estudiaban en Oregon. Peña Nieto lo
nombró embajador en Washington, aunque Medina Mora pensaba en la Cancillería.
Después de todo –no sabía
Peña–, Oregon está más cerca de la Ciudad de México que de Washington.
Pese a ello, Nuño fue
altamente funcional para el Presidente, quien lo utilizó para negociaciones
políticas de alto nivel en el Pacto por México.
Apoyado por el alter ego de
Peña Nieto, Luis Videgaray, su jefe de campaña en 2012, se impuso en la
jefatura de la Oficina de la Presidencia, a quien se creía con más méritos que
él para el cargo: Francisco Guzmán, que había trabajado muy cerca de Peña Nieto
desde que comenzó su meteórica carrera a la Presidencia en 2005.
Coordinador de asesores de
Peña Nieto como gobernador y como candidato, Guzmán, lo fue también en Los
Pinos hasta que Nuño fue nombrado secretario de Educación en agosto.
Antes de irse, Nuño nombró,
con la venia presidencial, a Andrés Massieu como el número dos de la Oficina de
la Presidencia, pero en el cambio no fue él a quien designó como su sustituto
el Presidente, sino a Guzmán, su leal amigo e incondicional.
Poco duró el poder
concentrado en el mexiquense.
En octubre, Peña Nieto nombró
a Massieu coordinador general de Política y Gobierno de la Presidencia para
atender las relaciones interinstitucionales con los sectores público, político,
social y privado, así como de mantener comunicación con las dependencias y
entidades de la Administración Pública Federal para el seguimiento y atención
de los acuerdos e instrucciones del Titular del Ejecutivo Federal.
Es decir, todo el poder
externo, que es el verdadero poder.
Guzmán fue despojado de ese
trabajo –que antes concentraba Nuño– y quedó responsabilizado de las
coordinaciones de asesores, de Opinión Pública, Estrategia Digital Nacional, de
Marca País y Medios Internacionales.
Es decir, un trabajo interno
del que, sin embargo, no tiene pleno control.
El hombre más fuerte en Los
Pinos, después del Presidente, no tiene poder real.
La opinión pública la maneja
Rodrigo Gallart, hombre de Videgaray que trabajó con Nuño; la estrategia
digital está a cargo de Alejandra Lagunes, que responde al Presidente –a nadie
más–, y se coordinaba con Nuño. Marca País y medios internacionales están a
cargo de Paulo Carreño, que tiene el enlace directo con Nuño y responde
orgánicamente a Eduardo Sánchez, el director de Comunicación Social que depende
de Guzmán, pero cuya lealtad está con Nuño.
Este rompecabezas habla mucho
de lo que pasa en Los Pinos y afecta el funcionamiento del Gobierno.
El poder del Presidente no lo
ejecuta su incondicional Guzmán, sino dos aspirantes a la Presidencia que
cercaron al Presidente en sus decisiones durante la primera mitad del sexenio,
Videgaray y Nuño, a través de sus peones.
El secretario de Gobernación,
Miguel Ángel Osorio Chong, que por sus funciones podría tener injerencia en
algunas materias, como la comunicación social –el subsecretario de Normatividad
depende de Gobernación–, cuida las formas institucionales y no interviene.
Guzmán y Massieu hablan
directamente a las diferentes dependencias del Gobierno federal para pedir
información, muchas veces la misma, para elaborar los trabajos que les encarga
el Presidente.
En las secretarías de Estado
no están confundidos, pero observan con atención que la dualidad de funciones
de dos funcionarios en constante competencia, terminará por afectar el trabajo
para el Presidente.
Peña Nieto no parece estar al
tanto de lo que sucede en el edificio contiguo a su despacho, aunque él mismo
lo promovió al crear un poder en dos cabezas que responden a diferentes
intereses.
Él debe sentirse tranquilo en
esas aguas o ignorar lo que ha provocado.
Después de todo, Videgaray y
Nuño son quienes están en su oído, y quien podría estar, Osorio Chong, prefiere
no inmiscuirse.
Al final, esta articulación
le funcionará mientras que sus dos querubines no necesiten que sus fieles en
Los Pinos comiencen a operar con objetivos distintos a los que se les requirió
cuando fueron nombrados.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE
PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 08 DE DICIEMBRE 2015)
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