El
festín de los pretensos; Heriberto Galindo, Jesús Vizcarra, David López, Aarón
Irízar, Melesio Cuen, Daniel Amador…
Nosotros
qué, nosotros ya fuimos, que se peinen los que la andan buscando, respondió
Jesús Aguilar Padilla a alguien que le advirtió que había muchas cámaras. A su
lado estaba el senador Aarón Irízar López, quien unos días antes había
reiterado su pretensión de buscar la gubernatura, con una frase que no dejaba
lugar para las dudas: que se escriba con tinta indeleble que quiero ser
gobernador.
Era
la mesa de los ex, donde también se acomodó el ex rector Héctor Melesio Cuen,
ahora diputado local por el Partido Sinaloense —aspirante desde 2010 a la
gubernatura—, y el rector Juan Eulogio Guerra Liera, ataviado con una rigurosa
camisa blanca y cachucha de jugador de golf. A la derecha del senador Irízar,
muy serio, estaba Francisco Labastida, más delgado que de costumbre y pálido
como nunca, de pocas palabras. Dos sillas más allá descansaba con las piernas
estiradas, como si estuviera en un potrero, Antonio Toledo Corro, con su
clásico sombrero de capo destemplado y un puro de utilería.
En
esa mesa hay un “gran ausente”, dijo un periodista, cuando le pasó lista con
mirada de halcón viejo. ¿Quién? Preguntó el otro, tratando de no verse verde:
“Juan Millán, wey… no vino”. Distanciado del gobernador Mario López Valdez, en
un evento donde sería galardonado Jesús Vizcarra Calderón, hubiera sido muy
incómodo. “Pero déjale ausente… quítale el “gran”, acotó alguien más.
Heriberto
Galindo no perdía oportunidad para muestrearse, pasear de mesa en mesa y
difundir que si no era gobernador se iría de embajador… a España, porque ya se
lo había ofrecido José Antonio Meade, el secretario de Relaciones Exteriores.
Pero que sería “el hombre más feliz” si el candidato fuera David López, quien
había estado en el presídium durante todo el acto y bajó a recorrer mesas para
saludar y tomarse fotos con los amigos y la prensa.
–¿Y
si fuera Vizcarra? —preguntó alguien.
—Le
daría mi voto —trastabilló.
***
Había
más de 400 comensales en una comida retrasada con una hora. Antes de llegar al
Centro de Convenciones, el presidente Enrique Peña Nieto y el gobernador Mario
López Valdez, habían hecho un recorrido “de cortesía” en helicóptero sobre
zonas afectadas por las lluvias de la noche anterior, cuando cayeron, según
informes de la Comisión Nacional del Agua, más de 150 milímetros.
La
comida fue para clausurar el XXI Congreso de Comercio Exterior Mexicano, donde,
además, se otorgaría, a más de diez empresas, el Premio Nacional de
Exportación.
Y
no hubiera tenido mayor interés del normal para la clase política y la prensa
si entre los galardonados no hubiera estado el empresario de la carne, Jesús
Vizcarra Calderón.
Desde
que fue filtrado a la prensa y deslizado en algunas columnas, se empezó a
especular si no era otro destape del presidente Peña Nieto, igual que lo había
hecho con su jefe de Comunicación Social, David López, en abril pasado, entre
broma y en serio.
El
propio López Valdez había sido cuestionado por un reportero sobre el
significado que podría tener este anuncio, durante una reunión en el
Tecnológico de Culiacán, y no supo qué decir, eludió mencionar a Vizcarra y
evadió soberanamente una respuesta coherente.
El
jueves, al inaugurar el evento, Malova volvió a sacarle la vuelta a su
contendiente por la gubernatura en 2010, al mencionar la “gran aportación” que
han hecho al desarrollo de Sinaloa y del país empresarios como Eleovigildo
Carranza y Juan Manuel Ley, pero sin mencionar de nuevo a Vizcarra Calderón.
Era
comprensiblemente humano su estado de ánimo. Igual de comprensible que ese
nerviosismo que mostró en el presídium, enviando a cada minuto señales de coach
a cuanto comensal tropezaba con la vista.
Pero
no era su estadio, ni su pista, ni su ruedo. A más de dos años para entregar el
poder, todo indicaba que éste se le había ido de las manos. A su lado tenía un
Presidente de la República que parecía estar jugando con él al gato y al ratón,
frente a cinco a o seis pretensos que le habían perdido el respeto a los
tiempos que antes fueron sagrados, paseándose de mesa en mesa, saludando,
agendando citas y dejándose querer. Y justo abajo, la mesa de los ex, donde,
dijeron algunos, el gobernador hubiera querido estar de una buena vez.
***
Llegó
el momento con el que tanto se especuló, la entrega de los galardones y Jesús
Vizcarra fue el penúltimo en recibirlo. Solo dos arrancaron aplausos casi
generalizados: el horticultor René Carrillo y el vencido candidato a gobernador
en 2010. Carrillo fue uno más de la docena de empresarios premiados, pero el
reencuentro de Vizcarra y Malova en un estrado —los otros habían sido en los
debates, durante las campañas—no pudo ser más anticlimático.
El
gobernador aplaudió por mero protocolo cuando el presidente nombró a Jesús Vizcarra
y éste, al subir, lo saludó con frialdad. No hubo palmadas, solo el apretón de
manos de rigor y dos o tres palabras del gobernador, seguidas por una sonrisa
de cartón.
El
empresario, acompañado de su madre, doña María Calderón, abrazó al presidente y
agradeció el galardón para luego despedirse de cada uno de los que estaban en
el estrado, menos del gobernador; pasó por un lado de él sin mirarlo, mientras
Peña Nieto lo seguía de reojo. Malova tieso.
Ni
al llegar, ni al despedirse, doña María Calderón, viuda de Vizcarra, volteó a
ver al gobernador. Antes de retirarse, le dijo a Enrique Peña nieto algo al
oído y se fue.
Al
terminar el evento, Vizcarra fue cuestionado por los periodistas sobre su nuevo
momento. Yo estoy trabajando… ¿pero será candidato de nuevo? Yo sigo
trabajando… la risa congelada.
(RIODOCE/
Arturo González/ septiembre 7, 2014)
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