MÉXICO,
D.F. (Proceso).- “Vivíamos en Ciudad Juárez, Chihuahua. Esa Navidad fuimos a
pasarla con la familia de mi mamá –Nitza Paola Alvarado Espinoza–, al ejido
Benito Juárez, municipio de Buenaventura. Era el 29 de diciembre de 2009.
Oscurecía cuando llegó la madre de José Ángel Alvarado Herrera y nos avisa que
el Ejército se lo acababa de llevar junto con mi mamá y mi prima, Rocío
Alvarado Reyes.”
Se
aterraron: “Uno de mis tíos subió a su camioneta para perseguir al convoy; mis
hermanas y yo nos fuimos con él; en otra, los papás de Rocío hicieron lo mismo.
Nos dividimos. Seguimos las rodadas pero se nos perdieron entre las brechas.
Nos ganó la noche”.
Nitza
Alvarado Espinoza –ahora de 18 años– es quien narra a Proceso vía telefónica la
desaparición de su madre ocurrida ese día cuando ella y Mitzi, su gemela,
tenían 14 años. Deisy, la más pequeña, cumplía 11.
Ellas
huyeron a Estados Unidos en busca de asilo político. Tienen un año de vivir en
El Paso, Texas. El suyo es el primer caso en que este gobierno concede asilo
político por “miedo creíble” a menores “abandonadas” o “no acompañadas”.
Determinaron que sufrían persecución del Estado mexicano como producto de la
violencia de la guerra contra el narcotráfico…
La
joven Alvarado Espinoza sigue narrando: “Los soldados iban en camionetas
particulares y en algunas del Ejército. Estábamos pequeñas, éramos conscientes
de que se habían llevado a mi mamá, sólo que no sabíamos qué tan grave era. Los
militares llevaban tiempo viviendo en el ejido y levantaban personas inocentes,
que muchas veces regresaban”.
Tenían
mucho miedo: “A la semana de que sucedió lo de mi mamá, junto con mi abuelita,
mis hermanas y yo nos fuimos a Cuernavaca. Una hermana de mi abuela nos albergó
durante un año. En Cuernavaca estudiamos segundo de secundaria y mi hermana
sexto de primaria. Perdimos el contacto con el resto de la familia”.
Las
afectó mucho emocional, social y económicamente: “Nos alejamos de todo. No
teníamos comunicación con nadie. Fue un año muy doloroso. Mi mamá era nuestro
sostén en todos los sentidos porque nosotras no conocimos a nuestro papá. Por
un lado, no sabíamos nada de mi mamá y, por el otro, abandonamos todo”.
María
de Jesús, tía de las jóvenes, se fue a vivir a Sonora junto con su esposo y sus
dos hijos, pero no dejaba de buscar a su hermana desaparecida. A veces viajaba
a México. En una ocasión las niñas la alcanzaron ahí. Platicaron como 30
minutos.
En
medio del dolor entendieron la ausencia de su madre. “Pensábamos que en algún
momento los soldados los regresarían. A mi tía María de Jesús le preguntábamos
por mi mamá. ‘¿En dónde está? Sales a buscarla pero no regresas con ella’, le
decíamos. Un día nos contestó: ‘No es tan fácil, no la encuentro’. Poco a poco
comprendimos la situación: El Ejército la había desaparecido”, dice Nitza.
Se
sentían muy solas y al año de vivir en Cuernavaca la abuelita decidió que era
mejor radicar en Sonora, con su hija María de Jesús, quien seguía buscando a su
hermana. Ahí estuvieron dos años.
Amenazas
En
Hermosillo las niñas fueron a reuniones, se pusieron una playera con la foto
impresa de su mamá. Asistieron al Centro de Derechos Humanos de las Mujeres,
donde conocieron a otras familias que vivían la misma tragedia que ellas: la
ausencia de un ser querido. Cada mes tenían reuniones psicosociales
individuales y grupales que las ayudaron a no desesperarse y a aprender que
debían esperar el regreso de su madre.
Pero
no podían evitar que su miedo se incrementara, igual que las amenazas a su
familia: “A Jaime Alvarado”, hermano de su tío José Ángel, “lo amenazaban. En
Ciudad Juárez fue secuestrado por elementos de la Policía Federal acompañados
de militares. Nosotras estábamos en Hermosillo, se lo comunicamos a la abogada
Lucha Castro, hizo llamadas y a las dos horas lo liberaron”.
–¿Por
qué tenían miedo? ¿Pensaban que iban a ir tras ustedes?
–Al
ver que mi tía buscaba a mi mamá y salía en notas periodísticas, sentíamos que
a nosotras nos iban a identificar y a hacer algo.
–¿En
qué momento pensaron pedir asilo político en Estados Unidos?
–Estábamos
en Sonora. Cuando se viene el secuestro de mi tío Jaime decidimos salir del
país. Fue difícil imaginar dejar las cosas de mi mamá, su casa en Ciudad
Juárez, donde crecimos con ella. Las cosas que nos la recordaban, pero no se
trataba de querer…
Desde
que el Ejército se llevó a su mamá, las tres hermanas fueron tres veces a la
casa materna por dos cambios de ropa y algunos papeles. Era rápido: “Nos
quedábamos sólo unos minutos”.
Tres
días antes de pasar a Estados Unidos llegaron por última vez a la casa de su
madre. Ahí durmieron tres noches.
Cada
una cruzó la frontera sólo con tres cambios de ropa.
“Mi
tía dijo: ‘Venimos a pedir asilo político’. Inmediatamente nos pasaron a unos
cuartos, seguido pasaban los oficiales a preguntarnos qué hacíamos allí.
Contestábamos que queríamos asilo. Nos respondían que regresáramos a México
porque no se nos iba a otorgar”, recuerda Nitza.
Llevaron
a las mujeres a un cuarto con bancas de cemento muy frías. Las separaron del
abuelo y del tío. Ahí permanecieron una noche. Les tomaron huellas dactilares
mientras seguían cuestionándolas sobre los motivos de su presencia en la
frontera.
En
la madrugada vieron pasar al tío, esposado y escoltado por los oficiales de
Migración, quienes les comunicaron que ellas saldrían a las tres de la mañana:
“Cuando llegó la hora, dejaron salir a mi abuela y a mi tía María de Jesús con
sus hijos, pero a nosotras tres nos retuvieron porque en realidad éramos niñas
abandonadas por mi madre, dijeron”.
Lloraban
todo el tiempo: “Ahí nos quedamos ese día y a las 11 de la noche nos dijeron
que nos van a permitir salir –creímos que con mi tía–. Antes nos fuimos a
bañar. Llegaron por nosotras a las tres de la mañana y nos dicen que nos van a
llevar al albergue Hacienda del Sol, de la compañía Southwest Key, en Phoenix,
Arizona. Nos dio miedo, nos llevaron a Migración donde una señorita nos acompañó
en el avión. Volamos dos horas. Cuando bajamos, nos entregaron a personal del
albergue”.
Su
miedo aumentaba: “En el albergue fuimos a comer, nos bañaron. Nos dieron un
cuarto para las tres, cada habitación con tres camas y un baño”, recuerda
Nitza.
Hasta
entonces nadie les daba noticias sobre sus familiares. Una semana después
Carlos Spector, abogado de migrantes, las localizó y hablaron por teléfono con
su tía María de Jesús. Pensaron que saldrían pronto, pero otros niños les
decían que ellos llevaban ahí meses. Además eran las únicas mexicanas en el
albergue. El resto, de Guatemala, Honduras, El Salvador, niños que atrapó la
migra.
“La
mayoría dejó su país escapando de la violencia. Los pasó el coyote y los
abandonó a medio camino. Tuve un amigo al que le dieron residencia, se llama
Romairo, era de Guatemala. Sus papás lo maltrataron de chiquito y finalmente lo
abandonaron; se negó a trabajar para las bandas locales y tuvo que huir. Viajó
en La Bestia y estuvo varios meses en México hasta que cruzó la frontera, pero
lo agarraron por Nogales”, recuerda.
“Pensamos
que nos dejarían ir con nuestra tía, pero el gobierno de Estados Unidos
argumentaba que ella no tenía nuestra custodia y que éramos niñas sin padres,
abandonadas. Ella tuvo que solicitar nuestra patria potestad en México y
esperar a que se la otorgaran”. En Hacienda del Sol estuvieron dos meses.
En
el albergue las trataron bien, hay mucha seguridad, las alimentaban, estaba
limpio, cada cuarto tenía su propio baño. Debían mantener en orden su habitación.
Había tres turnos de limpieza: dos en el día, y el último, mientras dormían. En
éste, personal de limpieza pasaba a barrer, trapear y a lavar los baños. Además
asistían a actividades recreativas y a la escuela.
Nunca
recibieron visitas, hasta el 24 de octubre de 2013, cuando el gobierno de
Estados Unidos aceptó la custodia otorgada en México a su tía María de Jesús,
quien aún espera el fin de su proceso legal en territorio estadunidense. Habían
pasado dos meses desde el 4 de septiembre, cuando ingresaron a Estados Unidos
pidiendo asilo.
–¿Qué
es el asilo?
–Se
les otorga a las personas que son víctimas de violencia por el mismo Estado o
que el Estado mexicano es incapaz de proteger. En nuestro caso son las dos
cosas. Tuvimos el proceso de asilo político como hijas abandonadas y Estados
Unidos ya nos aceptó.
–¿Cómo
se sienten en este momento?
–Estamos
estudiando, nos sentimos seguras, porque aun estando en este lado de Estados
Unidos seguimos buscando a mi mamá. Estamos en el grupo de mexicanos en el
exilio. La última noticia que tuvimos de autoridades mexicanas acerca de mi
mamá fue en mayo. En El Paso nos reunimos con Ricardo García Cervantes,
entonces subprocurador de Derechos Humanos de la Procuraduría General de la
República, quien se comprometió a buscar a mi mamá.
“Dijo
que le preguntaría al coronel que se los llevó qué hizo con ellos, dónde los
dejó, sólo que no hemos tenido respuesta”. El 27 de ese mes, días después de
este encuentro, García Cervantes renunció a su cargo. Nitza Alvarado lo
ignoraba.
–¿Conocen
al coronel que se los llevó?
–La
desaparición de mi mamá la ordenó el coronel de Infantería Elfego José Luján
Ruiz. A él le pedimos que nos diga la verdad, qué hizo con ellos, dónde los
tiene.
Lucha
legal
Afortunadamente
para los Alvarado, Carlos Spector acudió en su auxilio. De lo contrario
hubieran sufrido la misma suerte de todos los mexicanos, asegura a este
semanario el abogado texano de origen mexicano, quien ganó prestigió desde los
noventa por representar a un mexicano y ganarle al gobierno estadunidense un
caso de asilo por “represión política” durante el gobierno de Carlos Salinas
(Proceso 795).
Vía
telefónica explica que, en agosto de 2013, el caso de la madre de las Alvarado
llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sólo que cuando este
órgano responsabilizó al Ejército de su desaparición, se recrudeció la
persecución contra la familia.
“Los
mexicanos son los únicos niños del mundo que en Estados Unidos reciben mal
trato y les es negado el asilo político. Hay un tratado muy especial que
permite a Estados Unidos rechazarlos en el puente; sólo les dan la oportunidad
de hablar con la Patrulla Fronteriza o con la aduana y en las 42 horas
siguientes los deportan en complicidad con el gobierno mexicano. Estados Unidos
no toma en cuenta que el Estado mexicano es incapaz de hacerse cargo de sus
niños huérfanos por la guerra”, aclara.
En
contraste, señala, los niños centroamericanos no acompañados son entregados en
72 horas a un albergue, donde reciben tratamiento psicológico y médico; además
les asignan un defensor social que aboga por ellos. Reciben una entrevista de
personal de la oficina de Asilo Político entrenado en la Ley de Asilo. Ahora el
problema es que como han tenido éxito en la deportación de los niños mexicanos,
quieren extender la estrategia a los centroamericanos, quitándoles totalmente
sus derechos.
Explica:
“Lo lamentable es que si un niño víctima de violencia o de abuso sexual llega a
la frontera pidiendo asilo, a pesar de su contexto, la aduana o la Patrulla
Fronteriza lo regresa de inmediato y en 48 horas está en manos del DIF, en
manos del Estado mexicano del cual salió huyendo”.
“La
postura de los abogados de migrantes es que debemos revocar el tratamiento
discriminatorio contra el mexicano y extender hacia ellos la protección que
existe para los centroamericanos”, señala Spector.
Considera
que los dos gobiernos deben entender que el caso del niño mexicano no
acompañado no está limitado a abuso sexual o violencia de los cárteles, sino
también a la ineptitud del Estado mexicano para protegerlos. La muestra es que
ni siquiera sabe cuántos niños están sin padres por los asesinatos. Ellos
vienen aquí porque no quieren ser reclutados por los cárteles. Sólo en
Chihuahua se estima que la cifra puede llegar a 20 mil”, dice impactado.
Señala
que, según el Consejo de Inmigración de Estados Unidos, muchas reclamaciones
formuladas por los centroamericanos se basan en el reclutamiento forzoso de
pandillas, mientras que las de mexicanos se basan en violencia, incluida
tortura y asesinato, como resultado de la resistencia a la extorsión o
secuestro por los cárteles, los militares, funcionarios del gobierno y a veces
por una combinación de los tres.
En
el año fiscal 2012 los tribunales de Inmigración concedieron asilo a un ritmo
de 6% a los solicitantes salvadoreños, 7% a guatemaltecos, 7% a hondureños y 1%
a mexicanos.
Según
el Servicio de Investigación del Congreso estadunidense, más de 80 mil niños
han sido detenidos cada año desde 2001, la gran mayoría proveniente de México.
El número de menores no acompañados detenidos por la Aduana y Protección
Fronteriza saltó de 17 mil 775 en el año fiscal 2011 a 41 mil 890 en 2013. Se
estima que más de 90 mil infantes no acompañados entrarán a Estados Unidos en
el actual año fiscal (que termina el 30 de septiembre).
“Muchos
de los niños no acompañados que llegan a la frontera han sido víctimas de
tráfico, perseguidos en sus países de origen o expuestos a violencia doméstica,
abuso y negligencia. Estos niños traumatizados pueden requerir atención médica
e incluso la consejería antes de que puedan compartir detalles íntimos de su
sufrimiento y de comparecer ante un juez”, establece la Asociación de Abogados
Migrantes (AILA) de Estados Unidos, integrada por aproximadamente 13 mil
litigantes.
La
AILA se opone a cualquier solicitud acelerada de los niños no acompañados y no
recomienda que se use en ellos el proceso de selección de miedo creíble,
aplicada a los adultos. Aseguran que la investigación demuestra que el proceso
de eliminación acelerada no puede proteger incluso a los adultos que tienen
temores legítimos de regresar.
(PROCESO
/ REPORTAJE ESPECIAL/PATRICIA DÁVILA/11 DE SEPTIEMBRE DE 2014)
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