La vida de Rafael
Ortiz se esfumó frente a los ojos de su familia, tras haber recibido un disparo
en la cabeza, proveniente de un arma calibre 9 milímetros que Alfredo Aviña
García accionó contra unos asaltantes
Nueve días pasaron
antes de que llegara un acercamiento entre los padres de dos jóvenes,
vinculados de manera fortuita en un trágico incidente, ocurrido durante un
asalto frente a un banco en San Quintín.
La mañana del 9 de
diciembre de 2013, Rafael Ortiz Bautista, de 19 años de edad, quien recién
había culminado sus estudios en el Centro de Bachillerato Tecnológico
Agropecuario (CBTA) Número 146, viajaba sentado en la cajuela de un vehículo
pick-up, con algunos compañeros de trabajo de la empresa JORNILE de Flores y
Semillas S. de R.L. de C.V.
Rafael trabajaba
tres días por semana en ese lugar, con la idea de apoyar en los ingresos de su
familia. El resto del tiempo lo dedicaba a la escuela.
Ese lunes habían
decidido ir a cargar gasolina antes de continuar con sus labores en el campo.
La gasolinera a la que llegaron está ubicada en la esquina de Carretera
Transpeninsular y Calle Ingeniero Luis Alcerrega, en una zona céntrica y muy
activa de la colonia Lázaro Cárdenas, justo enfrente del parque principal. Eran
alrededor de las 9:30 am.
Casi al mismo tiempo
y a menos de 50 metros de distancia de la gasolinera, frente a una sucursal del
banco HSBC, sobre la calle Ingeniero Luis Alcerrega, un joven de 25 años, de
nombre Alfredo Aviña García, descendía de un vehículo para depositar más de un
millón de pesos, portando dinero en efectivo y cheques.
En un reporte
enviado por la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE) dos días
después del incidente, se dio a conocer que Aviña García había sido asaltado
ese lunes en el estacionamiento del banco, luego de bajarse del automóvil y que
uno de los tres asaltantes fuera detenido e identificado como José Eduardo Gálvez
Aragón, de 25 años, originario de Culiacán, Sinaloa.
La PGJE refirió que
Aviña fue amenazado por los asaltantes con un arma de fuego y despojado de su
dinero, y agrega lo siguiente: “Cuando los asaltantes se daban a la fuga, el
ofendido, identificado como Alfredo Aviña García, de 25 años, desenfundó su arma
9 mm y realizó varias detonaciones en contra de los ladrones, impactando en la
cabeza a un joven identificado como Rafael Ortiz Bautista de 18 años de edad,
quien falleció a causa de la lesión”.
El pick-up donde
viajaba Rafael, pasaba justo por enfrente de la institución bancaria en el
momento en que Aviña realizaba las detonaciones, con una pistola cuyo calibre,
de acuerdo al Artículo 11 de la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos, es
de uso exclusivo del Ejército.
Del botín, la
Policía recuperó 580 mil pesos en efectivo y 444 mil pesos en cheques.
La PGJE mencionó que
Aviña García fue consignado como presunto responsable de homicidio culposo. Fue
puesto en libertad en menos de una semana, tras pagar una fianza estimada en 40
mil pesos, aunque esto último no ha sido confirmado de manera oficial.
“Sí, aquí ya lo
vieron (a Aviña García) algunas personas en el banco”, dijo una residente de
San Quintín el martes 17 de diciembre.
Las sanciones que
establece la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos, tan solo por la
portación de un arma de uso exclusivo del Ejército, específicamente una calibre
9 milímetros, es de tres a 10 años de prisión. El Artículo 83 inciso II
refiere: “Con prisión de tres a diez años y de cincuenta a doscientos días de
multa, cuando se trate de armas comprendidas en los incisos a) y b) del
Artículo 11 de esta Ley”.
Los incisos a) y b)
de dicho artículo son: revólveres calibre .357 Magnum y los superiores a .38
Especial, pistolas calibre 9 mm, Parabellum, Luger y similares, las .38 Súper y
Comando, y las de calibres superiores.
Según testimonio de
sus familiares, el proceso que libra Aviña en el caso del arma aún no concluye.
El joven que fue
asaltado es hijo de Alfredo Aviña Galván, un conocido empresario de la
comunidad de San Quintín, propietario del mercado Avigal, S.A. de C.V., y
actual presidente de la Cámara Nacional de Comercio (CANACO) en esa delegación.
Rafael, el joven que
falleció tras recibir el disparo en la cabeza, era uno de cuatro hermanos, dos
hombres y dos mujeres. Vivía con sus padres en una casa ubicada a la altura del
Kilómetro 188 de la carretera Transpeninsular, en San Quintín.
En entrevista con
ZETA, Juan Ortiz, padre de Rafael, narró lo vivido por él y su familia el lunes
9 de diciembre de 2013. Luego de haber visto a su hijo ir al trabajo horas
antes, recibió la llamada de una persona desconocida, desde su celular.
Eran alrededor de
las once de la mañana, Ortiz se encontraba trabajando en la empresa de flores y
semillas, la misma donde laboraba su hijo. Recibió una llamada a su celular,
desde el número de teléfono móvil de su hijo Rafael.
“Me habla el guardia
de la Clínica 69 de la Triqui, donde me informa y dice, ‘su hijo tuvo un
accidente y necesito que venga para acá’. Y le digo, ¿pues qué pasó con mi
hijo? porque yo hace unas cuantas horas lo dejé trabajando no muy lejos de acá
donde yo me encuentro. ¿Por qué usted me habla? ¿Acaso el teléfono de mi hijo
lo ha de haber tirado por ahí? ¿Usted se lo encontró? Si es así, yo pasaré por
él después. Y me dice, ‘no, se trata de su hijo, necesito que usted venga’.
También le pedí que me dijera qué estaba pasando con él, pero me dice ‘no,
necesito que usted venga’. Pues deme tiempo, le digo, porque yo estoy en una
parte donde no tengo en qué moverme, me encuentro distante de la carretera,
tengo que agarrar un micro, tengo que agarrar a lo mejor otra unidad para
llegar más rápido, porque en estas unidades es más tardado. ‘Vengase’, me dijo,
porque aquí lo vamos a estar esperando”, explicó Juan Ortiz.
Comenzó a caminar y
fue alcanzado por un conocido que viajaba en un automóvil, iba para la colonia
Lázaro Cárdenas. Ortiz le pidió “un raite” y lo llevó hasta allá. Una vez en la
zona, llamó por teléfono a una de sus hijas para que pasara por él y lo
acompañara al hospital. Minutos después, su hija llegó y le preguntó qué le
pasaba. “Y le digo, no, pues…”, Ortiz hizo una pausa en su narración para
romper en llanto.
Al llegar al
hospital la escena fue impactante. Rafael tenía una gran cantidad de gasas y
vendajes alrededor de su cabeza, los médicos habían intentado frenar un
sangrado profuso, pero el daño era, a su decir, demasiado grande.
Los reportes médicos
darían cuenta del fallecimiento del joven, que la bala disparada por Aviña,
había atravesado ambos hemisferios de su cerebro y el puente, que es la vía de
comunicación más importante, al conectarse con la médula espinal.
“En la sala donde lo
tenían, conectado con los aparatos, ahí fue donde miré que estaba inconsciente,
ya en estado de coma”, comentó Ortiz. Rogó a los médicos que lo ayudaran, que
evitaran que su hijo perdiera sangre y que lo atendieran en otro lugar. Su hija
también se sumó a la súplica hacia los
doctores. Pedían que Rafael fuera trasladado en una ambulancia a la ciudad de
Ensenada.
Sin embargo, el
médico en turno consideró demasiado riesgoso el simple hecho de levantarlo,
menos aún, trasladarlo en una ambulancia hacia Ensenada. Además, tampoco tenían
ambulancias para llevarlo, y no había médicos especializados para que lo
atendieran en San Quintín. Era el peor escenario. Todo esto ocurrió poco
después de las doce del mediodía.
“Cuando dieron las
tres de la tarde, ya el doctor dijo, ‘lo sentimos mucho, ya no hay garantía de
sacarlo. No va a llegar ni a la (colonia Vicente) Guerrero. Vamos a esperar a
lo último, que es doloroso decirlo, pero su hermano ya no va a tener salvación.
Ahorita lo ve que está respirando por medio del aparato, pero si yo lo
desconecto, instantáneamente dejará de
respirar”, declaró la hermana del occiso. Su padre complementó: “Esto fue
impresionante para mí, porque yo lo miraba que respiraba y exhalaba, y al
desconectarlo, pues sería el fin. Pero de todas maneras así se dieron las
cosas, lo desconectaron y dejó de respirar”
Rafael había
terminado este semestre los estudios de preparatoria y recién les había
informado a sus padres que había sido aceptado en la Universidad Autónoma de
Baja California para ingresar en el mes de febrero de 2014, a la Licenciatura
de Administración de Empresas.
Todo el grupo, de
sus compañeros de escuela en el CBTA 146, acudieron a su funeral en un autobús
proporcionado por la escuela a mediados de la semana pasada. Acompañaron a sus
padres, les brindaron su apoyo y les entregaron pequeñas tarjetas con imágenes
de Rafael y algunos pensamientos, que a manera de homenaje distribuyeron entre
alumnos y maestros.
Ninguna autoridad u
organismos civiles se acercaron a dar apoyo a la familia. Fueron los propios
compañeros de Rafael y algunas personas en lo particular quienes les ayudaron a
sobrellevar los principales gastos del entierro de su hijo, entre otros
trámites que implicaban un costo.
El miércoles 18 de
diciembre, el empresario Alfredo Aviña Galván expresaría a ZETA que ese mismo
día había tenido un acercamiento con los padres de Rafael. Se reunió con ellos
y obtuvo el perdón ante los Juzgados por parte del señor Ortiz y su esposa.
Durante los días
posteriores a la muerte de Rafael, acercamientos con su familia habían llegado
a través de los abogados de Aviña, quienes intentaban mediar y ofrecer apoyos
económicos para compensar de alguna forma la pérdida. En un principio habían
sido rechazados. No querían hablar con ellos y no querían ver a Alfredo Aviña.
El recuerdo de la
muerte de su hijo era muy reciente. En el patio frontal de su casa, mantenían
montado un pequeño altar en recuerdo de Rafael. En el suelo, una veintena de
veladoras encendidas formando una cruz. A un costado de la cruz, una botella de
Coca-Cola de dos litros sin abrir. Enfrente, una cruz de madera con la fecha de
nacimiento y fallecimiento de Rafael: 3 de diciembre de 1994 y 9 de diciembre
de 2013. Imágenes de santos y un cuadro con la Virgen de Guadalupe acompañaban
la cruz.
A los costados del
altar, dos coronas de flores, una de la familia Álvaro Obregón y otra de Doña
Chelo y Familia.
Aviña Galván comentó
que la familia de Rafael se acercó con cautela a ellos, “porque tenían miedo
que le fuéramos a hacer algo a la familia de ellos. ¿Cómo?, le digo, ¿cómo cree
que le vamos a hacer algo? Al contrario, si yo ando en las cosas de Dios,
¿Usted cree que le voy a hacer algo?”, comentó.
Aviña dijo a los
padres de Rafael que ellos no querían sacar a su hijo de la cárcel porque tenían
miedo de que uno de sus hijos lo asesinara, “y me dicen, ‘no, nosotros somos
humildes, cómo cree que vamos a hacer… este, somos pobres pero no vamos a
derramar más sangre’.
“Pero ya llegamos
como amigos, nos dimos el abrazo, el saludo y todo, y el día de ahora
(miércoles 18) otorgaron el perdón. Yo la verdad no me quería acercar porque
dije, no, pues están bien lastimados, cómo voy a ir y querer arreglar las
cosas, y menos ofrecer dinero, porque una vida no tiene precio. Yo me ponía en
el lugar de él porque la situación no está tan fácil, con la otorgación del
perdón de los familiares, ya se llegó a un acuerdo ahí”, afirmó Alfredo Aviña.
¿Cómo le hicieron
con la pistola?, se le preguntó. “La pistola todavía no se hace nada, porque
hasta que no estén los trámites terminados allí, se pasa a la Federal. Como que
tiene que terminarse este primer paso para entrar al segundo”, respondió.
Sobre el monto
acordado como compensación, Aviña no dio detalles, aunque fuentes
extraoficiales indican que el acuerdo en los Juzgados de San Quintín, fue de
400 mil pesos a favor de la familia de Rafael. Sin embargo, esto no ha sido
confirmado.
Lo que todos los
entrevistados en San Quintín confirmaron, fue que Alfredo Aviña García continúa
con su vida normal ahí en el poblado.
(SEMANARIO
ZETA/ Ricardo Meza Godoy /diciembre 23, 2013 12:00 PM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario