La
aprehensión de Miguel Ángel Treviño Morales, cabeza de Los Zetas, le
sirvió al gobierno mexicano para festejar por adelantado un supuesto fin
de la violencia criminal extrema. Pero en realidad –como ocurrió con la
presunta muerte del anterior líder del grupo criminal, Heriberto
Lazcano– nada indica que la situación vaya a cambiar.
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- –Escucha, carnal… ¿supiste lo de la casa que allanaron
en el kilómetro 14, por ahí donde Poncho y el otro fueron, carnal, donde
fueron cocinados? Está volviéndose un desmadre lo de esos tipos, man –dice vía telefónica Gabriel Cardona Ramírez.
Este operador local de Los Zetas, conocido como El Pelón,
habla el 10 de abril de 2006 desde una casa de seguridad en el número
9006 de Orange Blossom Loop, en el suburbio de Highland Park, Laredo.
Pocos días antes, el 31 de marzo de 2006, El Pelón, El Z-40
y Jesús González planearon en territorio estadunidense el secuestro y
asesinato de Jorge Alfonso Avilés Villarreal (el Poncho al que se
refería), de 19 años, y de su primo Inés Villarreal, de 14, por creer
que trabajaban para sus rivales del Cártel de Sinaloa.
Familiares
de ambos jóvenes –quienes eran residentes de Estados Unidos– hicieron la
denuncia correspondiente pocas horas después de saber que un comando se
los había llevado a punta de pistola del bar Eclipse en Nuevo Laredo,
Tamaulipas, por lo que el Buró Federal de Investigación (FBI) comenzó su
búsqueda.
–El FBI se está involucrando y todo… pero eso no es problema, man.
No es problema, fue hecho al otro lado. Pero ellos sólo nos miran qué
estamos haciendo –sigue Cardona en su conversación telefónica, como
quien cuenta una proeza, cuando el gobierno estadunidense ya tiene
intervenida su línea y graba la plática.
–Ellos no saben en qué
lugar estamos ahora, amigo, porque ya no nos están siguiendo, carnal.
Porque en la camioneta, cuando nos estaban persiguiendo, ¡pum! cruzamos
en la camioneta al otro lado, carnal. Fue como ¡pum!, la camioneta cruzó
otra vez y ellos detuvieron a Aurora… y cuando ya estábamos al otro
lado ¡pum!, nos venimos en coches que nunca habían estado en Estados
Unidos. No deberían de actuar como idiotas. Pero, ¡yeah!, están buscando
a Poncho y al otro tipo. Pronto van a salir en la lista de extraviados
de Laredo.
Del otro lado de la línea un joven escucha entusiasmado y suelta una sonora carcajada.
–¿Dónde los cocinaste, cabrón? –pregunta el interlocutor.
–¡Ahí
mismo, en la casa! –responde Cardona con otra carcajada. –Murieron por
los golpes, amigo. ¡Sólo se murieron, sólo se murieron, mierda!
–**** madre, ¿no pudieron soportarlo, cabrón? –dice el joven con sorna.
–No, cabrón. No, man,
¡deberías haber estado ahí, carajo! Es sólo que, ¡***** madre!, un
poco, si hubieras esperado un poco más para ir con Mike habrías visto a
Poncho, amigo. ¡Estaba llorando y llorando como un marica! “No man,
yo soy tu amigo” –imita la voz de su víctima–. ¡Cuál amigo, hijo de
puta, cierra la boca! Y ¡pum! agarré una p*** botella y ¡slash! le corté
todo su vientre y ¡pum! estaba sangrando; agarré una pequeña taza y
¡pum! la pequeña taza ¡pum! ¡pum! la llené de sangre y ¡pum!, se lo
dediqué a la Santísima Muerte– narra excitado–. Luego fui con el otro
maricón y ¡slash!, lo corté y lo mismo –describe.
Cardona fue
capturado. Firmó su confesión en agosto de 2008. Durante su juicio se
reprodujo la citada grabación, copia de cuya transcripción tiene Proceso y de la cual se tomaron textualmente los párrafos anteriores. El criminal fue condenado a cadena perpetua.
(Fragmento del reportaje principal que se publica esta semana en Proceso 1916, ya en circulación)
/ 20 de julio de 2013)
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