Vestido con un traje a rayas de seda, importado de Italia, sombrero de
fieltro y una corbata que contrastaba con la vestimenta, aquel hombre
descendió de un lujoso auto que cruzó minutos antes el puente
internacional de la Avenida Juárez, escoltado por otros cuatro vehículos
en los que se trasladaban al menos una docena de hombres armados.
Se trataba de Alphonse Gabriel Capone, conocido como Al Capone, el jefe de la mafia de Chicago, quien a finales de 1929 arribaba a Ciudad Juárez para visitar la zona de cabarets de esta frontera y seguramente para realizar negocios con sus socios mexicanos.
Era la época en la que Estados Unidos mantuvo vigente la Ley Volstead, conocida como Ley Seca, la cual detonó toda una industria del licor en la frontera de México con Estados Unidos y generó el nacimiento de la “leyenda negra’’ de Ciudad Juárez, donde los servicios de entretenimiento se volvieron el sector más importante de la economía a la par del contrabando de bebidas alcohólicas.
Junto con su comitiva, el gánster, se internó en el salón Nuevo Tívoli, en medio de una algarabía generada por quienes lo conocían, aunque en la calle su identidad pasó desapercibida para la mayoría de los fronterizos quienes en esa época mantenían abiertos sus brazos a todo tipo de visitantes, dado el beneficio económico que representaban para la ciudad y en este caso en particular, lo generoso de las propinas.
En contraste, en otras ciudades como Tijuana, Al Capone, generaba tumultos, de acuerdo con testimonios recopilados por historiadores.
“En el casino Agua Caliente era yo jefa del check room (guardaropa) cuando una tarde, ¡ay!, los policías, la algarabía, un escandalazo, un gentío y los guardias que custodiaban a alguien… estilo película. Me acompañaban unas muchachas y nos preguntamos: ¿Quién vendrá? Y alguien contestó: Pues casi nadie: Al Capone”, relató Elena de la Paz de Barrón en un testimonio recopilado por la Universidad Autónoma de Baja California.
“No era feo, con una cicatriz chiquita en la cara y un sombrero plomo, precioso, de castor. Le entregué un ticket… él encantado, sonriendo, medio coquetón. Usted sabe, estaba yo chamaca… Todo mundo quería ver su sombrero... Ya después de que estuvo en el casino, a la hora de entregarle su sombrero, ¡purrún!, que da la propina con un billete de 50 dólares. ¡Fíjese usted: 50 dólares de ese tiempo! ¡Un carro valía 900!”, recordó Elena para exaltar la generosidad del capo.
El jefe de la mafia de Chicago formaba parte de una generación de hampones que junto con empresarios y políticos de uno y otro lado de la frontera, aprovecharon las políticas del gobierno de Estados Unidos para hacer riqueza.
Ciudad Juárez no estuvo al margen de esa situación y se convirtió en uno de los principales baluartes de esa economía negra, junto con las consecuencias que le acarrearía.
Ya desde 1918 cuando el estado de Texas se convirtió en precursor de la Ley Volstead al prohibir la fabricación y venta, así como el consumo de alcohol en su territorio, la gente de El Paso, Texas, que se vio afectada, pronto encontró una solución en Juárez.
Los paseños cruzaban la frontera y escapaban a la Ley Seca, lo que representó oportunidades para los juarenses que en esa época enfrentaban dificultades económicas generadas por la destrucción que generó la revolución mexicana.
Sin embargo, no sólo los consumidores de licor se apresuraron a visitar México: cantinas, bares y centros nocturnos, que existían en El Paso, comenzaron a mudarse a Ciudad Juárez para seguir operando.
También los restauranteros se mudaron tan sólo para ofrecer a su clientela comidas con cerveza, vino o champaña que de la noche a la mañana eran un lujo en Estados Unidos.
“Se podría decir que Ciudad Juárez vendió su alma al diablo al aceptar estos negocios o giros negros, pero lo hizo simplemente porque no tenía entonces otra alternativa para su recuperación económica’’, refiere el historiador Martín González de la Vara en su libro Breve Historia de Ciudad Juárez y su región.
Con esta preferencia obligada por el turismo, la ciudad adquiriría fama de perversa iniciando la “leyenda negra”.
En cuanto la Ley Seca se extendió a todo Estados Unidos, miles de estadounidenses cruzaban diariamente a Ciudad Juárez. Entre 1919 y 1920, se llegaron a documentar 400 mil visitas de turistas de todos los estratos económicos, entre las que destacaron la de personajes de talla mundial como el boxeador Jack Dempsey y la aviadora Amelia Earhart.
La Ley Volstead también provocó que muchas fábricas de bebidas alcohólicas se mudaran a zonas fronterizas de México.
La cervecería El Paso Brewing Association se asoció con empresarios juarenses y abrió sus puertas bajo el nombre de Juárez Brewery o Cervecería Juárez.
En 1921 se instaló la fábrica de whisky The Western Distillery y las destilerías D&M y D&W, estas dos últimas provenientes de Kentucky.
Estas empresas eran legales en México, pero amenazaron la Ley Seca de Estados Unidos al iniciarse una era en la que el contrabando de licor fue incontenible.
“(Se contrabandeaba) toda clase de licor, principalmente whiskey, que es el que más se consume en Estados Unidos. Había whiskeys ingleses, que llegaban del interior de la República. Además aquí en Ciudad Juárez había dos fábricas de whiskey y ¡claro! esas marcas también se aprovechaban para introducirlos de contrabando”, dice un testimonio de Armando B. Chávez.
Muchos “se hicieron millonarios a base de eso y quien lo fuera a creer, ahora que tengo más años veo que las mismas gentes de aquellos tiempos, son ya señores de grandes negocios, que acumularon mucho dinero y que han ocupado altos puestos públicos”, agrega.
Y es que una caja de licor valía 100 dólares en Ciudad Juárez y se vendía hasta en 6 mil dólares en el interior de Texas.
Por eso, muchos corrían gustosos el riesgo de enfrentarse a la ley.
“Hubo muchas balaceras en el río; los rangers disparaban y les respondían los contrabandistas. Yo vi un caso curioso de un muchacho mexicano que a caballo tumbo el animal, se parapetó tras él y ahí se estuvo jugando la vida. No va usted a creer, pero hizo que se retirarán los rangers y fue tan valiente que levantó el caballo, lo monto y se internó a El Paso, Texas, con su cargamento de licor”, dice Chávez.
En el enclave de Córdoba, todas las familias se dedicaban al contrabando en sus diversas modalidades, lo que llevó a que por presiones de Estados Unidos, las autoridades mexicanas expropiaran los terrenos y desalojaran a sus habitantes.
Además del licor, aunque en menor escala, en Ciudad Juárez se desarrolló también el negocio del narcotráfico a la par de la corrupción policiaca que permitió la venta de droga en algunos casinos, centros nocturnos y cantinas de mala muerte de la localidad en forma abierta.
El gobernador Ignacio C. Enríquez ordenaría el cierre de los giros negros, pero tras concluir su periodo de gobierno se volverían a restablecer, puesto que durante el breve periodo de inactividad provocaron una caída en los impuestos y deprimían la economía, ya que el auge que trajo la Ley Seca en los giros negros, vino acompañada de otras atracciones, pues abrieron sus puertas numerosos hoteles, tiendas de curiosidades y fondas así como la proliferación de taxis que daban servicio a los visitantes.
El beneficio fue también para El Paso, ya que además de que muchos negocios en Ciudad Juárez eran de paseños, los hoteles continuamente estaban abarrotados, y los conductores juarenses a menudo agotaban el combustible de esa ciudad.
Los dividendos económicos fueron tales que los mismos empresarios paseños promocionaban a Ciudad Juárez como atractivo y El Paso fue sede de convenciones nacionales.
Sin embargo, la Ley Seca vería su final en 1933 al ser derogada y los fronterizos pronto tendrían que buscar nuevas formas de generar ingresos, aunque los giros negros siguieron siendo un baluarte importante en la economía de Ciudad Juárez.
Poco antes, en 1931, Al Capone, el capo que imprimió su sello a esa época y que estuvo en Ciudad Juárez organizando sus negocios de contrabando, vería el fin de su imperio al ser acusado de evasión de impuestos, ser procesado, apresado y enviado a una prisión de Atlanta, de donde fue transferido a la isla de Alcatraz.
Se trataba de Alphonse Gabriel Capone, conocido como Al Capone, el jefe de la mafia de Chicago, quien a finales de 1929 arribaba a Ciudad Juárez para visitar la zona de cabarets de esta frontera y seguramente para realizar negocios con sus socios mexicanos.
Era la época en la que Estados Unidos mantuvo vigente la Ley Volstead, conocida como Ley Seca, la cual detonó toda una industria del licor en la frontera de México con Estados Unidos y generó el nacimiento de la “leyenda negra’’ de Ciudad Juárez, donde los servicios de entretenimiento se volvieron el sector más importante de la economía a la par del contrabando de bebidas alcohólicas.
Junto con su comitiva, el gánster, se internó en el salón Nuevo Tívoli, en medio de una algarabía generada por quienes lo conocían, aunque en la calle su identidad pasó desapercibida para la mayoría de los fronterizos quienes en esa época mantenían abiertos sus brazos a todo tipo de visitantes, dado el beneficio económico que representaban para la ciudad y en este caso en particular, lo generoso de las propinas.
En contraste, en otras ciudades como Tijuana, Al Capone, generaba tumultos, de acuerdo con testimonios recopilados por historiadores.
“En el casino Agua Caliente era yo jefa del check room (guardaropa) cuando una tarde, ¡ay!, los policías, la algarabía, un escandalazo, un gentío y los guardias que custodiaban a alguien… estilo película. Me acompañaban unas muchachas y nos preguntamos: ¿Quién vendrá? Y alguien contestó: Pues casi nadie: Al Capone”, relató Elena de la Paz de Barrón en un testimonio recopilado por la Universidad Autónoma de Baja California.
“No era feo, con una cicatriz chiquita en la cara y un sombrero plomo, precioso, de castor. Le entregué un ticket… él encantado, sonriendo, medio coquetón. Usted sabe, estaba yo chamaca… Todo mundo quería ver su sombrero... Ya después de que estuvo en el casino, a la hora de entregarle su sombrero, ¡purrún!, que da la propina con un billete de 50 dólares. ¡Fíjese usted: 50 dólares de ese tiempo! ¡Un carro valía 900!”, recordó Elena para exaltar la generosidad del capo.
El jefe de la mafia de Chicago formaba parte de una generación de hampones que junto con empresarios y políticos de uno y otro lado de la frontera, aprovecharon las políticas del gobierno de Estados Unidos para hacer riqueza.
Ciudad Juárez no estuvo al margen de esa situación y se convirtió en uno de los principales baluartes de esa economía negra, junto con las consecuencias que le acarrearía.
Ya desde 1918 cuando el estado de Texas se convirtió en precursor de la Ley Volstead al prohibir la fabricación y venta, así como el consumo de alcohol en su territorio, la gente de El Paso, Texas, que se vio afectada, pronto encontró una solución en Juárez.
Los paseños cruzaban la frontera y escapaban a la Ley Seca, lo que representó oportunidades para los juarenses que en esa época enfrentaban dificultades económicas generadas por la destrucción que generó la revolución mexicana.
Sin embargo, no sólo los consumidores de licor se apresuraron a visitar México: cantinas, bares y centros nocturnos, que existían en El Paso, comenzaron a mudarse a Ciudad Juárez para seguir operando.
También los restauranteros se mudaron tan sólo para ofrecer a su clientela comidas con cerveza, vino o champaña que de la noche a la mañana eran un lujo en Estados Unidos.
“Se podría decir que Ciudad Juárez vendió su alma al diablo al aceptar estos negocios o giros negros, pero lo hizo simplemente porque no tenía entonces otra alternativa para su recuperación económica’’, refiere el historiador Martín González de la Vara en su libro Breve Historia de Ciudad Juárez y su región.
Con esta preferencia obligada por el turismo, la ciudad adquiriría fama de perversa iniciando la “leyenda negra”.
En cuanto la Ley Seca se extendió a todo Estados Unidos, miles de estadounidenses cruzaban diariamente a Ciudad Juárez. Entre 1919 y 1920, se llegaron a documentar 400 mil visitas de turistas de todos los estratos económicos, entre las que destacaron la de personajes de talla mundial como el boxeador Jack Dempsey y la aviadora Amelia Earhart.
La Ley Volstead también provocó que muchas fábricas de bebidas alcohólicas se mudaran a zonas fronterizas de México.
La cervecería El Paso Brewing Association se asoció con empresarios juarenses y abrió sus puertas bajo el nombre de Juárez Brewery o Cervecería Juárez.
En 1921 se instaló la fábrica de whisky The Western Distillery y las destilerías D&M y D&W, estas dos últimas provenientes de Kentucky.
Estas empresas eran legales en México, pero amenazaron la Ley Seca de Estados Unidos al iniciarse una era en la que el contrabando de licor fue incontenible.
“(Se contrabandeaba) toda clase de licor, principalmente whiskey, que es el que más se consume en Estados Unidos. Había whiskeys ingleses, que llegaban del interior de la República. Además aquí en Ciudad Juárez había dos fábricas de whiskey y ¡claro! esas marcas también se aprovechaban para introducirlos de contrabando”, dice un testimonio de Armando B. Chávez.
Muchos “se hicieron millonarios a base de eso y quien lo fuera a creer, ahora que tengo más años veo que las mismas gentes de aquellos tiempos, son ya señores de grandes negocios, que acumularon mucho dinero y que han ocupado altos puestos públicos”, agrega.
Y es que una caja de licor valía 100 dólares en Ciudad Juárez y se vendía hasta en 6 mil dólares en el interior de Texas.
Por eso, muchos corrían gustosos el riesgo de enfrentarse a la ley.
“Hubo muchas balaceras en el río; los rangers disparaban y les respondían los contrabandistas. Yo vi un caso curioso de un muchacho mexicano que a caballo tumbo el animal, se parapetó tras él y ahí se estuvo jugando la vida. No va usted a creer, pero hizo que se retirarán los rangers y fue tan valiente que levantó el caballo, lo monto y se internó a El Paso, Texas, con su cargamento de licor”, dice Chávez.
En el enclave de Córdoba, todas las familias se dedicaban al contrabando en sus diversas modalidades, lo que llevó a que por presiones de Estados Unidos, las autoridades mexicanas expropiaran los terrenos y desalojaran a sus habitantes.
Además del licor, aunque en menor escala, en Ciudad Juárez se desarrolló también el negocio del narcotráfico a la par de la corrupción policiaca que permitió la venta de droga en algunos casinos, centros nocturnos y cantinas de mala muerte de la localidad en forma abierta.
El gobernador Ignacio C. Enríquez ordenaría el cierre de los giros negros, pero tras concluir su periodo de gobierno se volverían a restablecer, puesto que durante el breve periodo de inactividad provocaron una caída en los impuestos y deprimían la economía, ya que el auge que trajo la Ley Seca en los giros negros, vino acompañada de otras atracciones, pues abrieron sus puertas numerosos hoteles, tiendas de curiosidades y fondas así como la proliferación de taxis que daban servicio a los visitantes.
El beneficio fue también para El Paso, ya que además de que muchos negocios en Ciudad Juárez eran de paseños, los hoteles continuamente estaban abarrotados, y los conductores juarenses a menudo agotaban el combustible de esa ciudad.
Los dividendos económicos fueron tales que los mismos empresarios paseños promocionaban a Ciudad Juárez como atractivo y El Paso fue sede de convenciones nacionales.
Sin embargo, la Ley Seca vería su final en 1933 al ser derogada y los fronterizos pronto tendrían que buscar nuevas formas de generar ingresos, aunque los giros negros siguieron siendo un baluarte importante en la economía de Ciudad Juárez.
Poco antes, en 1931, Al Capone, el capo que imprimió su sello a esa época y que estuvo en Ciudad Juárez organizando sus negocios de contrabando, vería el fin de su imperio al ser acusado de evasión de impuestos, ser procesado, apresado y enviado a una prisión de Atlanta, de donde fue transferido a la isla de Alcatraz.
(EL DIARIO, EDICION JUAREZ/ Juan de Dios Olivas/ 2013-07-20 | 23:43)
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