Son considerados parte de la comunidad; la
mayoría vive en la zona y cuenta con la confianza de casi todos; patrullan las
calles, saludan a los vecinos y conversan con ellos mientras los policías no
interactúan y permanecen extraños, apartados de los comerciantes.
KIMBERLEY
BROWN
• Armados con
walkie-talkies y placa de identificación, un grupo de hombres recorre uno de
los barrios emblemáticos de la Ciudad de México. Ellos viven ahí, son conocidos
por todos y su trabajo es vigilar las calles y evitar que los ladrones despojen
a los clientes o roben en los puestos de los comerciantes de Tepito.
A diferencia de lo
que sucede en Michoacán o Guerrero, donde los denominados grupos de autodefensa
o “policías comunitarias” han proliferado debido a la creciente violencia
impuesta por los cárteles del crimen organizado, en Tepito los vigilantes
—algunos de ellos ex policías o incluso ex presidiarios— han sido organizados
debido a la ineficacia de las autoridades capitalinas, que solo ante
acontecimientos como la desaparición de 11 jóvenes tepiteños en el bar Heaven
de la Zona Rosa o el asesinato de cuatro hombres en un gimnasio del barrio,
despliegan operativos policiacos tan aparatosos como ineficaces, dejando en los
vecinos un sentimiento generalizado de inseguridad y frustración.
En Tepito, los
vigilantes representan también un intento de involucrar a los vecinos en los
asuntos comunitarios. El fenómeno no es nuevo, en ciertas áreas colaboran con
la policía desde, cuando menos, hace cuatro años.
“Solo queremos que
los clientes que lleguen a Tepito tengan la seguridad de que nadie va a
robarlos. La policía no puede darnos ese servicio”, dice Miguel Galán, líder de
la Asociación de Comerciantes Establecidos y Semifijos del Tianguis de Tepito.
El área que controla
Miguel es de 4 x 4 cuadras, con una población de entre 800 y mil vendedores. No
es más que una fracción del tianguis, estimado en 20 cuadras, con una cantidad
que va de los 10 mil a los 15 mil vendedores.
Hay policías en la
zona, pero son insuficientes. Según una vendedora de periódicos, los policías
se hacen de la vista gorda ante robos que ocurren frente a ellos. Cuando ella
se enfrentó a uno y le preguntó por qué no hacía su trabajo, la respuesta fue
que no quería ponerse en peligro. La policía sabe que comparte el área con
criminales y que, si los arrestan, pueden sufrir represalias. La percepción es
que los policías trabajan por sus propios intereses, no por la seguridad de los
vendedores.
Los vigilantes son
considerados parte de la comunidad. La mayoría vive en la zona y cuenta con la
confianza de casi todos. Patrullan las calles, saludan a los vecinos y
conversan con ellos; les preguntan si todo está en orden. Los policías, en
cambio, permanecen en un lugar durante todo el día y no interactúan con los
vendedores: son extraños que no comprenden sus problemas ni los asuntos
relacionados con el tianguis.
El grupo de
vigilantes era pequeño al principio; casi todos eran policías que habían abandonado
el servicio por una razón u otra. Miguel Bárcenas y su hermano Raúl han sido
vigilantes por años en el área manejada por Miguel Galán.
Miguel Bárcenas,
antes de ser vigilante, sirvió en la Secretaría de Seguridad Pública del DF
durante 12 años. “Siempre tuve el impulso de proteger y ayudar a la gente”,
dice. “¿Qué más podía hacer sino unirme a la policía?”.
Durante esos 12
años, trabajó en distintas unidades y tuvo varios ascensos por su destacado
servicio. Pero un año le asignaron un caso de homicidio y, cuando éste se
cerró, las cosas se tornaron amargas para él: fue reasignado y degradado por
razones desconocidas. En una ocasión, él y su familia sufrieron un atentado.
Nunca supo de dónde
venían las amenazas, pero sabía que, fuera quien fuera, había estado pisándole
los talones. Anteriormente había arrestado a otros oficiales, la mayoría por
casos de corrupción y lavado de dinero. Eventualmente fue reasignado a un
equipo donde el sargento a cargo lo acusó oficialmente de corrupción,
imputación que Bárcenas rebatió como falsa e infundada. Aún así, le pidieron su
renuncia. Ése fue el fin de su carrera. “A veces no es bueno hacer lo correcto”,
dice al recordar su pasado. “Hay muchas cosas que no entiendo. Es el sistema.
Así es México”.
Después de meses de
desempleo, su hermano, que ya entonces trabajaba como vigilante en el barrio de
Tepito, lo invitó a formar parte del grupo. Ya desde entonces está aquí.
En octubre de 2002,
Miguel Galán le dijo a Bárcenas que empezarían a reclutar miembros locales para
incrementar la seguridad en las zonas del barrio. Esto, como un primer paso de
un plan en tres partes para mejorar las condiciones de trabajo de los
vendedores y de los millones de mexicanos que trabajan en el sector informal.
La primera parte consiste en mejorar la seguridad; la segunda, en implementar
el acceso a la salud pública, y la tercera, en ayudar a los vendedores para que
puedan abrir líneas de crédito y así competir con grandes negocios.
Ahora, puesto en
acción el primero de estos tres pasos, 16 jóvenes trabajan como vigilantes en
esta zona, y casi ninguno tiene experiencia en la aplicación de la ley. Sus
historias varían, pero muchos de ellos eran ladrones. Reclutarlos no fue un
accidente.
“Para que la cuña
apriete, debe ser del mismo palo”, dice don Miguel, y significa que solo un
ladrón sabe cómo atrapar a un ladrón, sabe qué buscar, qué esperar.
Pero este proceso
consiste en algo más que una estrategia de patrullaje. De acuerdo con ambos,
Bárcenas y don Miguel, ser vigilante les da a esos jóvenes una segunda
oportunidad. En su pasado tuvieron que robar por alguna u otra razón, y ahora
están estigmatizados, no tienen opciones.
“Aquí en México,
dice Bárcenas, cuando te acusan de algo, estás manchado de por vida”; le consta
por su experiencia dentro de la policía. Dar oportunidad a ex presidiarios de
convertirse en vigilantes los motiva a hacer algo serio con sus vidas y les enseña
a no avergonzarse de sí mismos ni de su pasado, algo que finalmente podría
conducirlos a una vida de robo y crimen. “Al reclutar específicamente a gente
del barrio, también les damos la seguridad de contribuir y ayudar a sus
familias y a la comunidad”.
Entre los nuevos
vigilantes hay de todo. Óscar, por ejemplo, era chef. Un día se dio cuenta de
que nunca tendría un buen trabajo sin estudios universitarios, algo que no
podía pagar. Entonces decidió convertirse en vigilante de Tepito: “Un trabajo
que solo requiere voluntad, que seas de la zona y que tengas papeles de
identificación”, dice.
Traducción de Penélope Córdoba
(MILENIO/ DOMINICAL • 30 JUNIO 2013 - 3:39AM)
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