- Dignidad de la ciudad
Por Eligio Moisés Coronado
En el ahora ya no tan apacible transcurrir de los años de La Paz,
varios de sus lugares han tornado, de poseer funciones socialmente
lamentables, a servir para actividades de mayor dignidad.
Si usted considera que merece la molestia comentar el asunto, veamos algunos casos:
Los terrenos que pasó a ocupar en los últimos lustros el estadio
municipal de beisbol, habían servido poco antes como cementerio de fosas
comunes durante una de las varias epidemias que ha sufrido la ciudad
desde su fundación hasta el pasado reciente.
La antigua construcción que albergó a las escuelas secundaria Morelos
y Normal Urbana, después a una sala cinematográfica y luego a un centro
de espectáculos (Belisario Domínguez entre 5 de Mayo e independencia),
en su origen fue de las primeras cárceles paceñas.
Un excelente edificio, el “Sobarzo” -llamado así porque se honró la memoria de un servidor social denominando con su apellido al sanatorio de la comunidad-, fue convertido en el nuevo reclusorio al cual se le añadió la oficina del delegado de gobierno y posteriormente el departamento de Tránsito (Altamirano y Constitución). Ahí acudía usted a cumplir una pena corporal, a pagar una multa o, cuando menos, a visitar a un pariente o amigo en dificultades.
Un excelente edificio, el “Sobarzo” -llamado así porque se honró la memoria de un servidor social denominando con su apellido al sanatorio de la comunidad-, fue convertido en el nuevo reclusorio al cual se le añadió la oficina del delegado de gobierno y posteriormente el departamento de Tránsito (Altamirano y Constitución). Ahí acudía usted a cumplir una pena corporal, a pagar una multa o, cuando menos, a visitar a un pariente o amigo en dificultades.
La prisión cedió entonces su residencia a la biblioteca pública
“Justo Sierra”, y el resto del sector lo ocuparon el Museo de
Antropología e Historia, el Ágora y las instalaciones de Fonapás (
enseguida dirección estatal de Cultura y durante algún tiempo el
instituto del mismo ramo). Nos consta que se requirió labor
extraordinaria volver simpatía la justificada animadversión que producía
el sitio entre los habitantes locales.
Dos sitios que en nuestros días ocupan la Ciudad de las Niñas (en el
antiguo “Mirador”, actualmente llamado colina de la Cruz) y la escuela
secundaria federal número dos -que fue primera sede también de la
escuela Normal Superior-, habían sido, inmediatamente antes, asientos de
sendos prostíbulos.
Donde estuvo otra de semejantes casas fue establecida una negociación de plásticos, dentro de una populosa colonia esteriteña.
Poco más allá de los límites de la población, en la ex-isla de San
Juan Nepomuceno, en la bahía de Pichilingue, se halló fincado un
depósito de carbón para los buques de la marina de los Estados Unidos,
mediante una indeseable concesión vigente de 1866 a 1925. Lo que queda
de ello está desde entonces bajo custodia de la secretaría de Marina, y
otra parte del área fue dedicada a terminal de transbordadores (desde
1974), así como a muelles y bodegas de un puerto pesquero, inicialmente,
y de altura en 1990.
Con estos pocos ejemplos puede verse cómo el pueblo de La Paz y sus
autoridades determinaron, en varios momentos de la ya larga vida de
nuestra capital -que arranca de 1535 y, en un proceso de desarrollo
creciente, desde principios del siglo XIX-, irle reintegrando su
intrínseca dignidad.
Deberá alentarnos, asimismo, saber que en ningún caso -al menos del
que haya testimonio- se han registrado fenómenos inversos, es decir que
nos hayamos visto precisados a cancelar funciones de utilidad colectiva
con el fin de destinar edificios o superficies para efectuar otras de
menor rango.
Así, estos pasos de dignificación en favor de la ciudad no sólo
pueden sino deben darse, en beneficio del mejor desenvolvimiento
comunal.
Colectivo Pericú cita CRÓNICAS SUDCALIFORNIANAS.
(COLECTIVO PERICU / junio 30, 2013)
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