Yesenia Armenta Graciano, viuda del ex director de Deportes de la UAS,
Alfredo Cuen, y acusada del asesinato de este, fue maltratada físicamente
durante su detención, además fue incomunicada y no recibió la atención médica
apropiada, acusaron casi al mismo tiempo la CEDH y el CCTI
“La pesadilla más recurrente es que a mi hija, Ana Luisa, le duele mucho la
cabeza, y que cuando la llevo al doctor a ella, le hacen una cortada, como que
la van a operar, y le brota demasiado agua de la cabeza”, expone Yesenia
Graciano Armenta mientras unas lágrimas se deslizan sobre su rostro ajado.
La mujer de 36 años de edad cuenta las secuelas derivadas de aquel inmenso
dolor que recorrió su cuerpo cuando fue detenida y torturada por elementos
policiacos e investigadores de la Procuraduría General de Justicia del Estado,
según concluyen los dictámenes emitidos por la Comisión Estatal de los Derechos
Humanos en Sinaloa (CEDH) y el Colectivo Contra la Tortura y la Impunidad, A.C.
(CCTI).
Recuerda aquellos golpes propiciados por unas manos extendidas que azotaron
ambos lados de su cabeza y que dañaron la escucha de su oído izquierdo. También
los puñetazos recibidos en su pecho, abdomen, glúteos, espalda. La asfixia por
momentos o el exceso de agua en su rostro, que le provocó perder el
conocimiento quién sabe cuántas veces.
Desde hace ocho meses, Yesenia no concilia el sueño, sus pesadillas siempre
son violentas. Teme a los hombres armados, desde aquel 11 de julio de 2012
cuando fue sometida al yugo de la “justicia institucional”, que indujo a la
firma de su confesión acusatoria como autora intelectual del asesinato de su
esposo y ex director de Deportes de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Alfredo
Cuen Ojeda.
El fiscal Marco Antonio Higuera Gómez presentó a Armenta Graciano como
autora intelectual del asesinato de Cuen Ojeda, con ayuda de su hermana,
Noelia, una agente de Tránsito en Guasave, quien fue la encargada de contratar
a Andrés Humberto Medina Armenta, alías el Chore, quien, dijo la autoridad,
accionó el arma y pertenece a la célula criminal de los hermanos Beltrán Leyva.
Según la versión oficial, también participaron Luis Enrique Hernández
Maldonado, Silvano Araujo Medina y Miguel Ángel Estrada. En su declaración
posterior ante el quinto juez de distrito se declararon inocentes y acusaron
ser torturados durante su detención.
Higuera Gómez desechó la recomendación emitida por la CEDH contra la
fiscalía por maltrato, y asegura que se respetaron los derechos humanos de la
ofendida. En tanto, el magistrado del Supremo Tribunal de Justicia del Estado,
Enrique Inzunza Cázarez, afirma que una confesión obtenida con amenazas y
golpes no es válida para culpar a una persona sobre un delito.
Y aunque las cicatrices de los golpes físicos desaparecieron hace cuatro
meses, la depresión y el dolor permanecen como un infierno dentro de su alma.
Yesenia poco a poco intenta recuperar su tranquilidad. Para evitar despertar
aterrada cada noche por alguna pesadilla, toma medicamento controlado: una
dosis nocturna de Floxetina y Tafil.
Aquí, en el pasillo del primer módulo de la sección femenil del Centro de
Ejecución de las Consecuencias Jurídicas del Delito de Culiacán, ella recuenta
el terror inquisitorio de aquel día de tortura. La mujer de piel morena,
silueta delgada y menuda, divaga durante su narración, su voz es pausada, y su
miedo aflora cuando revive escenarios terroríficos; se le percibe en su mirada
triste y las lágrimas desprendidas a lo largo de la conversación.
Esas son las secuelas de la tortura, determina el análisis clínico
psicológico del resultado del Protocolo de Estambul, realizado por el CCTI.
La tortura, práctica
cotidiana
Yesenia acepta recontar la tragedia del 11 de julio de 2012. Alrededor de
las 07:15 horas, en el entronque que dirige al Aeropuerto Internacional de
Culiacán por el bulevar Emiliano Zapata, un automóvil cierra el paso al que
conduce ella, un Accord 2011, Honda. Del vehículo, descienden dos hombres. Uno
camina hacia ella y el segundo se traslada al lado del copiloto, donde se
encuentra su hermana María Ofelia.
El hombre vestido de civil le ordena descender del automóvil. Acusa que el
Accord tiene reporte de robo, por lo que debe acompañarlo para aclarar la
imputación. Ella responde que es un error, que el auto tiene dueña y es ella,
que los papeles se encuentran en orden y que los puede mostrar. Pero los
argumentos no son suficientes. Nuevamente, el hombre, quien trae un arma fajada
al pantalón, le ordena bajar, prosigue con su narración la joven viuda.
De inmediato, otros dos vehículos, al parecer de la marca Tsuru, se colocan
detrás de su automóvil. El camino está completamente cerrado. No tiene opción.
Toma su bolso, desciende y sube al carro delantero. El segundo hombre obliga a
su hermana a acompañarlos.
Su cuñada, Patricia Cuen Ojeda, hermana del occiso, así como del alcalde de
Culiacán con licencia y actual presidente del Partido Sinaloense, Héctor
Melesio, se sube al Tsuru estacionado atrás. Esa vez fue la última que se
vieron.
El conductor regresa hacia la ciudad por el mismo bulevar. Un retén del
Grupo Élite, asegura la ofendida, detuvo el vehículo. El hombre que viaja a su
lado muestra una identificación. Y continúan su camino.
Su hermana, María Ofelia, interroga a los hombres: ¿hacia dónde las llevan?
¿Dónde se encuentra Patricia? Es la misma respuesta para ambas preguntas: “Todo
va a estar bien. Solo son unas preguntas sobre el robo del carro”. Enseguida,
el silencio se disipa por voces emitidas en claves a través de un radio.
En una calle cercana a las instalaciones del periódico El Debate, el
automóvil detiene otra vez la marcha, delante de otro auto estacionado.
Desciende un hombre gordo y con barba, vestido de civil también, y cuestiona:
“¿Quién es la mujer que conducía el Accord?”. Yesenia responde afirmativo. Le
ordena que baje del automóvil y la sube al otro, al asiento trasero. De su lado
izquierdo hay “muchas armas, muchas armas” de diferentes calibres, cortas y
largas, poderosas. En la base inferior también. Le obliga a recostarse sobre
ellas y le coloca una maleta encima. Otro hombre le sujeta las manos hacia su
espalda y le coloca unas esposas en sus muñecas delgadas. También ajusta una
venda alrededor de sus ojos, recuenta Yesenia con voz pausada.
El automóvil avanza algunas calles, ingresa a un edificio, quizás a una
bodega o un estacionamiento. Yesenia no logra descifrarlo. Ahí, en ese cuarto
oscuro, empieza su pesadilla. La misma que disipa su sueño y atormenta su
tranquilidad cada noche, sin tregua desde ese día.
El conductor la baja del automóvil y le indica que se mantenga de pie
mientras llega alguien más y empieza el interrogatorio.
—¿Cómo te llamas?—, cuestiona una voz masculina, en tono fuerte, contó la
ofendida a los médicos, según documenta la relatoría del CCTI.
—Yesenia Armenta Graciano.
—¿A qué te dedicas?
—Ama de casa.
—Y tu esposo, ¿cómo se llama?, ¿sabes por qué estás aquí?
—No.
—Te haces pendeja. ¿Cómo se llama tu marido?
—Jesús Alfredo Cuen Ojeda.
—¿Y él, dónde está? —pregunta y sube su tono de voz.
—Él está muerto.
—¡Lo mandaste matar, hija de la chingada! —acusa mientras le lanza un golpe
con la mano extendida a la cabeza de la mujer.
Y los golpes continúan. Las manos de varios hombres le azotan la cabeza y
otras más lanzan objetos a su espalda. Uno de ellos le pregunta por Lily, una
cliente de la lavandería a quien al parecer los agentes investigadores intentan
involucrar en el asesinato. Yesenia niega conocerla. Entonces arrecian las
amenazas.
“Ahí viene el Apá. Al Apá le gusta mucho cortar orejas, cortar dedos,
cortar manos. Está afilando el cuchillo el Apá”, amenaza la misma persona,
según detalla la víctima en el mismo documento.
Después cubren su cabeza con una bolsa de plástico, la sujetan desde la
parte trasera para reducir la filtración de oxigeno a su cuerpo. Su cuerpo se
sofoca, intenta luchar para recuperar una bocanada más de aire vital que le
permita sobrevivir, pero no lo logra. Sus piernas se resquebrajan y se desmaya.
Antes de ocasionarle la asfixia, sus victimarios le quitan la bolsa, un poco de
oxígeno ingresa a su cuerpo y despierta a su terrible realidad. Entonces los
agentes policiacos repiten el martirio una, dos, tres, cuatro, cinco veces.
Ante la negativa de Yesenia por reconocer a Lily, los hombres traen a su
hermana María Ofelia para descubrirla. En represalia, por mentir, nuevamente
cubren su cabeza con la bolsa, la ajustan casi hasta asfixiarla. Mientras que
otra persona golpea su abdomen, acusa Yesenia a los médicos especialistas en
tortura y malos tratos, enviados por el CCTI.
“¿Sabes qué?, ya me emputaste. Voy hablar con el jefe para ver si ya de una
vez te cortamos la cabeza. No quieres decir nada, pinche vieja lacrosa”,
amenaza uno de sus agresores.
Las agresiones cesan solo por un momento. Después, regresa la persona y le
pide el dinero recibido del seguro de vida de su esposo fallecido. Ante el
rechazo, el hombre lanza un golpe con un objeto pesado hacia su ojo izquierdo.
Deciden trasladarla a otro lugar. Yesenia sube a una camioneta tipo
Suburban. Viajan durante un trayecto largo. Se detienen y la cambian a otro
vehículo. Al subir, una voz grave da la bienvenida: “Ya te entregaron los
ministeriales con nosotros hija de la chingada. Aquí ya es otra cosa”. Ella
piensa que son sicarios. Y retoman el camino.
Llegan a otro edificio. Baja del automóvil. Un hombre le quita las esposas,
le ordena desnudarse y se las colocan de nuevo.
Sobre el suelo hay una cobija tejida a cuadros, roja. Le indica que se
recueste, la enrollan. Un hombre se sienta sobre su cadera y alguien más le detiene
los pies. Entonces, otra vez, los golpes salvajes se reparten a diestra y
siniestra, en su pecho, abdomen y piernas. Uno de ellos le dice: “¡Qué tal,
hija de la chingada! ¿Por qué aparecen tantas viejas muertas encobijadas?”,
detalla el documento del CCTI.
Entonces, alguien más la toma del cabello hasta sentarla. “Vengo manejando
más de dos horas desde Badiraguato. Y mi Apá ya me dijo que te cortara la
cabeza y también la de tus plebes, así que ahorita vas hablar”.
Y las agresiones se intensifican. Untan un poco de polvo debajo de su
nariz. Y sorpresivamente echan agua abundante sobre su cara. Yesenia pierde la
conciencia. Para despertarla de su letargo, sus agresores empiezan a golpearla.
Su cuerpo reacciona y vomita agua y eructa. En tanto, sus victimarios preguntan
asuntos personales de su familia e insisten sobre Lily. Los hombres continúan
vertiendo agua sobre rostro hasta que ella pierde el conocimiento una, dos,
tres, o quizás cuatro veces.
Retoma de nuevo el relato la mujer y describe que después, uno de los
agresores desajusta un poco la venda para descubrir sus ojos irritados. Le
muestran varias fotografías y le preguntan a quién conoce. En una de ellas
identifica a su hermana Noelia, quien es agente de Tránsito en Guasave y
actualmente se encuentra prófuga de las autoridades policiacas acusada de
contratar a los sicarios que asesinaron a Alfredo Cuen Ojeda.
Entonces, un hombre la instruye: “Vas a decir, hija de la chingada, que tú
mandaste matar a tu esposo. Que tú pagaste 85 mil pesos, que te pusiste de
acuerdo con tu hermana Noelia, y que ella contrató a los asesinos; que tú le
diste el dinero en la Central (de Autobuses)”, asegura Yesenia durante su
relato.
Luego, le quitan la cobija. Y sin ser suficiente, sujetan sus pies y la
cuelgan de cabeza hacia el piso. Y de nuevo, los golpes brutales a su cuerpo.
Uno tras otro, sin cesar.
Entonces, Yesenia escucha el ruido que emite una motosierra o un taladro
eléctrico al encender, seguida de una voz amenazante: “Ya estuvo bueno. Vas a
hablar o seguimos con tus plebes y tu hermana”. Cede ante sus agresores y grita
que sí firma los documentos que quieran. Ella ignora que estamparía hasta
huella dactilar en la confesión acusatoria que la mantiene hoy encerrada en la
cárcel, dice.
Después de eso, la trasladan al Ministerio Público, alrededor de las 23:30
horas. Ahí comprende que sus agresores son agentes de la fiscalía estatal.
“Me levantaron un poco la venda, otra vez, para que yo pudiera ver lo que
yo firmaba. Y la mano de un hombre me agarró los dedos, y me pone una tinta, me
la aplastaba (sobre un documento), y la huella a un lado de la firma. Después
de eso, yo lloraba muchísimo. Alguien me puso un kleenex en la mano y escucho
que dice: ‘Soy fulano de tal y soy su defensor de oficio’”, expone.
“Después de eso, me dolía muchísimo la cabeza, me dolía todo el cuerpo. Ya
no sabía ni qué era lo que me dolía, era todo, todo, todo. Siento que lo que
más me dolía era mi alma”, expresa Yesenia mientras suelta el llanto, otra vez.
Voltea su mirada hacia la reja y se queda nuevamente en silencio por unos
segundos.
Al día siguiente, la joven mujer yace casi moribunda en una celda de la
Agencia del Ministerio Público. No ha probado alimento y los médicos que la
revisaron no le proporcionaron medicamento. Hasta ahí arriba un grupo de
elementos de la Policía Ministerial del Estado que le ordena ponerse de pie. Le
colocan un chaleco grueso, pesado, negro.
La trasladan a otra habitación donde hay un escudo de la fiscalía estatal
sobre la pared. Entonces comienzan las fotografías. Su imagen acompañará la
noticia de ocho columnas del día siguiente. Sin embargo, la autoridad obtiene
un elemento de arraigo por 30 días para detenerla, hasta el día posterior, el 12
de julio, relata.
Y aunque la víctima no identifica a quienes participaron en su detención
irregular, la CEDH sí lo logró y emitió una recomendación a la PGJE para
iniciar procedimientos administrativos contra los agentes de la Unidad Modelo
de Investigación Policial, al agente del Ministerio Público adscrito a la
Dirección de Averiguaciones Previas, a los peritos de la Dirección de
Investigación Criminalística y Servicios Periciales adscritos al Departamento
Médico de la Policía Ministerial que participaron aquel día, especifica la
recomendación 02/2013.
“Yo pensé que no iba a sobrevivir a todo eso, sin saber cómo estaban mis
hijos. Fue algo espantoso, lo peor que se puede vivir. Cuando yo llego a este
lugar (al Cecjude), que veo que hay árboles, que hay plantas, que hay luz, que
hay personas que a lo mejor su vocabulario no es el adecuado, pero también veo
que hay una iglesia, sentí que tenía la oportunidad de ver a mis hijos, que mis
hermanos vinieran a visitarme, como han estado llegando, somos muy unidos. Le
di gracias a Dios por darme esta oportunidad de disfrutar, aunque sea por
momentos, a mis hijos y a mis hermanos”, expresa Yesenia desde la cárcel, ahora
más tranquila.
“Se hacía de enemigos
fácilmente”
Yesenia asegura que la única prueba de la fiscalía para inculparla del
asesinato de Alfredo Cuen, es la declaración firmada por ella que obtuvo a base
de maltratos.
“Lo que sé es que no tienen nada, mas que la confesión, porque no tienen
por qué tener otra cosa”, dice.
Su relación matrimonial solo tenía “problemas normales”. Pero, por su
carácter agresivo, el ex director de Deportes de la UAS “se hacía de enemigos
fácilmente”, afirma su viuda, quien se desvincula del asesinato.
“No sé si fueron problemas de la campaña, algún enemigo personal que
tuviera. Yo lo ignoro”.
Y rememora: en 2011 su esposo sufrió un atentado cuando trasladaba a los
niños a su casa. Un automóvil lo siguió pero logró escapar de sus posibles
agresores.
En junio de 2012, durante el proceso electoral federal, sufrió dos
agresiones más. En el café Starbucks, el cristal de su camioneta fue quebrado
para sustraer un maletín con documentos de la campaña de su hermano Héctor
Melesio Cuen Ojeda, quien competía para ser senador por el Partido Nueva Alianza.
Días después, cuando su esposo se dirigía a Badiraguato, observó que el pivote
de su vehículo estaba “picoteado”. Por seguridad, entonces, el ex universitario
cambió el automóvil y tomó la camioneta Renault tinta, en la misma que fue
asesinado un mes después.
Los atentados no fueron denunciados, pues se consideraron represalias
electorales.
“Él me dijo que no me preocupara, que eso ya estaba arreglado, que ya
sabían quién había sido”, dice su viuda.
En tanto, menciona que su cuñado, Héctor Cuen Ojeda, no ha atendido los
tres llamados para ampliar su declaración ante el juez, ni su hermana Patricia,
quien también estuvo presente en el atentado.
“(Falta) la ampliación de declaración de Héctor Melesio, que ya es la
tercera vez que se le cita y no ha acudido”, expone.
Durante la entrevista, Yesenia niega conocer el paradero o tener noticias
de su hermana, Noelia, quien se encuentra prófuga de las autoridades estatales.
— ¿Hay algún otro elemento, aparte de su confesión, que tenga el Ministerio
(Público) en contra suya?
—Lo que sé es que no tienen nada, mas que la confesión, porque no tienen
por qué tener otra cosa.
“Lo único que le puedo decir es que a ninguna de esas personas, que están
ahí, conozco. A ninguna, al joven que agarraron junto conmigo, que lo
presentaron, yo lo conocí hasta el día 11 (de julio de 2012) a las nueve de la
mañana, cuando a mí me estaban tomando las huellas en la Ministerial”,
manifiesta.
(RIODOCE.COM.MX/ Gabriela
Soto/marzo 3, 2013)
Eso es cosa de todos los dias, las Comisiones de Derechos Humanos, estan de adorno, no previenen la Tortura, no dan informacion directa a los ciudadanos
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