El tiempo no se
puede medir por los tramos recorridos sino por los que restan por andar. Los
retos superados —arduos o fáciles— se van quedando en la alforja de los sueños
hechos realidad, pero los nuevos desafíos son, siempre, una provocación por ir
más allá en la pelea aún inconclusa de un nuevo periodismo para Sinaloa, como
lo planteamos en el origen.
En diez años, aquí
apenas nos hemos enseñado a resistir en un
Sinaloa condenado a sufrir los grandes males y esperar por los remedios
eficaces que nunca llegan. Una década, dos lustros, ciento veinte meses en que
la corrupción, la intolerancia, la ineptitud, el narcotráfico, el atraso y la
barbarie se han vuelto una rara amalgama que, lejos de desvanecer, parece
extasiar con su tufo negro a políticos y criminales.
El semanario Ríodoce
es, en todo caso, un testimonio de perseverancia. Al nacer, el régimen mafioso
en turno nos condenó a una vida breve, y aquí estamos. Hoy, un Gobierno que
embusteramente tomó como estandartes el cambio y la alternancia, ha decretado
sobre nosotros el aislamiento publicitario y eso, este acto de presencia lo
confirma, no va a extinguirnos.
A veces hay que
detenerse a engrasar los ejes de la carreta de la persistencia. Ofrecemos con
sencillez a nuestros tenaces lectores, colaboradores, accionistas, anunciantes
y reporteros, privilegiar el autoexamen en el ánimo de resanar en adelante las
fisuras que pudo dejar nuestro caminar a paso veloz en la senda del periodismo.
Un día barco de papel navegando en las encrespadas aguas de la incomprensión,
alguna vez papalote sacudido por los vientos de la intransigencia, hoy queremos
ser el alto obligado para empezar a trazar la década que viene.
Sabemos de la
exigencia hacia nosotros para que no bajemos la guardia. Conocemos la
encomienda para que hagamos de la investigación la piedra angular del
periodismo. Somos conscientes de los alcances y límites de nuestras
capacidades. Todos los días vemos cómo las convicciones no se llevan bien con
las tentaciones tiránicas por el elogio mentiroso a costa de lo que sea.
Una década ha sido
de enseñanza sin conceder, ni pretender, títulos de excelencia. Aquí, en
Ríodoce, cada jornada trae consigo la fascinación por las cosas redescubiertas.
En las letras estructuradas en nuestras páginas queremos decir “libertad”,
“independencia”, “legalidad”, “paz” y “progreso”. También somos voz del que no
la tiene y por ello a veces balbuceamos “justicia”, “piedad”, “transparencia”,
“vida”.
Festejamos diez
años. Por cada lector que nos deletrea haremos una fiesta; contra cada vocación
autoritaria levantaremos mil trincheras. No han sido en vano los tres mil 650
días desde aquel 3 de febrero de 2003. Ya no digamos más: que digan, por
nosotros, las 523 ediciones ininterrumpidas que hoy se cumplen.
Y que nadie nos
pregunte si estamos satisfechos. La respuesta es no. Porque una década no
basta.
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