Témoris Grecko/ Reportaje Especial
LEPO, SIRIA
(Proceso).- “¡Deja de matar, Bashar al Assad!”, exige Givara, una siria de 37
años que utiliza un fusil austriaco con mira telescópica para luchar contra el
régimen. “Si dices que somos tu gente, deja de matar a nuestro pueblo, de
destruir nuestro futuro. ¿Qué vamos a dejar aquí? Sólo muerte”.
Givara es una
combatiente del Ejército Sirio Libre, en guerra con el gobierno del presidente
sirio Al Assad. Maestra de inglés en tiempos de paz, hoy habla mientras
acaricia su arma. Es una francotiradora. Pertenece a la katiba Al Waed (unidad
militar La Promesa) del barrio de Salaheddine, uno de los que más han sufrido
la destrucción de los seis meses que lleva la batalla de Alepo.
El de esta histórica
ciudad es un frente que se ha estancado y en el que predominan dos tipos de
ataques: el de las bombas y el de los tiros de precisión a distancia.
El trabajo de Givara
es buscar posiciones de ventaja desde donde pueda hostigar al enemigo y, si es
posible, matarlo. O combatir a quienes hacen lo mismo que ella en el bando
rival.
Las matanzas del
régimen la convencieron de unirse a la insurgencia: “Veíamos por televisión
cómo mataban a sangre fría a la gente de (las ciudades de) Deraa, Homs, Idlib,
Deir ez-Zor. No podía decir nada en ese momento porque el ejército controlaba
Alepo, pero estaba muy triste. Bashar mataba a nuestros parientes, a nuestros
amigos, a nuestros niños. ¿Qué podíamos hacer? ¿Seguir mirando televisión?”.
La guerra vino a su
ciudad. Para combatir a los insurgentes en Alepo la fuerza aérea inició una
campaña de bombardeos en zonas civiles… que no ha terminado: “Ves gente
caminando, y dos minutos después los vuelves a ver y ya son sangre, pedazos de
carne”, comenta ella.
–¿Cómo aprendió a
disparar en contra de personas?
–No es difícil si
piensas “mi enemigo quiere matarme, me voy a defender”.
–Como mujer, ¿tiene
el respeto de los combatientes hombres?
–Todos los
combatientes respetan a los demás combatientes. Al principio me dijeron que era
muy difícil que una mujer peleara. Yo les respondí que no, que si ellos querían
defender su libertad yo quería defender la mía, que no estaba dispuesta a ver a
mis hijos convertidos en pedazos de carne. Así aceptaron mi presencia aquí y me
respetan.
–¿Qué opina de que
Jabhat al Nusra y otras organizaciones religiosas extremistas quieran prohibir
que las mujeres combatan?
–Les pregunto si
ellos pueden recuperar solos los derechos que nos ha quitado el régimen. Las
mujeres siempre han luchado como los hombres, luchan todos los días, luchan por
defender a su familia, para sacar adelante a sus hijos. Luchan como los
hombres. Entonces, ¿por qué no pueden luchar con las armas para defender a su
familia, a sus hijos y a su país?
–¿Ha matado a
alguien?
–Sí. A tres hombres.
Iban por ahí, riéndose y matándonos a sangre fría. No creen que seamos el mismo
pueblo, la misma nación. Nos matan y ríen.
–¿Cómo afecta la
guerra a las mujeres?
–Mucho. Aquí en
Alepo muchas mujeres trabajan por la revolución pero sólo hay dos o tres
combatientes como yo. Quiero preguntarte, ¿cómo se supone que se debe sentir
una mujer cuando ha perdido a su marido, a su hijo, a su hermano? Si los matan
a todos, ¿cómo puedo vivir como mujer? ¿Cómo puedo criar a mis hijos? ¿Me lo
puedes decir, querido? De manera que yo quiero morir con ellos.
–¿Qué opina su
marido de que pelee con las armas?
–Dice que no puede
detenerme porque soy muy terca –contesta y ríe.
“Está muy orgulloso
de mí. Él es el líder en este barrio”, añade.
–¿Y su familia?
–No lo aceptan,
dicen que es muy peligroso. Pero lo que yo les digo es: ¿Qué debemos hacer para
vivir después de toda esta destrucción? ¿Dónde queda nuestro futuro? Dos años y
Bashar al Assad no se ha convencido de que ésta es la forma equivocada de tratar
a su pueblo. Si tú eres un buen presidente, debes amar a tu pueblo, a tu país,
defenderlo de sus enemigos, no ser su enemigo.
–¿Usted es de Alepo?
–Soy palestina, de
Acre (en el norte del actual Israel). De ahí salió mi familia como refugiada en
1948. Vino a Siria y yo nací aquí. Sueño desde niña con ir a Palestina.
En ese momento de la
entrevista se escucha una fuerte explosión en la calle vecina.
Givara pregunta:
“¿Puedes oír las bombas? Bashar ha matado nuestros sueños”.
–¿Sabe usted que en
Egipto ahora muchas mujeres que lucharon por la revolución temen que el nuevo
gobierno islamista les quite sus derechos?
–La situación es muy
distinta aquí, en Siria, porque las mujeres tienen mucho miedo. Queremos
nuestros derechos porque somos musulmanas y nuestra religión dice que siempre
debes proteger a la mujer. Somos débiles. En tiempos de Bashar trabajábamos
mucho. No me sentía como mujer. Todo el tiempo sentía que era un hombre, que
tenía que trabajar para traerle dinero a mi familia.
–¿Tiene usted un mensaje
que enviarles a las mujeres en otros países del mundo?
–Quiero decirles a
las mujeres en Yemen, en Egipto y en Túnez que las respeto mucho. Me han
motivado para salir a la revolución y luchar. Ellas dijeron “no” antes que
nosotras. Sueño con vivir entre ellas. Quiero visitar Egipto para ver mujeres
que salen a la revolución y le dicen “es suficiente” a la dictadura.
–¿Qué les dice de la
guerra a sus hijos?
–Son dos, de ocho y
de 10 años. Quieren vivir, quieren jugar, quieren aprender en las escuelas.
Pero desde hace dos años no tenemos escuelas ni parques para que jueguen los
niños. Ellos sólo escuchan las bombas, las armas, ven a gente que muere en las
calles. Me preguntan: “¿Por qué están muriendo?”. No puedo decirles nada, sólo
me siento muy triste. Le dije a mi hijo: Éste es el precio de la libertad, amor
mío. Si quieres vivir como un hombre, tienes que defender la libertad.
(PROCESO/ Témoris Grecko/ Reportaje Especial/ 6 de
febrero de 2013)
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