Noé Zavaleta
XALAPA, Ver.
(apro).- El día en que mataron de seis balazos a su hija Irene Méndez, el
Diario de una madre mutilada comenzó a escribirse en una libreta negra de pasta
dura.
La obra
poético-literaria se fraguó de manera ininterrumpida durante 29 días. Las únicas
pausas y espacios para la escritura fueron las lágrimas y el desasosiego de los
recuerdos.
Mientras Irene
Méndez era velada por familiares y amigos, en un rincón Esther Hernández
Palacios, su madre, no cesaba de repetir: “¿Qué le hicieron a mi niña?”. En
momentos en que eso ocurría, Fouad Hakim, el esposo de Irene, aparecía sin vida
en un muladar, con el cuello cercenado. La autopsia reveló que lo dejaron
desangrarse.
El 8 de junio de
2010 se convirtió en un parteaguas para la sociedad de esta capital
veracruzana, que a lo lejos y de forma dispersa escuchaba de balaceras,
ejecutados, cercenados, “levantones” y enfrentamientos en el norte del estado
–que hace frontera con Tamaulipas–, en los Tuxtlas y en el sur, pero nunca
aquí. La noticia de la ejecución de la pareja sacudió a Xalapa.
Después la cosa se
puso peor. Al iniciar 2011 se contabilizaron 14 muertes en la colonia Casa
Blanca, al norte de la capital. También se desataron balaceras afuera del
centro comercial Plaza Cristal y en el estacionamiento de Wall Mart, y hombres
armados rafaguearon el Palacio de Justicia Federal.
El crimen organizado
le perdió el respeto a la “Atenas Veracruzana”.
En el resto del
estado circulaban noticias de embolsados en el sur, decapitados en el norte,
enfrentamientos y abatidos en el centro, extorsiones y secuestros desde Panuco
hasta Las Choapas.
Hace 30 meses, el
matrimonio Hakim Méndez fue arteramente asesinado. Irene y Fouad ya descansan
en un panteón de Bosques del Recuerdo, pero Esther Hernández Palacios, la
académica y ex directora del Instituto Veracruzano de Cultura en el sexenio de
Fidel Herrera Beltrán sigue clamando justicia, igual que lo hacen cientos de
miles de mexicanos en todo el país.
Diario de una madre
mutilada –Premio Bellas Artes de Testimonio, “Carlos Montemayor”– es un grito
de vida y resistencia en tiempos de guerra. Su autora, la madre de Irene, lo
escribió con dos únicos objetivos: “Para seguir viva y para que ella (Irene) no
se olvide”.
Esther Hernández
sólo encontró refugió y consuelo en ese libro, cuyas 104 páginas fueron sus
pilares para poder salir adelante.
Lo hizo, dice, “para
poder seguir viva, aunque no tenga resignación y no tenga silencio. Lo que me
pasó ha cambiado mi PH, pues antes tenía un sueño de piedra y ahora es frágil,
despierto al menor ruido. Antes se me dificultaba llorar y desde ese 8 de junio
lloro todas las noches”.
El viacrucis de dolor
En 28 meses los días
han pasado lentos, tortuosos y flagelantes para Esther Hernández, desde que su
suegra le dio el aviso: “hirieron a tu hija”. Luego vino el reconocimiento del
cadáver, la cremación y posterior entrega de cenizas de Irene, hasta el trance
final de recoger, de propia mano, los cuadernos fotográficos, ropa y perfumes
del departamento donde su hija comenzaba a construir su propia familia.
“Uno nunca piensa en
la muerte de una hija. Yo, cuando pienso en la mía, me imagino en mi cama,
rodeada de mis hijas y nietos, que rezan para ayudarme en el trance final. Así
murió mi madre, así rezamos juntas alrededor de su lecho, para ayudarla a
cruzar el umbral.
“Uno nunca piensa
que a su hija de 26 años, en tratamiento para embarazarse, la van a asesinar
una noche, haciéndole 6 agujeros en su cuerpo. Uno nunca se imagina
reconociendo su cadáver. Nunca esperando en el crematorio sus cenizas.
“Quiero llorar hasta
formar un lago en el que tu cuerpo ardiendo se apague. Yo no quería quemarte,
yo no quería que las llamas te extinguieran. Después de unas horas, tengo en
las manos una caja de madera. Esto queda de ti: polvo, cenizas. Son tu
juventud, tu inteligencia, tu fuerza y tu belleza. ¿También cenizas se volvió
tu amor? ¿Dónde estás realmente mi pequeña?”, reflexiona Esther Hernández en
unos fragmentos del libro, que Apro reproduce con permiso de la autora.
Esther Hernández
admite que en esos días aciagos no cejó en la tentación de revisar los
periódicos, las esquelas, las agencias de prensa, los noticieros de televisión.
Todos, sin excepción, aludían al cruento asesinato de una joven pareja, hija
ella de un empresario y una maestra en literatura.
Tantos espacios,
fotos y tinta regada, que la adolorida madre llegó a pensar: “Si pudieran vivir
un poco más, cada vez que mencionan sus nombres, cada vez que los escriben”.
En la prensa
también, Esther también encontró cosas desagradables: el lucro del dolor, con
sabor a raja política. En aquel entonces el PAN protestó por el asesinato de
Fouad Hakim, y hasta el entonces candidato a gobernador de ese partido, Miguel
Ángel Yunes Linares, organizó una marcha para exigir seguridad.
“Fouad, mi yerno, no
estaba afiliado ni a éste ni a ningún partido político, pero para los políticos
mexicanos no existen límites ni barreras de ninguna especie. Todo puede entrar
en su juego: incluso una cabeza cercenada puede servirles de balón”, dice.
Más desagradable aún
fue obligar a Esther Hernández a participar en las reuniones del gabinete de
seguridad del entonces gobernador, Fidel Herrera Beltrán, sentada entre
gendarmes, mandos navales, policías y burócratas en traje de alta costura. La
ex directora del IVEC escuchó a lo lejos –según narra en su libro– que el doble
asesinato perpetrado por el crimen organizado no quedaría impune.
Oración vacua que
contrastaría después con un regaño del propio Herrera Beltrán a todos los
artistas, empresarios, académicos e intelectuales que firmaron un desplegado
recriminando al gobierno de Veracruz la falta de seguridad en el estado, así
como la exigencia de justicia. El gobierno fidelista aplicaría la retórica
política de “estás conmigo o estás contra mí”.
Colectivo por la Paz, el refugió
Desde la muerte de
Irene Méndez, y pasado el tiempo de lamer heridas que no han sanado, Esther
Hernández encontró refugió en el Colectivo por la Paz, del poeta Javier
Sicilia. También se convirtió en seguidora de la causa del cura Alejandro
Solalinde y de toda aquella protesta, marcha o acción que sirva para gritar “no
más sangre” y “queremos paz”.
Hernández Palacios
participó en la última protesta del 2 de noviembre pasado en esta capital. El
pañuelo bordado, tendido en el primer cuadro de la ciudad, con el nombre de
Irene Méndez, quedó muy cerca del de la corresponsal de Proceso en Veracruz,
Regina Martínez.
La poeta justifica
así su presencia en el colectivo: “No podemos cruzarnos de brazos. No puedo
estar tranquila. No, mientras sigan matando en las calles”.
Añade:
“No he dejado de
llorar, pero por eso sigo viva. Seguimos en esta lucha por la justicia y por el
cese a la violencia, pero unidos, con el colectivo, con otras madres, solos no
valemos nada, tenemos que seguir alzando la voz, y cuando los de la fila de
adelante se cansen, vendrá la de atrás. Queremos, quiero un mundo mejor para
mis nietos”.
En una parte de su
libro y en la entrevista con este reportero, la ex directora del IVEC admite
que le molesta e incomoda cuando la palabra “asesinato” se quiere matizar en la
muerte de su hija.
“Irene no murió en
forma accidental. No hay por qué ocultarlo. Fue asesinada, porque nuestro país,
nuestro estado, nuestra región, están en guerra, y ella ha sido una víctima
más”.
El de Esther
Hernández es un libro terapéutico, intimista, visceral, caótico, abridor de
heridas, que a su vez sirvió para cocerlas.
“El mundo se podía
caer a mi alrededor, pero llegaba a mi casa y veía a mis tres hijas y había
felicidad y tranquilidad. Hoy ya no tengo nada de eso. Yo era una Esther
Hernández antes del 8 de junio y una Esther después de esa fecha. Mi vida
cambio 360 grados”.
Durante los 40 días
posteriores al asesinato de la joven pareja Hakim-Méndez, a la propia Esther
Hernández le asignaron unos “ángeles empistolados” con arma automática al
cinto, lista en todo momento para ser desenfundada y accionada por una mano
diestra. Son “ángeles” entrenados para repeler cualquier ataque del crimen
organizado.
“Mis ángeles
empistolados me dan información sobre los códigos que funcionan en esta guerra,
me enseñan a sobrevivir: ‘Después de 40 días, usted ya no peligrará’. Cuarenta
días me cuidé después de parirte, cuarenta días debo cuidarme después de tu
muerte” (…)
“Mi maestra, si oye
balas tírese debajo, por si acaso, le voy a enseñar a protegerse, porque
vivimos tiempos difíciles. Ellos (nunca los nombra en su libro, siempre dice
“ellos” cuando se refiere “a los otros”, al “enemigo”) no tienen corazón, pero
es peor aún que nos encuentren con miedo. Si oye balazos o se nos cierra un
vehículo, tírese al suelo del coche y no se levante por ningún motivo”.
En el Movimiento por
la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza Sicilia, dice, ha tenido la
oportunidad de conocer a madres, padres, esposos, esposas, familiares, pues, de
personas asesinadas o desaparecidas: “Hemos llorado juntas, nos hemos abrazado
y reconfortado, aunque ya nada es igual”.
“No hay varita
mágica para la inseguridad”, subraya.
Para Esther
Hernández Palacios, algún día la ola de inseguridad terminará. Su tesis es
ésta: “No hay mal que dure mil años, ni estado que lo resista”. Fueron muchos
años de corrupción, agrega, los que permitieron la formación y asentamiento de
cárteles de la droga en el país, en el estado, en la región, razón por la que
es tonto pensar que la inseguridad se va a terminar por arte de magia o por una
decisión emanada de una oficina gubernamental”.
La autora de Diario
de una madre mutilada asegura que piensa seguir en esta ciudad y en Veracruz, y
que no va a claudicar,, pues sería abandonar la lucha y el recuerdo de su hija,
asegura.
“Espero poder
reconstruir mi corazón con los fragmentos que le quedan. Nunca será el mismo,
lo sé, pero servirá si consigo que siga latiendo. Uno se las ingenia para
caminar con un solo pie o vestirse con una sola mano, para abrazar a dos hijas
y nietos con un solo brazo. Aunque dicen que nunca deja de doler un miembro
mutilado”, reseña en su libro.
Hoy el principal
soporte son sus nietos. Uno de ellos lee el título y le recrimina: “Qué feo
titulo, ¿por qué le pusiste así?”. Ella: “Porque así me siento”. El nieto
responde: “No te preocupes, mi hermana y yo te lo vamos a volver a coser”.
(PROCESO/ Noé Zavaleta/7 de febrero de 2013)
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