Andrés Manuel López Obrador
ha dicho en cada oportunidad que sale, que él no acepta los protocolos de
protección ni los esquemas de seguridad que el Estado le otorga y debe dar a
todos los candidatos presidenciales. “Hay mucha violencia, pero se está
padeciendo, desgraciadamente, por todos los mexicanos están padeciendo de
violencia, no sólo los candidatos”, dijo hace nos días. “No es un asunto de
protegernos sólo a nosotros, los candidatos, es un asunto de todos los
mexicanos, hay mucha inseguridad, mucha violencia”. El puritanismo de López
Obrador es una irresponsabilidad.
Conoce en carne propia el
grado y extensión de la violencia y las condiciones de inseguridad en el país.
López Obrador ha sido detenido en cuando menos nueve ocasiones en retenes en
las carreteras por sicarios de distintos cárteles de la droga. En una ocasión,
en el noreste del País, viajaba de un pueblo a otro para llegar a un mitin. Iba
en su camioneta con pocos acompañantes, que no incluyen a nadie de seguridad. A
la entrada de una comunidad fueron detenidos por los sicarios.
Según una persona que sabe de
este episodio, un sicario con su fusil de asalto se preguntó quiénes eran y a
dónde iban. López Obrador, que iba en la segunda fila de asientos, no dijo
nada. El conductor, sin revelar quién era su pasajero, le dijo que iban a un
acto político en el pueblo y le mostró, por exigencia del sicario, la
propaganda que llevaban en el compartimiento de equipaje. Cuando la vio se
comunicó por radio con sus jefes e informó qué hacer con ese vehículo que
llevaba propaganda política e iban a un mitin de López Obrador. La respuesta
fue que lo dejaran pasar. No vieron al vehículo o sus tripulantes como
enemigos, y levantaron el retén para que continuaran su marcha.
En otra ocasión, en otro
estado, se repitió la misma situación en un retén controlado por un grupo
criminal distinto con el que se habían topado previamente. Un sicario le dio la
vuelta al vehículo y se detuvo a ver quiénes iban en la camioneta. Cuando se
topó con el precandidato, se le quedó viendo y le preguntó, casi asintiendo, si
era López Obrador. Sin dubitación, le respondió que sí, y que se dirigían a un
evento político, porque, añadió, estaban haciendo campaña para “sacar de la
Presidencia a Peña Nieto”. El sicario pidió instrucciones por radio, informando
que en el vehículo viajaba López Obrador. La respuesta fue dejarlo pasar. Antes
de reiniciar el viaje, el sicario le dijo a López Obrador, recordaron las
personas que supieron del incidente, “también nosotros estamos luchando contra
Peña Nieto”.
En ninguno de los retenes ha
tenido problemas, y en sólo uno lo han reconocido. López Obrador ha corrido con
suerte, y en los momentos en los que ha pasado por esos tapones criminales
carreteros, no hay situaciones de violencia. También ha sido afortunado que los
mandos criminales que dieron instrucciones a los retenes, no tuvieran un
pensamiento político donde López Obrador pudiera ser un activo para otros
fines. ¿Qué pasaría si un jefe narco quisiera generar desestabilización y
privar de la libertad a López Obrador? ¿O si quisiera infligir daño mayor y
atentar físicamente contra él? Vistas las preguntas en pasado, son retóricas.
Vistas hacia delante obligan a la reflexión, sobre todo, por parte de López
Obrador.
Se entiende el argumento del
precandidato, quien durante toda su vida ha buscado ser austero, asumiendo al
mismo tiempo que él no debe tener los privilegios de los que no dispone el
resto de los mexicanos. Sin embargo, su racional está equivocada. No es el
tratamiento orwelliano de que todos somos iguales, pero hay unos más iguales
que otros, que expresa la desigualdad y la discriminación en las sociedades,
sino que debe aplicar la lógica aristotélica del justo medio, que no significa
el punto equidistante de los dos extremos.
López Obrador sí es igual a
todos los mexicanos, pero al mismo tiempo no es igual. No se trata de la
condición humana, sino de la condición política. El daño potencial que puede
enfrentar López Obrador no es equiparable al daño que pueda generarse con una
persona víctima de la violencia. No es un tema ético, donde una vida vale igual
que la otra, sino, hay que insistir una vez más, es un asunto político. ¿Se
puede imaginar uno qué sucedería si en uno de esos retenes o en cualquier mitin
o evento, López Obrador resulta herido o, en el caso más extremo, se revive la
pesadilla apocalíptica de 1994 con un atentado? Una vida es igual a otra vida,
pero el impacto masivo y magnificador sobre todos los mexicanos por un ataque a
López Obrador llevaría a la zozobra y, de no manejarse un evento extraordinario
con talento, a una crisis económica y política.
El principal precandidato a
la Presidencia debe desterrar su visión reduccionista sobre la seguridad
personal. No es para el ciudadano López Obrador, sino para el candidato presidencial.
Dicho de manera incluso profana, no importa tanto lo que significa su seguridad
personal, sino lo que importa para mantenerse la estabilidad en un país. La
humildad de López Obrador es auténtica, como también lo es la irresponsabilidad
de no querer asumir y admitir que someterse a los protocolos de protección y
seguridad no es sólo por él, sino por la estabilidad y paz de todos los
mexicanos.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 18/01/2018 | 04:02 AM)
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