Atropellados, baleados, golpeados,
picados, ahorcados, de todo tipo de muertes violentas ha visto Chuy Rivera, que
estudió hasta secundaria, pero que por accidente llegó a trabajar al depósito
de cadáveres de la ciudad
Fotos: Vanguardia/Luis Castrejón
No, de plano.
No lo haría ni de chiste.
Ni aunque me pagaran el
doble.
No.
Ta cabrón.
Pienso mientras contemplo a
Chuy despanzurrando a un muerto con el bisturí sobre la plancha de acero.
“No cualquiera le entra.
Dicen ‘sí le entro’, ‘a ver, éntrale, ten el bisturí, éntrale a uno en estado
de descomposición. Nomás con esos te quisiera ver’. No le entran”.
Dirá Chuy una mañana que
platicamos en la sala de espera, blancas paredes, sillas, un escritorio, un
cristo, del Servicio Médico Forense (Semefo) de Saltillo, por donde la gente
evita pasar y si pasa, voltea pa otro lado, no vaya a ser.
Chuy hunde el cuchillo y yo
estoy estupefacto, sobrecogido, de ver cómo el instrumento aquel resbala, se va
como en mantequilla, por el tórax hasta el abdomen del cadáver, dejando al
descubierto la carne.
Es el cuerpo de un cuate que
la víspera se cayó de un caballo. Parece que andaba bebido, me platica Chuy.
“Ha habido médicos que me han
dicho ‘oyes, Chuy, ¿tú qué estudiaste?’, ‘no, nomás la pura secundaria’, ‘pero
mira los cortes que haces. Si tú fueras cirujano, hicieras estas cosas allá’”.
Dice Chuy, el orgullo
brotándole a raudales.
Jesús Rivera Moreno tiene 49
años, es grandote, fornido, atezado, bigotón, pancita, cabello quebrado,
manazas.
Un hombretón que, de no ser
por su carácter cordial y sereno, bien podrá encajar en el prototipo del
clásico carnicero.
“Aaaah, ¿Chuyote?, ¿el
carnicero?”, soltó un ministerio público la tarde que fui a buscar a Chuy a las
oficinas de la morgue y todos los que estaban alrededor festejaron la broma.
Aunque hay en el Semefo otros
que han dicho de Chuy “es un artista del bisturí”.
No me cabe en la cabeza, no
puedo entender, después de ver a Chuy tronar el cráneo a un difunto para sacar
el cerebro, que me diga que le gusta su trabajo.
“Me gusta. No me veo en otra
cosa”.
Hace nueve años que Chuy
llegó, por accidente, a chambear en el depósito de cadáveres de la ciudad.
Entonces le habían ofrecido
la plaza de intendente.
Al mes Chuy ya era prosector,
algo así como ayudante del médico forense en las necropsias.
O sea, el que te abrirá
cuando te mueras de muerte violenta, pa que el doctor revise tus órganos y diga
las causas de tu fallecimiento.
“Veía y me decían los médicos
‘acércate, acércate, aquí no cobramos por ver ¿Te quieres enseñar?’, ‘sí’,
‘acércate’, y yo me acerqué”.
Antes Chuy, que apenas y
terminó la secundaria, era un camionero que transportaba los
residuos peligrosos de las
fábricas; luego el operador de las pipas que succionan la mierda de las
letrinas y los baños portátiles que hay en las obras de construcción.
Así es que si alguien le
pregunta que si no le da asco eso de trabajar en el tanatorio, dirá que ya está
curtido.
“Ocho años en los baños está
grave. Los residuos peligrosos, también está algo grave. Yo creo que mi cuerpo
ya venía curtido de allá”.
Dice Chuy, sentado detrás del
escritorio que hay en la antesala del anfiteatro, sobre el que descansa el
espeso libro de pastas gruesas donde se llevan las cuentas de los muertos que
día con día, a veces muchos, a veces pocos, a veces ninguno, entran al Semefo.
¿Quién puede saber adónde va
a parar, hasta donde va a llegar o qué es lo que le depara el destino en la
vida? Nadie, así es que decido ahorrarme la pregunta, por obvia, pero Chuy, que
es un hombre suspicaz, me adivina el pensamiento.
“Nunca llegué a pensar que yo
estuviera abriendo cuerpos. Nunca me imaginé ver esto, hacer esto. Yo no me
imaginaba que iba a venir a dar a este lugar”.
En el cuaderno de registro de
la morgue dice que al año se practican en promedio unas 400 necropsias a
cuerpos provenientes de la región Sureste del estado (Saltillo, Ramos Arizpe,
Arteaga y General Cepeda).
De
esas 400, a Chuy le toca realizar unas 200, y el resto a su compa Pancho
Tobías, el otro prosector.
Nunca
llegué a pensar que yo estuviera abriendo cuerpos. Nunca me imaginé ver esto,
hacer esto. Yo no me imaginaba que iba a venir a dar a este lugar”.
JESÚS
RIVERA MORENO, MÉDICO FORENSE.
En la morgue hay dos
prosectores.
Lo cual significa que si Chuy
tiene nueve años trabajando en el Semefo, ha hecho hasta hoy unas mil 800
necropsias, números más, números menos.
Le pregunto a Chuy que si
todavía recuerda su primer muerto, arquea las cejas, se lleva la mano al mentón
y pone cara como de estar haciendo memoria.
Dice que no.
Han sido tantos.
“¿Miedo?, nunca me ha dado
miedo esto. No he tenido miedo. He andado trabajando en las madrugadas, solo,
que te dejan solo, que acaban todos y se van y yo me tengo que quedar a hacer
mis cosas. Que tengo que suturarlos, coserlos, dejarlos preparados para cuando
los vengan a identificar”.
Nomás de imaginarme solo en
la morgue con un muerto, a altas horas de la noche, me da la garrotera.
La hora de entrada de Chuy al
trabajo es a las 8:00 en punto de la mañana, la salida nunca se sabe y siempre
que se halle en casa, descansando, Chuy debe estar al pendiente del celular por
si llaman.
“No duermes por estar al
pendiente del teléfono. Otra es de que no podemos viajar, estamos las 24 horas,
los 365 días del año”, dice.
Mañana calurosa en la sala de
necropsias del Semefo.
Estoy mirando a Chuy vestido
con una bata color azul hospital, mascarilla antigases, lentes protectores y
unos guantes blancos de látex.
Parece tan distinto al Chuy
menos aparatoso que he visto otras veces acá afuera, con sus playeras sport,
sus blue jeans y sus zapatos de trabajo.
Chuy está cortando, en forma
de diadema con el bisturí, el cuero cabelludo de un muchacho que fue arrollado
por un cumbiero en calles de la colonia Valle de las Flores Infonavit la noche
de Halloween.
Observo las manazas de Chuy
despegando y jalando, arremangando por la frente el cuero cabelludo hasta que
el casco del difunto aparece a plenitud, brillante y liso, con algunas motas de
sangre.
En la sala, un grupo de
gente, el forense de turno, Baldomero Guerrero Hernández, “doctor Baldo” como
le dicen acá; una perito fotógrafa; Mary, una estudiante de criminología de 22
años, chaparrita, menudita, a la que parece no asustarle nada; y dos agentes de
la policía atestiguan la necro.
De vez en vez escucho rumores
de voces y de risas.
De buen humor Chuy prefiere
tomarse con gusto su trabajo y cuando alguien le pregunta dónde trabaja, él
responde que en las carnes frías.
Médico forense:
Un trabajo para las 24 horas
y los 365 días del año
El doctor Baldo me está
diciendo que Chuy, como los demás empleados del tanatorio, nació para esto.
“Es que les digo que naces
para esto… No sabes hasta que llegas aquí. Es como tú, que a lo mejor ibas a
tocar guitarra”.
No es lo mismo, pienso,
rasguear las cuerdas de una lira, que rajar en media luna con una sierra
stryker el cráneo de un cadáver para extraerle la sesera, tal y como lo está
haciendo Chuy en este momento.
El sonido de la sierra, que
es como el de un avispero, pero amplificado, llena el anfiteatro.
De pronto la atmósfera se ha
llenado de un polvo tenue y un olor como a quemado.
Es el hueso, me explica el
doctor Baldo.
“Que suelta un polvito le
pones ahí”, dice riendo el médico.
Chuy le truena el cráneo al
finado con un instrumento en forma de “NUEVE AÑOS EN LA MORGUE: EL HOMBRE QUE HA ABIERTO MÁS DE MIL 800 CADÁVERES
T”, saca la masa encefálica, una como
pelota de carne sanguinolenta, y la pone encima de la plancha, junto a la
cabeza que ha quedado como un puro huacal.
“Cuando abrimos el cráneo con
la sierra todavía queda un poquito pegado, entonces ya nomás le metes la ‘T’ y
truenas”, me explica Chuy como si nada,
como si se tratara de tronar nueces o cacahuates.
Tiene fractura de cráneo,
coágulos. La hemorragia fue la que le quitó la vida, dictamina el doctor Baldo.
No puedo más, me siento
mareado, tengo ganas de vomitar, de salir corriendo, nomás de ver a Chuy
abriendo el cadáver en canal con el bisturí.
El acero inoxidable de la
plancha, escurriendo bermellón.
“Trae cuatro costillas
fracturadas, donde la pasó la llanta. Una costilla le perforó un pulmón.
Sangró por dentro. Tiene una
lesión en el hígado”, oigo decir al forense.
Horas después, Chuy me
platica cómo es trabajar con un cuerpo
en estado de putrefacción.
“A veces vienen engusanados,
pero es más el olor, no tanto los gusanos. Se revisa el cráneo, el cuello.
Cuando le da al estómago (con el bisturí), como está hinchado, nada más fffsss,
haz de cuenta que avienta un aire. Por eso te pones mascarilla, lentes. Yo
siempre me he puesto mis mascarillas de gases y no huelo absolutamente nada,
ando trabajando muy tranquilo. Pero como te digo, este trabajo no cualquier lo
hace”.
Estoy de acuerdo. Esto no es
para mí, no es lo mío, pienso.
Chuy prefiere tomárselo con
humor y cuando alguien le pregunta que dónde trabaja, responde que en las
carnes frías.
Una necropsia dura en
promedio una hora, salvo cuando a la morgue llega un baleado y Chuy tiene que
desviscerar el cuerpo y buscar órgano por órgano, hueso, por hueso, el
proyectil.
Entonces la necro se alarga entre cuatro
y ocho horas.
ARTISTA DEL BISTURÍ
Cordialidad
En el Semefo le dicen a Chuy
en broma que es un "carnicero" aunque tiene un carácter cordial
y sereno.
Aprendizaje
Policías y compañeros de
trabajo le preguntan cómo sabe tanto del cuerpo humano si no estudió medicina.
Destino
El doctor Baldo comenta que
Chuy, como los
demás empleados del
tanatorio, nació para esto; lo sabes cuando llegas.
Atardece en la sala de espera
de la morgue.
Le pregunto a Chuy que cuáles
son los muertos que más le han impresionado.
Me cuenta del cadáver de una
señora, cuarenta y pico de años, a la que le arrancaron el rostro, la metieron
en una bolsa de esas de basura, junto con los pedazos de piel de la cara, y la
tiraron.
“Nunca había visto algo así.
El otro compañero, Francisco Tobías, y yo
empezamos a poner los pedazos de piel sobre el rostro y los empezamos a
pegar. La señora fue reconocida y dieron con el responsable”, dice Chuy
satisfecho.
Pero también, dice Chuy,
están los que llegan a la morgue hechos pedazos, cuando son arrollados en la
carretera por vehículos a alta velocidad.
“Ya nomás tratamos de checar
si es un hombre o una mujer, porque vienen muy maltratados ¿Aquí cómo vas a
decir cuál fue la causa, si viene hecho picadillo?”
¿Los sueñas?, interrogo a
Chuy, “gracias a Dios nunca me he grabado nada. Nunca me he grabado caras de
las personas. He valorado este trabajo porque de aquí come mi familia”.
Me gustaría saber qué opina
la familia de Jesús sobre su trabajo, que no es como hacer una entrevista y
escribir la nota: “uno trata de no involucrar a la familia, porque es muy pesado”,
contesta.
Chuy no sabía que un arma de
fuego de alto poder hiciera tanto daño, hasta que a la morgue de Saltillo
empezaron a caer los primeros muertos de la guerra contra el narcotráfico.
Era abril de 2010.
“Les pega el balazo y les
revienta porque les revienta. Nunca lo había visto. Donde pega el impacto te
deshace. Que les pegan en la cabeza, les volaban medio cráneo. Despedazan a la
gente. Les pegaba la bala y les volaba medio brazo, piernas, todo, donde
pegara”.
Chuy abre el cajón del escritorio,
saca el denso cuaderno con el inventario de occisos que han ingresado al
depósito de cadáveres y lee:
395, en 2009; 417, en 2010;
496, en 2011; 489, en 2012; 396, en 2015; 332, el año pasado; 360, en lo que va
de 2017.
“Se disparó en 2010, lo más pesado
fue en el 2010. Ya ves que hubo muchos colgados, ejecutados. Ya no sentíamos lo
duro, sino lo tupido. Nos caían dos veces, tres veces por semana. Lo más que
nos llegaron a caer fueron nueve, en un día, la mayoría jóvenes. En el cuarto
frío llegamos a tener hasta 50 personas no reconocidas. Era cuando la
delincuencia organizada”, recuerda Chuy.
Gracias a Dios nunca me he grabado nada.
Nunca me he grabado caras de las personas. He valorado este trabajo porque de
aquí come mi familia”.
JESÚS RIVERA MORENO, MÉDICO FORENSE.
Hace como seis meses que en
la morgue pasó algo que jamás había pasado, al menos en el tiempo que Chuy
lleva trabajando aquí.
Resulta que en un fin de
semana entraron 20 cadáveres: atropellados, picados, ahorcados.
De todo.
Chuy tenía la guardia.
“Ya no hallábamos la puerta.
Sacábamos uno y entraban varios, dije ‘pérenme’”.
Hay una pregunta que desde
hace rato me anda rondando en la punta de la lengua, y es si durante las
madrugadas que Chuy se ha quedado a trabajar en la morgue, lo han espantado:
“Se oyen ruidos. Un toquido en el cuarto frío, pero lo agarramos de broma: ‘no,
es que ya se quieren salir, ya se quieren ir, pero ya los vamos a echar pa
fuera, les digo a los difuntos, ya los
vamos a mandar a la fosa común’.
Nada más es un toquido, así
–dice Chuy y toca el escritorio con los nudillos–. No sabemos si es porque
truena el hule espuma o la lámina del cuarto frío. Lo agarramos a juego. No le
ponemos mucha atención”.
Qué miedo.
Yo me cagaba, compa, pienso.
El doctor Baldomero me cuenta
pitorreándose que años atrás mandaban a la morgue policías municipales con su
patrulla para que cuidaran.
“Los oficiales se quedaban en
la patrulla, no se querían quedar aquí adentro, fíjate, eran municipales,
armados y todo”.
Un mediodía entro con Chuy y
el doctor Baldo en la sala de necropsias.
Van a revisar, me han dicho,
a un bebé de un mes de nacido que hace unas horas murió por broncoaspiración.
Sus familiares lo habían
llevado a la Cruz Roja, donde confirmaron su muerte y lo trasladaron acá.
En una de las planchas veo un
bulto pequeño envuelto en una cobija de felpa multicolor.
El forense desenvuelve el
bulto y descubre el cuerpo de un crío que parece dormir.
¿Miedo?, nunca me ha dado miedo esto. No
he tenido miedo. He andado trabajando en las madrugadas, solo”.
JESÚS RIVERA MORENO, MÉDICO FORENSE.
“Mira”, dice conmovido uno de
esos empleados de funeraria que suelen colarse en la morgue como Juan por su
casa.
El médico dice que no habrá
necro, certificarán muerte natural para que de una vez la familia se lleve al
nene, lo vele y le dé cristiana sepultura.
Más tarde Chuy me cuenta que
es abuelo de dos párvulos: una niña de seis años y un varoncito de cinco meses.
Le pregunto ¿qué siente
cuando llega un bebé al Semefo?, responde que le duele.
“De que te aflojas, te
aflojas, porque son criaturas que están empezando a vivir, que apenas están
saliendo del cascarón”.
Chuy me platica de la vez que
llevaron al tanatorio el cuerpo de una niña de dos años, a la que su padrastro
mató a puñetazos mientras la madre trabajaba.
“Tenía el cuerpecito todo
golpeado y fractura de cráneo. El muchacho la había azotado contra la pared.
Dijimos ‘estos golpes, estos moretones, ¿son mordidas? A ver’. Eran los
nudillos de las manos del padrastro”.
¿Qué harías si tuvieras en
frente a ese malparido, hijioeputa? Lo madreabas, ¿no?, le pregunto a Chuy.
“No, no le haría nada. Estás consciente de que vas a ver aquí muchas cosas y te
tienes que saber controlar, para eso están las leyes. Allá están las personas
que lo van a juzgar. Ya en su conciencia llevará el daño irreparable que hizo a
esa familia”.
Una tarde más me veo en la
morgue con Chuy, la doctora María del Consuelo Mares, la forense en turno, el
perito fotógrafo y dos oficiales de la policía.
Chuy está echando un vistazo
a los órganos de un cadáver que yace en la plancha rajado por la barriga.
“No, ta cabrón”, dice un
policía gordo y altote, un hombre hecho y derecho, cuando le pregunto que si se
atrevería a hacer lo que hace Chuy.
Veo a Chuy separar con las
manos enguantadas el corazón, el hígado, la vesícula, los riñones, los
intestinos, el colón.
Siento que me voy a desmayar.
Lo dicho: no sirvo para esto.
“Era fumador”, dice Chuy y
nos muestra los pulmones renegridos, forrados como de hollín, del muerto, un
sexagenario diabético que pereció tras un derrame cerebral y un infarto.
“¿Un cigarrito, carnal?”,
bromea la doctora Mares y todos reímos.
Me provoca ñáñaras contemplar
a Chuy rebanando sobre la plancha el cerebro del sexagenario, y no sé por qué
me imagino a una señora, un ama de casa tal vez rebanando un pedazo de pulpa
para el asado.
“Este es el cerebro, este es
el cerebelo y acá se aprecia el coágulo que tapó la cerebral media. Fue lo que
lo que lo llevó al derrame. Se tronó”, oigo decir a la doctora Mares.
Saliendo de la sala de
necropsias le pido a Chuy que me explique cómo carajos es que sabe tanto del
cuerpo humano sin haber estudiado medicina.
“Los doctores me prestan
libros y me dicen ‘mira, vas a encontrar los órganos así por esto y por
esto’. Lo abres, ves y ya sabes lo que,
más o menos, trae la persona”.
Salgo de la morgue a respirar
un poco de aire fresco y miro a los familiares de un occiso que trajeron en la
mañana, tomando vino en el estacionamiento del Semefo.
Chuy dice que es común que
los deudos se pongan a beber afuera de la morgue o lleguen “medio alegres” a
reclamar a sus muertos.
¿Has llorado?, le pregunto a
Chuy. “Te da sentimiento, porque somos humanos. Te doblas y se te quieren salir
las lágrimas. Mejor ai dejo a la gente y me salgo tantito de donde están para
poderme tranquilizar”.
En la sala de espera del
Servicio Médico Forense, Chuy me platica que los que se suicidan ahorcándose se
orinan, eyaculan y a veces defecan.
Quedan, casi siempre, con la
mandíbula trabada y la lengua de fuera.
Yo le comento a Chuy que ¡ah,
cómo ha habido suicidios en la ciudad este año! 66, hasta la mañana del 9 de
noviembre.
Luego me fumo completito el
sermón que Chuy les echa a sus hijos, una muchacha de 22 años y un chaval de
18, cada vez que habla con ellos del tema.
“Creen que esa es la
solución, que aquí acaba el problema, no. Aquí está empezando el problema,
primero, psicológicamente, para la la persona que te va a encontrar y de ahí el
dolor que le estás dejando a la familia ¿Dejaste para que te sepultaran?, ¿cómo
van ellos a aceptar lo que hiciste?, ¿cuánto tiempo se van a llevar para
aceptarlo?”.
A la 1:00 de la tarde de un
martes, asisto a la necropsia de un veinteañero al que sus familiares
encontraron colgado de una viga en el patio trasero de su casa.
¿Y USTED TAMBIÉN LO HARÍA? NO ES PARA CUALQUIERA
* En el cuaderno de registro de la morgue dice que al
año se practican en promedio unas 400 necropsias a cuerpos provenientes de la
región Sureste de Coahuila.
* De esas 400, a Chuy le toca realizar unas 200
necropsias, y el resto a su compa Pancho Tobías, el otro prosector.
* Si Chuy tiene nueve años trabajando en el Semefo, ha
hecho hasta hoy unas mil 800 necropsias.
SIEMPRE HAY QUE ESTAR LISTOS
La hora de entrada de Chuy al
trabajo es a las 8:00 en punto de la mañana.
La salida nunca se sabe y
siempre que se halle en casa, descansando, Chuy debe estar al pendiente del
celular por si llaman.
DATOS
MUERTOS POR AÑO
* El número de fallecidos que
han llegado a la morgue es:
* 395, en 2009; 417, en 2010; 496, en 2011; 489, en
2012; 396, en 2015; 332, el año pasado; 360, en lo que va de 2017.
* Hace seis meses pasó algo
que Chuy no había visto antes: en un fin de semana entraron 20 cadáveres:
atropellados, picados, ahorcados.
* Prosector: persona con la
tarea especial de la preparación de una disección. En la morgue de la ciudad
hay dos.
En la sala de necropsias hay
un grupo de muchachas empleadas de la dirección de Atención a Víctimas que
vienen por primera vez a la morgue.
Apenas ven que Chuy comienza
a abrir el cadáver por el cráneo, se echan para atrás rumbo a la salida.
Entonces recuerdo lo que me
contó el doctor Baldo sobre un médico que se desmayó en plena necropsia y jamás
volvió a pisar el Semefo.
Mi última tarde en la sala de
necropsias del Semefo, Chuy está desviscerando el cuerpo de una joven madre a
la que el chofer de un camión de trasporte público le reventó la cabeza tras
pasarle las llantas por encima, cuando se voló el rojo del semáforo en una
arteria de centro.
La imagen de la muchacha con
el cráneo hecho papilla sobre la plancha es escalofriante.
El doctor Baldo me está
contando de un médico que antes de
empezar la necropsia se santiguaba y rezaba una oración.
De pronto en la sala se
suelta un olor como de gas.
Baldomero Guerrero, quien
está cargo la necro, dice que es por el excremento acumulado en los intestinos
de la muerta, combinado con el hedor de la carne fresca y la fetidez de la
sangre.
Quiero guacarear…
Y eso, dirá Baldo, que las
necropsias de estos últimos días han sido tranquilas, a diferencia de cuando
caen difuntos en estado de descomposición; o hechos picadillo por vehículos a
alta velocidad en la carretera.
“Hay unas horribles”, comenta
el doctor Baldo.
“Muchos por eso no le
meterían la mano a un muerto”, secunda Chuy.
Yo, ni aunque me doblen el
sueldo, pienso.
"Es que les digo que naces para esto…
No sabes hasta que llegas aquí”.
Baldomero Guerrero, médico forense.
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