La comunidad se une en una voz, entre
nostálgica e indignada, reclamando por el asesinato de las hermanas que
hicieron de esta colonia marginal, el mejor ejemplo de que para trascender a la
muerte la mejor manera es obrar bien
Por: JESÚS PEÑA
Foto: MARCO MEDINA
Edición: MOISÉS RODRÍGUEZ
Diseño: ÉDGAR DE LA GARZA
¿Qué irá a ser de doña Mague
y de su hijo Memito, ahora que Rosy y Cande, las comadres de Mague, ya no
estarán más, ahora que Rosy y Cande se murieron, que las mataron?
Me pregunto mientras
contemplo a Mague y a su hijo en el solar de tierra con cuarto de block,
ventanita y techo de lámina que, según Mague; Rosy, su comadre, le mandó
construir hace no mucho.
Mague está sentada en una
silla flaca a la entrada de su casa, árboles de fondo, la cara compungida, la
cabeza gacha y dice que está triste, muy triste hijo, porque ya se le acabaron
sus comadres.
El día del entierro de Rosy y
de Cande, Mague tenía tanto coraje y tanto dolor, que pegó un manazo, seguido
por un grito estridente, en el féretro de
Rosy…
Todavía le duele el brazo.
Me cuenta Mague, sobándose el
brazo moreno, hinchado por el golpe y del que de vez en vez le escurre un hilo
de sangre.
El pueblo todo se había
volcado, desbocado en la iglesia y el cementerio de Santa Rosa, para despedir a
las comadres de Mague.
Todo el pueblo estaba ahí.
Había mucha gente.
La gente vio a Mague y a
Memito, su hijo, hasta adelante del cortejo, llorando.
¿Le lloró mucho?
Chingo estoy llorando oiga.
Pobre comale… Se siente bien gacho oiga. Me pongo a llorar, qué más hago, nomás
llorarles.
Me figuro a Mague en ese
momento, como al resto del pueblo de Múzquiz, preguntándose ¿por qué es que se
muere la gente buena?, ¿y por qué Rosy, que era buena, tenía que morirse así,
de esa manera?
Mague tiene más de cincuenta
años, pero habla como una niña de tres: mocho, entrecortado, con una voz aguda
que a veces no entiendo, pero trato.
Sus vecinas me cuentan que
ella y Memito tienen problemas de lenguaje y discapacidad intelectual, creen
que por un asunto de herencia, pero Mague y Memito comprenden, entienden todo,
saben muy bien lo que ocurrió: que Rosy y Cande están muertas, que ya no
vendrán, que no las verán más.
La última vez que Mague la
vio, Rosy estaba tirada en el suelo de su casa de la calle Socorrito, en el
Barrio La Piedra, golpeada, ensangrentada, picada por los costados.
Dice Mague que ella la vio,
que la policía la dejó meter, entrar a verla.
No sé si sea un delirio de
Mague.
Rosy y Cande vivían en un
hogar modesto, sus lujos eran los lazos de afecto que iban entretejiendo. Esa
casa quedó manchada.
Mague se quedó impactada,
petrificada, en shock, ante la escena, lo sé porque cuando me lo cuenta pela
los ojos y sus labios carnosos se le ponen como un papel.
Mientras charlamos Mague hace
como que quiere llorar, como que gime, como que solloza, como que ya mero
llora, como que ya va a llorar, pero no, no puede.
Se ve que ha llorado
bastante, que ha quedado exhausta de llorar.
“Le digo ‘yo le quiero mucho
comale, chingos le quiero’”, dice Mague.
Son las 3:00 de la tarde de
un viernes nublado en la colonia 28 de Noviembre, la 28, como le dice la gente
de Múzquiz, y el cielo quiere llorar, como Mague, pero el llanto no le sale.
Hace días que está así, me
dirá después una lugareña, y el pronóstico de lluvia nomás no se cumple.
Sé lo que es eso, lo que se
siente que se le atore a uno el llanto y no pueda llorar.
Mague es gruesa, morocha, ni
alta ni chaparra, el rostro burdo, tiene el cabello corto, desaliñado,
ceniciento, aplacado con unas gafas oscuras, toscas, que hacen las veces de
diadema.
Mague está vestida con una
blusa azul celeste, cuellito y mangas blancas, con rayitas azules, falda azul
celeste, floreada, y unos guaraches negros, gastados, empolvados y dice que
quiere mucho a su comadre Rosy.
De cuando en cuando en la 28
canta un gallo, ladra un perro, se oye un coche pasando, los niños correteando
en la calle.
En la 28, que antes se
llamaba Los Jacalitos, cuando la gente hacía sus casitas con cobijas, con
costales o con lo que hallara, “eran jacalitos, todos puros jacalitos”. Me
contará Concepción Esquivel, Concha, vecina y prima política de Mague,
Después Los Jacalitos cambió
de nombre y se llamó 28 de Noviembre y que la 28 y que la 28, y la colonia se
hizo más grande y más grande y más grande, sus casas de material, sus calles de
asfalto, pero la gente igual de pobre.
Imagino que en la 28 la
pobreza ha de ser algo así como… un huésped indeseable, incómodo, alguien que
vive de arrimado, de parásito en las casas, con las familias.
A Rosy y Cande les gustaba
visitar a los pobres de la 28.
Muchas veces la gente de la
colonia las vio llegar en su carrito a casa de Mague, su comadre, cargadas con
despensa, una cobija, un regalito, para Mague y sus cinco hijos.
Luego del sepelio de las
hermanas que murieron asesinadas, el aroma a flores predominaba en el ambiente.
Y siempre fue así, nunca los
dejaron, que los abandonaran, no.
Me dice otra residente de la
28, Mague lo confirma: “bien gente mi comale, me traía de comer”.
Entonces recuerdo lo que me
dijo Rafael Castillo Guillén, párroco de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro,
mejor conocida en Múzquiz como la parroquia del Socorrito, otra tarde que
conversamos a la puerta de la iglesia.
“El papa Francisco dice que a
veces hay tantos santos en nuestras casas, en nuestras colonias, que no están
en los altares. Rosa y Cande fueron dos mujeres muy santas que estaban siempre
dispuestas, amando a Dios en el hermano, en el más pobre, en el más necesitado.
¿Cómo es posible que a dos personas tan buenas les haya pasado esto?”.
Por eso es que el pueblo de
Múzquiz, con sus 69 mil 102 habitantes, se estremeció cuando supo la noticia de
que a Rosy, (70 años), a su hermana Cande, (80 años), y a una señora María
Elena, (69 años), amiga de ellas, las habían matado.
En Múzquiz, un pueblo
tranquilo, mucha agua, verde por todas partes y donde parece que los relojes
andan más lento que en el resto del mundo, nunca había pasado algo como eso,
nunca.
Era insólito.
A Mague le avisó Concha, su
vecina.
Es que Concha estaba en su
casa, vive al ladito de Mague, y en el feis salió.
Concha se fue disparada donde
Mague:
Que cómo se llamaban sus
comadres, que si se llamaban Rosa y Candelaria.
Y Mague que sí, que así se
llamaban.
Entonces que ellas eran
“Mague. Acaban de decir que las encontraron muertas”, le dijo Concha.
A Mague le entró un ataque de
nervios, quería salir corriendo. Estaba muy nerviosa, quería correr.
Me cuenta Concha en la puerta
del solar de la casa de Mague.
Un día antes Mague y Memito,
habían ido a comer a casa de Rosy y Cande, comieron sopa y un pollito.
La historia que me cuenta la
gente de Múzquiz sobre cómo Mague y Rosy se conocieron, es algo deshilvanada,
revuelta, dispersa, inconexa, enredada.
Pero la versión que más
escucho es la de que Mague tenía a sus chicos chicos, pero como no podía
atenderlos bien, por su discapacidad mental, vino el DIF, se los recogió y los
llevo a la Casa Hogar del pueblo.
Rosy, que era benefactora del
albergue, los sacó, con un permiso especial de la municipalidad, y los llevó a
vivir a su casa, con ella y su hermana Cande.
Luis, Memito y Juanita, los
niños de Mague, se fueron a vivir a casa de las hermanas Rosy y Cande Obregón
Castillo.
Estaban chiquitos, muy
desnutriditos, dice Concha.
Rosy y Cande eran solteras y
no tenían hijos.
Mague siempre fue muy
agradecida con las hermanas, dice que a sus hijos siempre los apoyaron, como a
Memito, quien presume las botas que le regalaron.
“Los criaron, ellas los
adaptaron, les dieron estudio”, me dirá todo al que le pregunte en Múzquiz, y
que vaya a la 28, oiga, con Mague, la señora a la que Rosy ayudó mucho.
Y por eso estoy acá, con
Mague, en su casa.
“Me decía Rosa Obregón,
‘Mamita María, aquí le traigo unas calcetas’, a la otra semana venía, ‘aquí le
traigo trucitas para los niños. Mire, estos tenis’. Rosa fue bien tesonera, muy
dedicada, le decía yo ‘eres más madre que nosotras que parimos, de veras”.
SE QUITABAN EL PAN DE LA BOCA
Me contó por teléfono María
Partida, la directora de la Casa Hogar de Múzquiz, después que la busqué como
cinco veces, que no recibió porque estaba dolida, deprimida, dijo.
Con los días sabré que las
calles del pueblo de Múzquiz están repletas de esas historias que hablan de las
obras de caridad de Rosa y de Candelaria Obregón, de su simpatía por los
pobres, de su generosidad, de muchachos a los que les dieron el estudio, de
caminantes a los que les ofrecieron de comer, de enfermos a los que
socorrieron.
A pesar de que ni Rosy ni
Cande tenían mucha plata.
Se quitaban el pan de la boca
para compartirlo con la gente, me platicará otra lugareña de La Piedra.
Pensé que ya no había gente
así.
¿Cuántos santos habrá todavía
por ahí sueltos sin canonizar?, me digo.
“Por eso yo entendí cuando
dijeron ‘es que Rosa le abrió la puerta (al supuesto multihomicida)’, pues sí,
ella a todo mundo le abría la puerta, a todo mundo le ofrecía de comer”.
Dirá Luisa Alejandra Santos,
antigua conocida de las hermanas.
¿Y QUÉ PASÓ CON DIOS?
¿Dónde estaba Dios, cuando
Juan José, el presunto asesino, y Elizabeth, su pareja y cómplice, entraron en
aquella casa de la calle Socorrito?
¿Por qué permitió Dios que se
cometiera semejante crimen?, ¿Para qué?
No entiendo.
Rosaura Farías, vecina de
Rosy, tampoco:
“Es increíble porque estas
personas no merecían, yo creo que nadie merece morir así. Cuídense las que
hacen caridad, o cuidémonos, ¿qué es lo que sigue?”.
“Ya hasta estamos planeando
contratar un tipo velador ahí pa la cuadra y pagarle entre todos”, dirá Raúl,
otro morador de La Piedra.
Y dirá que en los últimos
meses los robos habían aumentado en el barrio.
A él le sacaron la batería
del carro.
En la calle Socorro, entre
Jiménez y Justo Sierra, se cometió un crimen contra lo más humano que hay,
contra la bondad y la indefensión.
MAÑANA FRESCA EN LA CALLE SOCORRITO
Una casa de dos plantas,
blanca con franjas guindas, terraza, ventanas; acordonada, carro - policía y
cuatro veladoras apagadas, consumidas, en el suelo, al pie de la puerta.
La casa de las hermanas Rosy
y Cande Obregón Castillo.
Nada de ostentación, nada de
lujos, nada de elegancia y nada que ver con las mansiones, fachadas suntuosas,
inmensas cocheras con coches inmensos, jardines lujuriantes, que he visto por
todo Múzquiz.
“Fueron muy humanas, ayudaron
al prójimo como no te lo imaginas, como lo pudo haber hecho mucha gente que
tenía muuuucho dinero, ellas sin tener buscaban a las personas adecuadas para
pasarles el mensaje de fe, primero que nada, mensaje de fe católica y
accionaban con ellas”.
Me dice Rosaura Farías en la
tiendita de la cuadra que está frente a la casa de las hermanas Obregón.
Rosy había trabajado más de
40 años en el área de atención a clientes de Súper Múzquiz, un tradicional
autoservicio que ya desapareció.
Y hacía 12 ó 15 años que
Cande había regresado al barrio, después de haber laborado en los Estados
Unidos, por casi toda su vida.
La imagen más persistente de
Cande en la memoria del pueblo de Múzquiz, es la Cande dando catecismo a los
niños en la iglesia del Socorrito.
Últimamente Cande vivía
postrada en cama, con la cadera rota, después que sufrió una caída.
Los que la conocieron dicen
de Cande que era alta, delgadita, de piel blanca.
Rosy era más bien morena,
estatura regular, llenita, cabello hasta los oídos.
“Muy buena muchacha, muy
apreciada, muy simpática, muy amiguera. Era la de cobros, cobraba a las
ganaderas, a los clientes. Tenía muy bonito trato, sabía cobrar y que no se
enojaran. No merecía morir así, como murió. Qué cosa tan horrible”, me dijo
Adolfo Mondragón, quien fuera el jefe de Rosy en aquella famosa abarrotera, una
noche que platicamos por larga distancia.
Cande y Rosy se mantenían de
vender ropa y de sus pensiones, las cuales usaban, en buena medida, para sus
obras de caridad.
Griselda Rodríguez de los
Santos se preguntaba por qué era que Rosy iba seguido al DIF municipal a
comprar leche y despensas económicas, si tenía su jubilación, si no tenía
necesidad.
Entonces Griselda era la
directora de una tienda que se llamaba algo así como Centro de Atención Básica
para Adultos Mayores, del DIF.
Cuando supo que Rosy regalaba
esas despensas y la leche entre los niños menesterosos del pueblo, se le quitó
la duda.
“Y yo ya con mucho gusto
decía, ‘ya viene Rosa, se va a llevar su cajita de leche’”.
FIRME FE CATÓLICA
Rosy y Cande Obregón
crecieron en el seno de una familia católica. Su padre, don Miguelito, hombre
piadoso, fue un vendedor ambulante de ropa y artículos de mercería: agujas,
hilos, estambres…
“Siempre estaba: ‘¿cómo
amanecieron?, ¿cómo les va? Hagan oración muchachas, hagan oración’”, me cuenta
Rosaura Farías.
Mi llegada a Múzquiz es dos
días después del entierro de las hermanas, y en el barrio La Piedra pocos
quieren hablar conmigo, dicen que tienen miedo, que no quieren problemas, que
no están autorizados y que: “no me tome fotos oiga”.
Afuera de la casa de las
hermanas Obregón, María Luisa Morales, otra vecina que ha vivido en la cuadra
desde niñita, elige acordarse de las posadas que organizaban Rosy y Cande,
allá, cuando montaban su pesebre y congregaban a todos los chamacos del barrio.
En la calle Socorrito todos
se acuerdan de eso,
Cuando les pido que me
platiquen una anécdota, una vivencia con las hermanas Obregón Castillo, me
cuentan lo de las posadas.
Raúl, oriundo de La Piedra,
también:
“Nos mantenían ellas
ocupaditos, que ‘ándenles’ y que ‘pongan el arroyito, pongan esto’, y pos todo
muy bonito. Un día te tocaba a ti, otro día al otro vecino y nosotros íbamos
cantando, pidiendo la posada, nos abrían, hacíamos el rosario y luego el
convivio. Nos daban nuestras bolsitas. La fiesta grande se hacía en el patio de
su casa. Siempre, siempre muy buenas gentes”.
La tarde noche del domingo 12
de marzo, el asesino no hizo ruido ni se dejó ver, porque nadie escuchó ni
nadie vio.
Hasta el lunes por la mañana,
que los vecinos miraron patrullas y movimiento de gente afuera de la casa de
las hermanas Obregón y se les hizo raro.
A los pocos minutos, las
malas noticias siempre llegan rápido, se enteraron de la tragedia.
Habían matado a las ancianas
Rosy y Cande Obregón Castillo, y a una señora María Elena Buentello, amiga y
cuidadora de las hermanas.
Y la noticia corrió como
reguero de pólvora por todo el pueblo.
Fue como una sacudida, un
sobresalto, un estrujón.
Unos días después del crimen
los vecinos no podían creer, no pueden, lo que dijeron los periódicos:
Que Juan José Vallejo Ruiz,
un vecino del barrio, que vivía enseguida de la casa de las hermanas Obregón,
acompañado de su novia Elizabeth Villa Rodríguez, los dos de 20 años, había
asesinado a golpes y navajazos a las tres mujeres para robarles mil pesos,
después que la misma Rosy le abrió la puerta.
Juan José, uno de los tantos
niños de la cuadra que Rosy y Cande arrullaron de chiquito.
“Lo arrullaron”, me contó la
empleada de un tradicional restaurante de Múzquiz.
Dicen que Juan José era
drogadicto, que se drogaba, que andaba drogado.
Pienso que sólo así, drogado,
alguien es capaz de hacer una cosa como esa.
“No sé qué pasaría por su
mente, no sé”, me dirá al borde de las lágrimas otra vecina de la calle
Socorrito.
LA MISA DEL ADIÓS
Atardece en el templo de
Santa Rosa de Lima, la iglesia medio vacía, misa por el eterno descanso de
Rosy, Cande y María Elena.
A la hora del sermón oigo al
cura decir algo así como… que por desobedecer los preceptos de Dios el mundo
está con tanta violencia.
Al final de la misa intento
acercarme a Pepi Obregón Castillo, una de las hermanas de Rosy y Cande.
Pepi va vestida de luto
riguroso, a su alrededor gente dándole el pésame.
Quiero platicar con ella, me
acerco, me acerco, pero un familiar ataja, dice que no, que Pepi está muy
dolida, que está muy enferma del corazón, que se va a poner mal, que mejor no.
Desisto.
Rafael Castillo, párroco de
la iglesia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, no lo duda ni un momento, las
hermanas eran personas excepcionales.
Rosa y Cande fueron dos mujeres muy santas que
estaban siempre dispuestas, amando a Dios en el hermano, en el más pobre, en el
más necesitado”, Rafael Castillo Guillén,
párroco de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro
De vuelta en casa de Mague,
la comadre de Rosy y Cande, charlo con Memito, su hijo.
Memito, 17 ó 18 años, es
morocho, delgado, alto, cabello lacio, rostro afilado, ojos vivaces y habla
como si se hubiera quedado atrapado en la primera infancia.
Usa una playera blanca,
larga, holgada, colgado al cuello un rosario, con la imagen de San Judas Tadeo,
que le regalaron Rosy y Cande, y un pantalón gris metido en las botas exóticas,
tipo avestruz, que también le regalaron Rosy y Cande.
“Me regalaron ropa”, dice
Memo.
Memo me está platicando de
cuando vivía en la casa de Rosy y Cande, con sus hermanos, que se levantaba a
las 10:00 de la mañana, hacía de almorzar y ponía música ranchera.
A Memo le gusta la música
ranchera y Rosy le dejaba ponerla.
“Bien padre”, dice.
De pronto le viene el
recuerdo de cuando Cande y Rosy hicieron empanadas de calabaza, y Memito y sus
hermanos se fueron a venderlas en sus bicicletas.
“Las vendimos todas”, dice y
se ríe con una risa inocente.
Y yo me quedo pensando qué
será de él y de Mague, ahora que Rosy y Cande ya no están.
El papa Francisco dice que a
veces hay tantos santos en nuestras casas, en nuestras colonias, que no están
en los altares”
Rosa y Cande fueron dos
mujeres muy santas que estaban siempre dispuestas, amando a Dios en el hermano,
en el más pobre, en el más necesitado”.
¿Cómo es posible que a dos
personas tan buenas les haya
pasado esto?”.
José Juan Vallejo Ruiz y
Elizabeth Villa Rodríguez, es la pareja que planeó y ejecutó el crimen.
Siempre con un espíritu
religioso
Cande a sus 80 años, ya
postrada en la cama y Rosy con 70, más activa y esforzada, siempre mostraron
una profunda religiosidad. Sin embargo, ambas mujeres fueron más allá, las dos
pusieron en práctica lo que cotidianamente se predica. En la Iglesia Santa
Rosa, izq, se llevó a cabo la misa, entre este templo y el de la Iglesia del
Perpetuo Socorro pasaron gran parte de su vida las dos hermanas asesinadas en
Múzquiz.
Hacer el bien no siempre
garantiza que lo agradezcan
CRONOLOGÍA
13 de marzo 2017
> Encuentran muertas a
tres mujeres en la calle Socorro, en Múzquiz, Coahuila.
> El móvil, según la
policía era el robo, encontraron cajones volcados.
15 de marzo 2017
> Las autoridades ofrecen
200 mil pesos de recompensa a quien dé información que permite capturar a los
asesinos.
16 de marzo 2017
> A través de su cuenta de
tuiter, el secretario de Gobierno, Víctor Zamora da a conocer que los
responsables del crimen fueron atrapados.
> Juan José Vallejo Ruiz
es un jovencito, testigos dicen que seguro las hermanas lo habrían acunado y
arrullado en su infancia
> Aseguran que solo
drogado se habría atrevido a asesinar a unas mujeres que lo único que hacían
era el bien.
DATOS
200 mil pesos fue lo que
ofreció el Gobierno de Coahuila a quien ayudara a capturar a los asesinos.
6 meses le dieron al MP para
que aporte las pruebas para encontrar la responsabilidad del inculpado.
1000 pesos, en eso cifraron
la vida de las tres mujeres, la pareja de jóvenes asesinos.
La Casa Hogas de Múzquiz es
otra de las instituciones que se vieron beneficiadas por las hermanas.
Y yo ya con mucho gusto decía: 'ya viene Rosa,
se va a llevar su cajita de leche'"
GRISELDA, COMERCIANTE
Es increíble, porque estas personas no
merecían, nadie merece, morir así",
ROSAURA, VECINA
Siempre recordamos las posadas que organizaban
y cómo la fiesta grande se hacía en el patio de su casa”,
MARÍA LUISA MORALES, VECINA
(VANGUARDIA/ SALTILLO / JESUS PEÑA/
Sábado, Abril 1, 2017 - 21:30)
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