“Manlio no merecía morir así”, nos dijo una
vecina del Rosario, una vez que el ataúd había besado la oscuridad de la
cripta. Estaba desecha. Su esposo, Carlos García Ontiveros, vecino de la
familia Tirado López desde su niñez, había auxiliado al periodista en los
últimos días de su agonía solitaria, pero no pudo hacer más. Junto con Cayetano
Osuna, que se había convertido casi en su sombra desde que regresó a Sinaloa,
lo trasladó al IMSS de Mazatlán para que lo valoraran, pero ya fue demasiado
tarde. Manlio llegó afectado por una neumonía que terminó con su vida horas
después.
Días antes, el lunes 13,
Manlio había sufrido una caída en la casa de sus padres, donde residía, y no
tuvo quién lo auxiliara. Se pasó horas tirado en el piso hasta que llegó
alguien y lo subió a un pequeño camastro donde dormía. Pero no hubo una
valoración médica. Casi no comía porque nadie se preocupó de que lo hiciera a
sus horas y los pocos recursos que tenía eran dosificados por él con una
minuciosidad mortal.
De familia pequeña —solo tuvo
dos hermanos y un hijo—, Manlio Tirado fue azotado por la desgracia. Su hijo
Ramón, maestro de la Universidad Autónoma Metropolitana, murió de un infarto a
los 35 mientras dormía. Me sorprendió la fuerza con que Manlio enfrentó el
destino. Pero lo vi doblado cuando falleció su nuera, dos o tres años después,
dejando a su nieto Víctor Ramón—el único que tuvo—en plena orfandad.
Manlio estuvo pendiente del
niño a la distancia, pues vivía en la ciudad de México. Se lo traía a Mazatlán
en vacaciones. O lo llevaba a los Estados Unidos porque quería que se conectara
con el idioma inglés.
Pero los años se le vinieron
encima. Manlio, agobiado por enfermedades que nunca logró identificar
plenamente, empezó a caminar dando pasos cada vez más inseguros. Tenía
problemas en una pierna y de vértigo, además de que era extremadamente
nervioso.
En la primavera de 2014 dejó
de trabajar en Noroeste y decidió irse a vivir a Nicaragua, con su hermano
Víctor, uno de los héroes de la Revolución Sandinista. Su plan era quedarse
allá, trabajar unos proyectos que ya llevaba, tal vez flotar a sus años. Pero
algo pasó que nunca nos dijo claramente. Regresó al año siguiente y se fue a
vivir a Guadalajara, con su hermano Froylán. Nos dijo por teléfono, recuerdo,
que pasaría unas temporadas en México y otras en Managua. Pero a los pocos
meses regresó a Mazatlán y dijo que quería pasarse unos meses acá. Era 2016.
Manlio mantuvo siempre una
cercanía familiar con los que conformamos Ríodoce. Nunca, a pesar de nuestra
salida abrupta de Noroeste en 2002, la amistad se quebrantó. Por el contrario,
siguió siempre, hasta con preocupación, el destino del semanario, con mucho
respeto a la casa editorial en la que laboraba.
Cuando regresó, vimos su
salud mermada. Sus pasos se hicieron más lentos e inseguros, los mareos parte
de su existencia atribulada y la falta de ingresos una preocupación que le
quitaba el sueño. Hacía cálculos con una pequeña pensión que logró y las
cuentas no le salían. Maldijo no haber previsto la etapa que estaba viviendo,
viejo, enfermo, casi solo y sin recursos para afrontar sus males. “¡Fue un
error estratégico!”, dijo alguna vez, entre broma y muy en serio.
Vivió durante meses en una
casa prestada en Mazatlán con el apoyo de los amigos que lo acompañaron en su
lerda cotidianidad, y de pronto decidió irse a su natal Rosario. Creía que allá
estaría más seguro y cómodo, pero fue al contrario, pues se quedó completamente
solo. La señora que cuidaba la casa donde había nacido no quiso cuidarlo a él
por la razón que haya sido. El caso es que su estancia allá fue de una infinita
soledad.
Había dicho que regresaría a
Managua pero no lo hizo. También que volvería a Guadalajara con su hermano
Froylán, pero tampoco. Un día le preguntamos por qué. “Porque me convertí en un
lastre”, nos dijo, con la serenidad del sabio.
BOLA Y CADENA
MANLIO OCUPABA INGRESOS Y SE
LOS QUERÍA GANAR. Nos propuso entonces hacer reseñas de libros y nos pedía que
le pagáramos los textos y los libros. Le dijimos que sí, pero sus males se le
acrecentaron y el proyecto no avanzó. También nos propuso escribir un ensayo
sobre el centenario de la Revolución Rusa, lo cual nos emocionó. Él decía que había
sido un fracaso y que todas las revoluciones lo habían sido, que la única que
había triunfado y a la cual todos condenamos de alguna forma, fue la Revolución
Industrial. Le pedimos entonces que preparara textos por separado para hacerlos
más publicables en Ríodoce y que no se limitara a la Revolución Rusa, sino que
fuera más allá, que hablara de Cuba, de Nicaragua —donde se fragua desde hace
años un régimen dictatorial—, de China… Finalmente, 15 días antes de morir,
Manlio nos entregó tres textos que escribió en la redacción del semanario en
Mazatlán y que ya publicaremos en su momento.
SENTIDO CONTRARIO
EL TIEMPO SIGUE CORRIENDO Y
HASTA LA FECHA el gobierno de Quirino Ordaz Coppel no da muestras de que vaya a
ser distinto a los que ha tenido Sinaloa. Sobre todo en los temas que más
importan a la población: la inseguridad, el desempleo, la economía… (Sobre la
corrupción —tema de primer orden, también) ya se irá sabiendo hacia dónde
apunta la nueva administración. El problema del gobernador es que no tiene
mucho tiempo: a Enrique Peña Nieto y al PRI le estarían urgiendo otro tipo de
escenarios hacia el 2018. ¿A quién le van a encargar la elección? A él.
HUMO NEGRO
OTRO QUE NO SE HA VISTO EN
ESTOS primeros casi cien días, es Jesús Valdez, el alcalde de Culiacán. Sin una
estrategia clara de gobierno, rubros tan sensibles como la inseguridad están
cavando la tumba a sus aspiraciones a repetir en el cargo. Ahí está el
asesinato del comandante Splinter como botón de muestra. ¿Hay un antes y un
después con el nuevo alcalde? Sí: ahora está peor.
(RIODOCE/ COLUMNA “ALTARES Y SÓTANOS” DE
ISMAEL BOJÓRQUEZ/ 27 MARZO, 2017)
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