Esta es la historia del
congalero más poderoso de Saltillo, un agricultor guatemalteco que se hizo rico
en la Zona de Tolerancia. Además un recorrido fotográfico por Ciudad Sanitaria
Por: Jesús Peña
Fotos: Roberto Armocida
Edición: Kowanin Silva
Diseño: Edgar de la Garza
SALTILLO.- A la entrada del barrio de la
alegría, con sus alegres paredes rosa mexicano, hay un teibol que se llama
“Escenarios”.
Y no es cualquier teibol, -
concuerdan los vecinos del barrio-, es el mejor de los pocos, - tres –, que
quedan en toda ciudad sanitaria.
Tiene más de 45 mujeres, de
todos colores, formas y tamaños, cupo para unos 100 ó 120 clientes, cerveza
barata, promociones chichas, calentador para el frío, ventiladores para el
calor, es grande y bonito.
A las puertas del barrio de
la alegría está “Escenarios”, en las fauces de “Escenarios” hay una barra y
recargado en la barra está José Manuel Paz Castillo, a quien la gente de aquí
conoce como “don Chepe”, el dueño y señor de “Escenarios” o, cuando menos, el
regentador, el putero.
Chepe trae en la mano un
marcador negro y grueso, con el que va repintando una leyenda sobre una
cartulina naranja chillante que dice “No fumar. Gracias”.
Su letra es alta, redonda y
contundente, a pesar de que Chepe – contará después -, sólo sacó la primaria y
muy apenitas la sacó, muy apenitas.
“Estamos tratando de que los
muchachos no fumen, porque nos puede caer una multita muy bonita y no queremos
eso”, dice, se disculpa, se va y trepa a un banco de patas esbeltas para poner
varios carteles de “No fumar. Gracias”,
en los muros del “Escenarios”, alfombrados de espejos y luces multicolores.
Son tiempos de austeridad
para la Zona de Tolerancia desde que muchas bailarinas se fueron a trabajar al
centro de Saltillo.
Chepe dice que es para evitar
problemas con la ley, porque a él le gusta respetar la ley.
Chepe, 55 años, es moreno,
canoso, ni alto ni chaparro, ni gordo ni flaco y tiene el dedo pulgar de la
mano derecha cercenado, justo donde empezaría la uña.
Este es Chepe:
El hombre más rico de la zona
de tolerancia – dice la gente - y tal vez uno de los pocos inmigrantes
centroamericanos que puede presumir de haber conquistado el sueño americano en
México, para ser más precisos, en Saltillo.
“Veces decimos nosotros que
el sueño americano pues… es la lotería de nuestras vidas. No, no, no. Cuando se
quiere, se puede, sí, y aquí en México hay muchas oportunidades para crecer,
tanto…”, dirá.
Chepe es un inmigrante nacido
en Quiriguá, un yacimiento arqueológico maya, ubicado en el departamento de
Izabal, al nororiente de Guatemala.
Pero Chepe no es cualquier
inmigrante, es el dueño de “Escenarios”, el mejor teibol, el de más ambiente, en
toda ciudad sanitaria.
Es don Chepe.
“Buena pregunta. Ni soñé en
esto, yo no soñé en esto ¿ajá?, aquí hice lo que no en tantos años allá, por
eso quiero mucho a las mujeres, en el buen sentido de la palabra”.
En estos bares los clientes
son prioridad, por encima de las mujeres que trabajan aquí. Aquí el camerino
antes de que salgan al escenario.
Dice Chepe un atardecer
sentado, esta vez, a la barra de la taquería de su hermana Patricia, también
chapina, según los moradores del barrio, pero ella dice que no.
Aquí huele a frijoles charros
y a tacos dorados de bistec, las bocas de los teibols escupiendo cumbias
pegajosas.
Unos dicen de Chepe que es
indocumentado, otros, que ya está arreglando sus papeles; el Instituto Nacional
de Migración, que no puede dar información por cumplimiento a la Ley Federal de
Protección de Datos Personales, y él… que es Mexicano.
“No, no, no yo ya soy 100 por
ciento Saltillense, digo ¿ajá?’ yo aquí tengo mi vida y aquí me voy a morir”.
Chepe es, o al menos parece,
simpático, risueño, bonachón, sencillo, diplomático, calculador y dice “¿ajá?”.
Ni los 16 años que lleva
viviendo y haciendo negocios acá en la zona roja, le han hecho perder ese
acento de los inmigrantes sureños que hablan como si se hubieran tragado una
"j" entera, “¿ajá?”.
Es viernes por la tarde.
En la zona de tolerancia
sopla un viento miserable.
Escena en las viviendas de
las prostitutas jóvenes y veteranas.
Y aunque no son ni las 8:00,
varias muchachas jóvenes de shorts y vestidos, apenas por debajo de la ingle,
atraviesan sonrientes la entrada del barrio.
Los cuidadores de la puerta y
los policías de la demarcación las miran con codicia, con insidia, con lujuria.
Chepe está contando de cuando
llegó al barrio, un 30 de noviembre de 1999, después que salió de Quiriguá, en
Guatemala, su selvático pueblo natal, tras un huracán que arrasó con su sueño
de convertirse en un ranchero próspero.
Chepe, que toda su vida
trabajó en la agricultura, había hipotecado al banco sus tierras y con el
préstamo comprado un sistema de riego y una brigada de fumigación.
“Le hablo en términos de
rancho, porque, le digo, yo no sé hablar bonito, no soy estudiado”, dice.
Todo marchaba bien, hasta que
en 1998 vino aquel huracán y….
“Me acabó, me acabó… Quedé
endeudado con el banco. Yo tenía un ganadito, unas vaquitas y sólo para pagarle
intereses al banco acabé con todo. Estaba en la calle, el patrimonio de mis
hijos ya prácticamente lo había perdido”.
Un año después, Chepe
emigraba del centro del continente a Miami, Estados Unidos con un contrato de
trabajo.
Comenzó a los 16 bailando en
estos bares y hoy tiene 56 años. Toda su vida la dejó aquí y es común que se le
vea pasear arreglada por las calles de la zona.
Cuando pasaba por México un
amigo de él, Noé Escamilla Cabral, entonces pareja de su hermana Patricia, la
del puesto de tacos que despide olor a cebollas asándose en los accesos del
barrio de la alegría, lo invitó a venir, a quedarse acá y él se quedó.
“Buscando nuevos horizontes,
tratando de conseguir el panecillo del día”, dirá.
Aunque… la gente de ciudad
sanitaria ha urdido su propia leyenda sobre Chepe y su familia.
Una historia tremebunda que
habla de tráfico, de persecución, de amenazas de muerte, de exilio…
Anocheciendo, “El Túnel de
las Cariñosas” es un cuartucho arruinado, vacío, oscuro y mudo.
Lo mismo que la mayoría de
los salones – unos 40 -, que hace años hicieron época en el barrio de la
alegría.
Fue en este salón donde Chepe
estudió de noche y se graduó de congalero, de experto en administración de
giros negros.
“Yo aprendí cómo hacer la
talacha, cómo tratar al mesero, cómo tratar a las chicas, cómo pagarles, cómo
comprar, cómo vender. La verdá que es un proceso, nadie nace aprendido en
nada ¿ajá?, Empecé desde abajo”, cuenta.
“No pos sí, fue un cambio, Si tú volteas para
acá: éstas viejas; si volteas para acá: el campo. Dice uno ‘ay güey, ¿qué pasó
aquí?’, Para mí fue un golpe de suerte en la vida, porque tal vez allá donde
estaba no hubiera educado a mis hijos”
CHEPE, CONGALERO.
“A él yo lo enseñé. Él era
agricultor, pero aquí lo enseñé a congalero”, dirá después su hermana Patricia.
Allá, cuando las noches de
“Cariñosas” eran de variedad: pasarela de mujeres en toples, bikini open,
camisetas mojadas y desnudos.
“¿Camiseta mojada?, era
ponerme una playera blanca, sin ropa interior, subirme a una mesa, agarrar dos
cervezas de una cubeta y mojarme. No perdonabas que fuera noviembre o diciembre
y los meseros a madres, limpiando”.
Relata una prostituta
cuarentona, un viernes como a las 9:00, sentada afuera del 1– 2- 3, otro de los
cabarets que aquí han perdido su encanto.
Chepe era uno de esos meseros
que andaban a madres, limpiando…
Su hermana Patricia que había
llegado a la zona roja antes que él, – unas veces dice que del ejido Gómez
Farías, municipio de Saltillo, otras que de Cuernavaca, Morelos y otras que de
Veracruz, la gente dice que de Guatemala
-, y era la regentadora de “Cariñosas”, le dio trabajo.
Primero de tachero, que en el
diccionario del barrio de la alegría es algo así como… un mil usos, la escala
más baja en el organigrama de la zr; después de mesero, cantinero, hasta que,
luego de haber pasado por todos los departamentos, Chepe se convirtió en el amo
y señor de “Cariñosas”.
Sucedió cuando Paty se retiró
del negocio, la gente del barrio cuenta que por sus vicios.
Este par de guardias, invitan
a todo mundo a entrar a su bar.
“La vieja era bien piedrera,
todo se lo acabó en la piedra, pero también así nos sangró a todas, a todas,
porque ella quería más, más”, dice una sexoservidora que trabajó por años en
“Cariñosas”.
Paty dirá sólo que se retiró
del negocio:
“Yo fui cabrona, yo todos
esos vicios se los conozco, de vez en cuando un pintito, una rayita. Yo no voy a
hacerme fuera de la razón. No digo que no sé nada de eso, sí, pero si yo fuera
otra tonta, todavía siguiera”.
¿Qué cómo hizo Chepe, un
inmigrante guatemalteco, para encumbrarse como exitoso empresario de giros
negros en Saltillo?
La gente del barrio piensa
que ahorrando; él, que sí, que así mismo fue.
“Ahí fuimos creciendo un
poquito, haciendo un colchoncito para jugársela uno más adelante, ¿verdá?“,
dice.
Entonces la zona de
tolerancia parecía una feria, pero abierta las 24 horas del día, 24 horas de
feria, y “Cariñosas” era una de sus principales atracciones.
Con su variedad de 50 ó 60
mujeres, venidas de todos los rincones de la república, sus parroquianos
lograron el récord de beberse hasta 120 cartones de cerveza por noche.
“Se llenaba mucho, a veces se
daba el gusto uno de sacar gente a empujones de los bares y cantinas porque no
cabían”.
"La mujer como sea es
guapa, es hermosa y más si uno se toma los traguitos la ve más hermosa. Y como
está oscurito, usté sabe que de noche todos los gatos son pardos"
Dice Patricia, la hermana de
Chepe, la hermana, – o al menos, es lo que dice la gente del barrio y ellos que
no, que se quieren como hermanos, pero que no son, que son harina de diferentes
costales-, un mediodía, mientras da vuelta, con una palita plateada, a un par
de bistecs flacos que crepitan sobre un comal de su puesto de antojitos,
situado frente a “Escenarios”. El teibol de Chepe.
—¿Les pongo de harina?,
revueltas, de harinas y maíz… ¿Con qué quiere que se lo ponga?, con lechuga o…
Sí ¿Quiere que le haga alguna salchicha ahí?, ¿le gusta mucho la cebolla?
Paty, 50 años, es gordita,
chaparra, tez perlina, lleva fleco, un chongo como una cebolla, delantal, jeans
ajustados, tiene la voz rasposa y dice que llegó a la zona de tolerancia hace
casi 22 años, un 13 de septiembre, a trabajar de sexoservidora.
— ¿Quién la trajo?
— Pos el hambre, ¿no? Me
trajo una amiga a talonear.
Durante un año y tres meses
ejerció el oficio, cuando el uso del condón aún no se había popularizado.
“Yo era de las que apenas oía
una cumbia y en chinga”, platica.
Después, con lo que había
juntado de vender su piel, Patricia se hizo de “Las Cariñosas”, la cantina en
quiebra de su entonces pareja, un señor Noé Escamilla Cabral.
Lo que sucede en la zona no
siempre se queda en la zona...
“Yo fui cabrona, yo todos esos vicios se los
conozco, de vez en cuando un pintito, una rayita. Yo no voy a hacerme fuera de
la razón. Pero si yo fuera otra tonta, todavía siguiera”
PATY, CONGALERA.
“Cariñosas” era la sazón un
burdel con tres mesas, tres mujeres, una radiola y la barra, nada más.
Con el tiempo Patricia lo
transformó en un teibol con 42 mujeres, siete meseros, un portero y un dj y
hasta cuartos.
Andando los días, “Cariñosas”
era el negocio redondo de Paty, que además de ser la matrona, vendía ropa,
comida y calzado a las muchachas.
Los vecinos del barrio
cuentan que era como una especie de poquianchis:
“Trataba muy mal a las
muchachas, no las dejaba salir, les quitaba el dinero, les vendía ropa para que
se endrogaran y no pudieran irse. Haga
de cuenta las poquianchis. Yo no lo vi, pero me lo han platicado varias muchachas,
no es una para decir ’miente’, son varias”, dice una vieja cantinera que
despecha en un salón donde hace mucho que la rockola no suena y las mesas están
vacías de clientes.
11 años más tarde, Paty, se
retiró del negocio y se dedicó a la cocina.
La gente del barrio dice que
por sus vicios, ella que estaba cansada.
Entonces Chepe, su hermano,
llegó al rescate de “Cariñosas” y de ahí saltó al “Escenarios”.
“Uno tiene que hacerse de
proyectos de vida, cuando uno quiere superarse”.
Dirá Chepe como un auténtico
conferencista motivacional o una suerte de biblioteca ambulante con libros
sobre cómo alcanzar el éxito.
Bajo la penumbra del
“Escenarios”, tenuemente iluminada con
luces ultravioleta, navega Chepe de un lado para el otro, manoteando y
vociferando órdenes a su ejército de meseros por encima de la música de banda
que esta noche suena a todo volumen.
Son más de las 10:00 y
“Escenarios”, que es un como bodegón con muchas mesitas bajas y redondas,
sillas y más sillas en torno a otra mesa grande en forma de T, con escalinata y
tubo, (el teibol), comienza a llenarse de clientes y mujeres en tanga.
A Chepe le gustan las
mujeres:
“Soy hombre, me tienen que
gustar las mujeres. Al que no le gustan las viejas, a qué chingaos viene a este
mundo”, suelta carcajeándose.
— ¿Es cierto que en “Escenarios”
están las más guapas?
— ¿Guapas? La mujer como sea
es guapa, es hermosa y más si uno se toma los traguitos la ve más hermosa. Y
como está oscurito, usté sabe que de noche todos los gatos son pardos. Ahí
tengo un jardín botánico: hay de todo, de todo, lo que quieras.
Este es el primer bar que
abrió Chepe en la zona, luego su imperio se extendería a otros estados.
— ¿Le gusta aquí?
— Qué le digo pues… No
peleando con la gente sino peleando con los borrachitos, pero es muy bonito
este trabajo.
—¿Con los borrachitos?
— Pos sí, es natural, pero
hay que saber dominarlos. El cantinero tiene que ser psicólogo, ¿ajá?, y tiene
que saber dominar el medio.
El ambiente del “Escenarios”,
no se parece en nada a la vida en Quiriguá, la tierra natal de Chepe, con sus
campos cetrinos de maíz, arroz y frijol.
“Que… añoro eso…”.
Dice, una sombra de
melancolía cruzándole por el rostro, sentado otra tarde de viernes frente a la
barra de la tortería de su hermana Paty.
La fila de muchachas en short
y minifalda, librando la entrada del barrio de la alegría.
Luego de que Camelia, diera
toda su vida a sus clientes, hoy se dedica a cuidar los pocos cuartos que se
rentan en la zona.
“No pos sí, es que fue un
cambio, híjole, un cambio de 360 grados, así. Si tú volteas para acá: éstas
viejas; si volteas para acá: el campo. Dice uno ‘ay güey, ¿qué pasó aquí?’,
¿verdá? Para mí fue un golpe de suerte en la vida, porque tal vez allá donde
estaba no hubiera educado a mis hijos, no les hubiera dado lo que mis papás no
me pudieron dar a mí, no porque ellos no quisieran sino porque había escasez.
Para mí no existe la palabra pobreza, no, había escasez, entonces…”.
Así, apagado como está, el
“Escenarios” parece una cantina como cualquiera.
Es viernes por la mañana y en
la barra se ve a un muchacho delgado, bajito, veinteañero, moreno y con copete.
Es uno de los hijos de Chepe,
que vive en la zona roja con él y estudia
arquitectura en una universidad privada de Saltillo.
— Cuéntame de tu padre…
— No sé, apenas él
— ¿Por qué apenas él?
— Es que… después me regaña
— ¿Por qué?
— Por dar información.
Una tarde más en el barrio de
la alegría Chepe se está acordando de cuando era un crío inquieto y sus
maestros de Quiriguá lo corregían:
“La pedagogía de entonces era
diferente a lo de hoy, porque antes sí los maestros lo corregían a uno, esos sí
eran segundos padres de uno, después del papá y la mamá. Llegaban los papás a
recomendarlo a la escuela: ‘seño o profesora, queda en sus manos ¿Ajá? Si él le
hace alguna travesura corríjalo’. Y sí, a mí me tocó, no sólo una vez, varias
veces. No yo era muy inquieto, ajá, y sí, me llevaron muchas veces con mi papá
y allá él me volvía a… ‘No, pos’ dije yo ‘bueno’. Ahora no se le puede pegar a
un niño”.
Chepe habla poco de su
infancia, de su vida.
Su historia es un
rompecabezas difícil de armar.
Como hombre intuitivo que es,
cuida siempre de no irse de la lengua.
Sólo dice que su niñez fue
muy hermosa, allá, en los campos de
Quiriguá, con sus viejos…
Sexoservidora de antaño de la
Zona de Tolerancia afuera de su vivienda.
“Ellos me enseñaron a valorar
la vida y crecí con ellos. Eso es lo más lindo que hay, crecer uno con sus
padres, educado a la antigua, ¿verdá? Como dicen allá en el rancho: a lazo y
cebo…”.
Entonces Chepe se hizo
hombre, tuvo mujer e hijos y se dedicó a lo único que podía dedicarse en
Quiriguá: al campo.
Chepe, que siempre había sido
un hombre visionario, quiso expandirse en el negocio de la agricultura y pidió
dinero al banco para comprar un sistema de riego y una brigada de fumigación,
dejando en prenda lo único que tenía: sus tierras.
Todo iba a las mil
maravillas, hasta que un huracán se llevó sus sueños entre sus vientos.
La gente de la zona tiene su
versión que habla de drogas, persecución amenazas de muerte, exilio…
Un año después Chepe despertó
de su pesadilla en el barrio de la alegría y más años después, mandó por sus
hijos a Guatemala y los puso a vivir en Chihuahua.
“Llevaba mi contrato legal
para trabajar en Estados Unidos, iba pasando por México, legal, ajá, sí y me
dice un amigo, ‘no te vayas, ayúdame, mira quédate’, me convenció porque al
final me dijo ‘te voy a dar donde vivas y te voy a pagar tanto semanal’”.
Más tarde vino lo de su
ascenso inesperado en el mundo del teibol.
Chepe habla como todo un
experto en finanzas, cuando se trata de revelar el secreto del éxito de sus
negocios.
“Muchos creen de vender una
cerveza pueden pagar meseros, mujeres, la renta, el agua, la luz. La ganancia
no está en el precio, sino en el volumen que vendas. Y entonces, pa vender
volumen tienes que manejar tu estrategia de precios, ¿ajá? La ganancia no está
en el precio, sino en el volumen que vendas”.
— ¿Quién le enseñó todo eso?
— La vida, la vida…
En el ocaso de un jueves,
Chepe está apoyado sobre la barra del “Escenarios”, escribiendo con mano
rotunda, su dedo gordo mutilado, sobre
unas cartulinas naranjas, “No fumar. Gracias”.
— ¿Qué pasó con su dedo?
— Un accidente, de niño, en
el campo con una cuerda…
La chica aprovecha que los
clientes todavía no llegan y se apresura a cenar un pollo frito y arroz en el
Bar La Pachanga.
“Yo aprendí cómo hacer la talacha, cómo tratar
al mesero, cómo tratar a las chicas, cómo pagarles, cómo comprar, cómo vender.
Nadie nace aprendido en nada ¿ajá?, Empecé desde abajo”
CHEPE, CONGALERO.
El atuendo de Chepe no es
ostentoso, apenas una playera, un pantalón de mezclilla, unos tenis, su gorra,
sus lentes.
“Pobre es aquel que se
encierre en su mundo y no encuentra una salida, ¿verdá? Es aquel que por no
poder solucionar su problema busca otras medidas, otros medios malos y uno de
esos es el suicidio. Si no tenemos trabajo inventémoslo, para no pasar de
ociosos ni pensar malas cosas ajá. Yo cuando llegué aquí, llegué sin un peso,
¿ajá?”.
— ¿Qué piensa de los
migrantes que llegan colgados de “la bestia” y andan pidiendo limosna por las
calles?
— A mí me da lástima
verlos… Mmmm sí es triste eso, porque
digamos las políticas de sus países… Que
no hay trabajo pues… Se van para allá los agarran y los pobrecitos se quedan
aquí y andan haciendo la lucha. El sueño americano es de lo más frustrado
ahorita. Yo digo que hacen faltan buenas política en sus países para que ellos
tengan un mejor desarrollo.
— En cambio, dicen allá
afuera que su teibol “Escenarios”, es el mejor salón de toda la zona roja…
— Bueno pos si lo dicen allá
afuera… No lo digo yo, que eso lo digan otros…
— ¿Y de usted qué dice la
gente?
— Le digo que estaría bueno
que les preguntara.
Preguntando, preguntando, la
gente del barrio de la alegría dice de don Chepe que es un hombre amable,
inteligente, trabajador, cordial.
— Tiene labia para tratar a
las viejas.
— La clientela siempre lo ha
seguido.
— Es muy reservado,
platicamos de negocios nada más, que si estuvo jodido, que si hubo gente, que
no hubo gente…
— Nunca lo he visto borracho
fíjese…
— Es el que más vende, es el
que todos los días abre y todos los días tiene mujeres.
Rumoran de él.
Ella es Patricia, la hermana
de Don Chepe y antigua dueña de “Cariñosas”, uno de los teibols que antaño
fueron famosos en la ZR.
Otros dicen que es déspota,
egoísta, engreído, cortante, antisocial y un vividor.
“Será porque tiene dinero,
porque tiene más que todos, se siente más… Pienso que a lo mejor por eso no
quiere hacer ronda con los pobres”, dice una ex prostituta sexagenaria que
ahora se dedica atender la barra de un solitario bar de la zr.
Preguntando, preguntando la
gente del barrio de la alegría dice de don Chepe que ya se ha adueñado de toda
la zona de tolerancia, que tiene más negocios de este giro en San Luis Potosí,
que está asociado con los propietarios del “Imperio”, una cantina disfrazada de
burdel en el centro de Saltillo; que paga sobornos a la policía, que tiene a
los familiares de su querida viviendo en la zona roja y a ella trabajando en
“Escenarios” y que denigra a las mujeres que putean para él.
“Dice ‘aquí se viene con la
falda a media nalga, y aquí no vienen vestidas de santas o mejor se van a su
casa’.
Dice que le importa más el
cliente que nosotras”.
La chica, prefiere contarlo
otra tarde, lejos de ciudad sanitaria.
El barrio de la 'alegría' Son
pocas las esquinas encendidas en la Zona de Tolerancia, desde que la mayoría de
sus mujeres se fueron a otros bares.
La última noche de vienes en
el barrio de la alegría, Chepe se ve más contento que de costumbre y le sobran
motivos:
La inauguración de su tercer
teibol en la zr, un salón de fachada uva llamado “El Clímax Matehuala”.
— ¿Otro negocio?
— Otro
— ¿Cómo le hace oiga?
“Es parte del hobby que uno
tiene en este ambiente. No es nomás de quedarse uno estancado ahí con lo que
tiene, hay que inventar, es cuestión de uno decidirse.
¿Su sueño mexicano?
No, yo ya no sueño, lo mío ya
está realizado.
(VANGUARDIA/ESPECIAL/ JESUS PEÑA/ Sábado, Julio 2, 2016 - 21:28)
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