A pesar de cultivar droga estas familias
viven en pobreza extrema
Una casa tiene internet satelital, pero
porque de ese transmisor toman la señal para que haya un teléfono comunitario.
EL UNIVERSAL
México.- Las horas de la
noche apenas se acercan cuando los niños, varios descalzos, juegan básquetbol
en la cancha de su comunidad. De fondo, una neblina espesa hace todo poco
perceptible: casi no se ven los cerros, en ellos hay casas diminutas esparcidas
en el paisaje nebuloso entre montañas con pinos y una iglesia de madera; afuera
hay una campana de metal con la Virgen de Guadalupe elaborada en febrero de
1978.
Son las 4 de la tarde y
parece como si empezara a caer la noche. Es viernes, varios niños no fueron a
la escuela, pero portan sus uniformes de pantalón y camisas blancas, decenas de
veces lavados, con el logotipo del gobierno de Guerrero. Se pasan el balón y
lucen felices cuando encestan. Unos forasteros les trajeron golosinas y comen
también.
Además de la carencia de servicios,
la gente de la región de La Montaña comparte el clima alto y el aire cálido de
la altura de su región, algunos pueblos están hasta 3 mil metros sobre el nivel
del mar. La mayoría son de alguna de las cuatro etnias Na Savi (mixteca),
Me’Phaa (tlapaneca), Ñomda (amuzga) y nahua, donde al igual que en poblados de
la sierra, se siembra amapola.
La Montaña es una de las siete regiones
que conforman el estado de Guerrero, al sur de México. Foto: Wikipedia
Esta comunidad es Na Savi. EL
UNIVERSAL acompañó a algunas familias durante 24 horas para describir su día a
día. De la capital hasta acá transcurren siete horas, sobre la carretera
Chilpancingo-Tlapa de un camino en curvas hasta llegar a la zona de la Mixteca,
donde las subidas de asfalto se transforman en tierra amarilla acompañada de
árboles altos.
Los 19 municipios que
componen la región de La Montaña, son considerados por el Consejo Nacional de
Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) los de más alta
marginalidad en un estado donde según la medición hasta 2014, del total de su
población, casi 3 millones y medio, el 65.2%, vive en condición de pobreza.
Luis y Roberto, de 11 y 12
años, que juegan con una bicicleta de llantas ponchadas; Javier y Martha, de 8
años; Juan de 15 y Mariana de 10, forman parte de la comunidad de 500
habitantes donde se siembran diversos productos y amapola; hay migración hasta
en un 40% y no más de 10 profesionistas que aquí no están.
Florece la amapola.
Las horas pasan con calma. No
hay señal de celular. Una casa tiene internet satelital, pero porque de ese
transmisor toman la señal para que haya un teléfono comunitario.
Los problemas del pueblo
radican en el abuso de otros vecinos: “se robaron un transformador, no quieren
respetar linderos”; no hay drenaje y el agua que toma la mayoría es de
manantial, sólo hay un par de refrigeradores y poco transporte público. La
gente come lo que cosecha y cría. Un mejor mañana puede ser que el hijo
indocumentado triunfe y haga una casa de material.
La tercera parte del pueblo
son niños. Hay una casa de salud sin funcionar hecha de madera, una escuela del
mismo material donde asisten unos 80 alumnos de entre 6 y 14 años. Son dos
salones con butacas viejas y juntas. Libros de texto en el techo hecho de
lámina: fábulas de Esopo, letras de canciones en Tu’un Savi (lengua mixteca)
esparcidos en las tablas. Martha, la niña de ocho años, no sabe leer.
AUMENTAN LOS CULTIVOS
Abel Barrera Hernández,
director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan, pone un
punto más sobre la mesa de debate de la amapola, cultivo líder en Guerrero: ¡No
a la legalización! Durante los 20 años que su organización ha documentado las
condiciones de los pueblos originarios, afirma: “ha aumentado la siembra de
ilegales, porque en esa misma medida la pobreza creció”.
EL ORO ROJO DE LA MONTAÑA
Asegura que el tema
alimentario es una necesidad que no está siendo cubierta plenamente. Desde la
tormenta tropical Ingrid y el huracán Manuel en 2013, la zona de La Montaña
involucionó al menos 20 años. A casi tres años de distancia, la migración
aumentó mínimo 30%, considera.
De los casi 10 mil migrantes
que se van de la región a estados del norte del país como jornaleros agrícolas,
Tlachinollan observa un incremento cada año. El Consejo de Damnificados de La
Montaña, al que pertenece la comunidad que visitó EL UNIVERSAL, aglutina a 200
pueblos de 13 municipios que a la fecha no cuentan con reconstrucciones
totales.
“La falta de respuesta
gubernamental ha orillado a las familias a la siembra de ilícitos. Hay como 70
familias que se acaban de ir a San Quintín, Baja California, de municipios como
Copanatoyac, Alcozauca, Tlapa, Malinaltepec que no tienen más que irse o
sembrar amapola”, dice.
Son más de 4 mil 200
viviendas que no ha construido la Secretaría de Desarrollo Agrario Territorial
y Urbano (Sedatu), 16 mil familias piden dotación de granos básicos porque a la
fecha varios terrenos quedaron sepultados junto con escuelas, centros de salud
y carreteras. En este pueblo aún falta la reconstrucción del jardín de niños, y
la clínica.
Foto: tlachinollan.org
—¿En qué porcentaje siembra
la gente amapola?
—No podemos tener datos, son
cuestiones que difícilmente se pueden documentar, porque la misma población es
cuidadosa, saben que se criminaliza. El indicador que hay es que cada vez más
familias migran a Sinaloa, a San Quintín, te está diciendo que ya no hay
tierras donde sembrar y la gente se ve más orillada.
La siembra de amapola para
Barrera no es la panacea de los problemas de la gente. Comen de lo que siembran
y con lo que cosechan de goma complementan gastos de salud, vestido y calzado,
en algunos caso.
“Aquí nadie siembra más de
media hectárea, son pequeñas parcelas, que logran sembrar en las barrancas y no
alcanzan a cosechar un kilo de goma”. El precio oscila, dice, por muy caro en
20 mil pesos, pero puede bajar hasta 2 mil o 3 mil pesos.
El que no haya claridad sobre
una propuesta para legalizar la siembra de la amapola, así sea con fines
medicinales, como lo proponen organizaciones de la Sierra como La Unión de
Comisarios por la Paz, Seguridad y Desarrollo de la Sierra de Guerrero
(Heliodoro Castillo, Leonardo Bravo, Eduardo Neri) pone en vulnerabilidad a la
población indígena.
El antropólogo enfatiza en
que las políticas públicas como la Cruzada Nacional Contra el Hambre, por
mencionar una en desarrollo social, no consideran la cosmovisión de los pueblos
que hacen de todo para arraigarse.
—¿POR QUÉ LA LEGALIZACIÓN DE LOS CULTIVOS NO ES
CONVENIENTE?
—No es una varita mágica. La
red está controlada y cancerada. En el mercado no hay justicia hay disputas
criminales por la ganancia. No va por allí. Para nosotros lo fundamental es
recuperar la capacidad de producción en granos básicos: maíz, frijol;
refacciona más a apostarle a los pequeños productores. No es que la gente tenga
ganas de sembrar amapola.
Para Barrera la pobreza ha expandido
los cultivos, pero la solución no es meter a los pueblos en un asunto que no
quieren estar. No hay sentido comunitario ni justicia: “porque siguen siendo
peones. Donde el gobierno tiene que reflexionar es por qué donde florece la
amapola están los índices más altos de marginación y es responsable de la
situación”.
VIVIR EN EL CAMPO
En la tarde se sirve mole de
Montaña: chile ancho con pimienta y pollo elaborado casi a ras de suelo. De las
ollas llenas de un humo en casi en todas las casas emanan líquidos anaranjados.
Las tortillas tienen el tamaño del comal mediano y chaparro, alimentado por el
aire generado con cartones para que no deje de arder.
Tortillas de comal. Foto: Twitter
Después de que los visitantes
forman en dos filas a niños y niñas con peinados enredados, ropas y zapatos
gastados, les dan chocolates y globos azules; parece que se acaba el día. Los
niños van a jugar un rato a la cancha, que ya desocuparon los mayores del
pueblo, quienes previamente tomaron prestadas las bancas de la iglesia y
tomaron cerveza en el mismo espacio.
La neblina llega con brisas.
Se observa al norte del pueblo material regado de la escuela que ya no alcanzó
a reconstruir la Sedatu, al este una planta tratadora que serviría para que los
niños ya no se enfermaran del estómago y tuvieran tantas lombrices al contar
con tan poco agua para asear sus casas y para uso personal.
Los señores vienen del campo,
es retirado, más de dos kilómetros a donde se aprecian por el temporal plantas
de amapola pero secas, combinadas con mazorcas que están a punto de reventar y
árboles de duraznos que regaló el gobierno hace un par de años pero que nadie
comercializa en el pueblo. Los niños dicen que tanto las ciruelas, peras y
duraznos se los comen los animales o ellos. Nunca se venden.
Hay reuniones de comisarios,
discuten cómo evitarán la confrontación con otra comunidad porque un señor se
robó un transformador porque todo el pueblo, de unos 200 habitantes, se quedó
sin luz. En otra casa, casi todas miden menos de 60 metros cuadrados, tres
jóvenes, una de ellas de 17 años que tiene un bebé de uno, muestran videos de
la boda de la mamá adolescente.
Afuera casi es de noche
cuando terminal el calabaceado, que es la víbora de la mar, un baile en bodas
donde se tira al novio; ya huelen los humos del temazcal. La gente tiene la
fortuna de bañarse en baños artesanales y sacarse las toxinas todos los días
golpeándose con ramas de tepehuaje. La temperatura rebasa los 30 grados
centígrados y sudar en un lugar frío se vuelve una riqueza incomparable.
El cielo estrellado después
del baño acompaña al grupo que departe con bombones ensartados en varitas de
ocote, alrededor del fogón donde se elaboró la comida dentro de la cocina. Se
sirven picaditas, sopes hechos con crema y queso, y café de olla.
Todos se preparan para el
siguiente día. Toca en la mañana a las señoras como parte del Prospera, un
programa federal que da 800 pesos cada dos meses a gente que no tiene ingresos,
recoger la basura en costalillas donde también almacenan las papas que cosechan.
Otro día de ir al campo, almorzar, hacer tortillas, comer y dormir.
Damián, un joven de 25 años
que es autoridad en su pueblo, considera que ellos no cometen ningún crimen al
sembrar amapola. “No vemos como las cosas ilícitas en las ciudades, allá hay
muchos crímenes, y aquí no lo tomamos como ilícito. Es como cualquier trabajo
normal. No le estás perjudicando a nadie. No sabemos con qué fin lo utilizan,
cuando se lo llevan”.
¿Con cuánto vive la gente al
mes?
—Se está hablando que con 100
pesos al día, en la mañana, en la tarde. Una familia de unos seis integrantes
con 100 al día comen durante el mes. 3 mil.
“El gobierno desconoce que
haya pueblos en La Montaña.
Es como un niño al papá,
quien le exige más, le da más, y quien no dice nada, se olvidan. Le tenemos que
estar recordando a cada rato al gobierno para que nos den cosas. Vemos aquí
primero la alimentación, después la educación. La gente estudia hasta la
primaria, escasos los que van a la secundaria y bachillerato muy pocos
profesionistas”.
Damián pudo estudiar un poco
de Derecho gracias a que su familia pudo obtener dinero y mandarlo a ese nivel.
Luego se regresó porque las necesidades eran estar allí y se casó con la joven
de 17 años. De la amapola sabe que es lo que ha dejado para estudiar a algunos,
comprarse material para hacerse una casa a otros y dinero para las fiestas
patronales a otros más, porque es muy importante ese festejo.
Pierden el 40% de su ganancia
por intermediarios, “la gente que compra va a los lugares de quienes saben que
venden. Estamos organizados, es una microrregión y es por eso que no ha habido
problema de muertes”.
El joven narra que desde hace
40 años, cuando la gente de municipios de la Sierra, Tlacotepec, San Miguel
Totolapan, Eduardo Neri, venían a rentar peones para sus cultivos, muchos se
trajeron la semilla a La Montaña o se quedaron en esos municipios y de la
amapola obtuvieron salida.
Coincide en que antes no se
sembraba así.
“Desde hace unos 30 años
vemos amapola en La Montaña, pero ha aumentado más porque a la gente se le hace
fácil al no tener otras alternativas. Es más fácil sembrar amapola que maíz,
desgranar la mazorca; allí son seis mes, en cambio la planta se ralla y se saca
la goma y se da, son tres cosechas al año”.
Los índices de desarrollo
humano de la región, según la Organización de las Naciones Unidas, alcanzan
apenas el 0.3%, similares al de países africanos.
Martha, una niña que muestra
las cabezas secas de la amapola en el cuarto donde su papá guarda fertilizantes
para otros cultivos, toma un hongo silvestre que recoge del campo. Trae una
blusa con bordados de burros y patos tradicional de la región, habla fluido
español, y antes de que se vayan las visitas decidirá si ser doctora o maestra,
las únicas profesiones que conoce: “Mejor maestra, para enseñarle a leer a mi
mamá”, resume.
(El Universal).
(EL DEBATE/REDACCION/ 03 DE JULIO 2016)
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