Diana Mía tenía cinco años
cuando su cuerpo se divisó cerca del fondo lateral de un canal en Mexicali,
Baja California.
Sus asesinos la habían
envuelto en una cortina que después sujetaron con cinta adhesiva gris, y
adherido el bulto a un inodoro y a una piedra para que se fuera al fondo del
canal y no fuese encontrado.
Originaria de Michoacán, Mía
fue víctima de la violencia, la inseguridad, la migración, la descomposición
social, la rotura en el tejido social que priva en este País de impunidad.
Sus padres se separaron y la
madre cayó en el falso encanto de uno radicado en Mexicali. Le quitó la niña al
padre, hizo maletas y se trasladó a esta frontera. Sola, en el desamparo,
alejada de su familia, y abandonada por su madre infatuada por un hombre, Mía
fue violada. Terriblemente golpeada. De acuerdo a las investigaciones
iniciales, en las atrocidades cometidas a la menor, estuvo presente la madre.
Diana Mía Campuzano Herrera,
era el nombre completo de la menor brutalmente asesinada. Los de sus verdugos,
por obra y gracia del nuevo sistema de justicia penal que tiende a la
protección de victimarios, no se pueden dar a conocer.
Sólo se les refiere por su
nombre de pila. Él, Efrén, será acusado por feminicidio y violación impropia.
La madre, Diana Esmeralda
(Herrara, por la lógica del segundo apellido de la menor ultrajada), será
procesada por homicidio agravado por razón de parentesco y violación agravada.
Apenas los bajacalifornianos
intentaban digerir la terrible noticia, cuando al Hospital General, también de
Mexicali, una niña de ocho meses de edad fue admitida para su atención. Su
lánguido, pequeño cuerpo, presenta lesiones producto de una violación.
El horror en toda su
expresión. La “autoridad” no tarda en dar a conocer el nombre de la menor, y se
reservará el de la madre y el padrastro (Se repite el contexto), siendo el
segundo el principal sospechoso del aberrante acto.
No hay detenidos aún. Hace
algunas semanas en la Ciudad de México fue público el caso del Jardín de niños
Montessori Matatena, donde padres de familia denunciaron el abuso sexual del
que sus hijos habían sido objeto por parte de un administrador del plantel,
Rafael Duarte Pereda, quien luego de ser detenido se le juzgará por la agresión
sexual contra tres niños de entre los dos y los cinco años.
A finales de mayo de 2016,
también en Baja California, pero en Tijuana, infantes del jardín de niños 3 de
mayo de 1953, cedieron ante la vergüenza y el acecho y contaron a sus padres lo
que éstos ya comenzaban a alertar.
Habían sido víctimas de
agresión sexual por parte del “teacher” Gerardo Lugo Cirelol.
Los menores contaron después
de sufrir en silencio, de los juegos a los que el profesor los sometía y que
implicaba despojarse de su vestimenta.
A unos se los llevaba al
baño, a otros los castigaba si no seguían “las reglas del juego”. Además, que
contaba con la complicidad de una profesora que les ayudaba a vestirse una vez
terminado “el juego”.
Los padres de familia
denunciaron inmediatamente a la “autoridad”, donde iniciaron una investigación
solo para retrasarla y permitir que “el teacher” Lugo se diera a la fuga.
Actualmente está prófugo.
De acuerdo a la Fundación en
Pantalla contra la Violencia Doméstica, unos 4 millones de niños en México son
víctimas de maltrato y abuso. Están en
permanente situación de riesgo y vulnerabilidad.
De los casi 40 millones de
niños que residen en nuestro país, eso significa que el 10 por ciento viven en
condiciones de peligro y fatalidad.
Un estudio del mismo organismo
refiere que en el 90 por ciento de los casos, los padres o uno de ellos es
partícipe de la violencia, la agresión sexual o el descuido de los menores.
Mayormente, se les juzga por
homicidio en razón de parentesco. De acuerdo a la Unicef (Fondo de las Naciones
Unidas para la Infancia), 6 de cada 10 niños en el mundo de entre los 2 y los
14 años de edad, sufre maltrato físico todos los días.
Que cada 5 minutos, un niño
muere a causa de la violencia, y que tan solo en el 2012, 95 mil niños y
adolescentes fueron asesinados.
El Gobierno de México remite
la atención de los menores a un organismo sin facultad ni protocolos para la
debida atención de la infancia, el DIF (Sistema para el Desarrollo Integral de
la Familia), institución a cargo de las esposas de los mandatarios en
municipio, estado y nación.
Esa entidad, con otras
“responsabilidades” sociales, no tiene infraestructura para prevenir la
violencia infantil, tampoco herramientas para detectarla a tiempo y buscar
erradicarla.
En materia ministerial, los casos
de abuso sexual, maltrato físico o violencia doméstica sobre menores de edad,
tienen destino en Unidades de Delitos Sexuales que atienden a toda clase de
víctimas y de cualquier edad.
No hay pues, organismos o
entidades especializados en la violencia infantil. Resulta grave ser vil
observador de cómo el Estado Mexicano desprotege a quien más apoyo requiere. A
los niños.
A los pequeños indefensos
ante la inseguridad.
La violencia sexual contra
menores, el maltrato físico hacia los niños, el abuso, la explotación y la
desatención de este sector de la población mexicana (casi 40 millones según del
censo de Inegi), no tiene fiscalías especializadas para su atención, ni
departamentos dirigidos para su protección, la detección a tiempo del maltrato
o el abuso para la erradicación de la violencia contra los niños.
En un país como México,
dominado por la inseguridad del narcotráfico, del crimen organizado, por la
impunidad ministerial y judicial para asesinos, una población adicta en
crecimiento, de desigualdad social, económica, el sector más vulnerable es el
de la niñez.
Quienes han de padecer las
consecuencias de esa ausencia en el ejercicio del Estado de Derecho, serán,
son, los niños mexicanos. E
n la mayoría de los casos de
violencia contra infantes, sus padres están separados por falta de
oportunidades económicas, de educación, de cultura social, pertenecen a ese
también cada vez más amplio sector descompuesto socialmente.
Abandonado por el Estado
Mexicano, enquistado en la criminalidad o producto de las adicciones. Sin
embargo, el Gobierno federal, los Gobiernos en los estados, no destinan un
presupuesto específico y programas determinantes para salvar a la niñez.
Activistas y miembros de
grupos de la sociedad civil, quienes a incapacidad gubernamental atienden en la
medida de sus capacidades atienen el fenómeno, se quejan que incluso la Ley de
los Derechos de los Niñas y las Niñas y Adolescentes, es poco precisa cuando no
letra muerta.
Sin consecuencias para
quienes abandonen a un niño, para quienes no lo atiendan, para quienes les
quiten el derecho a la escuela a la dignidad, y los vulneren con ello hasta
llevarlos al abuso, la explotación y la fatalidad.
Isabel Crowley, representante
en México para la Unicef, refirió hace unos días que más de 21 millones de
niños y adolescentes en México se encuentran en situación de pobreza.
Que los niños mexicanos se
siguen viendo afectados por la desigualdad, el ingreso económico en los
hogares, su origen étnico, y género.
Crowley alertó: 25 millones
de niños y adolescentes mexicanos viven en la pobreza.
Más de cinco millones en la
miseria extrema. Un millón y medio vive con desnutrición crónica.
En estas terribles
condiciones de inseguridad producto del narcotráfico, de inseguridad económica
resultante de las decisiones del Gobierno Federal mexicano, de inseguridad
laborar ante la crisis, y de carestía ante las constantes devaluaciones de la
moneda nacional, los más vulnerados son los niños.
Se viene un nuevo recorte en
el presupuesto federal, y ello podría también afectar el desarrollo de la niñez
al suprimirse programas sociales y de oportunidades.
De suyo la educación es
deficiente en nuestro país, y no sólo por causa de ciertos maestros, acaso más
por un Gobierno insensible, indolente, que no activa políticas públicas a largo
plazo para beneficio, protección, educación y cuidado de la niñez.
En México, los gobernantes
están acostumbrados a activar programas de ornato, a corto plazo, que les
permita develar una placa o llevarse los momentáneos aplausos, y reconstruir el
tejido social no se logra ni en tres ni en seis años.
De ahí la política negligente
en el combate y la prevención de la violencia infantil.
Contexto que nos obliga a ser
testigos de la otra inseguridad.
La inseguridad de los
desvalidos envueltos en el horror de una violencia que amenaza su futuro y el
de México por igual.
(SEMANARIO ZETA/ Foto: Archivo ZETA /
Adela Navarro Bello / Miércoles, 29 junio, 2016 02:07 PM)
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