Aurelio Nuño está pagando su
inexperiencia y falta de oficio. Pero que después de mantener durante casi un
mes una postura inamovible y negarse a discutir cambios administrativos en el
Instituto Politécnico Nacional decidiera comenzar el diálogo con la comunidad
este jueves, no cambia el deterioro que con sus acciones y decisiones durante
un mes, causó en la institución.
Todo comenzó por un error o
una falta de cálculo político: minimizar que el Politécnico, como la UNAM, son
instituciones desconcentradas que cuidan con celo su estatus. En el caso del
Politécnico, desde su cuarta ley orgánica en 1981, cuando se eliminó la
subordinación discrecional del titular de Educación Pública, la comunidad
alcanzó la mayoría de edad. ¿Qué estaría pensando Nuño cuando de la nada
autorizó
retomar el control vertical
de la institución?
“Seguramente ni cuenta se
dio”, comentó un funcionario federal que durante mucho tiempo tuvo relación con
él. Es posible. Pero también, el joven secretario tiene un talante autoritario
que no debe soslayarse en la interpretación del porqué, parafraseando un dicho
anglosajón, si no estaba roto, para que componerlo.
El acuerdo del 1 de marzo de
este año, por el cual se adscribían orgánicamente las unidades administrativas
y órganos desconcentrados de la SEP, provocó una reacción inmediata. En unos
cuantos días, 14 de las 10 vocacionales se fueron a paro y detonaron una
movilización que si bien tuvo respuestas limitadas en las escuelas
profesionales, internamente se fue pudriendo la relación institucional.
Lo que sucedió intramuros,
porque subraya la inexperiencia de Nuño, es mucho más delicado. El secretario,
quien con sus atropelladas y fallidas declaraciones públicas –donde decía que
el cambio elevaba el nivel de interlocución del Politécnico, cuando en realidad
lo cercenaba–, delegó públicamente en el director de la institución, Enrique
Fernández Fassnacht la negociación con los diferentes grupos políticos para
neutralizar el creciente
movimiento social, pero a sus espaldas responsabilizó al subsecretario de
Educación Superior, el exgobernador interino de Michoacán, Salvador Jara, de
buscar acuerdos a sus espaldas. Imposible era mantenerlo en secreto.
Hace unas dos semanas, Jara
convocó a todos los líderes sindicales del Politécnico, y los sentó en una mesa
de negociación. Hizo a un lado al líder del Sindicato Nacional de Trabajadores
de la Educación, Juan Díaz –quien evitó que la institución se fuera a paro
general cuando se dio la crisis provocada por la exdirectora Yoloxchótil
Bustamante– y habló con los dirigentes de las secciones 9 y 10 de la
Coordinadora
Magisterial, que es la
disidencia de los maestros. La reunión, según personas que conocieron de ella,
fue un desastre.
Los líderes de la disidencia
no sólo le dijeron que no aceptarían el acuerdo, sino que además estaban en
desacuerdo con el Congreso Nacional Politécnico que se viene preparando.
Rechazaron también la reforma educativa y en concordancia con el resto de la
comunidad politécnica, que ya había pedido la destitución de al menos uno de
los directores de vocacionales, exigieron acabar con los grupos de porros que,
aseguraron, están controlados
por la institución.
La intervención de Jara no
sirvió para nada con la comunidad politécnica, pero agravó el estado de cosas
en el campo de la institución. Al día siguiente de ese encuentro a espaldas de
Fernández Fassnacht, el director del Politécnico fue llamado por el secretario
Nuño para que lo viera. Pero cuando entró a su oficina, revelaron funcionarios
de la SEP, Nuño se encontraba acompañado de José Narro, exrector de la UNAM
y actual secretario de Salud.
La compañía era extraña. Desde que era jefe de la Oficina de la Presidencia,
Nuño tuvo una muy mala relación con Narro –como en realidad la tenía con la
mayoría de los actores fuera del círculo íntimo del presidente Enrique Peña
Nieto– y frecuentemente tenía choques con él.
La presencia de Narro en esa
reunión fue interpretada por observadores de las políticas educativas, como un
intento de rescate del secretario, porque Fernández Fassnacht, agregaron los
funcionarios, iba con la renuncia en su bolsa, por la forma como lo había
tratado al autorizar una negociación con la comunidad politécnica a sus
espaldas, que le minaba toda autoridad.
Narro, que conocía muy bien
al exrector de la Universidad Autónoma Metropolitana y mantenían una relación
de confianza, fue llevado a esa reunión para que hablara por Nuño. Según los
funcionarios de la SEP, Narro le pidió que no renunciara, porque eso sólo
empeoraría la situación en el Politécnico, con lo que los problemas se
incrementarían.
Narro impidió que Fernández
Fassnacht renunciara y las cosas fueron avanzando, obligando a Nuño a
rectificar y evaluar la estrategia con la comunidad politécnica. Su postura de
que no hablaría con la comunidad politécnica, se modificó el lunes al señalar
públicamente su interés por el diálogo a la brevedad posible. Se volvió a
acercar a Díaz, el líder sindical al que había ignorado, y el martes se reunió
con Fernández
Fassnacht y los exdirectores
generales del Politécnico, a quienes en la primera parte del gobierno peñista
habían ignorado por completo. Nuño les pidió la ayuda, que no le escatimaron.
Fue una bofetada con guante
blanco para el secretario de Educación. También es una buena lección política
para el funcionario respaldado incondicionalmente por el presidente Peña Nieto
a quien, por como lo quiere perfilar para la sucesión presidencial en 2018, no
le puede fallar. Menos aún, crear un conflicto estudiantil donde no existía.
(ZOCALO/ COLUMNA” ESTRICTAMENTE PERSONAL”
DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 07 DE MAYO 2016)
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