Los Papeles de Panamá (o Panama Papers),
la mayor filtración de documentos en la historia –incluso mayor que WikiLeaks–,
plantea varias preguntas. La primera es por qué hay tan poco de Estados Unidos,
Alemania, Reino Unido, Francia e Italia, pero sobran documentos sobre las
actividades ilegales de líderes de Georgia, Qatar, Ucrania, Argentina, Sudán,
Arabia Saudita, Iraq, Paquistán, Azerbaiyán, Egipto, Costa de Marfil, Guinea,
Sudáfrica y Jordania.
La segunda pregunta es más bien una
suspicacia: “Fundaciones norteamericanas como la Ford, Kellog, Rockefeller,
Open Society Foundation y USAID son quienes aportaron los recursos financieros
para ICIJ”, como dice –en un texto publicado ayer en SinEmbargo– Darío Ramírez,
periodista y ex director de Artículo 19 para México y Centroamérica. Agrega:
“No afirmo que el dinero comprometió la ética de los periodistas, pero sí
sugiero que necesitamos más información al respecto”.
Una tercera: ¿Por qué ningún gobierno
actuó, cuando varias investigaciones de la prensa más influyente del mundo (The
New York Times, The Economist…) alertaban desde hace mucho tiempo sobre las
actividades de Mossack Fonseca? El mismo Bernie Sanders, ahora aspirante a la
presidencia de Estados Unidos, dijo ante el Senado de EU hace cinco años:
“Panamá es un líder mundial cuando se trata de permitir a los ricos
estadounidenses y las grandes corporaciones evadir impuestos en Estados Unidos,
al esconder su dinero en paraísos fiscales”.
En diciembre de 2014, un reportaje de
Ken Silverstein en VICE Media alertaba que empresarios que sirven de fachada a
políticos corruptos, dictadores, traficantes de armas y del dolor, terroristas
internacionales y los mismos políticos corruptos escondían fondos en empresas
fantasmas de Mossack Fonseca. Nadie movió un dedo. Nadie. Esas investigaciones
quedaron en el vacío, y tuvo que ser una filtración masiva la que movió algo.
En acuerdo con VICE, SinEmbargo
reproduce aquélla investigación que no tiene más ni un año y medio de publicada
–y que se fortalece con los últimos eventos–. Silverstein y VICE Media ya daba
luces desde entonces sobre las actividades ilegales que se maceran desde hace
años en la barriga de Mossack Fonseca.
Ilustración de Ole Tillmann, VICE Media
Ken Silverstein, con ilustraciones de
Ole Tillmann.
Ciudad de México, 8 de abril
(SinEmbargo/ViceNews).– Uno de los objetivos de las llamadas “empresas
fantasma” consiste en que el dinero invertido en ellas no pueda ser rastreado
para identificar a su dueño. Digamos, por ejemplo, que eres un dictador que
quiere financiar al terrorismo, aceptar un soborno o acabar con el erario. Una
empresa fantasma es una entidad falsa que te permite guardar y mover efectivo
bajo el nombre de una empresa, sin que las autoridades internacionales y
organismos fiscales sepan que es tuyo.
Esta supuesta compañía es
fundada normalmente por un abogado de confianza, o un cómplice, en un paraíso
fiscal mar adentro para esconder aún más la propiedad. Una vez se hace pasar el
dinero como si fueran los activos de esta empresa, puedes gastarlo o usarlo
para nuevos viles propósitos. Esta es la definición misma del lavado de dinero
—tomar dinero sucio y limpiarlo— y las empresas fantasma lo hacen posible. Son
los “vehículos de escape de los ladrones de banco”, dice el ex investigador de
aduanas de los Estados Unidos Keith Prager.
A veces, sin embargo, los
investigadores internacionales son capaces de rastrear el dinero. Tomemos el
caso de Rami Makhlouf, el empresario más rico y poderoso en Siria. Makhlouf es
ampliamente considerado como el “hombre de la bolsa” —una persona que recoge y
maneja dineros mal habidos— del presidente Bashar al Assad, quien durante los
últimos tres años ha contribuido con la muerte de más de 200 mil ciudadanos en
la guerra civil de su país.
Además de Assad, existen
pocas personas más odiadas en Siria que Makhlouf. Es el primo del presidente y
el hermano del jefe de inteligencia siria. Usando estas conexiones, Makhlouf
construyó una red de negocios que abarcó el sector de las telecomunicaciones,
la energía y la banca; para el momento en el que cumplió 40 años, había
acumulado una fortuna de miles de millones de dólares. Cuando los
levantamientos en contra del régimen comenzaron a principios de 2011, los
manifestantes incendiaron una sucursal de su compañía de celulares y gritaron:
“¡Makhlouf es un ladrón!”
En 2006, la revista británica
New Statesmen dijo que “ninguna empresa extranjera puede hacer negocios con
Siria sin la autorización y participación de Makhlouf”, y un cable clasificado
de 2008 de la embajada estadounidense en Damasco, publicado por WikiLeaks, lo
describía como “la cara de la corrupción en Siria”. En ese mismo año, el
Departamento del Tesoro estadounidense les prohibió a las empresas de su país
hacer negocios con Makhlouf, diciendo que él había “amasado su emporio
comercial explotando sus relaciones con los miembros del régimen sirio” y que
“utilizó a oficiales de inteligencia para intimidar a sus rivales comerciales”.
Cuando estalló la guerra
civil en 2011, y las fuerzas de seguridad estatales comenzaron a dispararles a
los oponentes de Assad, Estados Unidos y la Unión Europea pusieron a Makhlouf
en una lista de aliados del régimen cuyos activos financieros debían ser
rastreados y decomisados porque, como el Departamento del Tesoro dijo, se había
vuelto rico sobornando y “contribuyendo con la corrupción pública de los
oficiales del régimen sirio”.
Si Makhlouf era un ladrón de
bancos, su automóvil de huida era una empresa llamada Drex Technologies S. A.
En julio de 2012, el Departamento del Tesoro identificó a Drex —una empresa
fantasma con dirección en las Islas Vírgenes— como el vehículo corporativo que
Makhlouf secretamente controlaba y usaba “para facilitar y manejar sus activos
financieros”. En otras palabras: si Makhlouf se robaba un par de millones de
dólares de un negocio secreto con algún oficial sirio corrupto, no los pondría
en una cuenta de banco desde donde lo pudieran identificar. En lugar de eso,
los canalizaría por medio de Drex, de modo que no hubiera forma de conectar el
dinero con él.
A finales de octubre de 2014,
obtuve varios documentos sobre Drex en la Cámara de Comercio de las Islas
Vírgenes. Los documentos revelan muy poco. El nombre de Makhlouf, por ejemplo,
no aparece por ningún lado. Fue únicamente porque la guerra civil siria provocó
una serie de investigaciones internacionales que buscaban localizar y congelar
los activos de Makhlouf y otros bandidos del régimen de Assad, que el
Departamento del Tesoro estadunidense descubrió que era él quien controlaba la
empresa y era su propietario, jefe y accionista. Pero para el momento en que lo
hicieron ya era demasiado tarde: Drex Technologies S. A. había desaparecido del
registro mercantil de las Islas Vírgenes.
Sin embargo, ¿quién hace que
estas entidades ficticias sean posibles? Para poder hacer negocios, las
empresas fantasma necesitan un intermediario registrado, a veces un abogado,
que presente los documentos necesarios para su constitución y cuya propia
oficina usualmente sirve como dirección de la empresa.
Este proceso crea un velo
entre la empresa fantasma y el propietario, especialmente si es inscrita en un
paraíso fiscal donde la información del propietario está protegida tras una
pared impenetrable de leyes y regulaciones. En el caso de Makhlouf —y, descubrí,
en el caso de muchos otros hombres de negocios corruptos y gángsters
internacionales—, la organización que lo ayudó a inscribir su empresa fantasma
y a blindarla del escrutinio internacional fue una firma de abogados llamada
Mossack Fonseca, que había servido como la intermediaria que registró Drex
desde el 4 de julio de 2000 hasta finales de 2011.
La firma fue fundada en
Panamá en 1977 por el alemán Jurgen Mossack y un panameño llamado Ramón
Fonseca, vicepresidente del partido que actualmente gobierna el país, y luego
adhirió a un tercer director, el abogado suizo Christoph Zollinger. Desde los
70, Mossack Fonseca ha expandido sus operaciones y ahora trabaja con oficinas
afiliadas en más de 50 países países, incluyendo las Bahamas, Chipre, Hong Kong,
Suiza, Brasil, Jersey, Luxemburgo, las Islas Vírgenes Británicas, y —tal vez el
más perturbador— Estados Unidos, específicamente en los estados de Wyoming,
Florida y Nevada.
Mossack Fonseca, por supuesto, no está sola en la constitución de empresas fantasma utilizadas por los corruptos y evasores de impuestos del mundo. Alrededor del planeta existen un gran número de firmas que compiten, y muchas de ellas registran empresas fantasma que son tan sospechosas como Drex. Prueba de esto es el caso de Viktor Bout, quien, en los 90, traficaba armas para los talibanes a través de una empresa fantasma registrada en Delaware. Más recientemente, en 2010, un hombre llamado Khaid Ouazzani se declaró culpable de utilizar una firma de la ciudad de Kansas, Missouri, llamada Truman Used Auto Parts para mover dinero para Al Qaeda.
Noticias dispersas e investigaciones internacionales han señalado a Mossack Fonseca como una de las firmas creadoras de empresas fantasma con más alcance en el mundo, pero hasta ahora ha utilizado una gama tan amplia de trucos legales y contables que le han permitido pasar desapercibidos a ella y a sus clientes en la mayoría de los casos.
La empresa no acepta esta declaración y afirma en un correo electrónico que “no hay ningún registro judicial o gubernamental que haya identificado alguna vez a Mossack Fonseca como la creadora de empresas fantasma. Cualquier cosa que relacione a nuestro grupo con algún tipo de ‘actividad delictiva’ carece de fundamento, ya que nunca hemos sido notificados de la existencia de algún procedimiento legal… hasta el momento”.
Pero un año de investigaciones revela que Mossack Fonseca —a la que The Economist ha descrito como una industria “notablemente hermética” líder en finanzas en paraísos fiscales— ha servido como la intermediaria registrada de empresas de fachada vinculadas a un montón de gángsters y ladrones famosos que, además de Makhlouf, incluye a socios de Muamar el Gadafi y Robert Mugabe, así como a un multimillonario israelí que ha saqueado uno de los países más pobres de África, y a un oligarca llamado Lázaro Báez, quien, de acuerdo con registros de la corte de Estados Unidos y los informes de un fiscal federal en Argentina, supuestamente lavó decenas de millones de dólares a través de una red de empresas fantasma, algunas de las cuales Mossack Fonseca había ayudado a registrar en Las Vegas.
A través de documentos y entrevistas he descubierto que Mossack Fonseca ayuda con gusto a sus clientes a montar las llamadas compañías constituidas —que son las vendimias más añejas del negocio de lavado de dinero, odiadas por la policía fiscal y queridas por los ladrones, ya que han “envejecido” por años antes de ser vendidas, por lo que parecen corporaciones establecidas y con un historial sólido— incluso en Las Vegas. Un gestor internacional de activos que habló con Mossack Fonseca sobre cómo hacer negocios con ellos me dijo que la empresa ofreció venderle una compañía constituida de 50 años de antigüedad por 100 mil dólares.
Si las compañías constituidas son los vehículos de huida de los ladrones de banco, entonces Mossack Fonseca sería el vendedor de carros más turbio del mundo.
En marzo de 2014 volé a Ciudad de Panamá, hogar de la sede principal de Mossack Fonseca. Víctor, un periodista local, me llevó de tour por la ciudad. Pasamos por los exuberantes campos de golf y las mansiones en la antigua zona del canal controlada por Estados Unidos, por los deslucidos edificios de apartamentos del barrio El Chorrillo y por los rascacielos del distrito central de negocios.
Por la época de mi visita, Panamá se preparaba para las elecciones nacionales, y los carteles de campaña cubrían cada poste y cada muro. Víctor me ofreció un comentario sobre las elecciones mientras conducíamos. “Ese tipo es un imbécil”, dijo, señalando una valla de un candidato a la Asamblea Nacional que, según él, estaba relacionado con el comercio local de drogas. “Bueno, todos son unos imbéciles. Pero él es un imbécil de verdad”.
Ilustración de Ole Tillmann, VICE Media
Panamá ha sido gobernada por imbéciles por más de un siglo. En 1903, la administración de Theodore Roosevelt creó el país después de matonear a Colombia para que cediera lo que antes era el departamento de Panamá. Roosevelt actuó por petición de varios grupos bancarios, entre ellos J. P. Morgan & Co., que fue nombrado como el “agente fiscal” del país, responsable de la gestión de diez millones de dólares de ayuda que Estados Unidos se apresuró a enviar a la nueva nación.
Los bancos norteamericanos ayudaron a convertir a Panamá en un centro financiero, y el país emergió como un paraíso para lavar dinero y evadir impuestos en los años 60 luego de que el Gobierno aprobara normas muy estrictas de confidencialidad financiera, lo que probablemente animó a Mossack Fonseca a establecerse allí en 1977. Las reglas de confidencialidad financiera les prometían a los inversionistas extranjeros privacidad.
También prohibieron que los bancos revelaran algún tipo de información acerca de sus clientes, a menos que fuera ordenado por una corte en un caso que envolviera terrorismo, tráfico de drogas o algún otro crimen serio (la evasión de impuestos estaba específicamente excluida de esa categoría). Estas leyes atrajeron a una larga línea de corruptos y dictadores que usaron Panamá para esconder su botín, incluyendo a Ferdinand Marcos, Baby Doc Duvalier y Augusto Pinochet.
Cuando Manuel Noriega, comandante de las Fuerzas de Defensa panameñas, tomó el poder en 1983, básicamente nacionalizó el lavado de dinero al asociarse con el cartel de drogas de Medellín y darle rienda suelta para que operara en el país. Noriega apoyó fidedignamente la política exterior estadounidense en la región y durante años la CIA lo tuvo en su nómina, pero Estados Unidos perdió la paciencia cuando se opuso a los esfuerzos para derrocar al gobierno sandinista en la vecina Nicaragua. Eso condujo a la invasión de Panamá en 1989, el derrocamiento de Noriega y el regreso al poder de las viejas élites bancarias, herederas del legado de J. P. Morgan.
El nuevo gobierno del presidente Guillermo Endara, un abogado corporativo que se posicionó en una base militar estadunidense pocas horas después de la invasión, comenzó el 20 de diciembre de 1989, ofreciendo una cara más buena y amable que el régimen de Noriega. Pero desde entonces él y sus sucesores elegidos democráticamente han hecho poco para abordar los problemas más evidentes del país: la corrupción y la pobreza. Un informe reciente del gobierno de Estados Unidos dijo que Panamá está “plagado” por el fraude y la evasión fiscal internacional, que son “fuentes significativas de recursos ilícitos”.
Hoy en día, las leyes financieras de Panamá siguen siendo extremadamente laxas. Las empresas extranjeras pueden aportar cantidades ilimitadas de dinero al país sin pagar impuestos. A principios de 2014, un informe del Fondo Monetario Internacional señaló que de cuarenta medidas recomendadas a los países para combatir el lavado de dinero y el financiamiento al terrorismo, Panamá solo había implementado una. En septiembre, The New York Times reportó que amigos del Presidente ruso Vladimir Putin habían canalizado dinero en paraísos fiscales por medio de empresas fantasma en Panamá. “Cuando se trata de lavado de dinero, ofrecemos un servicio completo: enjuagado, lavado y secado”, dijo Miguel Antonio Bernal, un prominente abogado local y analista político. “Puedes ir a cualquier firma de abogados en la ciudad, desde la más pequeña hasta la más grande, y abrir una empresa fantasma sin dar explicaciones”.
A la mañana siguiente, me
desperté y levanté la cabeza de una de las mullidas almohadas de plumas de mi
cama king size, salí de debajo de las sábanas de 300 hilos, me vestí y tomé el
ascensor para bajar al lugar de la conferencia: el salón Diamond del hotel.
Aunque el evento era privado,
tuve la oportunidad de curiosear el programa y obtener una lista de los
participantes, así como sumarios de las charlas y presentaciones. Sentados en
mesas con jarras de agua helada y jarrones llenos de flores, los asistentes
eran en su mayoría hombres de mediana edad con pelo canoso y algo de barriga,
vestidos con oscuros trajes de paño que les habrían inducido un golpe de calor
inmediato en las sofocantes calles de Ciudad de Panamá, pero estaban justo en
el salón Diamond, enfriado a unos 18 grados.
Había abogados expertos en
impuestos, contadores, banqueros y administradores fiduciarios, y miraban hacia
un pequeño escenario con un podio para los expositores y una pantalla para
mostrar presentaciones de PowerPoint. Aproximadamente la mitad de los asistentes
eran panameños; una cuarta parte había volado desde Estados Unidos, Europa y
América del Sur; y otra cuarta parte venía de paraísos fiscales tradicionales,
como las Islas Turcas y Caicos, las Bahamas, Santa Lucía y Belice. Esta es
“gente muy mala y quiere aprender a ser aún peor”, me había dicho antes de mi
viaje Jack Blum, antiguo investigador del senado estadunidense y abogado
especializado en lavado de dinero en Washington.
—Veo que estás jugando al
Llanero Solitario —me dijo durante un descanso Edward Brendan Lynch, un asesor
financiero de rostro rubicundo con sede en las Bahamas. Me senté en la barra a
espiar a los asistentes, y él estaba esperando un whisky en las rocas—. ¿De
dónde eres?
Cuando le dije que era de
Washington D. C., Lynch, que se parecía a Thurston Howell III de La isla de
Gilligan, dijo que había visitado la ciudad hace muchos años.
—Vi los cerezos en flor
—recordó—. Almorcé en el Jockey Club. Un lugar precioso.
De vuelta en el salón
Diamond, Ramses Owens subió al podio. Impecablemente vestido y peinado, con el
pelo perfectamente cortado, encarnaba la banalidad del mal en el mundo
financiero moderno. Owens, quien era descrito en el programa de la conferencia
como un maestro de la “planificación fiscal”, bromeó con el público con que
prefería decirles a sus clientes que su trabajo se basaba en la “optimización
de recursos”.
Cuando trabajó en Mossack
Fonseca, Owens se basó en su experiencia sobre las ventajas competitivas de
inscribir empresas en Niue, una isla del Pacífico Sur. En 1996, la firma ganó
los derechos exclusivos para establecer empresas fantasma allí, y en un plazo
de cuatro años, 6,000 de ellas fueron registradas, algunas controladas por
sindicatos del crimen de Europa del Este y carteles internacionales de droga, de
acuerdo con investigaciones internacionales y reportes de noticias.
Los hallazgos llevaron a la
imposición de sanciones internacionales en 2001 que obligaron a la isla a
cerrar su negocio de registro de corporaciones cinco años después. Mossack
Fonseca convirtió los limones en limonada para sus clientes al mover sus
cuentas en Niue hacia otros paraísos fiscales, incluyendo Samoa y, como se
revela en documentos de la corte que se le ordenaron entregar a Mossack
Fonseca, en Nevada (no hay ninguna prueba de que las empresas trasladadas
estuvieran involucradas en actividades delictivas, aunque la identidad de los
propietarios de esas empresas sigue siendo desconocida).
La ofensiva contra Niue fue
parte de un esfuerzo internacional conjunto dirigido por Estados Unidos, Gran
Bretaña y otros países occidentales. Originalmente motivada por la preocupación
sobre el terrorismo y el crimen organizado, la iniciativa se ha intensificado
recientemente debido a sangrantes déficits presupuestarios, los cuales han
aumentado en gran parte debido a la evasión de impuestos generalizada. Se cree
que los estadunidenses podrían tener más de un billón de dólares escondidos en
paraísos fiscales, lo que representaría pérdidas anuales para el Servicio de
Impuestos Internos (IRS) de casi unos cien mil millones de dólares.
En 2010, el gobierno de
Estados Unidos aprobó la Ley de Cumplimiento Tributario de Cuentas Extranjeras
(Fatca, por sus iniciales en inglés) después de golpear al gigante suizo UBS
con una multa de 780 millones de dólares por ayudar a miles de titulares de
cuentas estadounidenses a ocultar sus activos (en un caso, un banquero de UBS
contrabandeó diamantes de un cliente de un país a otro en un tubo de crema de
dientes). La Fatca, que se está aplicando por etapas y cuya implementación
total se ha retrasado debido a la fuerte oposición de la industria financiera,
ya exige a los bancos extranjeros notificar al IRS sobre las cuentas que posean
los contribuyentes estadunidenses.
Naturalmente, la Fatca era
preocupante para los que estaban sentados en el salón Diamond —entre ellos
Marie Fucci, asesora de clientes estadunidenses y europeos, quien con razón
denunció el hecho como una forma de “apartheid” financiero—, pero Owens intentó
calmar sus temores. Mientras pasaba las diapositivas de PowerPoint con imágenes
de bóvedas de bancos, pilas de billetes de cien dólares y otras fotos
pornofinancieras, Owens describió formas de evadir las regulaciones
internacionales excesivas y molestas. La Fatca, afirmó con confianza, no
destruiría los paraísos fiscales, y ciertamente no lo haría en Panamá, donde
abogados, contadores y otros facilitadores de empresas fantasma tienen
poderosos aliados políticos (como el entonces ministro de Finanzas del país,
que también habló en el evento).
Owens estimó que nueve de
cada diez entidades empresariales registradas en el país eran de propiedad
extranjera y dijo que las fundaciones privadas panameñas —una creación local
que es tan querida en el mundo de los paraísos fiscales como la clásica y
preferida cuenta en un banco suizo— todavía serían capaces de mantener el
dinero de forma anónima, incluso cuando la Fatca se aplique plenamente. Los
miembros de la audiencia movieron sus cabezas en señal de aprobación.
La mañana después del
discurso de Owens, salí del Waldorf hacia las oficinas de Mossack Fonseca. No
tenía ninguna expectativa de reunirme con alguien en la empresa, pues ya había
solicitado en varias ocasiones una entrevista y había sido rechazado cortés
pero firmemente. “Hemos decidido no participar en esta entrevista”, me escribió
la portavoz Lexa de Wittgree en un correo electrónico, que al menos demostró
que Mossack Fonseca es tan eficiente a la hora de tratar periodistas como a la
de tratar a sus clientes.
Estaba utilizando un mapa del
hotel y pronto me perdí en el concurrido distrito de negocios de la Ciudad de
Panamá, que parece un Hong Kong miniatura con tonos tropicales. Al mirar
alrededor para orientarme, vi a un joven vestido con pantalones oscuros y una
camisa verde a rayas salir de un edificio de oficinas —Edificio Omega— y abrir
la puerta del conductor de una camioneta Mitsubishi Sportero negra.
—No es tan cerca —dijo en un
perfecto inglés cuando le pregunté si sabía cómo podía llegar al edificio de
Mossack Fonseca—. ¿Tiene una cita con ellos? Porque hago un trabajo similar y
podría ayudarlo —sacó una tarjeta profesional y me la entregó con una sonrisa
de oreja a oreja.
Por coincidencia, resultó ser
Alejandro Watson Jr., de Owens & Watson, donde Ramses Owens es socio.
—Yo trabajo justo ahí —dijo,
señalando hacia la oficina del segundo piso de la firma—. Voy tarde a una
reunión, pero puedo reunirme más tarde con usted, o puedo invitarlo a que entre
y presentarle a uno de mis colegas.
Antes de mi viaje, me
pregunté si debería ponerme en contacto con una firma local de abogados para
comprobar qué tan fácil sería establecer una empresa fantasma. Esta era una
oportunidad demasiado buena para dejarla pasar.
—Vine de Estados Unidos por
unos días buscando bienes raíces —improvisé mientras el tráfico pasaba como una
bala y los pitos sonaban—. Necesito crear una empresa aquí para poder hacer la
compra. ¿Qué tipo de información necesitarían?
—Todo lo que necesito es su
pasaporte, licencia de conducir, algo que muestre su dirección de residencia y
una carta de referencia de cualquier banco —dijo Watson—. Nosotros no le
pedimos información sobre su negocio. Solo queremos ayudarle a hacer negocios
para que siga trabajando con nosotros.
—¿Mi nombre aparecería en
alguna parte del papeleo? —pregunté.
Pensé que mi franqueza podría
desencadenar al menos una leve sospecha de su parte; después de todo, era la
misma promesa de anonimato la que había atraído a todos aquellos clientes poco
fiables a Niue cuando el actual jefe de Watson fue contratado por Mossack
Fonseca. Pero él seguía tan alegre y dispuesto como un vendedor de helados.
—Usted tiene un problema
Fatca —dijo Watson con una sonrisa y una mirada cómplice—. Podemos resolverlo.
Podría recomendarle establecer un fideicomiso, pues legalmente puede ser
propiedad completamente de otra persona.
Pregunté si podría abrir una
cuenta bancaria para mi empresa fantasma para poder acceder a mi dinero.
Después de todo, no tiene sentido ocultar efectivo en un paraíso fiscal si no
puedes gastarlo.
—Por supuesto —dijo Watson,
con entusiasmo. Metió la mano en el Sportero y sacó un folleto de un montoncito
que había entre los dos asientos delanteros—. Contamos con una red bancaria
mundial —dijo, y señaló una página que enumeraba unas cuantas docenas de
instituciones financieras con las que su empresa trabajaba.
La red incluía pequeños
bancos en Panamá, las Islas Caimán, Mónaco y Andorra, y grandes marcas como
HSBC y los contrabandistas de diamantes de UBS. Un informe de la comisión del
senado estadunidense describió al anterior banco como un vehículo importante
para los “capos de la droga y las naciones corruptas”, y el año pasado el banco
firmó un acuerdo de 1,920 millones de dólares con el Departamento de Justicia,
después de admitir que había ayudado a lavar millones a través de empresas
fantasma para carteles de Colombia y México. Había incluso una pieza
estadunidense en la red de Owens & Watson: el banco Helm en Miami. En 2012,
los reguladores estadunidenses atacaron a Helm con una orden de consentimiento
(consent order) por múltiples violaciones de la Ley de Secreto Bancario y las
normas contra el lavado de dinero.
Era una lista que sin duda
inspira confianza, al menos si yo fuera un ladrón buscando ocultar mi dinero
del IRS o de la vigilancia legal.
Todo el proceso tomaría solo
unos pocos días, dijo Watson, y el costo sería insignificante: cerca de 1,200
dólares por inscribir mi empresa, 300 para cubrir los honorarios del Gobierno,
y unos pocos cientos de dólares más para Owens & Watson para proporcionar
directores de nómina de ser necesario. Si quisiera comprar una empresa
fantasma, dependiendo de la edad de esta, me costaría un poco más.
—Y mi nombre no aparecerá en
ningún lugar, ¿cierto? —le pregunté, decidiendo que presionaría hasta donde fuera
posible.
—No, no, no —exclamó Watson—.
Eso no es un problema.
Poco después de mi
conversación con Watson encontré las oficinas de Mossack Fonseca, que ocupan
los tres pisos superiores de un edificio de cristal de cuatro pisos que tiene
una clínica dental en el primero. Aunque esperaba poder entrar, abandoné la
idea cuando vi a un guardia en la entrada revisando a todos los visitantes del
edificio.
Al menos, pensé, tomaría una
foto de la oficina, cuya fachada de cristal refleja la Torre de la Revolución,
el monumento emblemático de la ciudad, un edificio horrible de oficinas en
forma de sacacorchos. Pero Mossack Fonseca aparentemente vigila su sede con el
mismo celo con el que protege la identidad de sus clientes.
—¡Está tomando una foto!
—gritó una mujer, que volvía al edificio con una bolsa de comida para llevar de
un restaurante, cuando me vio apuntando con mi iPhone. Gritó de nuevo y me
señaló—. ¡Está tomando una foto!
A continuación, decidí probar
suerte en Las Vegas. Mossack Fonseca describe Nevada como “una de las mejores
jurisdicciones” en Estados Unidos para la creación de una empresa debido a “la
versatilidad, los bajos costos y la rápida atención” del estado. Estados Unidos
es un gran lugar para hacer negocios para Mossack Fonseca, ya que es el segundo
país donde resulta más fácil registrar una compañía fantasma, después de Kenia,
de acuerdo con un grupo de Washington D. C. llamado Global Financial Integrity.
Y a los ladrones les encanta inscribir empresas aquí, también, porque ser
propietario de una empresa estadunidense les proporciona una falsa respetabilidad
que puede ayudar a desviar la atención de sus actos criminales, me dijo Heather
Lowe, directora de asuntos gubernamentales del grupo.
Desde que Mossack Fonseca
comenzó a ofrecer servicios hace más de una década, ha utilizado una firma
local estrechamente vinculada llamada MF Corporate Services para registrar más
de 1,000 empresas en Nevada, la mayoría de ellas gestionadas desde paraísos
fiscales como Ginebra, Bangkok y las Islas Vírgenes Británicas, de acuerdo a
los registros en los archivos de la secretaría del estado. Bajo la ley de
Nevada los únicos nombres que deben figurar en los registros públicos de una
empresa fantasma son los de un agente residente y un “gerente”, y ninguno de
los dos tiene que ser un ser humano. El agente residente es normalmente la
firma que registra la empresa fantasma, y el gerente puede ser otra compañía
anónima. Eso hace que sea prácticamente imposible descubrir quién controla
realmente una empresa de estas en Nevada, a menos que la policía o los
tribunales obliguen su divulgación.
Técnicamente, MF Corporate
Services es independiente de Mossack Fonseca. Pero en la práctica, los
documentos judiciales, registros de constitución y otros documentos
confidenciales muestran que funciona como sucursal local de Mossack Fonseca, cuyo
empleado principal se reporta directamente con la sede de Ciudad de Panamá.
Este tipo de separación falsa es una táctica empleada por muchos grandes
fundadores de empresas fantasma, ya que permite a la empresa matriz refutar
cualquier conexión con sus oficinas locales si todo se va a la mierda desde un
punto de vista legal.
Es algo así como Walmart
operaría en Bangladesh, distanciándose de las maquilas clandestinas por medio
de largas y complejas cadenas de proveedores (como Walmart, Mossack Fonseca nunca
ha sido procesado directamente por las acciones de sus subsidiarias).
“Son organizaciones
completamente integradas hasta el momento en que un policía o investigador
viene a mirar”, dice Jack Blum, experto en lavado de dinero. “Entonces se
desintegran en una serie de entidades no relacionadas, y todo el mundo jura que
no sabe nada acerca de cualquier otra persona en el sistema. Es como un
rompecabezas que está armado, pero de repente se destruye cuando alguien
empieza a investigar”.
De hecho, esto es exactamente
lo que Mossack Fonseca respondió cuando le preguntaron sobre las actividades
oscuras con las que ha sido conectada en Las Vegas. Si bien no hay forma de
saber con precisión quién está detrás de la gran mayoría de empresas fantasma
que la firma ha estado ayudando a crear allí, una investigación penal en curso
en Argentina y un caso relacionado ante el Tribunal de Distrito de Nevada que
involucra al oligarca Lázaro Báez ofrecen una idea. Las actas de la
investigación y de la corte alegan que Báez es el dueño secreto de más de 100
empresas fantasma que Mossack Fonseca ha ayudado a establecer en Nevada.
Todas ellas eran manejadas
por Aldyne Ltda., una compañía anónima que Mossack Fonseca registró en las
islas Seychelles, según los fiscales (Mossack Fonseca no ha sido acusado hasta
la fecha, ya sea en Argentina o Nevada, pero uno de sus ejecutivos en Las Vegas
fue destituido, y el tribunal de distrito ha ordenado a la empresa que entregue
los expedientes relacionados con las compañías fantasma de Báez, una orden que
se ha negado a cumplir plenamente).
Excajero de un banco, Báez
construyó un vasto imperio empresarial a través de contratos que le adjudicaron
algunos amigos cercanos: el fallecido Néstor Kirchner y su esposa, Cristina
Fernández, así como sus aliados políticos en su provincia natal, según informes
de prensa e investigaciones. Báez estaba tan afligido cuando su patrón Néstor
murió en 2010, que erigió un mausoleo de tres pisos para albergar sus restos.
Los fiscales alegan que las empresas de Nevada eran parte de una red que Báez
utilizó para mover más de 65 millones de dólares en fondos desviados de
proyectos públicos de infraestructura.
Las empresas vinculadas con
Báez en Nevada fueron registradas por MF Corporate Services; su jefe asistente,
Patricia Amunátegui, fue contratada en la sede principal de Mossack Fonseca
como secretaria de Aldyne Ltda., de acuerdo con una fuente cercana al tema.
Cuando les pregunté acerca de las actividades ilegales de las empresas de
clientes del pasado, la respuesta de Mossack Fonseca fue para recordarme en un
correo electrónico que “los agentes registrados no son responsables de ninguna
manera por las transacciones comerciales o cualquier otro trato de las empresas
que inscriben”.
Por su parte, Amunátegui, una
chilena nativa que previamente trabajó como mesera de un casino y, según su
página de Facebook, disfruta el yoga, el espiritismo y el senderismo, y admira
al Dalai Lama, al Tea Party y al exdictador chileno Augusto Pinochet, afirmó
que MF Corporate Services “no tiene, ni ha tenido alguna vez, algún tipo de
relación con Lázaro Báez”. También dice que no tiene ninguna relación laboral
con Mossack Fonseca, a pesar de que hace unos años proporcionó una carta de
recomendación a la Universidad de Nevada, en Las Vegas, que decía que justo
después de graduarse de su programa paralegal “consiguió un gran trabajo como
vicepresidente de Mossack Fonseca, una firma internacional de abogados”. (Ella
dice que fue malinterpretada.) Amunátegui era la persona con la que más esperaba
reunirme cuando volé a Las Vegas a principios de noviembre.
—Su auto está en el espacio
B-15 —me dijo la mujer de veintitantos años en Avis después de aterrizar en el
Aeropuerto Internacional McCarran—. B de burdel.
Su cara era inexpresiva, así
que no estaba seguro de si sentirme insultado o simplemente reírme. Pero había
estado viajando todo el día desde Washington, en dos largos vuelos en clase
económica, así que en ese momento no me importó. Fue bueno haber aterrizado en
Las Vegas, así el aeropuerto tenga el nombre de Pat McCarran, el amante de los
casinos, enemigo de los judíos, político racista que supuestamente inspiró el
personaje del senador corrupto de Nevada en la segunda parte de El Padrino.
Ilustración de Ole Tillmann, VICE Media
En 2001, la legislatura de
Nevada debatió un proyecto de ley que estimulaba a las empresas a inscribirse
en el estado protegiéndolas de las leyes de divulgación y de responsabilidad.
“Estamos sosteniendo un cartel que dice: ‘timadores y artistas de la estafa
bienvenidos aquí'”, dijo la entonces senadora estatal Dina Titus durante el
debate sobre el proyecto de ley. Sus partidarios argumentaban que la norma
estimularía la entrada de necesarios recursos.
Titus, hoy en la Cámara de
Representantes, sorprendentemente procedió a votar “Sí” al proyecto de ley, y
su profecía se hizo realidad. En pocos años, Nevada se convirtió en la sede de
pirámides, estafadores corporativos, promotores de fraudes accionarios,
embaucadores de internet y evasores de impuestos. Entre ellos se encontraban
Donald McGhan, que en 2009 recibió una condena de diez años por engañar a
inversionistas con patrimonios superiores a los 100 millones de dólares a
través de una empresa de estafa inmobiliaria llamada Southwest Exchange, y el
contratista de defensa Mitchell Wade, quien utilizó una empresa fantasma
registrada en Nevada para canalizar un soborno para el entonces congresista
Randy Cunningham (ambos se echaron la soga al cuello durante un almuerzo en el
que Cunningham diagramó sobre un papel membretado de su oficina en el Congreso
una lista con la relación de los sobornos de Wade y los contratos federales que
había orientado a cambio).
La página web de la
secretaría del estado ofrece una serie de razones por las que las empresas
deberían inscribirse en Nevada, anunciando la falta de impuestos sobre las
sociedades y la casi imposibilidad de penetrar el “velo corporativo”. Ese tipo
de normas ha atraído a unas 300,000 empresas activas hacia el estado, una por
cada nueve habitantes, y recolectado ingresos de unos 133 millones de dólares
solo en 2012.
Tanta de esa actividad es
potencialmente criminal que el subsecretario de Estado Scott Anderson dice que
su oficina ha adoptado una serie de medidas para poner freno a los abusos,
incluyendo una regla que prohíbe estrictamente a cualquier persona crear una
corporación en Nevada para cometer un delito. “Por supuesto, si alguien va a
hacer algo ilegal”, admitió Anderson, “probablemente no va a revelarlo”.
Un día durante mi viaje
entrevisté a Cort Christie, director de Nevada Corporate Headquarters, una de
las firmas fundadoras de empresas fantasma más prolíficas del estado. Su
empresa se encuentra en un edificio enorme de oficinas, en una zona llamada
Spring Valley. Christie hizo parte de la junta de la poderosa y políticamente
conectada Asociación de Agentes Registrados de Nevada (MF Corporate Services es
miembro de ella), que “trabaja para garantizar el futuro del estado como el
epicentro de la inscripción de empresas en Estados Unidos”, según el sitio web
del grupo. Advierte que si “se pierde el ventajoso entorno fiscal,
proempresarial actual, la reputación del estado… se perderá también. Una vez
que la confianza del público se pierde, no puede ser recuperada fácilmente”.
En 2013, la Asociación
Nacional del Rifle presionó en contra de una propuesta de la secretaria de
Estado que habría endurecido las reglas que reducen el secreto empresarial. El
proyecto de ley, que “hubiera combatido la idea de que la gente puede venir
aquí y esconderse”, según me dijo Christie, fue rechazado abrumadoramente.
En la mañana del 4 de
noviembre, recorrí el bulevar de casinos en el corazón del centro de Las Vegas,
pasando por el Golden Nugget y El Cortez (el primer casino que fue propiedad de
la mafia) y la mayor cantidad de restaurantes en Estados Unidos que ofrecen
costillitas por 9.99 dólares. Luego llegué a la carretera interestatal 15 y me
dirigí hacia el sur hasta Henderson, un suburbio donde los centros comerciales
gigantescos dan paso a un borrón de estuco y casas de adobe.
MF Corporate Services está
ubicado en el complejo profesional Parc Place, el hogar de varios edificios
idénticos, de un solo piso y techos de tejas rojas. Solo había unos pocos
coches en el parqueadero, y no vi a nadie afuera. Un letrero metálico rojo y
blanco de MF Corporate Services plantado en una parcela de rocas y cactus sopló
con tristeza en la brisa cálida.
Hasta donde sé por los
registros públicos y documentos de la corte, MF Corporate Services no hace
ningún trabajo en el que tenga que ir a otro lugar —su único objetivo parece
ser la creación de empresas fantasma en Nevada para los clientes de Mossack
Fonseca— y su ubicación apartada no ayuda a disipar esa impresión. Amunátegui
dirige las operaciones, aunque documentos internos de la empresa que encontré
en registros de la corte muestran que trabaja en estrecha colaboración con los
empleados de Mossack Fonseca en Panamá, como Leticia Montoya, guardiana del
expediente de decenas de empresas fantasma vinculadas a Lázaro Báez.
Montoya tiene una carrera
bastante accidentada, luego de haber inscrito o servido como directora de
nómina de al menos seis compañías anónimas que estuvieron involucradas en
grandes escándalos de corrupción internacional. Entre ellas una empresa
fantasma panameña llamada Nicstate, cuyos propietarios beneficiarios incluían
al expresidente nicaragüense Arnoldo ‘El Gordo’ Alemán, quien utilizó Nicstate
y otros atajos fiscales para desviar a sus bolsillos casi 100 millones de dólares
de los fondos estatales.
Montoya también ayudó a
establecer Mirror Development Inc., que Siemens de Alemania utilizó para
canalizar sobornos a funcionarios del gobierno argentino que les ayudaron a
ganar un contrato de mil millones de dólares para producir tarjetas de
identidad nacionales. Este fue solo uno de los componentes de un plan mundial
de Siemens, que también utilizó atajos corporativos para pagarles a los
funcionarios del gobierno de Bangladesh, Venezuela e Irak, incluyendo a Saddam
Hussein entre los beneficiarios.
Me imaginé que la mejor forma
para hablar con Amunátegui era pasarme por allí casualmente, así que no llamé
previamente. Cuando golpeé en la puerta de cristal de MF Corporate Services, un
hombre con una tabla sujetapapeles, sentado en una silla azul ubicada al azar
en el vestíbulo de la oficina, me hizo señas con la mano para que entrara. Una
bolsa blanca de basura llena de documentos triturados se apoyaba en la puerta,
y un mapa del mundo enmarcado colgaba de una pared. Había cuatro relojes sobre
él que mostraban el tiempo en Las Vegas, Hong Kong, Suiza y Panamá.
El hombre de la silla —que
resultó ser un cerrajero— llamó a Amunátegui cuando pedí hablar con ella, y
salió del cuarto trasero. Su rostro estaba salpicado de pecas, y llevaba el
pelo largo y castaño recogido en un moño. Frunció el ceño suavemente y se negó
a hablar cuando le dije que era un periodista interesado en los trabajos que MF
Corporate Services realizaba para Báez.
—Deme su nombre y veré si
nuestro abogado puede hablar con usted —dijo.
—¿El abogado de Mossack
Fonseca? —pregunté.
—No, el abogado de mi empresa
—respondió ella, refiriéndose a MF Corporate Services—. Son independientes.
Me quedé allí por un momento
bajo el brillante resplandor de las luces del techo, tratando desesperadamente
de encontrar una manera de mantener la conversación. Había tanto que todavía
quería saber, y Amunátegui era lo más cerca que había llegado de poder hablar
directamente con alguien realmente afiliado a Mossack Fonseca.
Quería preguntarle sobre
personas específicas presuntamente vinculadas a empresas fantasma constituidas
por Mossack Fonseca, según el gobierno de Estados Unidos, expedientes
judiciales, investigadores internacionales y mi propia investigación: Billy
Rautenbach, presunto recaudador de Robert Mugabe, presidente vitalicio de
Zimbabwe; Yulia Tymoshenko, ex primera ministra y oligarca ucraniana apodada
“la princesa del gas”; Beny Steinmetz, un multimillonario israelí que presuntamente
obtuvo una enorme concesión minera en Guinea pagando un soborno a una de las
esposas del dictador asesino de este país a través de una empresa fantasma
creada por Mossack.
Incluso quería preguntarle
acerca de los perfiles optimistas de Mossack Fonseca en Facebook y Twitter, en
los que aparecen imágenes de los sonrientes beneficiarios, las donaciones
caritativas de la empresa y algunos lugares comunes como el “me gusta” a Thomas
Edison y Dr. Seuss (“¡Hoy tú eres tú! ¡Eso es más cierto que cierto!”).
Pero Amunátegui no diría una
palabra después de anotar mi información de contacto. Prometió dársela a su
abogado. Ni siquiera se molestó en acompañarme a la puerta, en vez de eso se
metió en su oficina personal, se sentó en un escritorio salpicado con algunas
carpetas y paquetes de FedEx, y cogió el teléfono. La oí hablar desde el
pasillo, y aunque no pude entender lo que estaba diciendo, claramente estaba
hablando de manera agitada, presumiblemente con el abogado de la compañía que
antes me había mencionado (y de quien nunca volví a saber).
La negativa de Amunátegui a
responder a las preguntas fue frustrante, más no sorprendente. Cuando se
trabaja con Mossack Fonseca hay un montón de secretos sucios que mantener, así
que tener la boca cerrada es quizás la parte más esencial de este trabajo.
(SIN EMBARGO.MX/ VICE Media abril 8, 2016- 09:54h)
No hay comentarios:
Publicar un comentario