Los ejidos de Búfalo, donde el Ejército
destruyó en 1984 los extensos sembradíos de mariguana de Rafael Caro Quintero,
nunca se beneficiaron de la intensa producción del estupefaciente. En los
vecinos municipios de Jiménez y Camargo los narcos consumían alimentos,
cobijas, ropa y servicios para sus autos, pero de la zona agrícola ni siquiera
requerían mano de obra: tenían miles de jornaleros retenidos y sin paga. Hoy
Búfalo tiene una enorme presa, pero no cultivos… ni calles pavimentadas ni red
telefónica.
VALLE DE ALLENDE, Chih.
(Proceso).- La colonia Búfalo, que saltó a la fama después del descubrimiento
de un campo de cultivo de mariguana de Rafael Caro Quintero, quien esclavizó a
miles de campesinos en unas 20 hectáreas, ahora está abandonada.
Sentado en una banca del
único parque del poblado, Fernando Sáenz, cercano a los 90 años, lamenta: “Ya
no se puede sembrar. ¿Qué siembra uno? No se puede cultivar algodón porque ya
no hay despepitadoras, no hay bodegas nacionales a las que se vendía el frijol
y el maíz. No hay nada”, dice.
La colonia estaba rodeada de
sembradíos de papa, pero ya no existen y las bodegas donde se almacenaba la
semilla son ruinas.
En noviembre de 1984 el
nombre de Búfalo fue conocido internacionalmente, aunque los pobladores nunca
tuvieron un beneficio del “desarrollo” impulsado por el narcotráfico. A los
plantíos de mariguana les dieron el nombre de Búfalo por su cercanía con la
colonia.
El gobierno informó entonces
que se decomisaron alrededor de 10 mil toneladas de la yerba. Con el tiempo,
las estimaciones en torno a la cantidad de campesinos que trabajaban en el
rancho han oscilado entre 5 mil y 10 mil. Muchos de ellos fueron engañados para
ir a ese lugar.
Caro Quintero fue detenido en
1985 y posteriormente sentenciado a 40 años de prisión. Entre los delitos que
se le imputaron estaban el de privación ilegal de la libertad en su modalidad
de secuestro, homicidio calificado; siembra, cultivo, cosecha, transporte y
tráfico de mariguana, así como suministro de cocaína y asociación delictuosa,
pero quedó en libertad en 2013.
Hace poco más de un año, el
gobernador César Duarte Jáquez inauguró la presa Piedras Azules. Fue un
incentivo para que familias adineradas adquirieran los predios de los
ejidatarios que se quedaron con las tierras tras el decomiso de la droga y los
predios a Caro Quintero.
Pero como nadie apoyó la
urbanización ni los cultivos, la mayoría de los propietarios de esos ejidos
vendieron sus tierras y ahora alrededor de Búfalo siembran nogales, árboles que
requieren mucha agua. “Ahora ni ha llovido”, dice don Fernando.
Las cosechas de los pequeños
agricultores decayeron. Éstos tenían esperanza de desarrollar sistemas de riego
una vez construida la presa, pero ha sido más complicado de lo que creían.
Algunos hombres sentados bajo
un árbol, afuera de una vivienda, dicen espontáneamente que ninguno de ellos
trabajó en los plantíos de mariguana. Uno señala que a unos pasos de ahí
circulaban los camiones hacia los sembradíos de la yerba, que estaban a unos 15
kilómetros del pueblo.
Todos ríen cuando otro dice
que, según la gente, esos camiones transportaban manzanas. Añade que llevaban
trabajadores de fuera, que no hubo gente de Búfalo ahí.
La colonia era muy tranquila
entonces y nunca obtuvo derrama económica por el rancho, como sucedió en
Jiménez. Los pobladores tampoco tenían contacto con los trabajadores ni con sus
empleadores, quienes según los mayores de aquí “era gente de Sinaloa”.
Vieron a los campesinos de
los cultivos de mariguana cuando salieron corriendo el día que llegaron los
militares a decomisar la droga. El resto del tiempo los tuvieron encerrados y
vigilados por hombres con escopetas. Tras la desbandada, muchos llegaron a
Búfalo para pedir aventón o ayuda para llamar a familiares.
La mayoría de los colonos
emigró a Estados Unidos a partir de 1988 por una prolongada sequía. Cuatro años
antes, con el exterminio del “campo de concentración”, como conocían al rancho
de Caro Quintero, la actividad ya había comenzado a declinar.
Los terrenos fueron
entregados a los campesinos el 21 de febrero de 1987. Ellos los dividieron en
dos ejidos: Álamos y ampliación Felipe Ángeles. Hace tres años se concentraban
ahí 420 ejidatarios, pero muchos vendieron sus parcelas a familias adineradas
porque no podían cultivarlas.
Un exejidatario recuerda que
veían pasar los camiones de droga, pero ignoraban que tuvieran secuestrados a
los trabajadores: “Dicen que venían engañados. Nosotros jamás vimos a Caro
Quintero; sólo lo conocíamos por nombre y hasta le compusieron un corrido”.
BÚFALO, ATRAPADA EN EL TIEMPO
Ubicada entre las cabeceras
municipales de Parral y Jiménez, Búfalo sólo tiene 300 habitantes, sus calles
no están pavimentadas y carece de red telefónica.
El profesor Francisco Raúl
Huerta Martínez reclama: “Han dicho que Caro Quintero hizo la iglesia y
escuelas. Es mentira. El templo de Fátima lo hicieron otras personas. La imagen
de la virgen de Fátima la trajeron en 1938 unos españoles de apellido Almolea.
De ahí empezó a formarse el pueblo, pero Caro Quintero nunca lo apoyó. Otra
cuestión que no nos parece es que digan que hubo opulencia, cuando aquí nunca
la vivimos”.
Aclara que las compras
millonarias para alimentar y vestir a los trabajadores se hacían en Jiménez y
Camargo. “Este pueblo (Búfalo) se mejoró a partir de 1990. Con Caro Quintero no
había siquiera trabajadores de aquí. Cuando ocuparon a gente de Búfalo fue para
que les dijeran las brechas para salir, pero con nosotros no hubo economía”,
insiste Huerta Martínez. Añade que fue seis años después del allanamiento y
decomiso cuando se construyó una carretera para llegar al pueblo.
Los pobladores viven de la
agricultura o trabajan para familias adineradas de la región, mientras que a
los jornaleros de Caro Quintero los traían desde estados como Sinaloa, Sonora y
Guerrero; se reconocían porque llevaban huaraches cruzados.
Desde la tienda de abarrotes
que da a la plaza se emiten los mensajes a los habitantes con un altavoz, ya
sea recados de las escuelas foráneas para los padres de familia o a quienes
reciben llamadas telefónicas. Las propietarias de la tienda son hijas de Ismael
Moreno, quien era presidente municipal de Búfalo en 1984.
Las hermanas Magda y Camena
Moreno eran niñas cuando se desató el escándalo. “Los soldados entraron en
camiones por el pueblo. Nosotros pensábamos que era la guerra. Estábamos en la
escuela y pasaban muchos soldados por aquí”, dice Camena.
La mañana del 9 de noviembre
de 1984 irrumpieron alrededor de 500 militares y un helicóptero sobrevoló como
parte de la Operación Pacífico. Cuando terminaron el operativo, los judiciales
regresaron al pueblo para cenar.
Las hermanas Moreno recuerdan
que un jefe policiaco, Elías Ramírez, llegó en la noche a Búfalo con su gente y
obligó a que abrieran el restaurante de la mamá del profesor Huerta. No había
suficiente comida, por lo que hizo que abrieran la tienda de abarrotes de los
Moreno. No les pagaron.
Aunque en los medios de
comunicación se habló del “rancho El Búfalo”, esta denominación se derivó de la
cercanía con este poblado. En realidad la siembra de mariguana se realizaba en
dos ranchos: El Álamo y Muriel, que luego se convirtieron en los ejidos El
Álamo y ampliación Felipe Ángeles.
JIMÉNEZ Y CAMARGO, LOS BENEFICIADOS
Los municipios de Camargo y
Jiménez constituyen un paso estratégico para el trasiego de droga. Desde los
tiempos de Caro Quintero la región fue devastada por la violencia.
Hace casi 32 años, las tropas
decomisaron alrededor de mil toneladas de mariguana. Para los habitantes de
Jiménez, la cantidad que se dio a conocer se queda corta porque todos los días
hacían varios viajes tráileres, diversos vehículos y hasta contenedores de tren
cargados de droga.
En 1984 detuvieron a por lo
menos 75 personas en el rancho El Reliz, cerca de Jiménez, y otras tantas
lograron huir, recuerda en entrevista Carlos Mario Armendáriz, quien entonces
era director de El Sol de Parral. También fue desmantelado el rancho de
Chilicote, del municipio de Aldama, donde también se decomisaron varias
toneladas de mariguana.
Luego siguió el decomiso de
la producción de Búfalo. Armendáriz cuenta que llevaron a trabajadores de fuera,
principalmente sinaloenses, con el cuento de que trabajarían en la pizca de
manzana con muy buen sueldo. Nada les cumplieron. Los mantenían custodiados con
hombres armados.
El periodista explica que el
país pasaba por una fuerte crisis económica en el sexenio de Miguel de la
Madrid, que se agudizó con las secuelas del terremoto de 1985. Los productores
sólo tenían acceso a crédito a través de la sucursal de Banrural en Camargo.
“El dueño de un taller
mecánico en Jiménez me contó que Caro Quintero llegaba en convoy, en tres o
cuatro carros Grand Marquis de su agencia Ford en Guadalajara”, recuerda
Armendáriz.
Por una mínima falla en un
vehículo, lo dejaba en el taller y pagaba bien en dólares. “Decía: ‘Quiero que
dejes de hacer todo para que atiendas sólo a nuestros vehículos’. El mecánico
las corregía rápido. Una vez llegaron en uno de los vehículos que venía
fallando. Dijo que lo revisara de urgencia porque tenían que salir rápido.
“Llegaron al mediodía. No era
gran cosa. Cuando regresaron, Caro Quintero le pidió al mecánico las llaves del
carro y le preguntó: ‘¿Abriste algo?’ Le respondió que no. Y luego Caro
Quintero abrió la cajuela, que estaba tapizada de dólares. El mecánico le dijo
que su trabajo había sido enfrente y no tenía por qué abrir atrás. El capo
agarró un fajo de dólares y se los dio.”
Otro negocio que salió
ganando fue un “desponchado” en la entrada de Jiménez. “El dueño me contó que
un día llegaron unos tipos y le preguntaron cuántos autos atendía. Les
respondió que dependía de cuál día, pero a veces era uno y a veces hasta
cuatro. Entonces le pidieron que cerrara el negocio al público para que
trabajara sólo para ellos. Y así fue; le pagaban bien”.
Las compras para dar de comer
a miles de trabajadores dieron ganancias a tiendas de abarrotes y tortillerías.
La encargada de una tortillería contó a Carlos Mario Armendáriz que a ella le
compraron más máquinas para hacer la cantidad de tortillas que a diario se
necesitaban para toda la gente.
“La tienda de ropa del pueblo
en Camargo también se vio beneficiada. En una vitrina grande había cobijas
cuadradas y la dueña tenía un saco de piel verde. Un día (los hombres que
manejaban los sembradíos) llegaron y le compraron todas las cobijas. A uno le
gustó el saco verde. Luego regresaron otros que querían sacos, pero ya no había
porque lo había traído de Estados Unidos, y le pidieron traer más y de varios
colores. Le pagaron ahí mismo y ella fue por más sacos.”
Agrega que el 9 de noviembre
de 1984, cuando los militares destruyeron los sembradíos de Búfalo, varias
personas se beneficiaron.
“Cuando llegó el reportero
Rafael Salas a cubrir los hechos para El Sol de Parral, había dos militares. Lo
detuvieron y él se identificó. Un soldado le ofreció dos cajas de mariguana,
una para él y la otra para que la llevara a un domicilio en Jiménez, pero él salió
corriendo por el monte.
“La prensa de aquel año
consignó que cuando Enrique Camarena, El Kiki, agente estadunidense antidrogas,
delató la ubicación de millonarios cultivos de mariguana en la región, los
militares mexicanos llegaron para acabar con todo.”
El Heraldo de Chihuahua
aseguró que una banda internacional operaba en Florida, Estados Unidos, y
trasladó su centro de operaciones al rancho El Búfalo, protegida por
funcionarios de la Secretaría de Gobernación.
Los campesinos “vivían en un
verdadero campo de concentración. Tenemos indicios de que muchos que trataron
de huir fueron asesinados por los narcotraficantes”, informó la Procuraduría
General de la República en aquel tiempo. Las autoridades alcanzaron a detener a
algunos jornaleros, incluidos mujeres y niños, quienes eran obligados a
trabajar hasta 20 horas diarias.
(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ PATRICIA
MAYORGA /8 ABRIL, 2016)
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