El 19 de febrero de 2006 ocurrió el
derrumbe de una mina en Coahuila, que dejó sepultados los cuerpos de 65
hombres. El consorcio IMMSA, el sindicato dirigido por Napoleón Gómez Urrutia y
el gobierno federal sabían que las condiciones del filón no hacían recomendable
trabajar en él. Documentos hechos llegar a Proceso muestran ahora que esas tres
instancias incluso firmaron un convenio que le abría la puerta del socavón a
una contratista, con beneficios económicos a trasmano para la organización
sindical y la compañía de Germán Larrea. Es decir que empresa, gremio y
gobierno federal –a partes iguales– fueron cómplices en la tragedia de Pasta de
Conchos.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).-
Por 500 mil pesos para el sindicato minero que dirige Napoleón Gómez Urrutia,
pagados por Industrial Minera México (IMMSA), y teniendo como testigo a un
subsecretario federal, se permitió que continuaran los trabajos en la Mina 8
Unidad Pasta de Conchos, aun cuando las tres partes sabían de las pésimas
condiciones de seguridad que prevalecían en el filón que acabó por derrumbarse
en febrero de 2006.
Nuevos documentos, obtenidos
por el colectivo de deudos Familia de Pasta de Conchos, evidencian también que,
mediante un convenio, empresa, sindicato y gobierno formalizaron en enero de
2006 un “contrato de protección”, a cambio de 15 mil pesos y alrededor de 700
pesos diarios para el gremio que dirige Gómez Urrutia.
Los efectos de ese convenio
se perpetúan en las bajas pensiones para las familias de los mineros
fallecidos, pues la mayoría eran empleados de la contratista General de Hulla,
que les pagaba 83 pesos diarios. Eso se tradujo en menos de 2 mil pesos
mensuales para cada una de las 36 viudas de los trabajadores subcontratados.
Lejos de la posición crítica
asumida por Gómez Urrutia después de la tragedia minera y el inicio de la
persecución judicial que contra él impulsó el gobierno de Vicente Fox, un mes
antes de que la mina se colapsara provocando la muerte de 65 trabajadores,
IMMSA convino pagarle al sindicato minero esa “conciliación” por aceptar que
una empresa contratista ingresara al filón con el pretexto de realizar trabajos
de mantenimiento y que en realidad eran de extracción carbonera. Llevaban 12
años haciéndolo.
Lo que IMMSA –subsidiaria de
Grupo México, propiedad del magnate Germán Larrea Mota Velasco– y el sindicato
de Gómez Urrutia pactaron fue que la empresa contratista General de Hulla,
propiedad de Fernando de la Fuente Cepeda, cobrara 300 pesos diarios a cada uno
de los 100 trabajadores subcontratados; que 4% de ese ingreso sería enviado por
IMMSA al sindicato, de manera que serían 700 pesos diarios, para un aproximado
de 21 mil 600 pesos al mes, la mayor parte destinados al comité nacional
sindical.
La cantidad parecería
irrisoria de no ser porque un trabajador ganaba la décima parte de lo que
percibía el sindicato. Durante los días que siguieron al accidente, Proceso
recuperó testimonios de trabajadores sobrevivientes y familiares de los
fallecidos, que aseguraron por separado que ganaban 80 pesos diarios, es decir,
11% de lo que diariamente ingresaba el sindicato.
Entre los sindicalizados y
los subcontratados la diferencia salarial era notable. Un informe (del que
Proceso tiene copia) enviado en junio de 2006 por el Instituto Mexicano del
Seguro Social (IMSS), al entonces diputado Lucio Galileo Lastra, que presidía
la comisión especial de Pasta de Conchos en el Congreso, demuestra que,
mientras los trabajadores sindicalizados ganaban un promedio de 190 pesos
diarios, los del contratista General de Hulla ganaban 83 pesos al día.
Lo que se pactó en el
convenio fue que el contratista se quedaba con 214 pesos por trabajador; esto
es 21 mil 400 pesos diarios.
Además el convenio, al
describir las obras que realizarían los contratistas, contradecía la cláusula
segunda, que limitaba los trabajos subcontratados a labores de mantenimiento,
mientras que el Anexo 1 del documento, establecía en la relación de trabajos
que la empresa contratista operaría “un minero continuo en desarrollo”. El
minero continuo es una máquina que avanza rompiendo las paredes de roca. Sin
embargo, así lo firmaron empresa, sindicato y la Secretaría del Trabajo y
Previsión Social (STPS).
Para admitir a los
contratistas, la STPS atestiguó el acuerdo obrero-patronal, con la presencia y
firma del foxista subsecretario de Trabajo, Seguridad y Previsión Social,
Emilio Gómez Vives, y sus colaboradores.
Por el sindicato firmaron los
colaboradores más cercanos de Gómez Urrutia en el comité nacional: el entonces
secretario del Asuntos Políticos, Carlos Pavón; Baltazar Zárate, delegado
especial del sindicato; José Ángel Rocha, secretario del Interior, Exterior y
Actas; y el dirigente de la Sección 13, Óscar Flores Ortiz.
Por IMMSA firmó el presidente
de la empresa, Xavier García de Quevedo; el director de Operaciones, Arturo
Bermea Castro, además del gerente de la mina, Rubén Escudero Chávez, entre
otros ejecutivos.
El instrumento jurídico
instruye el registro en la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, para
darle solidez jurídica, y se formalizó en la Ciudad de México el 19 de enero de
2006, justo un mes antes de la tragedia minera que enlutó la región carbonífera
de Coahuila, dejó 64 viudas y más de 160 huérfanos, pero no tuvo más que
consecuencias económicas menores pues a todos los expedientes abiertos por esos
hechos se les dio carpetazo.
LA COMPLICIDAD
“Un sindicato honesto habría
pactado mejores condiciones aun para los trabajadores del contratista, pero
esta es una forma novedosa de contrato de protección, en la que abierta y
descaradamente cobra (el sindicato) por no proteger y no defender a los trabajadores,
mientras Grupo México le paga como si fueran las cuotas sindicales que no va a
recibir por no sindicalizar. Es el colmo del cinismo”, dice Rodrigo Olvera,
integrante de Familia de Pasta de Conchos, que consiguió el documento.
Agrega: “Es como cobrar
derecho de piso por no sindicalizar y que el gobierno lo legitime. Esto pone en
evidencia el supuesto nuevo sindicalismo de Gómez Urrutia. Un vez más queda en
evidencia ese sindicato corrupto”.
Y es que el convenio, hasta
ahora desconocido, se suma a la ya documentada connivencia de empresa y
sindicato, que mantuvieron los trabajos a pesar de las numerosas deficiencias
identificadas en diferentes inspecciones desde el año 2000 (Proceso 1530).
Desde una inspección
realizada en 2000, las condiciones inseguras se habían documentado por la STPS
y al año siguiente la delegación de la dependencia en Coahuila había emitido el
Emplazamiento 06/2001 contra la mina, por incumplir diferentes ordenamientos y
normas, instruyendo 32 observaciones, entre las cuales destacaban la falta de
inhibición de explosividad, de metanómetros para medir el gas en el ambiente y
la descompostura del paro de emergencia.
Esas condiciones motivaron
que desde 2001, los trabajadores se quejaran de la “condición sofocante”, según
se asentó en la verificación (oficio 649). La sensación de asfixia es frecuente
en las minas cuando hay saturación de metano, algo que los mineros llaman “mina
gaseosa”. Una vez más se emplazó a la empresa, que tenía 10 días para cumplir
con las observaciones.
Sin embargo, el 1 de julio de
2002 dichas observaciones se repitieron e incrementaron a 53, con 20 días
hábiles para cumplir. Un año después, de acuerdo con el expediente N.C. 204
faltaban 11 medidas por cumplir.
En el historial de las
inspecciones jamás se documentó en esos años que hubiera Comisión Mixta de
Seguridad e Higiene, por lo que se ignora si existió.
Para la inspección del 19 de
julio de 2004, la integración de dicha Comisión ya aparece en actas, pero las
cosas fueron peores. De acuerdo con los registros del IMSS, casi todos los 118
trabajadores registrados por la empresa sufrieron algún accidente ese año, pero
no fue hasta el 8 de julio de 2005 cuando la STPS emplazó a la empresa a
cumplir en 20 días con las observaciones registradas en la inspección de un año
antes.
La comprobación del
cumplimiento se efectuó el 7 de febrero de 2006 (expediente 125/001046/2005):
se seguían incumpliendo 34 medidas. Doce días después ocurrió el colapso. Hasta
entonces el sindicato jamás se inconformó, no intervino por sus trabajadores y
mucho menos por los subcontratados; por el contrario, ratificó el citado
convenio.
La madrugada del 19 de
febrero los mineros planeaban un paro de brazos caídos, sin sindicato de por
medio, por las condiciones inseguras cuando los sorprendió el estallido, según
dijeron días después del accidente Ervey Flores y Marco Antonio Contreras, dos
de los sobrevivientes.
DIEZ AÑOS DESPUÉS
Una mujer que vive en la
villa mineral de Palaú, ahora es pepenadora. Rebusca a diario entre la basura
algún objeto que pueda ser reutilizado y vendible, pues la pensión inferior a 2
mil 400 pesos mensuales que se le asignó por la muerte de su esposo –trabajador
de la contratista General de Hulla en Pasta de Conchos–, no le alcanza para
vivir. La Familia de Pasta de Conchos pide omitir su nombre para no
revictimizarla.
Elvira Martínez, viuda del
minero sindicalizado Jorge Vladimir Muñoz, tiene tres hijos. Su pensión es
apenas superior a 3 mil 300 pesos, y es de las que mejor cotizaron, luego de
ampararse contra la primera pensión de 2 mil 400 pesos.
El 25 de febrero de 2006,
cuando el presidente de IMMSA, Xavier García de Quevedo, y el secretario del
Trabajo, Francisco Javier Salazar Sáenz, declararon que no había condiciones de
vida en el interior de la mina, el primero prometió el pago por tres turnos
diario a las familias hasta que se rescataran los cuerpos de los trabajadores.
Durante un año los mineros
cotizaron, muertos, al IMSS, pero el 2 abril de 2007 Grupo México anunció la
suspensión de búsqueda de cuerpos con base en el polémico Informe Wooton, el
cual afirmaba se desataría una epidemia de salmonelosis, tuberculosis, hepatitis
C y sida si se seguía trabajando en el filón (ninguna causa admitida por la
Organización Mundial de la Salud encuadra con las condiciones de la mina). Así,
la empresa suspendió el pago de tres turnos y la cotización al IMSS.
Fue el mismo Wooton quien
dictaminó ante el forense local que los trabajadores estaban muertos y, por
órdenes del entonces gobernador Humberto Moreira, se emitieron las actas de
defunción con fecha de 19 de febrero de 2006.
La maraña resultó en
perjuicio de las familias, pues aunque los trabajadores cotizaron en el IMSS
durante un año con el triple de su salario, a la hora del cálculo pensionario
se tomaron como base las actas de defunción del 19 de febrero de 2006. Nada
hizo el sindicato al respecto.
Gómez Urrutia huyó del país
el 24 de febrero de 2006. La última vez que se le vio en México fue cerca de
Pasta de Conchos, cenando en un restaurante de cortes finos. Desde entonces
vive en Canadá y mantiene una activa agenda de relaciones públicas con gremios
internacionales, mientras dirige desde su exilio el sindicato minero.
Carlos Pavón, el hombre de
confianza de Gómez Urrutia en los tres años que siguieron a la tragedia, fue
detenido el 4 de diciembre de 2008. Pasó unos meses en prisión por una denuncia
del magnate Alonso Ancira Elizondo y cuando salió, se convirtió en el principal
opositor a Gómez Urrutia. Luego fundó un nuevo sindicato minero que agrupa
principalmente a los trabajadores de Grupo Peñoles.
Xavier García de Quevedo
sigue siendo presidente de IMMSA.
En tanto, el exsubsecretario
de Trabajo, Emilio Gómez Vives, fue asesinado el 3 de abril de 2014. Lo
degollaron en su casa en la Ciudad de México. Su hijo, Mauricio Gómez Vives
denunció que en repetidas ocasiones su padre había recibido amenazas de Gómez
Urrutia quien, a su vez, lo denunció por falsedad de declaraciones.
Respecto al contratista,
Javier de la Fuente, murió por causas naturales a mediados de 2011.
(PROCES0/ REPORTAJE ESPECIAL/ARTURO
RODRÍGUEZ GARCÍA /, 24 MARZO, 2016 )
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