Nueva York.– Los terroristas
no son iguales que los sicarios del narcotráfico. Ésta es la idea convencional
a partir del argumento de que los terroristas buscan intimidar o coercionar a
la población civil para alcanzar objetivos políticos, mientras que los sicarios
matan por razones económicas, por lo que no tienen causa sino la búsqueda de
lucro.
Las diferencias, en función
del impacto de terror que causan entre la población civil, realmente es nula.
Los dos operan para consolidar territorios mediante el uso de tácticas
salvajes. Por ejemplo, luego de que Al Qaeda comenzó a difundir videos de
decapitados para enviar mensajes políticos, Los Zetas la copiaron en la pasada
década para causar miedo a sus adversarios. Terroristas y narcos han trabajado
en función de intereses particulares de Estados Unidos. Los líderes de Al Qaeda
fueron entrenados por la CIA para luchar contra el Ejército soviético cuando
invadió Afganistán en los 70; los cárteles mexicanos ayudaron a la CIA cuando
creó la Contra para derrocar a los sandinistas en los 80. Ambos usan las
ganancias del tráfico de drogas para financiarse y buscan a sus soldados en los
mismos segmentos de la población.
Los atentados en Bruselas la
semana pasada y los atentados de París en noviembre, expusieron el perfil de
quienes se convierten en bombas humanas. Provienen de los grupos sociales más
marginados, donde hay mayor desempleo y están menos integrados. Bélgica tiene
una gran mayoría musulmana que no ha sabido ni querido integrar.
Hay componentes culturales.
Las viejas colonias belgas en África se distinguían por la crueldad, la
violencia y el racismo con el que trataban a sus colonizados, que sólo
rivalizaban con las colonias francesas. Los franceses tampoco han resuelto la
marginación y la desintegración de las minorías musulmanas, ubicadas en los
suburbios de París y en el barrio XVIII, parecido a Molenbeek en Bruselas,
donde se concentran las células terroristas.
Cuatro de los siete
terroristas en los atentados de París salieron de Molenbeek, incluido su jefe,
Salah Abdeslam, detenido hace dos viernes. Todos los terroristas tienen
apellidos árabes, pero nacieron en Europa. Pertenecen a una segunda y tercera
generación de musulmanes que crecieron y se formaron en un entorno occidental,
que se unieron a Estado Islámico para luchar contra todo aquello que los rodeó
en su niñez. No es algo inusual. Un reciente estudio realizado por el semanario
digital New America pudo documentar que 450 de 4 mil 500 integrantes de Estado
Islámico provienen de 25 países occidentales.
El informe registra el
incremento de mujeres estadunidenses reclutadas por los terroristas, que han
encontrado el apoyo existencial en Estado Islámico lo que hubo en su casa. En
vísperas del atentado en Bruselas, el Centro para el Análisis del Terrorismo en
París dio a conocer un informe donde reveló que casi 6 mil 500 europeos han
viajado a Siria desde enero de 2013 –cuando comenzó el reclutamiento de
occidentales– para pelear con Estado Islámico y regresar a sus países de
origen, donde varios de ellos cometieron actos terroristas.
Si en Estados Unidos el
terrorismo está encontrando en la crisis existencial de sus jóvenes tierra
fértil para sus comandos globales, en Europa son las condiciones
socioeconómicas las que los están radicalizando. En Molenbeek, por ejemplo, el
30% de sus 95 mil habitantes no tiene empleo. La variable económica es la que
cruza en otras naciones, como México, con los sicarios, que son la parte más
débil y violenta de las organizaciones criminales, en cuya marginación encuentran
los cárteles de las drogas esa tierra fértil para sus asesinos. Hace una
semana, el secretario de Salud, José Narro, dijo que la pobreza y la
desigualdad son “los verdaderos enemigos de México”. No era la primera vez que
Narro hablaba del tema. Como rector de la UNAM, enfrentó al gobierno de Felipe
Calderón al afirmar que había 7 millones y medio, 7%, pero el entonces rector
dijo que el 22% de los jóvenes vivían en esa situación. El reporte anual de la
OCDE divulgado en verano ubicó el desempleo juvenil en 8.6%, aunque de ese
número, el 61% tienen un empleo informal que les paga muy bajo porque en su
mayoría sólo tienen la primaria. La marginación es un cáncer que también afecta
a México. Frente a ella, los reclutadores de los cárteles de Sinaloa y del
Golfo pagan por recolectar las deudas del pequeño comercio, casi 15 mil pesos
al mes al tipo de cambio actual. Si trabajan bien pueden aspirar a un salario
fijo de mil 500 dólares (unos 27 mil pesos) por secuestrar o golpear, y si son
eficientes, los meten al negocio formal de las drogas y del sicariato.
El gobierno no ha podido
revertir esta tendencia, ni disminuir la violencia que generan los “ninis” en
las calles del país. Las reformas económicas no resuelven el problema en el
corto y mediano plazo, ni existen políticas públicas que impidan que los
cárteles de la droga, como los terroristas, encuentren en la desesperación y
las angustias reclutas para el terror, en una lucha que van ganando y una
espiral que por la dinámica del fenómeno, van controlando las organizaciones
ilegales que merman sistemáticamente a los estados.
(ZOCALO/COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERESONAL”
DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 28 DE MARZO 2016)
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