Detienen en Guasave a Francisco
Hernández, operador de los Beltrán Leyva y uno de los principales objetivos del
gobierno federal
Los dos comensales llegaron a
ese puesto de mariscos enclavado en la calle 16 de septiembre, casi esquina con
Constitución, y se sentaron en un par de bancas frías, por el viento que
soplaba ese mediodía de sábado 30 de enero.
Pidieron mariscos frescos, pues
el tendero no sabía hacer otra cosa más que cocteles y ceviche. Además, no
tiene estufa para cocinar, excepto una freidora eléctrica de tostadas. Y
mientras les servían, esperaron despreocupados, recargados en la barra de
azulejos blancos.
Un residente que observó a
los fuereños contó que éstos eran como cualquier otra persona, de las muchas
que llegan al pueblo, por eso no les prestaron atención.
Otros jóvenes que se
divertían escuchando cantar a pecho abierto a una persona que bebía un litro de
mezcal, de ese cuyo valor no llega a los 11 pesos, sólo desvían la atención del
reportero para señalar con el índice derecho hacia la marisquería adonde
llegaron aquellos dos desconocidos.
“Sí, allí llegaron y de allí
se los llevaron los marinos”.
A lo que los residentes sí
estaban atentos era al movimiento de los vehículos particulares, con personas
vestidas de civil, que constantemente atravesaban la sindicatura. Sabían que
eran marinos, porque ya tenían muchas semanas patrullando la zona, e incluso a
algunos de ellos ya los habían interrogado.
Por eso no se inmutaron
cuando los primeros vehículos de civiles tomaron posiciones, entre los
mariscos, el abarrote y las casas. Tampoco se asustaron cuando las patrullas de
marinos cerraron el puente de acceso a la sindicatura, ni tampoco se
alebrestaron cuando sacaron a los dos fuereños y los abordaron en las
camionetas, para al cabo de unos 10 minutos retirarse dejando una estela de
polvo.
Adán Zambrano, secretario de
la sindicatura de Nío, afirma que la población volvió a su rutina habitual
pasada la sorpresa de la intervención naval.
“Incluso al día siguiente ya
nadie comentaba nada. No supimos nada más, excepto que se llevaron a dos personas.
Puesto que nadie las identificó en el momento, no nos enteramos quienes eran.
Incluso hoy en que se publicó el caso no se recuerdan. Aquí las cosas siguen
normales, sin repercusiones, cada quien en su quehacer diario”.
La opinión del burócrata fue
confirmada por carniceros, abarroteros y amas de casa, quienes sin mostrar
interés particular en el asunto aseguraron que pasada la sorpresa, “las
calabazas se acomodaron en la carreta, porque el que nada debe, nada teme”.
Ellos responden a las
preguntas con monosílabos, como si se cuidaran de las paredes, que escuchan
todo, según dice un refrán popular.
Aquí, autos y motocicletas
pasan constantes, rodeando a los fuereños. Nada dicen, pero observan todo.
Mientras la comunidad
retornaba a sus labores cotidianas, en la ciudad de México, el titular de la
Comisión Nacional de Seguridad, Renato Sales, anunciaba que el sábado las
fuerzas federales ubicaron a Francisco Javier Hernández García, de 47 años,
quien asumió el liderazgo del Cártel de los hermanos Beltrán Leyva tras la
detención de Héctor Beltrán Leyva, el H. En el operativo también fue detenido
Francisco Javier Martínez Coronado, de
34 años, en posesión de cristal y armas largas.
Al primer detenido también se
le identifica como el responsable de haber establecido alianzas con el Cártel
de los Zetas para enfrentar a otras organizaciones criminales en el país, y
desde el 2005 se considera su participación en la desaparición del periodista
Alfredo Jiménez Mota, del periódico El Imparcial, de Sonora –aunque también
laboró en los diarios sinaloenses Noroeste y El Debate-, de quien hasta la
fecha se desconoce su paradero.
En conferencia de prensa,
Renato Sales dijo que en la década de los 90, Hernández García se desempeñó
como escolta de los hermanos Beltrán Leyva (Héctor el Hache, Arturo, el Barbas
o el Jefe de Jefes, y Alfredo, el Mochomo).
En 2005, los hermanos Arturo
y Héctor Beltrán Leyva lo designaron operador para el trasiego de drogas en el
estado de Sonora tomando el control de diversos grupos operativos en Chihuahua,
San Luis Potosí y Coahuila.
Destacó que con la captura
del 2000 suman 99 de los 122 objetivos buscados por el gobierno federal.
Desde mayo del 2009, la
Procuraduría General de la República (PGR) ofrecía una recompensa de 15
millones de pesos por su captura, así como la de Sergio Villarreal Barragán, el
Grande.
Le seguían Alberto Pineda
Villa el Borrado, su hermano Marco Antonio Pineda Villa el MP, y Héctor Huerta
Ríos, alias la Burra o el Junior (capturado por el Ejército en Monterrey, dos
días después del anuncio de la PGR).
Alexis Anduaga López,
director de la Policía Municipal, comentó que la presentación como grandes
capos de los dos detenidos en Nío, Guasave, los sorprendió, como también el
operativo, del que dijo se enteró hasta pasada la noche del sábado, debido a
que las fuerzas locales prestaban respaldo a militares emboscados en Las
Huertas, Mocorito.
Para el joven, pero
experimentado miembro de la Unidad Modelo de Investigación Policial (UMIP), la
detención pudo ser una entrega pactada pues ninguna institución de inteligencia
los ubicó en la zona, mucho menos como grandes capos, o con influencia en los
grupos de delincuencia organizada locales.
Hasta ahora, señaló, la
captura de ambos personajes no ha provocado consecuencias de incremento en los
índices delictivos locales.
RECUADRO
SOBRE EL ASESINATO DEL PERIODISTA ALFREDO JIMÉNEZ MOTA
La carta incriminatoria
Luis Fernando Nájera/ Los Mochis
Una carta considerada como
anónima y firmada por quien hizo llamarse Saúl García Gaxiola, aparecida en el
estado de Sonora en julio del 2008, sirvió a la entonces Subprocuraduría de
Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (Siedo) para involucrar
a Francisco Javier Hernández García, el 2000, el Panchío o el Cabeza de Vaca,
en la desaparición del periodista Alfredo Jiménez Mota, ocurrida tres años
antes en la ciudad de Hermosillo.
La misiva estaba dirigida al
entonces Gobernador de Sonora, Eduardo Bours (José Eduardo Robinson Bours
Castelo).
La carta indica que la
operación en contra de Jiménez Mota comenzó… “en el rancho del Sr. 2000 en San
Pedro y se nos dio la orden de alistar 5 vehículos y armas porque saldríamos a
la ciudad de Hermosillo, se me acercó a mí y me dijo que yo me subiera a una
patrulla de la Judicial del Estado ahora PEI y que me acompañara un elemento
nombrado Ignacio García”.
La caravana de patrullas y
vehículos particulares se dirigiría al centro comercial “Soriana Luis Encinas”
en donde sería privada de la libertad una persona que estaba en la entrada del
cine.
Con él a bordo de la
patrulla, el convoy retornó al rancho del Sr. 2000, sobre la salida a Nogales…
“en donde él nos esperaba”. Esta es la segunda ocasión en que se da el apodo en
la carta, pero sin dar un solo nombre.
La tercera vez en que se
señala el apodo del 2000, reseña que el reportero fue conducido a un cuarto, en
donde… “en unos minutos llegó hasta el lugar el 2000 junto con su brazo derecho
el Montoyita y nos dijo que lo pusiéramos cinta gris en las manos y pies y que
le metiéramos un pedazo de tela en la boca y también le pusiera cinta gris en
toda la cabeza…”
La cuarta ocasión hace
referencia que “…luego el 2000 hizo una llamada a su compadre diciéndole que ya
tenía a la 37 en su poder, preguntando que si qué proseguía, después se quedó
callado y solamente dijo: así se hará compadre.”
“…después nos dijo al
Montoyita y a mí que nos fuéramos a la pista “La Fortuna” y que fuéramos a
hablar con Iván Domínguez, que es el propietario y que le comunicáramos a esta
persona que iba a llegar un aparato (avioneta) y que por lo tanto no debía
haber ninguna persona que pudiera ver ese aparato. Luego nos regresamos al
rancho y le dijimos al señor que su orden ya estaba 5.3, siendo como 20 para
las 10 de la noche subimos al periodista amarrado de pies y manos a la Suburban
color oro en la parte trasera”.
Hasta ahí, la carta deja de
mencionar al 2000 en el asunto de Jiménez Mota.
El documento narra después la
forma en que el periodista fue torturado en una casa de Ciudad Obregón, Sonora,
por orden de Raúl Parra Enriques, el Nueve, líder del grupo auto identificado
como “Los números” o “Los güeritos”, e incluso señala el sitio en donde habría
sido sepultado, en el piso de la casa de seguridad.
Alfredo Jiménez Mota habría
sido privado de la libertad el 2 de abril del 2005 tras publicar en el diario
El Imparcial un trabajo al que cabeceó “Los Tres Caballeros”.
En él hacía referencia de
aparentes investigaciones del Gobierno Federal en torno a los hermanos José
Alfredo, Marco Arturo y/o Alberto, y Carlos Beltrán Leyva, quienes eran identificados como “Los Tres Caballeros”,
oriundos del estado de Sinaloa, y sus nexos con Raúl Enríquez Parra, apodado el
Siete y líder del grupo “Los números” o “Los güeritos”.
Enríquez Parra habría
ordenado la privación de la libertad del reportero y su posterior ejecución por
creer que el periodista servía a su enemigo Adán Salazar, Don Adán.
Cuatro meses después de que
desapareció Jiménez Mota, el cuerpo de Raúl Enríquez Parra y tres hombres más
fueron arrojados desde una avioneta hacia Masiaca, Navojoa, Sonora.
Hasta ahora, el reportero no
ha sido localizado.
(RIODOCE/ Luis Fernando Nájera/ Río,
Guasave en 7 febrero, 2016)
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