Enrique Peña Nieto, el
Presidente de la República, en pocas ocasiones se refiere a la seguridad o la
inseguridad. El discurso se da por obligación y no por compromiso, ante el
contexto de violencia que prima en México y que trasciende a la opinión pública
en el ámbito internacional. Ejemplos son los casos de Ayotzinapa y la reaprehensión
de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo. Nada más.
Lo suyo, cuando decide hablar
del elefante en la mesa, es darle la vuelta al bulto y concentrarse en su
fallido eje de “México en paz”, que no ha variado desde el Pacto por México, ni
siquiera conforme en el país se manifiesta la barbarie.
En un mensaje que a propósito
de sus tres años al frente del gobierno de la república ofreció hace poco más
de un mes, el presidente recurrió una vez más a la retórica y a la manipulación
de las cifras.
Dijo entonces a los funcionarios que le
acompañaron y que le aplaudieron más tarde sin razón:
“Desde el primer día de esta
administración nos propusimos construir un México en paz. Esto significa, por
una parte, disminuir la violencia y recuperar la tranquilidad de las familias
mexicanas en todas las regiones del país. Y, además, realizar cambios de fondo
en el funcionamiento de nuestras instituciones y en la vida de las comunidades,
a fin de alcanzar una seguridad duradera. Para hacer frente a la delincuencia,
el primer acuerdo fue trabajar en equipo, más allá de filiaciones políticas u
órdenes de gobierno. Así, unimos esfuerzos con las entidades federativas. A
partir de cinco regiones operativas se coordinan estrategias y se comparte
información con mejores sistemas de inteligencia”.
Peña remató grandilocuente:
“Hoy es un hecho que la violencia está disminuyendo en México”.
La realidad es que en los
primeros tres años del gobierno de Peña Nieto, del 1 de diciembre de 2012 al 30
de noviembre de 2015, en México han sucedido 65 209 ejecuciones u homicidios
dolosos con una carga de violencia característica del entorno del narcotráfico
y el crimen organizado.
Para dimensionar la gravedad
de la cifra que refleja el nivel de inseguridad en este país, basta decir que
durante los seis años de gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, en plena “guerra
contra las drogas” se contabilizaron 83 191 ejecuciones.
En tres años, Enrique Peña
Nieto ha registrado el 78.38 por ciento del total de las ejecuciones sumadas en
los seis años de Felipe Calderón Hinojosa. Lo ha superado.
La cifra, los 65 209
ejecutados en el primer trienio del sexenio de Peña, por supuesto no es la que
proporcionan las instancias del gobierno federal, encargadas del análisis de la
información que sobre la violencia y la inseguridad se genera en el país; ese
número, el oficial, es “noble” para estar a tono con el discurso del “México en
paz” y con el discurso que desde la Secretaría de Gobernación utiliza Miguel
Ángel Osorio Chong para decirnos a los mexicanos, una y otra vez, que los
índices de inseguridad han disminuido en este tragicómico sexenio. Oficialmente
el gobierno federal reconoce 54 454 homicidios dolosos en tres años de gestión.
Los 65 209 homicidios
violentos referidos aquí son producto de un trabajo de investigación
periodística del semanario ZETA, de Tijuana, Baja California, cuyo reporte se
publica en la edición más reciente, del viernes 22 de enero de 2016.
Es una recopilación y
análisis de datos que se realizan desde el sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de
León, cuando el crecimiento de los cárteles en México y la lucha por los
territorios y las fronteras arrojaron muertes violentas debido a ajustes de
cuentas, venganzas, traiciones, corrupción, extorsiones, secuestros, amenazas.
Conocer la cifra de
ejecuciones anuales se ha convertido en un termómetro para medir el nivel de
inseguridad en el país. Independientemente de las cifras que maneja el
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) o el Secretariado
Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, los periodistas de ZETA
recopilan la información en registros civiles de municipios, secretarías de
seguridad y procuradurías en los estados, así como en medios independientes en
distintas entidades federativas. Acudiendo al origen de la información se
obtiene una cifra más cercana a la realidad y, por lo tanto, alejada de la
versión oficial que, por ejemplo, prefiere esconder ejecutados en una sola
averiguación previa, y al final contar el documento y no los cuerpos.
Los cinco estados que dominan
el escenario de las ejecuciones en el país en los tres años de gobierno de
Enrique Peña Nieto son también sintomáticos del movimiento de los cárteles, de
la droga que se está trasegando, de la corrupción y de la impunidad que viven
criminales, oficiales y funcionarios. Así los números:
1. Estado de México: 8845
ejecutados.
2. Guerrero: 6040.
3. Chihuahua: 5176.
4. Jalisco: 3946.
5. Michoacán: 3629.
A excepción del quinto estado
más violento de México, que es gobernado por Silvano Aureoles, del Partido de
la Revolución Democrática, en las primeras cuatro entidades las riendas de la
administración y la procuración de justicia las llevan priistas.
El Estado de México, lugar de
origen y cuna política de Enrique Peña Nieto, lo encabeza Eruviel Ávila, quien,
a ejemplo del presidente, no considera en su día a día el tema de la
inseguridad ni el de la gravedad de la violencia que ocurre en su tierra. Héctor
Astudillo Torres lleva menos de cuatro meses en el cargo de gobernador de
Guerrero, pero la violencia en las últimas semanas ha escalado a niveles de
horror (no ha habido una estrategia efectiva de combate ni a partir de la
desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, Iguala).
Del priista guerrerense se desconoce una estrategia o colaboración con el
gobierno federal para disminuir las muertes dolosas.
En Chihuahua, el gobernador
César Duarte Jáquez llama más la atención por el embrollo financiero en que
tiene metida a la entidad que por el combate que para hacer justicia debería
emprender contra los asesinos de los cárteles y del crimen organizado. Misma
situación ocurre en el Jalisco que administra Aristóteles Sandoval, una suerte
de remedo de Peña Nieto que, en prácticamente tres años de gobierno, no ha
podido frenar el crecimiento de los cárteles ni con la ayuda del presidente en
su tierra, donde este ha perdido más elementos de las fuerzas armadas ante las
balas del Cártel Jalisco Nueva Generación.
Ni las cinco regiones en las
cuales el presidente dividió al país para atender el tema de la inseguridad, y
cuyas reuniones encabeza el secretario de Gobernación junto al de la Marina,
Defensa Nacional, Procuraduría, Comisión Nacional de Seguridad, gobernadores y
gabinetes de seguridad, ni la recaptura de Joaquín Guzmán Loera, ni la
aprehensión de delincuentes menores del Cártel de Sinaloa, de Los Zetas, el
CJNG y otras organizaciones criminales, se han reflejado en un decremento de las
narcoejecuciones en un México donde la paz se inventa en el discurso, mas no se
evidencia en la realidad, en el día a día de mexicanos empobrecidos —también—
anímicamente.
La estrategia —evidentemente
fallida— de Enrique Peña Nieto, impuesta por Miguel Ángel Osorio Chong, no ha
mejorado los índices de violencia. Incluso comparando la cifra de ejecuciones
de los tres últimos años del sexenio de Felipe Calderón, cuando la inseguridad
se disparó, los tres primeros del priista resultan peores: de 2010 a 2012 en el
ocaso del calderonato se contabilizaron 61 775 muertes violentas, contra las 65
209 de los primeros tres años del peñato.
México no está en paz, como
el presidente pretende convencernos con un inverosímil y repetitivo discurso.
Lo cierto es que en el día a día, de norte a sur, México atraviesa por un grave
repunte de la criminalidad facilitada por la expansión de los cárteles, la
impunidad de los delincuentes marginales y con nombramiento oficial, de saco y
corbata; la cada vez más escandalosa corrupción gubernamental y la ineficacia
de programas y estrategias planeados sin estudio para combatir lo que ya se
define como una cultura del narcotráfico.
Los 65 209 ejecutados no
mienten. La paz que Peña Nieto pregona y que Osorio Chong apasionadamente presume
se reduce a ficción ante los números. Eso lo sabe cualquier mexicano que se ha
sentido intranquilo en las calles de su ciudad.
(SEMANARIO ZETA/ ADELA NAVARRO BELLO / MARTES, 26
ENERO, 2016 08:32 AM)
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