MÉXICO, DF (apro).- Mientras
Enrique Peña Nieto esconde su corrupción con filtraciones a sus esbirros, que
colocan a Kate del Castillo casi al nivel de Joaquín El Chapo Guzmán, el Cártel
de Sinaloa, uno de los emporios criminales más poderosos del planeta, sigue
intacto y controlado por su jefe supremo: Ismael El Mayo Zambada.
El M Grande, El Padrino, El
del Sombrero, El Quinto mes o El Mes Cinco, como también se conoce a Ismael
Zambada Niebla, es quien verdaderamente maneja al holding global que representa
el oficialmente denominado Cártel del Pacífico, cuya entraña es Sinaloa.
“Yo suministro más heroína,
metanfetaminas, cocaína y mariguana que cualquiera en el mundo. Tengo una flota
de submarinos, aviones, camionetas y barcos”, se ufanó El Chapo ante el actor
Sean Penn –sin que por cierto esta declaración conste en el video que difundió
la revista Roling Stone–, pero en realidad quien maneja el emporio es El Mayo.
Idénticos en su origen
humilde, su gusto por la poligamia y paralelas sus vidas en la delincuencia, la
diferencia entre El Chapo y El Mayo es que mientras el primero perdió la
libertad por ambicionar una película sobre su vida de criminal y sus
espectaculares fugas, el segundo rehúye la notoriedad.
Estas conductas contrapuestas
sobre todo en los años recientes tienen que ver con lo que algunas autoridades
presumen en el sentido de que El Chapo Guzmán hace mucho que ya no es el
cerebro de la organización criminal, como me confió en 2011 Manuel Clouthier,
actual diputado federal independiente.
“El Chapo Guzmán es como
Cuauhtémoc Blanco: ya no juega, pero jala la marca”, me dijo el sinaloense
usando una metáfora sobre el futbolista que para entonces carecía ya de fuelle,
pero cuya trayectoria seguía deslumbrando a la afición.
La realidad le da la razón a
Clouthier, porque es verdad que El Chapo simboliza el poderío criminal, tanto
en sus capturas como en sus fugas, pero la operación del Cártel jamás se ha
minado en México y, al contrario, ha observado una expansión trasnacional bajo
la conducción de El Mayo, al frente de un ejército de operadores cuya identidad
se pierde en las vastas redes empresariales y financieras “legales”.
En la entrevista con Penn, en
la sierra de Sinaloa, El Chapo dijo: “si me detienen, el narcotráfico va a
seguir igual”, exactamente lo mismo que El Mayo le dijo a Julio Scherer García
cuando, en 2010, se encontró con él también en la sierra: “Si me atrapan o me
matan, nada cambia”.
“Un día decido entregarme al
gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para
todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo
que nada cambió”.
–¿Nada, caído el capo? –le
pregunta Scherer.
–El problema del narco
envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados,
muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí.
El Mayo aseguró al
periodista, fundador de Proceso, que México llegó tarde a la guerra contra el
narcotráfico y que está perdida.
–¿Por qué perdida? –El narco
está en la sociedad, arraigado como la corrupción.
Hasta donde se sabe, la
recaptura de El Chapo –que ha sido también una cacería vil del gobierno a la
actriz Kate del Castillo— no ha representado desabasto de drogas en Estados
Unidos. Ese es el poder de El Mayo.
(DOSSIER POLÍTICO/ ÁLVARO DELGADO
/PROCESO/ 2016-01-20)
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