Al fondo, un dibujo con el
rostro de ella en color lila. Bajo esa manta, la leyenda “Yo no puedo quedarme
sin hacer nada”. Alrededor de las oradoras unas veladoras y algunas flores de
papel, sobre un trozo de pavimento hidráulico que alguna vez estuvo manchado
por la sangre de una madre asesinada por buscar a su hijo.
La muerte tiene permiso, dijo
Mara Aréchiga. Y su voz sonó como esas palabras escritas sobre piedra, a golpes
de cincel. La activista se refirió al homicidio de Sandra Luz Hernández, la
madre que buscaba a su hijo Édgar, desaparecido luego de un supuesto
enfrentamiento, que por investigar su paradera fue ejecutada a balazos en mayo
de 2014.
Ahí, donde fue muerta,
integrantes del Colectivo de Mujeres Activas realizaron un plantón, como parte
de las actividades del Día Internacional de la no Violencia contra las Mujeres
y un homenaje a Hernández. La cita fue en 30 de Septiembre y Constitución, en
la colonia Benito Juárez.
“En Sinaloa las madres se
convierten en detectives y la muerte tiene permiso: por machismo, porque no
alcanza la justicia para atender a esas familias que son víctimas”, dijo
Aréchiga.
La mancha de sangre sobre el
piso de concreto había desaparecido, pero no el recuerdo. Alma Rosa, quien
tiene a un hermano desaparecido y ha participado en actos de protesta para
exigir al gobierno que lo busque y castigue a los responsables, recordó esa
tarde: ella y Sandra Luz, que siempre andaban juntas, en la lucha, ese día se
habían separado, justo cuando seguía una pista sobre el paradero de su hijo,
fue asesinada, y ahí pudo también quedar ella.
Lo dice como si se viera ahí,
inerte. Tendida y con esa fuga a borbotones. Sus frases salen y se quedan,
suspendidas, en medio del dolor y la nostalgia. Sandra Luz, dijo, fue una gran
mujer y madre, valiente e incansable, y por eso su vida terminó de manera
violenta.
“Fuimos compañeras, hermanas.
Fui una de sus mejores amigas, estuvimos mano a mano, y jamás la dejé sola,
hasta ese día, desgraciadamente. A lo mejor hubiéramos quedado juntas, pero no
pude acompañarla por cosas del destino. Estamos ante una justicia sin ley,
porque ella investigó todo lo que pudo, dio su vida… buscó a su hijo y encontró
la muerte”, señaló.
La voz quedó entrecortada, en
el megáfono. Y a pesar de las grietas, de las palabras ondulantes, del anuncio
del llanto tragado y pospuesto y ahogado en saliva y agua salada, se escuchó
claro y fuerte y pegó en las moradas ensombrecidas de los asistentes: la muerte
tiene permiso, repitió en tres ocasiones Mara Aréchiga.
Martha Vega, de la Unión de
Madres con Hijos Desaparecidos en los 70, afirmó que no quieren justicia para
mañana, sino desde ahorita. En su discurso, la abogada y activista María Teresa
Guerra Ochoa, manifestó que el de Sandra Luz es un caso emblemático, por ser
madre de un desaparecido y luego víctima, además de que su homicidio sigue
impune y sin detenidos. En respuesta, la hoy occisa se colocó en la línea de
fuego.
“Es un caso emblemático, que
indigna, que permanece impune. En su doble condición de madre y víctima, se dio
a la tarea de realizar el trabajo que la procuraduría no realizaba, que era
investigar el paradero de su hijo desaparecido. A ella no le correspondía, pero
suplió la carencia de una investigación y la omisión de una autoridad que debió
investigar, y eso la colocó en condición de riesgo. Hay una doble ofensa”,
dijo.
Entre los casos de este tipo
que no han sido resueltos, agregó, están el asesinato de la catedrática
universitaria Perla Vega Medina, la desaparición de la joven madre Rosita
Estela Anzures Jacobo, y otras que permanecen en la impunidad y que a pesar de
que el gobierno no hace nada, es la familia la que en medio de protestas,
investiga por su cuenta.
“Suman decenas de mujeres
violentadas, asesinadas, en la línea de riesgo, porque son víctimas de
violencia en el hogar. Y entonces hoy 25 de noviembre no tenemos nada qué
festejar, porque sigue la violencia y la impunidad”.
Guerra Ochoa señaló que el
gobierno de Mario López Valdez superará en mujeres asesinadas al mandatario
anterior, el de Jesús Aguilar Padilla. De 2005 a 2010, sumaron 356 asesinatos
de mujeres, de acuerdo con datos de la Procuraduría General de Justicia del
Estado (PGJE). Pero en el gobierno actual, los informes oficiales señalan de
2011 y hasta octubre de este año, son 384.
En ese rincón extraviado, no
tan lejos del primer cuadro de la ciudad, las brevísimas flamas de las
veladoras peleaban con el viento. Varias de ellas habían cedido, extenuadas, y
se habían convertido en un humo delgado y tenue. En nada. Las flores quedaron
desacomodadas, a pesar de que las habían dejado en una suerte de semicírculo. Y
al fondo, en la pintura acrílica color malva, Sandra estaba seria y
ensombrecida. Seré una piedra en el zapato, había dicho, cuando buscaba a su
hijo Édgar.
Pero ahí ni piedra ni zapato:
acaso diez almas lloronas y encabronadas, un barrio de cuyas viviendas nadie
quiso salir para homenajear a la madre mártir, igual que cuando la mataron de
diez balazos, todos ellos en la cara. Y ahora, acaso una sombra, una mancha
borrosa, en despedida, sobre el pavimento. Y pocas, muy pocas flamas.
(RIODOCE/ JAVIER VALDEZ/ 29 noviembre,
2015)
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