Raymundo Riva Palacio
La próxima semana esperan se promulgue la Reforma Energética, con lo cual sucederán dos cosas importantes: finaliza el ciclo de las reformas económicas de segunda generación impulsadas por el Presidente, y empieza el sexenio de Enrique Peña Nieto. El gobierno comenzó en términos formales el 1 de diciembre de 2012, pero la administración de la política y la economía durante los primeros 615 días del sexenio, no tendrá nada que ver con los mil 574 que le quedan por delante. Esta fue una fase de contención; en la que viene el Presidente estará sin manos atadas y con todas las herramientas que le pidió al Congreso para la transformación del país. Mover a México tendrá que dejar de ser un discurso, y convertirse en realidad.
Peña Nieto tiene un sexenio corto para demostrar que su talento como político, que le permitió desarrollar con éxito una agenda parlamentaria, se extiende a su capacidad como gobernante a nivel nacional. En la primera parte pactó mayorías legislativas a modo. Las económicas con el PAN; las sociales –como la reforma fiscal- con el PRD. En este péndulo pragmático sacrificó promesas de campaña –como la creación de una fiscalía anticorrupción-, le perdonó la libertad a políticos y empresarios del pasado para mantener fluidas las negociaciones de las reformas y acotar el debate, por encendido que fuera, dentro del marco institucional.
Deshidrató la economía, y para evitar la rebelión de los pobres, sacrificó a los que más tienen, con el buen cálculo político que asimilarían el golpe civilizadamente. Con quienes utilizan las calles como método de presión, como la disidencia magisterial, ha jugado una guerra de desgaste político para inhibirlos. El país, sin embargo, no está tranquilo, pese a que no se ha incendiado la pradera. Más de 150 protestas sociales en todo el país han acompañado el incremento al 100% de su desaprobación como Presidente, y sus niveles de apoyo nacional se encuentran entre los más bajos desde que en este país se mide la aprobación presidencial.
Todo esto ha sido calculado. Inclusive el mensaje gubernamental centrado tozudamente en las reformas. Pero ahora, con el regalo de las cámaras al Presidente de los mejores párrafos para su segundo informe de gobierno dentro de tres semanas y media, las cosas van a cambiar a partir de septiembre. No se trata de acudir al oráculo, sino que Peña Nieto, como ningún otro Presidente, es rigurosamente disciplinado con el manual de operación política que desarrolló en el estado de México cuando fue gobernador. El manejo contenido de la economía fue concebido para dar réditos políticos y electorales, que se abrió plenamente en vísperas del año electoral, como es previsible sucederá este otoño. El mensaje también cambiará.
Política y economía son como hermanas siamesas en la mente de Peña Nieto, según lo demostró desde el Estado de México. Como gobernador, su secretario de Finanzas, Luis Videgaray, las operó eficazmente. Como secretario de Hacienda, en el contexto nacional, repitió la receta. “No es lo mismo hacerlo en el Estado de México, que intentarlo en el país”, dice uno de sus numerosos críticos. “Apagar una refinería es sencillo –ilustra metafóricamente-; prenderla es tardado”. Las variables están estudiadas. Soltarán los presupuestos a los estados y municipios para que se inyecten recursos que no existían, y conectarán rápidamente los gasoductos entre México y Estados Unidos para comprar barato el gas en ese mercado con sobre oferta y precios bajos, para que las facturas de luz disminuyan el próximo año y los mexicanos vean que cumplió su promesa.
Empatar economía con política electoral es indispensable para el Presidente, que necesita no sólo la mayoría en el Congreso el próximo año, sino controlar las comisiones de Hacienda y Presupuesto. La primera porque ahí se maneja y modula la política macroeconómica –que tiene que estar alineada con Hacienda para que las reformas marchen conforme al proyecto de nación que tiene-; la segunda porque ahí se encuentra la fuente del control político del país a través de la distribución presupuestaria.
En este sexenio corto, Peña Nieto será un Presidente distinto. Retomará la iniciativa y probablemente la mano suave de todo este tiempo de negociación de reformas, regrese a la rigidez de esa clase política mexiquense sofisticada y apabullante. Peña Nieto necesita salir bien en 2015 para estar mejor en 2018. La apuesta es grande, y cuando se juega alto, se gana mucho o se pierde mucho. Sabe, por experiencia propia, que el futuro nadie lo tiene garantizado, pero ayuda construir un camino para lograrlo.
(ZOCALO/ Columna de Raymundo Riva Palacio/ 08 de Agosto 2014)
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