Cuando la
cooperación entre Estados Unidos y México tiene como fin detener a
delincuentes, criminales o narcotraficantes mexicanos que inciden violentamente
en territorio norteamericano, la comunicación y las acciones, son las ideales.
Ningún gobierno tan cooperador como el de la Unión Americana para aprehender,
por ejemplo a dos, Joaquín Guzmán Loera, o Fernando Sánchez Arellano en suelo
mexicano, a pesar que en muchos de los casos, los criminales cruzan impunemente
la frontera hacia los Estados Unidos.
Pero cuando se trata
de un norteamericano que comete delito en México, como es el actual caso de
Andrew Tahmooressi, quien es juzgado en este país por introducir, contrabandear
armas a la nación, dado que no tenía permiso diplomático, de la defensa, de
alguna corporación policíaca o presidencial para trasladarlas, además de ser
armas que en México son de uso exclusivo del Ejército Mexicano, entonces los
otrora defensores estadounidenses de la cooperación entre los dos países, critican
el sistema ministerial, judicial y mediático mexicano.
No solo el
secretario de Estado de la Unión Americana, John Kerry, refirió el tema en su
última visita al país, sino hay congresistas que incluso han contemplado la
posibilidad de rescatar al soldado Tahmooressi de la prisión mexicana en la que
se encuentra, debido a los delitos que cometió al introducir armas al país.
Hace unos días la
propia Hillary Clinton, ex primera dama, senadora y ex jefa de Estado, refirió
que al gobierno de su país le hace falta elevar los esfuerzos para sacar de la
cárcel mexicana al marino.
Inés García Ramos es
editora de la sección Ezenario en ZETA. Desde que los hechos del marino se
dieron a conocer, ha seguido la investigación de cerca para reportar a nuestros
lectores. Fue ella quien escribió las condiciones en que el soldado
norteamericano fue detenido en las instalaciones de la Aduana en El Chaparral,
la no violación de sus derechos humanos, y las armas que portaba sin seguro,
cargadas y a la mano.
Un reportaje de este
Semanario también reveló cómo la hipótesis jurídica de la defensa de
Tahmooressi, de que había entrado por accidente a México cuando se confundió en
el Freeway 5 e intentó regresar a los Estados Unidos con sus armas, era poco
creíble, dado que unas horas antes, el marino había estado en Tijuana,
reservado y pagado en efectivo una habitación en el hotel Nelson, y tenía la
costumbre de visitar esta ciudad por cuestiones sentimentales, por lo que
entrar “por accidente” al país, no parece ser una opción viable.
En ZETA hemos
realizado la investigación sobre el caso, por ser éste de interés general.
Incluso porque podría ser fuente de un conflicto diplomático, ante la impunidad
que autoridades de los Estados Unidos
presumen, debe concederle a un soldado de su país. Mi compañera
reportera acudió el miércoles 9 de julio a la audiencia del soldado. Observó y
le fueron platicados por sus contactos, los privilegios que las autoridades
mexicanas ofrecen a la familia Tahmooressi. Por ejemplo, en pleno Juzgado dejaron
a la madre a solas con su hijo por 20 minutos.
Hacía su trabajo
cuando personal de la defensa del soldado, que encabeza en Tijuana el abogado
Fernando Benítez, y en defensa de la familia, Phil Dunn de la asociación
norteamericana Serving California (Sirviendo a California), molestaron a Inés
García Ramos.
Se trata de
norteamericanos que entraron al país como turistas, pero llegaron a cumplir con
un trabajo y una encomienda. Es el caso de quien se promueve en California,
Estados Unidos, como detective privado, Len Newcomb, su escolta Antonio Pérez y
quien se dice pastor en Tijuana, Luis Benito Juárez. Este último, sentado con
los dos primeros, identificó a la reportera.
“¿Tú eres reportera
de ZETA, verdad?”, cuando Inés responde
afirmativamente, el pastor sentenció: “Ustedes trataron muy mal a nuestro muchacho”;
luego le presenta a Len Newcomb, quien informa ser colaborador del abogado Phil
Dunn, quien ingresó a la audiencia de Tahmooressi como parte de su defensa.
García Ramos accede a platicar con ellos porque le dicen que tienen información
del caso y de la audiencia en proceso.
Pero los hombres
empiezan a beber, mientras la reportera pide un vaso con agua. Cuando concluye
de tomar información, Inés García se retira del lugar.
Más tarde, narra la
reportera:
“A las seis de la
tarde, mientras caminaba por la banqueta hacia mi carro, vi a Newcomb con el
pastor Benito en las escaleras del restaurante. Me hablaron para preguntarme si
la audiencia ya había terminado y cuando me acerqué, Newcomb me sujetó con su
mano izquierda de la cabeza, mientras me apretaba y jalaba hacia él. Comenzó a
preguntarme si quería tomar con ellos, que él pagaba mis bebidas. Luego me vio
a la cara y me dijo, ‘¿tienes suficiente edad para tomar?’.
“Aunque me moví, no
me soltaba, en uno de mis intentos por zafarme, Newcomb, ya ebrio, casi cae del
escalón, pero fue sujetado por el pastor Benito, quien estuvo presente durante
la escena. Finalmente, Benito logró quitarle la mano de mi cabeza y yo caminé
hacia la banqueta, Newcomb me gritaba por mi nombre, mientras caminaba apresurado,
pero tambaleándose, detrás de mí.
“Me oculté entre los
reporteros y le pedí a una colega de San Diego Union Tribune, así como a mi
fotógrafo, que no permitieran que se me acercara Newcomb, ya que me estaba
siguiendo y tenía aliento alcohólico. Minutos después, llegó su escolta,
Antonio Pérez, y me jaló de la pierna derecha hacia él, mientras me pedía que
regresara al restaurante para tomar con ellos.
“Caminé hacia atrás
y le pedí que me permitiera continuar trabajando. Mientras conversaba con una
reportera de Milenio, tanto Newcomb como Pérez, quienes se encontraban frente a
mí, en la banqueta entre el estacionamiento y los Juzgados, comenzaron a
gritarme para que me acercara a ellos. Ante mi negativa, el escolta caminó
hasta mí, y frente a la reportera que me acompañaba, me ordenó que fuera con su
jefe. ‘Quiere hacerte una pregunta’, me repitió tres veces. Le pedí que me
dejara en paz y comenzó a preguntarme en tono molesto, ‘¿qué es lo que te
preocupa?’, le respondí que nada, y de mala gana, remató: ‘Look, it’s not my
fucking problem, he wants to talk to you, not me, so just go’.
“En ese momento,
Newcomb se levantó de su asiento -un hidrante- y comenzó a seguirme mientras
gritaba mi nombre. Cuando me alcanzó, yo me encontraba a un costado de una
camarógrafa y un reportero de Frontera, me golpeó con su mano en el brazo y se
siguió de paso… el investigador seguía caminando detrás de mí, mientras
intentaba alcanzarme de la cintura con una de sus manos y gritaba mi nombre.
Entonces, me acerqué a los dos policías municipales que estaban en el
estacionamiento de los Juzgados, Newcomb se detuvo a un lado mío, mientras yo
hablaba con los oficiales y frente a ellos me propinó dos golpes más en el
brazo, luego dio media vuelta y regresó a sentarse en el hidrante”.
Los policías
municipales presentes en el acto hicieron poco o nada. Una llamada de quien
esto escribe a la Secretaría de Seguridad Pública de Tijuana, fue necesaria
para que actuaran. Desde la oficina de Alejandro Lares, se dio la orden y
llegaron a atender la denuncia de Inés García. Llegaron tarde. Un poco. Len
Newcomb ya se había retirado del lugar, manejando un vehículo en estado de
ebriedad. Su escolta fue detenido y presentado ante la autoridad, a pesar de
los lamentos del pastor Benito, quien incluso informó que tanto Newcomb como
Pérez, pertenecen a una unidad especial de investigación de Estados Unidos, y
que son policías.
Ante el Juez
Calificador, Pérez admitió haber consumido cuatro cervezas mientras se
encontraba en servicio. Y cambió su versión sobre para quién trabajaba: aseguró
ser agente de seguridad para Jill Tahmooressi. El pastor también se encontraba
en la delegación de la Zona Centro y, al ser interrogado como testigo por el
juez, “admitió que Newcomb me había sujetado de la cabeza, pero en su opinión,
‘en un tono juguetón y de burla’. Mientras me encontraba esperando que
concluyera la integración del documento, Benito se me acercó y me preguntó:
‘¿No crees que este pobre hombre ya sufrió demasiado?’, refiriéndose al
escolta, a quien le estaban levantando un certificado médico”, expone la
reportera.
Los abogados de ZETA
iniciarán el procedimiento jurídico que corresponda para denunciar formalmente
a quienes agredieron física y verbalmente a Inés García Ramos. Lo mismo,
organizaciones de defensa y protección de los derechos de los periodistas que
han sido solidarios.
Como reporteros en
México, no podemos consentir casos como éste, donde norteamericanos que buscan
que un soldado estadounidense que cometió delitos en nuestro país, salga impunemente,
agreden a la periodista Inés García Ramos, y buscan salir igualmente impunes.
Hacemos un llamado a
las autoridades mexicanas, municipales, estatales y federales, a hacer justicia
y no permitir que los norteamericanos no respeten La ley. Ya el Instituto
Nacional de Migración en Baja California investiga el estatus legal de los estadounidenses
referidos, mientras que el Consulado de los Estados Unidos en Tijuana, se quedó
“sin comentarios”.
(SEMANARIO
ZETA/ Adela Navarro Bello/ 11 de Julio del 2014 a las 18:00:29)
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