Distrito Federal—
Conocimos primero a sus hijos y no pudimos contener la risa. Uno no podía ver
sus caras angelicales y felices y dejar de sonreír. Apenas podían ver sobre el
tablero de la camioneta roja en la que viajaban.
Y sin embargo, los
dos adolescentes, José Santiago Pérez, de 16 años y Bernabé Pérez, de 14, eran
los emisarios que el ex miembro del cártel del narco había enviado a
recogernos.
El fotógrafo Dominic
Bracco y yo conocimos a los chicos el mes pasado en un lote baldío afuera de un
corral en el estado de Michoacán. Estábamos ahí para escribir sobre una milicia
ciudadana que se formó para echar fuera a un grupo de narcotraficantes, pero
que ahora se estaba convirtiendo en algo más siniestro.
El padre de los muchachos,
José Santiago Valencia Sandoval, conocía ambos lados del conflicto. Había
trabajado para el cártel de los Caballeros Templarios, pero luego desertó para
unirse a la milicia cuando recién se formó en el poblado de Tepalcatepec, hace
más de un año. Él acordó reunirse con nosotros.
Después de muchos
años y decenas de miles de muertos, la guerra contra el narco aún ensombrece a
México. Franjas enteras del país –los estados de Michoacán y Tamaulipas, las
ciudades a lo largo de la frontera– viven bajo las leyes de los cárteles que
ahora se dedican a otras tantas cosas aparte de transportar drogas. Hay
ansiedad de que se suscite la violencia, la frustración de tener que pagar
cuotas al cártel, el miedo al secuestro y cosas peores.
Distrito Federal— En
su primer año de mandato, el nuevo presidente, Enrique Peña Nieto, pretendía
cambiar la imagen de México de un país en guerra a la de una poderosa economía
en ascenso. Pero no pasó mucho tiempo antes de que volviera a enviar a los soldados
a patrullar las calles en los lugares donde la máxima autoridad recae sobre los
observadores adolescentes que trabajan para la mafia, con sus radios móviles.
En estos lugares, donde la Policía puede llegar a ser más peligrosa que los
mismísimos delincuentes y la política y el crimen van de la mano, hay pocas
esperanzas de que la guerra en México termine. En este mundo de tortuosas
alianzas, es difícil saber en qué creer o en quién confiar.
Al igual que sus
hijos, Valencia no era lo que yo esperaba. Estaba enseñando a un caballo a dar
saltos y escuchando música ranchera cuando nos estacionamos frente a su jardín.
En su sala, decorada con sus trofeos de cacería, abrió unas cervezas y nos
contó sorprendentes historias muy a su manera: cómo fue que se hizo pasar por
muerto echándose pintura roja en el cuello para confundir a un asesino. Cómo se
grabó a sí mismo en un video, diciéndoles a todos que planeaba enviarlo a la
Agencia Antidrogas de Estados Unidos en caso de que fuera asesinado.
La semana pasada, ese
día llegó.
Valencia y su
esposa, Blanca, los dos muchachos y su hija de 11 años, Bianca –quienes nos
habían dado de comer tacos y nos habían acogido generosamente en su casa–
fueron detenidos mientras viajaban en su camioneta roja hacia el estado colindante
de Jalisco. Los videos de YouTube que fueron tomados después mostraban la
camioneta llena de agujeros de bala. La Procuraduría General de la República
reportó que había señales de tortura en los cuerpos. Nadie sobrevivió.
Cuando lo conocimos,
Valencia no parecía sentirse perturbado por los peligros que enfrentaba, pero
hablaba con seriedad sobre los problemas que se vivían en su pueblo natal. Él
sentía que el movimiento de las autodefensas, que se había esparcido por todo
Michoacán –con el apoyo del gobierno mexicano– estaba siendo corrompido por el
cártel de la Nueva Generación de Jalisco. El grupo al que él se había unido,
dijo, se estaba convirtiendo en una fachada para criminales y podría terminar
tan corrupto y abusivo como el cártel del que había desertado.
“No tolero la
injusticia, y no voy a representar algo contra lo que estoy luchando”, nos
declaró. “Quiero enviar ese mensaje por los medios”.
Sabía que estaba
siendo perseguido.
“Nos sentimos
amenazados por ciertas personas del propio movimiento”, dijo.
Unas tres semanas
después de que publicáramos nuestro artículo sobre él, Valencia llamó a nuestra
oficina en la ciudad de México. Para entonces, me había vuelto amigo de sus
hijos en Facebook. Noté que sus pasatiempos y fotografías reflejaban el
ambiente donde habían crecido: la imagen de perfil de José era una camioneta
negra con los vidrios polarizados, y la de su hermano un rifle de gran
potencia.
Dominic y yo
estábamos de viaje, y Valencia nos había dejado mensajes indicándonos que tenía
algo “bueno” qué mostrarnos. Tras presionarlo para que nos diera detalles en
los días siguientes, mencionó que tenía una grabación del alcalde de su ciudad
natal, Tepalcatepec, en el que se exhibía toda la “basura y la corrupción del
gobierno”. La siguiente vez que fuéramos a Michoacán, le indicó a nuestro
gerente, teníamos que visitarlo.
Una vez que volvimos
a ciudad de México le regresamos la llamada. No respondió su teléfono. Y luego
notamos su nombre.
El asesinato de
Valencia y su familia apenas si recibió un espacio en los medios de México.
Pero para nosotros se trató de un hecho trágico y desconcertante. ¿El artículo
lo había puesto en mayor peligro? ¿Había sido asesinado por la grabación que
pensaba dar a conocer? Había traicionado a un cártel de la droga (al que nos
dijo que sirvió contra su voluntad) y al parecer tenía muchos enemigos.
¿Simplemente se le había acabado la suerte?
¿Y por qué matar a
los niños?
Dominic me escribió
en un correo electrónico después de lo sucedido que “la verdadera tragedia es
que parecía que finalmente estaba escapando de esa vida por medio de los grupos
de autodefensa, pero resultó que los mismos se estaban convirtiendo en su
propia mafia –o que estaban por hacerlo. Luego se propuso hacer que la gente
estuviera informada, como una forma de corregir todo esto”.
En México, la
mayoría de los casos de homicidio no son resueltos. Los familiares de las
víctimas deben vivir con sus preguntas. Sobre su sofá en casa, con sus hijos
jugando entre él, Valencia nos dijo que esperaba que, al hablar, la gente
“ederezara su camino”. De lo contario, indicó, “les voy a llamar y les daré
nombres y apellidos, para que lo den a conocer a todo el mundo”.
Ahora su nombre
brilla en el sol. Y los de ellos viven en la oscuridad.
(Joshua Partlow/The Washington Post)
(EL DIARIO,
EDICION JUAREZ/ The Washington Post/ 28 DE JUNIO 2014 | 21:36 PM)
PERCEPCIÓN DESASTROSA de MÉXICO: Violencia generalizada, impunidad sistémica y endémica.
ResponderEliminarLos recientes informes presentados por agencias de la ONU, y por la OCDE, a nivel internacional, y por el INE (antes IFE), a nivel nacional, mencionan la violencia, impunidad, desigualdad económica, la corrupción, y la desconfianza ciudadana como un retrato del México de hoy.
“Se vive un buen momento para invertir en el turismo mexicano” asegura la Secretaria de TURISMO.
Rodolfo López Negrete, director general del CONSEJO DE PROMOCIÓN TURÍSTICA DE MÉXICO: “La violencia entre narcos no afecta al ciudadano y menos aún al turista”.
http://rivieranayaritone.blogspot.mx/2014/06/percepcion-desastrosa-de-mexico.html