En el
atentado contra Adrián López Ortiz, Director General de Noroeste, los agresores
buscaron privarlo de la libertad; un auto versa estuvo presente en todo
momento, desde su salida del aeropuerto hasta que le dispararon
CULIACÁN.- Al filo
de la medianoche del miércoles, se veía una silueta cruzando el bulevar Pedro
Infante de un lado a otro.
Estaba herido, de
sus piernas brotaba sangre. Conforme pasaban los segundos aumentaba la
desesperación por el miedo a perder la vida desangrado.
Saltando sobre una
pierna, iba de acera en acera pidiendo auxilio. Pasaban autos, taxis y
camiones, pero nadie se detenía.
Por fin un auto de
alquiler paró su marcha en el semáforo que está en el cruce con las vías del
tren. Como pudo, se dirigió al auto. La luz cambió a verde y a él se le fue
toda esperanza.
Para su fortuna, el
taxi no se movió. El joven que ese día cumplió 34 años pudo por fin acercarse
por la ventana del copiloto que estaba un poco abierta. Puso sus manos sobre el
cristal y asomó su rostro.
"Soy Adrián
López Ortiz, soy director del periódico Noroeste, me acaban de asaltar, me
quitaron el carro, me dieron un balazo en la pierna, me estoy desangrando y le
pido por favor que me lleve a la Cruz Roja".
Al pasajero que venía
al lado del copiloto le dio miedo, pero no a la conductora del taxi.
"Abra la puerta
de atrás y súbase", le dijo la mujer.
"Quítese la
camisa y hágase un torniquete", le ordenó la chofer cuando Adrián ya había
abordado el auto.
Entonces se dio
cuenta que su pantalón tenía cuatro orificios, dos por cada muslo, uno en cada
lado de las piernas.
"Sentí los
cuatro hoyitos en el pantalón, así fue como me di cuenta que la bala había
atravesado", recuerda.
Cambió de parecer, y
el Director General de Noroeste pidió que mejor lo llevaran al hospital privado
que estaba más próximo en la zona del Desarrollo Urbano Tres Ríos.
El taxi llegó a la
puerta de Urgencias. Adrián logró bajarse y, a gatas, se movió 2 ó 3 metros
hacia la recepción, donde por fin lo auxiliaron.
Mientras lo subían a
una silla de ruedas, buscó a la mujer taxista para darle las gracias.
Ella ya subía al
taxi para irse.
COMPAÑEROS DE VUELO
Casi a la medianoche
del miércoles 2 de abril, Adrián López Ortiz, Director General del periódico
Noroeste, fue víctima de un robo violento de auto, en el que uno de los
delincuentes le dio un disparo que le hirió ambas piernas.
Para las autoridades
de Sinaloa el móvil fue el atraco.
Para el Gobernador Mario
López Valdez fue cosa de mala suerte.
Para la comunidad
local, nacional e internacional fue un ataque al periodismo. El agresor que
hirió al directivo sigue libre.
Esa noche regresaba
de la Ciudad de México, a donde acudió por invitación de las organizaciones de
la sociedad civil Fundar y Artículo 19 para participar en la presentación del
Índice del Acceso al Gasto en Publicidad Oficial de las Entidades Federativas,
el cual es una medición para conocer cuánto y cómo gastan los gobiernos en
publicidad y cuánto comprueban.
Cuando llegó a la
terminal aérea Benito Juárez, a las 20:00 horas, se dio cuenta quiénes serían
algunos de sus compañeros de viaje.
Aarón Rivas Loaiza,
Secretario de Desarrollo Económico; Karim Pechir, Secretario de Innovación, y
el propio Mario López Valdez, Gobernador de Sinaloa.
Aunque el vuelo de
Aeroméxico estaba programado a las 21:55 horas, se retrasó como suele suceder
con la última salida a Culiacán.
Ya para abordar,
Adrián se dio cuenta que el vuelo estaba sobrevendido, pues le dieron un lugar
en clase premier.
"Yo no traigo
primera clase, esto está equivocado", le dijo a la empleada.
"Ahí lo estamos
acomodando", le respondieron.
Malova viajaba en la
primera fila del lado de ventanilla. Adrián en la segunda, de lado del pasillo.
Intercambiaron un breve, "Hola, ¿cómo estás?"
El vuelo transcurrió
sereno, sin sobresaltos. Malova jugó un rato en el iPad y luego durmió.
El avión aterrizó en
la pista de Culiacán. Adrián tomó su maleta y se dirigió al estacionamiento
donde tenía su auto, un Áltima blanco.
Al abrir la puerta,
observó cuando el convoy del Gobernador salió a toda velocidad para abandonar
la terminal aérea.
Él abordó su
automóvil y lo encendió. En casa lo esperaba el festejo de cumpleaños.
EL AUTO 'SOMBRA'
El paso del versa
gris, sucio, con el logotipo de una empresa de seguridad privada, hizo que
Adrián frenara cuando intentó salir del estacionamiento del aeropuerto.
Permitió que pasara
y luego tomó la vía de salida hacia el bulevar Emiliano Zapata. Alcanzó al
versa en un tope y lo rebasó. Tomó el Zapata y, a la altura del cruce con el
bulevar Las Torres, empledos del Ayuntamiento pintaban las líneas blancas del
paso peatonal.
Eso le impidió
seguir derecho hasta el paso superior donde pretendía tomar el bulevar Pedro
Infante hasta su casa. La vía segura. Así que tuvo que hacer lo que estaba
evitando: tomar el camino de las vías del tren, la calle Juan M. Zambada.
En el momento que
esperaba la flecha a la izquierda, apareció de nuevo el versa. El conductor
hizo alto delante de él, también esperando dar vuelta.
Cuando el semáforo
lo permitió, ambos arrancaron por el bulevar Las Torres, conocido como el de la
Coca, y volvieron a emparejarse en el siguiente semáforo.
"Yo volteo por
reacción natural a ver quién viene en el coche, y veo que solamente tiene la
ventana, polarizada, abierta unos 10, 12 centímetros; alcanzo a ver una silueta
y la frente", narra Adrián.
"Estaban
volteando hacia mi carro, no me gusta, entonces yo acelero en cuanto salgo del
semáforo y justo cuando llego a topar con las vías del tren de la avenida Juan
M. Zambada, miro por el retrovisor y veo que el versa estaba detenido un poco
adelante del semáforo y ahí tenía a un lado la camioneta Ford Edge".
Ambas unidades
estaban paradas en medio de la calle bloqueando el paso, aunque en ese momento
no había tráfico.
Estaban cerca una de
la otra, pegadas, como "tocándose la nariz". Era notorio que sus
tripulantes conversaban.
EL ATAQUE
Adrián siguió su
marcha hasta llegar al semáforo con el cruce de Pedro Infante. La luz estaba en
rojo, al cambiar a verde intentó arrancar, pero la camioneta Edge gris que
había visto con el versa se le atravesó por el frente para bloquearle el paso.
Intentó dar reversa,
pero vio que el versa estaba parado detrás, estorbando el paso.
"De inmediato
veo cómo se abren las puertas traseras de la camioneta y sale de la puerta
trasera esta persona morena, delgada, con el bigote incipiente que me encañona
de inmediato; sale (también) del otro lado esta persona robusta, chaparrita,
güera, que también me encañona, entonces yo pensé, 'aquí me mataron', y me tiro
al asiento", describe.
"¡Abre la
puerta, cabrón!; baja el vidrio, baja el vidrio, quita el seguro... te va a
cargar la chingada", le gritaban sus atacantes al tiempo que con sus
pistolas golpeaban la puerta y ventana del Áltima.
Nervioso, Adrián
logró quitar el seguro. Uno de los delincuentes abrió la puerta y lo baja.
"Súbete atrás,
te vamos a llevar", le ordenó a punta de pistola.
"Me estás
confundiendo", respondió, "llévate el acarro".
"No",
refutó el delincuente, "no te estoy confundiendo, te vamos a levantar;
súbete al carro, si no, te vamos a matar".
"Yo no me voy,
llévate el carro".
Entonces, el otro
delincuente se acercó para apoyar a su cómplice y, entre ambos, intentaron meterlo
de nuevo al auto, a la fuerza.
El director de
Noroeste logró zafarse por debajo; dobló las rodillas para escabullirse de sus
captores, pero ya no pudo levantarse. Quedó de rodillas a escasos metros de sus
atacantes.
La camioneta Edge se
movió, dio la vuelta en U y se detuvo del otro lado, en el sentido de regreso
hacia el aeropuerto.
Uno de los
atacantes, el de tez morena, abordó el Áltima e hizo lo mismo, pero sin
detenerse. El otro delincuente, el "güero", se mantuvo de pie
encañonando a Adrián que estaba ya sometido, rendido y que sólo imploraba:
"Llévate el carro, llévate el carro, no me hagan nada, por favor".
El versa gris,
sucio, seguía ahí. Sin moverse. Quien quiera que fuera el conductor, estuvo
observando.
"¡Cállate!",
le gritaba el delincuente a Adrián, "¡te vamos a matar, te va cargar la
v...a", cállate.
Entonces, lo pateó
en el costado derecho y cayó al piso. Luego lo pateó de nuevo y Adrián tomó la
posición fetal, mandada por el instinto de sobrevivencia.
El atacante dio un
paso para atrás y disparó a quemarropa.
La bala expansiva
calibre .380 entró por el muslo derecho y su trayectoria atravesó las dos
piernas.
Según los médicos,
la bala no causó daños irreversibles ya que por la corta distancia no se
expandió.
El agresor se subió
a la Edge y huyeron a toda velocidad.
Adrián, herido y en
el suelo, trató de incorporarse hasta que logró hincarse de nuevo. Entonces vio
que el versa emprendió su marcha frente a él.
Cuatro o cinco
minutos duró el ataque. Nunca le pidieron el auto.
Adrián vio la
sangre, de padre médico y madre enfermera, sabía que podía desangrarse rápido
si la bala había dañado la vena femoral, una de las más importantes en el
drenado de sangre.
Intentó ponerse de
pie pero la pierna derecha no le respondió.
A saltos, sobre la
pierna izquierda, se movió a hacia el Pedro Infante, a gritar por auxilio.
Pasaron entre 8, 10 minutos, hasta que la valiente taxista le salvó.
(NOROESTE/
FRANCISCO CUAMEA / 07-04-2014)
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