Ciudad del Vaticano.- Un año después de la renuncia de
Benedicto XVI, el papa Francisco ha abierto varios frentes para reformar
la Iglesia, ha imprimido al papado un nuevo estilo, más cercano, y
sigue de cerca la actualidad internacional.
La imagen del Vaticano se había deteriorado mucho por los escándalos de pederastia y por diversas polémicas, pero esto está cambiando gracias a la popularidad del papa argentino, incluso entre los no creyentes.
Los obispos de América Latina y Europa dan fe de que se está volviendo a los orígenes.
El pasado 13 de marzo, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, fue electo con dos objetivos claros: reformar las estructuras de la Iglesia, sobre todo el gobierno central, la llamada curia romana, e impulsar el carácter misionero en una época de fuerte secularización.
Francisco da prioridad a lo segundo. "Para él, lo realmente importante es que se lleve el Evangelio a cada persona, independientemente de su situación concreta: lo que se llama misericordia, apertura incondicional", explica a la AFP el padre Antonio Spadaro, director de la revista jesuita Civilta Cattolica.
De llevar a cabo una revolución, la suya es sobre todo de gestos. Lavando los pies de presos musulmanes, besando a los minusválidos, afirmando que no es nadie para juzgar a los homosexuales, el Papa ha conmovido a la opinión pública. Y también lo ha logrado con sus críticas a los clérigos "arribistas" o "mundanos".
Llama por teléfono, escribe, tuitea
Y no se queda pasivo ante la actualidad. Ante una inundación, un drama familiar o una catástrofe, descuelga el teléfono y llama, cuando no escribe o tuitea. Francisco, con su espontaneidad, es un gran comunicador, y fue designado "hombre del año" por varias revistas.
Lo hace sin olvidarse de su primer objetivo: reformar la Iglesia. En un primer momento se mostró prudente y no hizo grandes cambios en el organigrama de su predecesor. Pero en cuanto se sintió más seguro, empezaron a llegar los nombramientos y las destituciones con la intención de dejar fuera de juego a los intrigantes y los corruptos.
En su residencia de Santa Marta se suceden las consultas, nombra comisiones para reflexionar sobre la reforma del banco o de la administración vaticana y ordena auditorías. Y sobre todo designó un "G8", consejo consultivo de ocho cardenales de los cinco continentes para asesorarle durante varios años.
Francisco es un "general" jesuita, determinado, exigente, a veces con poco tacto. La curia, otrora todopoderosa, se siente en ocasiones maltratada. Se palpa un cierto malestar.
Decide solo. Su primera elección de nuevos cardenales fue muy personal, con preferencia por los hombres de terreno, a veces desconocidos, en detrimento de los príncipes de la curia.
Una de sus metas para la Iglesia del futuro es la aplicación de los principios de colegialidad, que se basa en la consulta regular de los obispos, y de subsidiariedad, que hace que no sea necesario que todo llegue a Roma.
Pero mantuvo intacta la doctrina en los temas candentes, como el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre homosexuales o los cambios bioéticos. Sobre el fondo, este papa, que no se puede calificar de progresista ni de conservador, se mantiene intratable, aunque eso decepcione. También se opone a la ordenación de las mujeres.
Para Francisco, la familia es el punto central de su acción y por eso convocó un consistorio para febrero y dos sínodos. Parece consciente de la necesidad de aportar respuestas a realidades concretas de los cristianos, como los divorciados, las madres solteras y los homosexuales.
Su compromiso a nivel social y humanitario es impresionante. Su consigna es "una Iglesia pobre y para los pobres" y en nombre de ella libra una guerra contra el dinero sobredimensionado, los tráficos y la explotación. Denuncia la "cultura del desecho" que margina a los inmigrantes clandestinos, a los ancianos y a los más frágiles.
En política exterior tampoco se queda callado. "Su discurso en contra de una intervención extranjera en Siria significó la vuelta" de la Santa Sede a la escena internacional, afirmó a la AFP un embajador de Asia.
La imagen del Vaticano se había deteriorado mucho por los escándalos de pederastia y por diversas polémicas, pero esto está cambiando gracias a la popularidad del papa argentino, incluso entre los no creyentes.
Los obispos de América Latina y Europa dan fe de que se está volviendo a los orígenes.
El pasado 13 de marzo, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, fue electo con dos objetivos claros: reformar las estructuras de la Iglesia, sobre todo el gobierno central, la llamada curia romana, e impulsar el carácter misionero en una época de fuerte secularización.
Francisco da prioridad a lo segundo. "Para él, lo realmente importante es que se lleve el Evangelio a cada persona, independientemente de su situación concreta: lo que se llama misericordia, apertura incondicional", explica a la AFP el padre Antonio Spadaro, director de la revista jesuita Civilta Cattolica.
De llevar a cabo una revolución, la suya es sobre todo de gestos. Lavando los pies de presos musulmanes, besando a los minusválidos, afirmando que no es nadie para juzgar a los homosexuales, el Papa ha conmovido a la opinión pública. Y también lo ha logrado con sus críticas a los clérigos "arribistas" o "mundanos".
Llama por teléfono, escribe, tuitea
Y no se queda pasivo ante la actualidad. Ante una inundación, un drama familiar o una catástrofe, descuelga el teléfono y llama, cuando no escribe o tuitea. Francisco, con su espontaneidad, es un gran comunicador, y fue designado "hombre del año" por varias revistas.
Lo hace sin olvidarse de su primer objetivo: reformar la Iglesia. En un primer momento se mostró prudente y no hizo grandes cambios en el organigrama de su predecesor. Pero en cuanto se sintió más seguro, empezaron a llegar los nombramientos y las destituciones con la intención de dejar fuera de juego a los intrigantes y los corruptos.
En su residencia de Santa Marta se suceden las consultas, nombra comisiones para reflexionar sobre la reforma del banco o de la administración vaticana y ordena auditorías. Y sobre todo designó un "G8", consejo consultivo de ocho cardenales de los cinco continentes para asesorarle durante varios años.
Francisco es un "general" jesuita, determinado, exigente, a veces con poco tacto. La curia, otrora todopoderosa, se siente en ocasiones maltratada. Se palpa un cierto malestar.
Decide solo. Su primera elección de nuevos cardenales fue muy personal, con preferencia por los hombres de terreno, a veces desconocidos, en detrimento de los príncipes de la curia.
Una de sus metas para la Iglesia del futuro es la aplicación de los principios de colegialidad, que se basa en la consulta regular de los obispos, y de subsidiariedad, que hace que no sea necesario que todo llegue a Roma.
Pero mantuvo intacta la doctrina en los temas candentes, como el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre homosexuales o los cambios bioéticos. Sobre el fondo, este papa, que no se puede calificar de progresista ni de conservador, se mantiene intratable, aunque eso decepcione. También se opone a la ordenación de las mujeres.
Para Francisco, la familia es el punto central de su acción y por eso convocó un consistorio para febrero y dos sínodos. Parece consciente de la necesidad de aportar respuestas a realidades concretas de los cristianos, como los divorciados, las madres solteras y los homosexuales.
Su compromiso a nivel social y humanitario es impresionante. Su consigna es "una Iglesia pobre y para los pobres" y en nombre de ella libra una guerra contra el dinero sobredimensionado, los tráficos y la explotación. Denuncia la "cultura del desecho" que margina a los inmigrantes clandestinos, a los ancianos y a los más frágiles.
En política exterior tampoco se queda callado. "Su discurso en contra de una intervención extranjera en Siria significó la vuelta" de la Santa Sede a la escena internacional, afirmó a la AFP un embajador de Asia.
(ZOCALO/ AFP / 08/02/2014 - 07:48 AM)
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