lunes, 1 de julio de 2013

EXPEDIENTE: EL INCENDIARIO...

Saltillo.- Ignorando que su hermano dormía entre las apestosas cobijas de la cama, Fidencio tomó los cerillos que encendió con odio recordando que su madre lo había despreciado por el alcoholismo que sufría, concretando la venganza con la que destruyó a su familia.

Contemplando las llamaradas que consumían el tejabán donde muchos años convivió con su gente, el albañil sonrió con malicia dibujando en su mente el rostro de la mujer que lo atacaba con los consejos que le sabían a veneno.

Y es que perdido entre sus andanzas mentales, “El Chapis” fabricó el incendio con que creyó dañar materialmente a la autora de sus días, aunque en realidad estaba asesinando al joven con quien decía tener la mejor de las amistades.

FAMILIA DESINTEGRADA

Vagando por las calles del ejido sin saber a dónde ir, el pegabloques intentaba dejar atrás la borrachera crónica que cargaba como una pesada loza, sabiendo que sería imposible porque su afición a la botella resultaba más fuerte que sus intenciones.

Desde su infancia, las malas compañías y la desintegración familiar que padecía lo habían orillado a deambular entre las tinieblas del alcohol, donde permaneció hasta caer en el abismo sin fondo que se convertiría en su inevitable destino.

Pero mientras el fantasma de la bebida lo acorralaba, Fide veía pasar el tiempo alimentando su vicio con los pocos pesos que ganaba en la construcción, ignorando que el final de la libertad se acercaba gracias a sus propios excesos.

Y es que sus nulas aspiraciones sociales le impedían ver más allá de la parranda que le proveía la felicidad ficticia con que se entretenía cada semana, postergando para después los consejos que con la mejor de las intenciones le brindaba doña Teresa todos los días.

Lejos de eso, el borracho sin remedio se tiraba a la perdición junto a sus hermanos, haciendo del rancho La Gloria el punto de reunión donde se perdían entre las mieles de la cebada que algún día le sabría amarga.

Acompañado de su inseparable Emmanuel, el treintón de ilusiones gastadas se embriagaba hasta perder la conciencia, recobrándola con furia cuando su madre le recriminaba airadamente el estado de despojo en que llegaba para dormir olvidándose del mundo.

Debido a los constantes reproches de la jefa de familia, Fidencio se convirtió en el nido de rencor que explotaría de la peor manera, porque esperando el momento justo de la venganza ideó el plan para atacar a su mamá donde más le doliera.

NOCHE DE REZOS

Mientras doña Tere lavaba la ropa en el tallador del patio trasero, una tenue voz la sacó de sus pensamientos y entonces recordó que el sábado de rezos había llegado, recortando sus quehaceres para cumplir a los vecinos que la estaban esperando.

Corriendo presurosa entre el despoblado que tenía como vivienda, la mujer se secó las manos en el delantal cuadrado que cubría su pecho, mientras afuera de la casa sus visitantes la aguardaban para comenzar el recorrido religioso de época.

En otra parte, Fidencio hacía lo propio, dando los palazos que ponían fin a una escuálida semana de trabajo, mientras su mente volaba imaginando la noche de excesos donde el vino sería como siempre el mejor de sus aliados.

Ya por la noche, los residentes de La Gloria derrochaban su devoción en la casona que convirtieron en sede del rosario actual, donde Teresa guiaba las actividades en favor de la comunidad, mientras la tragedia se postraba sobre su familia con el color de la transparencia.

Mientras la doña se ganaba el cielo con sus plegarias comunales, los hermanos Ibarra hacían del fin de semana el mejor de sus festejos, armándose con las cajas de cerveza que consumieron para sacudirse los pesares laborales que los mataban de cansancio.

Tomando como faro el destello de la luna que comenzaba a blanquear por su fase llena, Fidencio, Emmanuel y Pedro se divertían bebiendo mientras a lo lejos desfilaban los ejidatarios como sombras entre la tenue oscuridad que se postraba sobre el pueblo.

Como si se tratara de una fiesta patronal, los parranderos hacían de su noche la más fervorosa de todas, despidiendo el sábado a sorbos, mientras el alcohol hacía de las suyas envolviéndolos, dando paso al preludio de la tragedia que cambió la vida de todos…para siempre.

TERRIBLE VENGANZA

Animados por el momento de euforia que atravesaban, los Ibarra intercambiaron experiencias de sinsabores que cotidianamente padecían, aunque Fidencio era el único que parecía no soportar los estragos de la realidad que lo atacaba sin piedad.

Y es que repentinamente el murmullo de los albañiles se apagó cuando las botellas del elixir prohibido se acabaron, dando paso al desfile de la gorra blancuzca que Pedro pasó entre los presentes para reunir el dinero que les permitiera acrecentar la pachanga.

Tras varios minutos de regateo entre los hermanos, el “Peter” se paró de la silla donde postraba su revolcado trasero y con las manos llenas de monedas se perdió en la distancia, encaminándose a la tienda donde compraría las bebidas que les permitiera sostener la felicidad efímera.

Al ver que Pedro se disipaba entre la polvareda del camino, Fidencio cabeceó con sueño pero un recuerdo lo sacudió y despertó asustado, evocando el pasado inmediato, donde la figura de su madre le susurraba en el inconsciente su deseo de que abandonara el vicio.

Enumerando los reclamos que le habían hecho durante meses, el adicto se detuvo en el momento en que Teresa lo corrió de la casa tras verse impotente en su intento por rescatarlo de las garras del vino.

Decidido a cobrar venganza, “El Chapis” observó a su alrededor, y convencido de que estaba solo se levantó como resorte, dirigiéndose a la cocina donde tomó la caja de cerillos con que concretaría la idea que invadió su mente en un flashazo de ira.

Lanzando el chorro de gasolina que diluyó por todos lados, el pirómano encendió los fósforos que aventó con crueldad entre los cartones que formaban el desvencijado tejabán, provocando las llamaradas que hicieron de día la noche en cuestión de segundos.

Mirando con desprecio la obra que reduciría a cenizas el patrimonio de su madre, Fidencio se levantó contemplando la hoguera con que saldaría las bofetadas de indiferencia, que según él le recetaba su progenitora casi a diario.

Adentro, Emmanuel se revolvía tratando de pararse del suelo donde reposaba la borrachera, cediendo ante el humo que le arrebató la vida, mientras su victimario se daba a la fuga desconociendo que para entonces ya se había convertido en asesino.
Gritando de euforia por sentir que se había vengado de su madre, el incendiario corrió para esconderse entre las tapias abandonadas del pueblo, mientras su gente abandonaba el rosario para retornar a lo que hasta entonces era su único refugio.

Desafiando las llamaradas que se expandían peligrosamente, vecinos de los damnificados luchaban contra las lenguas de fuego que se extinguieron para dar paso a la tragedia, cuando uno de los voluntarios encontró el cuerpo inerte de Emanuel, que yacía al pie de su cama con el destino extinguido.

INESPERADO FINAL

Con el amanecer del domingo, el homicida volvió al lugar de su crianza y fascinado vio que Teresa dialogaba con su tía, con el rostro desencajado por la pobreza que la sorprendió para sumirla en la peor de las crisis cuando menos la esperaba.

Pero una sensación de extrañeza lo invadió y con curiosidad afrontó a las lloronas, quienes le mataron la emoción tras enterarlo de que el menor de sus hermanos había muerto.

Impávido por lo que escuchaba, Fidencio se aturdió con la noticia, dando tiempo a que las propias mujeres lo sometieran para entregarlo a la Policía, cuando éste les confesó que había sido el causante del siniestro que horas antes le había robado la calma al pueblo.

Luego de que agentes municipales procedieran a la detención de “El Chapis” para ponerlo tras las rejas locales, las autoridades ministeriales que absorbieron el asunto, lo sometieron al arraigo donde narró con tristeza lo hecho con el único afán de afectar a su madre.

“Me está sangrando el corazón, no era mi intención matar a mi hermano porque solamente quería quemar la casa de mi mamá, porque ella y yo ya habíamos tenido problemas cuando me decía muchas veces que dejara de tomar o me fuera de su casa.

“Después del incendio yo me fui pensando que no le había pasado nada a nadie, pero cuando regresé al día siguiente me dijeron que se había muerto mi hermano y me dolió mucho, eso yo no lo sabía”, dijo durante su declaración preparatoria ante un juez penal.

Consternado manifestó que actuó bajo los efectos del alcohol, impulsado por el odio que sentía hacia su progenitora debido a las constantes represalias que ésta le infringía, buscando alejarlo del camino del vicio.

Pero mientras el rijoso ofrecía un forzado perdón a su gente, Teresa se entrevistaba con las autoridades interponiendo una denuncia de hechos contra su hijo por los delitos que le resultaran, exigiendo justicia para compensar en algo la muerte del más pequeño de su familia.

Ahora, Fidencio espera la resolución del juez segundo de lo penal con sede en Saltillo, que podría condenarlo a décadas de prisión bajo el delito de fratricidio si reúne los elementos necesarios para consignar el caso de manera definitiva.
 
(ZOCALO/ Revista Visión Saltillo/  Rosendo Zavala/ 01/07/2013 - 04:07 AM)

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