MÉXICO,
D.F. (Proceso).- En este mundo donde lo que predomina es la inmediatez,
al PRI se le ha ocurrido la fórmula de proponer, en tiempo y forma, un
Plan Nacional de Desarrollo (PND-2012-2018), cuando lo que está en el
imaginario social es que no ha existido plan alguno que en el pasado
haya cumplido con los programa o metas, o que medianamente se haya
acercado a éstos.
En la sociedad en que vivimos, se planifica
todavía como si los tiempos medios o largos existieran, cuando ahora es
posible recurrir a una visión prospectiva.
Pero por seguir la tradición
burocrática y política, a ninguno de los tecnócratas de la planificación
sexenal se le ocurrió escudriñar respecto de la existencia de
metodologías, comunes y corrientes en todo el mundo, de la prospectiva,
para presentar elementos de discusión participativa en busca de la
construcción de un nuevo proyecto de gobierno.
Así, se instruyó seguir
con la tendencia burocrática de hacer un plan sin visión y sin sentido,
con programas abstractos y metas que no podrán ser cumplidas, simple y
llanamente para llenar las formas.
Dicen que se logró en el plazo de un
par de meses (sic) una planeación absolutamente participativa (y para
ello muestran en el documento de referencia algunas opiniones para
justificar que se trató de un ejercicio absolutamente democrático, de
“abajo hacia arriba”… ¡carcajadas aparte!).
No obstante, el gran
problema es que el enfoque asumido, los conceptos y la orientación de
este PND no concuerdan con la desigual realidad que se vive, con las
contradicciones que se padecen y con los grandes retos que se tienen
como nación para salir medianamente hacia adelante, con algún nivel de
bienestar para la mayoría de la población (que es sobre todo joven),
para elevar la calidad de vida de la gente más pobre, o para proyectar
políticas que pudieran hacer posible alcanzar algún tipo de sociedad en
donde no prevalezcan de forma tan alarmante la impunidad, la arrogancia
de los juniors, la corrupción generalizada, la piratería como ejercicio
de gobierno, o la explotación en beneficio de unos cuantos. Digamos,
como para perfilar, por lo menos, la idea de que se puede alcanzar algún
tipo de sociedad en donde sea posible vivir con dignidad.
No, en
el enfoque del PND predomina el más puro teocratismo neoliberal y
arcaico, que parece regocijarse al presentar, a la lectura de una
sociedad dolida y despreciada, conceptos que están tan vetustos que uno
no entiende siquiera por qué se siguen usando, y por qué los tecnócratas
mexicanos (o sus asesores extranjeros) no han logrado siquiera ponerse
al día para presentar alguna idea que pueda alcanzar el tamaño del
discurso político internacional.
Para dar un ejemplo, está el caso
del programa “México con educación de calidad”. Siendo la educación, la
ciencia y la tecnología, componentes centrales de un escenario de
posibilidades y oportunidades para el bienestar de la población, los
conceptos que se han asumido y la orientación que se muestra en el plan
se remontan a los años sesenta del siglo pasado, y tienen muy poco que
ver con la posibilidad de avanzar hacia una sociedad de conocimiento.
Desde
el principio de la más obtusa obsolescencia intelectual y con el léxico
de una visión harto criticada y superada, se pone en el centro de todo
este programa la idea de que la educación de calidad está definida como
un “capital humano”.
¡Tremenda novedad! Este concepto, que aparece
mencionado como el eje rector de la propuesta educativa del plan, se
relaciona, desde los años sesenta, con una educación que debe servir
sólo para el adiestramiento y la capacitación de los trabajadores,
técnicos y profesionales adaptados a las necesidades del mercado, a la
mercantilización de la educación, a la formación de competencias para el
trabajo. Ni más ni menos.
Fragmento del análisis que se publica en la edición 1908 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
/ 29 de mayo de 2013)
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