En la mitología andina, mezcla del cristianismo con los dioses
quechuas, aparece la deidad Pachauku, representación del mundo de los
muertos, imagen que "apareció grabada" al dinamitar un cerro en Ecuador.
• En 1987 el Ministerio de Obras Públicas de
Ecuador dinamitó una montaña que al curvar violentamente la carretera
Alóag-Santo Domingo había causado cientos de muertes. Voló la tierra y
cuando se disipó el polvo apareció el rostro de Lucifer.
Hace algunos años me dio por investigar las diversas representaciones
de Lucifer. La cara de Satanás en Alóag es una de las más inquietantes.
En la mitología andina, nuestro ser físico está personificado en las
montañas. Dentro de ellas habita un poder que los mineros conciben
masculino y brutal.
Está escondido en el útero femenino y amable de la
montaña. Así ven el mundo los mineros andinos: la montaña es la madre
fértil de la civilización ancestral; la mina es el poder de la
civilización de la industria.
Las carreteras al sur de Quito son buenas, pero cuando uno pasa un
pueblo, el autobús suele dar tumbos. En uno de esos desperté asustado.
Me había quedado dormido y más que el salto, me despertó un piquete en
la garganta. Abrí los ojos. Tenía frente a mí a un rubio que, en extraña
mezcla de acento gringo y español de la sierra andina (ese que se habla
des-pa-ci-to) me arrancaba de la garganta un insecto rojo:
—¡Una pheidolini!
Me presenté, no tanto por educación. Quería saber quién era ese tipo
que se había sentado junto a mí y, sobre todo, qué era ese bicho que se
retorcía en sus dedos.
—Me llamo Ron. Como el ron..., ¿entiendes? —risa de chiste autofestejado—. Y esto es una hormiga de la tribu pheidolini.
—Mucho gusto.
Ron sopló la hormiga y, como no había otra cosa que hacer, nos
pusimos a charlar. Él es antropólogo social, trabaja para la UNESCO,
viene de Quito y va para Saquisilí a comprar un aguardiente que produce
alucinaciones.
—Cuando tienes malaria y te metes esto —me dijo en secreto, y extrajo de su mochila una botella de peltre—, ves elefantes rosas.
Abrió la botellita, lanzó un poco al suelo y dijo:
—No olvidemos a Pachamama.
—¿Siempre son rosas los elefantes? —pregunté.
—Los más peligrosos son verdes.
Me ofreció un trago y yo, en plan aventurero me lo tomé. No, no vi elefantes pero me hice amigo de Ron.
En Saquisilí hay un mercado artesanal. Hay también, para el turista
de alcurnia una Hacienda que, relativamente cerca, se llama La Alegría.
Ron y yo, borrachos, entre aguardiente y cervezas Pilsener decidimos ir
en taxi hasta Machachi y luego caminar los ocho kilómetros hasta la cara
de Lucifer.
Si estaba dispuesto a contagiarme de malaria y ver
elefantes rosas, no iba a asustarme la idea de caminar en una zona de
serranos anarquistas, terroristas, narcotraficantes o todas las
anteriores.
Ron trabaja con los mineros ecuatorianos. Se enamoró de una boliviana
con la que tiene tres niños que corren en mara. No fue fácil. Cuando
llegó, las mujeres del pueblo pensaron que la ONU lo había enviado para
esterilizarlas porque “la gente civilizada” les ha dicho que la solución
a sus problemas es “que dejen de tener indios”.
Encerraron a Ron hasta
que dio muestras de que más que esterilizar lo que él quería era
fertilizar quechuas. Fue uno de los primeros antropólogos que vinieron a
buscar alguna forma de mejorar la vida de los mineros andinos que viven
en condiciones tan miserables como en México.
Esta es la historia de la escultura: antes de que decidieran demoler
la montaña pusieron a un tractorista enfermo de leucemia a cortar el
monte. Octaviano Buenaño (que era su nombre) utilizó las herramientas
del ministerio no para abrir carreteras, como le habían ordenado. Cavó
una apertura por la que se introdujo para esculpir la única obra de arte
que se le conoce, una gigantesca escultura en piedra que nadie iba a
ver.
Lo que Buenaño no podía saber es que pocos años después, cuando ya se
había muerto, el ministerio utilizaría dinamita y no tractores para
derrumbar la montaña. A causa de los túneles que había excavado, la
colina se derrumbó en forma tan exacta que dejó al aire el rostro de su
Poder Brutal.
Ron y yo llegamos cuando ya estaba amaneciendo.
—No es Lucifer —dije.
—Tiene algo de Lucifer. Tienes que ir a Bolivia.
—¿Por qué?
—En Bolivia vas a entender exactamente quién es éste que estamos viendo.
—No se si vaya a Bolivia —contesté— mejor dime, ¿qué debería encontrar por allá?
Transcribo aquí algo de lo que me contestó: El Poder Brutal, que los
mineros en Bolivia conocen simplemente como “El Tío” es parte de una
mitología de aculturación: cristianismo y tradiciones quechuas narran en
un mito muy estudiado entre los mineros de Bolivia la historia de cómo
un pueblo campesino fue obligado, brutalmente, a volverse minero. Este
es el diablo. Octaviano Buenaño también fue un artista en el sentido de
Arthur Rimbaud, porque era vidente.
Intuyó que su obra sólo sería
revelada cuando se manifestara sobre de ella lo mismo que él ahí
inscribió: El Poder Brutal es la dinamita que abre la montaña para
extraer oro, plata y estaño.
—Todo es tan raro.
—Lo raro es hermoso.
Sí. Ha sido justamente la dinamita, el símbolo mismo de la
civilización industrial lo que ha hecho parir a Pachamama nuestro Poder
Brutal.
(MILENIO/ Dominical/ Fernando Zamora/
14 Abril 2013 - 12:52am)
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