Alejandro Covarrubias V. / Dossier Politico
Aún recuerdo
aquellas charlas con los funcionarios del Nuevo Sonora apenas anunciado el
lanzamiento del Programa Sonora SI.
Habían transcurrido escasos meses del
arribo del primer gobierno de alternancia al ejecutivo del estado, y por más
que buscaba no había ningún signo alentador en el nuevo gobierno. Antes al
contrario.
Por doquier empezaban a multiplicarse las señales inquietantes.
Unas, indicaban que estábamos ante un grupo de individuos empeñados en escribir
una rara historia de si mismos y de su paso por el gobierno.
Ellas no eran
ajenas a su desdén para entender la extraordinaria casuística rodeando su
arribo al poder y su afán por colorearla con historietas en las que se
revestían de heroísmo.
Otras más, los describían como hombres problematizados con
las calidades y calideces humanas. Luego con ideas de gobierno ídem. Ad hoc, o
sea, a los estrechos de sus mentalidades y emociones. Era necesario verlo para
entenderlo.
Había que hurgar
duro para localizar las huellas de sus experiencias educativas. Más era
aparente su esfuerzo por suplirlas con una agresividad de machos cabríos,
clichés de barrio, lugares comunes y reduccionismos maniqueístas.
Por eso el
resumen de señales era asas sombrío. Estábamos frente a hombres recortados con
la misma y única convicción de hacer del ejercicio de gobierno un proyecto
absoluto de fortuna personal. Nada más.
Por eso cuando me
cruce aquellos días con personajes como Roberto Romero, Javier Alcaraz, Javier
Neblina y Moisés Gómez supe enseguida que estaba frente a seres completamente
transformados.
Prestos a ser presas
facilonas de las enajenaciones del poder. No es que antes hubieran sido otras
personas –cuestión más evidente en los casos a la Romero y Gómez cuya vena de propensión al
arrebato les saltaban por los ojos.
Nada extraño para unos practicantes del
peligroso juego en que la única regla es que no hay reglas, es decir. Pero en
gentes como Neblina y Alcaraz, al igual que en otros de los ungidos a los
cargos de Padrés –como Ernesto Munro, Bernardo Campillo y Erasmo Terán--, había
sino luces para ilustrar algo al menos cierta sencillez para entender. Nada de
eso existía más.
Había bastado que
convivieran unas cuantas semanas con el poder para que se marearan, batallando
con las consejas del sentido común, al igual que con los referentes que hacen a
un hombre --sino bueno-- al menos candidato a llenar los expedientes mínimos de
la sensatez y la decencia primarias.
Todos por igual
ahora se decían expertos en sus cargos cuando en realidad estaban para mostrar
si podían aprender las substancias y decisiones que implicaban sus funciones.
Peor aún, todos por igual se creían maestros de la política, llamados a enseñar
las veras estrategias para ganar y asir el poder en escala nacional --cosa que
les hizo creer Calderón a efecto de instrumentarlos para terminar de desterrar
a Espino, defenestrar a Vázquez Mota, liquidar lo que quedaba de panismo
auténtico y de paso hostigar a Peña Nieto.
Un paquete combo especial de
entretenimiento, mientras él negociaba su suerte con los factores mayores de
poder del país.
Se mentían pues
entre si. En el fondo todos sabían que las tales estrategias se reducían al
script básico que prescribe sacar dinero de donde lo haya como la precondición
para ganar elecciones.
De ahí derivaba todo
lo demás. Los recursos para montar ejércitos terrestres con jóvenes
desempleados y lumpenes dispuestos a pelear, cuadricular y peinar distrito tras
distrito.
El reparto de sobres a la vieja usanza entre medios y periodistas
para comprar espacios por aire, tinta y pantallas. Las despensas y los vales de
comida, cartones y cemento para tranzar credenciales, voluntades y animosidades
de líderes de barrio y comunitarios hambrientos hasta la rabia.
Los secretos
para llegar al precio a políticos y dirigentes sociales tránsfugas, prestos a
pactar cualquier cosa. Etc.
Y todos por igual se
dedicaban a administrar su cargo –que no a ejercer sus puestos--, lo que
dependencia tras dependencia significaba como hasta hoy:
- Primero, aceptar, repetir y dar sentido
a las iniciativas y proyectos personalísimos hechos programas de gobierno que
uno tras otro fueron saliendo de las oficinas de Romero;
- Segundo, proteger la fortuna propia, y
ver por la manera de introducir a la nomina a amigos y familiares, así como
asegurar alguna candidatura en los comicios por venir; y
- Tercero, adoptar la posición del nadador
de corcho objeto de hacer bien la mas elemental de las reacciones humanas.
Sobrevivir, pues. Luego sus gestos acompañantes; decirle al jefe siempre que es
un fuera de serie, no pedir ni contrariar nada; no hacer gran cosa,
preferentemente nada, y –en fin-- no hacer olas, no sucumbir ni ahogarse en las
aguas cada vez más turbulentas que les vino a representar ser parte del Nuevo
Sonora.
Una tras otra estas
facetas ya desfilaban ante mi en mis intercambios con los personajes del Nuevo
Sonora de aquellos primeros meses del 2010. No cumplían un año en el cargo y
toda la esperanza de la alternancia rodaba por los suelos.
Pero ahí estaban con
una sonrisa de triunfadores a la Og Mandino y su macro-proyecto del Sonora Si y
el Acueducto Independencia bajo el brazo.
A Romero le pedí que armaran
encuentros con expertos y que dejaran oír sus voces.
A Alcaraz le externé mis
dudas, enfatizando en particular la importancia de respetar a los Pueblos
Yaquis y advirtiéndole que si alguien
sabia defender sus derechos eran ellos.
El primero no se molesto
siquiera en escuchar. El segundo me dijo que “todo lo tenían bajo control” y
que “… lo de los yaquis ya estaba arreglado.
Tres años después la
Suprema Corte del país les ha dicho lo que no han querido entender: Qué no se
puede ser gobierno e ir como si nada atropellando los derechos y los debidos
procesos que asisten a los ciudadanos, sus grupos y las comunidades indígenas.
A los Yaquis para empezar. La soberbia aún les da para seguir respondiendo que
no pasa nada. Que nada los detendrá. Como si la Suprema nada significara. Como
si aún no los esperan otras resoluciones por desacato, juicio político, y un
largo etcétera.
En algún punto de la
historia las ciencias económicas tuvieron que acudir a las ciencias de la
conducta para seguir avanzando. Con autores como Tversky y Kahneman aprendimos
que las empresas y las instituciones sufren bajo el peso de tomadores de
decisiones pobremente equipados para razonar, procesar información y evaluar sus ignorancias.
Entonces asistimos
al vagar errado de hombres cuyas decisiones provienen de lo que no saben; más
que --rara vez-- de lo que saben.
Esta ha sido la
historia del Nuevo Sonora. La historia de un grupo de personajes cuyas
decisiones sólo se pueden explicar por dos tipos de razones:
La ignorancia de
lo que hacen y la ignorancia –esta si superior-- de las consecuencias de sus procederes
e imposturas. Son los actos hechos valor a la mexicana del no saber.
(DOSSIER POLITICO/ Alejandro Covarrubias V. /
2013-05-12)
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