Con auténtica furia salió a buscar a
quienes ella señalaba como entrometidos vecinos
Foto: Internet
Juan había perdido el asombro por la feria,
después de varios años de ir con ella a todos lados, las luces y el sonido
ensordecedor no despertaban absolutamente ninguna emoción en él, los juegos de
destreza se convirtieron en aburridos momentos en los que la impresión del concursante
no lograba contagiarlo.
Juan con la mirada perdida,
observaba a las familias pasear de un lado a otro, los colores se reflejaban en
sus rostros, las carcajadas eran sobrepasadas por la estridencia de la música
que opacaba los gritos, el algodón de dulce que impulsaba el viento era
perseguido por los pequeños que inocentemente creían poder alcanzarlo; para
Juan estar en la feria representaba sólo dos cosas: obtener algunas míseras
monedas atendiendo uno que otro juego mecánico y localizar a quien sería su
posible víctima horas más tarde.
Poco a poco los gritos y las
luces se apagaban, el estruendo de los fierros y el rechinido de los tubos
llegaba a su final, sólo quedaban los de siempre, algunos hombres y mujeres
embrutecidos por el alcohol se negaban a que la diversión finalizará, Juan
debía apresurarse, necesitaba acercarse a ellos antes que el dinero se les
terminara, era necesario complementar las monedas con riqueza real, con
billetes con más ceros que las monedas.
Al llegar a casa era recibido
por su joven mujer, los rostros infantiles de ambos contrastaban con el
ambiente adverso, la periferia de la ciudad siempre es un lugar complicado para
vivir, sobre todo para dos casi niños de 17 y 16 años.
Esa noche, ella le susurró
algo en el oído, algo extraño que le hizo cambiar el semblante, el calloso puño
se aferró al oxidado cuchillo, nada le
detuvo.
El puño de Juan se convirtió
en mano sólo para soltar el afilado acero y levantar un par de orejas bañadas en sangre, un digno
castigo para esos hombres que se atrevieron a mirar con morbo a su pequeña
pareja que tenía relaciones.
Pero Juan también quiso
castigarlos por intentar tocarla, las manos de los acosadores fueron cercenadas
sin miramiento alguno, el descuartizador de Milpa Alta se presentaba en público
por primera y única vez en la Ciudad de México.
Las historias de sangre en la
zonas más dispersas de la Ciudad son el pan nuestro de cada día, la violencia
galopante trae consigo negras y rojas historias que parecen salidas de la mente
del más obtuso cronista policiaco.
Tal es el caso del
descuartizador de Milpa Alta, un joven de tan solo 17 años, oriundo de Chiapas,
que 10 años atrás sufrió el abandono de
sus padres, llegó a vivir a la Ciudad de México al resguardo de sus tíos con
quienes laboraba en pequeñas ferias que viajaban por el centro del país.
Juan encontró el amor en uno
de sus tantos viajes, su novia, de 16 años, vivían con él en una diminuta
construcción en Santa Martha, Milpa Alta, el cuarto servía sólo como lugar para
pasar la noche, una ligera sábana hacía las labores de puerta, pero era incapaz
de proteger un poco la privacidad de la pareja, fue ahí cuando la joven
enamorada se dio cuenta de que eran espiados, a ella la observaban
continuamente sus vecinos hasta que se cansó de aquella situación y decidió
comentarlo con Juan.
Para la sorpresa de ella, el
anónimo joven dejó salir toda su fiereza, con auténtica furia salió a buscar a
quienes ella señalaba como entrometidos vecinos, Juan asesinó a tres hombres,
les cortó orejas y manos para después tirar los cadáveres en un lote baldío muy
cerca del deportivo del barrio en la esquina de Tlaxcala y Prolongación
Sinaloa, los cuerpos descuartizados fueron encontrados el 28 de julio de 2016,
se identificaron fácilmente con ayuda de los vecinos, rápidamente se les
relacionó con Juan y su novia, pues varias personas los vieron consumir drogas
y alcohol en grupo, dos días después, el joven asesino fue detenido por las
autoridades tras la confesión de la pequeña novia de Juan.
Con información de: El gráfico
(EL DEBATE/REDACCION/ 14 DE MAYO 2017)
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