Trabajando en el área del
estacionamiento del estadio, escuchó la detonación. Volteó, con la bolsa de
papitas en la mano y el recipiente de salsa en la otra: un hombre sostenía un
arma a la altura de su hombro, otro caía pero como que quedaba suspendido en el
aire, flotando, sin terminar de caer, malherido, y el resto de las personas
alrededor de los puestos de comida corrían, gritaban, se tropezaban o eran
atropellados.
Un balazo en la cabeza y otro
quién sabe dónde. Ya abajo, abrazaba ese cuerpo que entibiaba una mancha roja y
temblaba. Algo se desprendía. Algo terminaba y empezaba en ese hombre que yacía
y se resistía al final. Él lo vio todo. Vio a otro que se dolía por una
esquirla. Usted tuvo suerte amigo, solo fue un rozón. Escuchó que le dijo el
paramédico a ese herido. De lejos, del otro lado de la cinta amarilla, vio
cuando tendieron una manta azul sobre el que había quedado en el suelo.
Llegó a su casa. Todavía
alterado. El pecho inquieto. Contó a su esposa y se puso a cenar. Apenas picó
con el tenedor la carne que lo esperaba en el plato. Dijo hasta el hambre se me
quitó. Fue a acostarse y no dejaba de ver a ese hombre caer, con el sangrerío a
borbotones y él cayendo y cayendo y al mismo tiempo peleándose con el viento,
queriendo agarrar con dedos y brazos el oxígeno que se le negaba. Suspendido.
Así lo veía. Ya eran las dos. Pobre amigo, pensó. Y se quedó dormido.
Una semana pasó. Con el
puesto de tacos afuera de su casa, la carne que debía asar, las cebollas en la
plancha, la salsa fresca y las bolsas de guacamole para llevar. Todo ahí. Había
sido una buena jornada, buena venta. A punto de cerrar, sacando cuentas, recibió
una llamada. Quince tacos, con todo. Era un cliente que conocía. Le mandó la
dirección por guasap. Sí, cómo no. Ahorita te los llevo. Los preparó muy rápido
y salió con los recipientes y bolsas para entregarlos.
En medio de la noche, se
desorientó. Detuvo la marcha de la moto para revisar la dirección y en eso
estaba cuando lo atoran dos desconocidos. Uno lo ve de frente y el otro está a
un lado, acercando su arma al pecho. Quién eres. Volvieron los temblores. Calmado,
amigo. Ando buscando esta dirección. Uno le dijo a ver si es cierto, márcale. Llamó y
contestaron. Te salvaste. Cuando entregó los tacos, le explicaron: para esos
que lo habían detenido era la cena. No queremos visitas ajenas, compa. Usted
entienda.
Regresó a su casa. Como
mareado, con ganas de vomitar, débil. Así se sentía. Muchas armas en pocos
días. Sangre, sustos, muerte. Todo lo había visto y ya no quería más. Las balas
pasaron cerca, le dijo a su mujer. A lo mejor ya ando enfermo. De la cabeza, el
corazón. Quién sabe. Mañana me haré la prueba del diabetes y el colesterol.
(RIODOCE/ COLUMNA “MALAYERBA” DE JAVIER
VALDEZ/ 27 febrero, 2017)
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