Llegó
el momento de pensar fuera de la caja en cómo tratar al Presidente Donald
Trump, quien no tiene la menor intención de manejarse dentro de los parámetros
que rigen la política, la diplomacia y las relaciones internacionales. Si bien
no debería de ser sorprendente su actitud, sí llama la atención cómo una vez
sentado en la Oficina Oval, su beligerancia y hostilidad se han acentuado,
particularmente en el caso de México.
¿Por
qué en la víspera de que se iniciara la renegociación del Tratado de Libre
Comercio de Norteamérica anunció que construiría el muro de la ignominia y
sería pagado por los mexicanos? Esta es una decisión soberana de Trump, pero la
coincidencia de recibir a la delegación mexicana con un golpe en el ojo no
puede pasar desapercibida. Con un mensaje en Tweeter, enrareció el oscuro cielo
de la relación bilateral.
Fue
una provocación directa en la cual el Presidente de Estados Unidos, quien
violentó los métodos usados por sus predecesores para presionar a México sin
detonar todos los puentes. Dos ejemplos son muy ilustrativos para mostrar el
rompimiento de esas prácticas. En mayo de 1984, cuando Miguel de la Madrid
llegó a Washington para entrevistarse con el Presidente Ronald Reagan, el
columnista Jack Anderson publicó en The Washington Post un informe del Gobierno
que afirmaba que el Presidente mexicano había recibido 250 millones de dólares
por un soborno.
El
contexto era la creciente molestia en Washington contra su Gobierno, por
haberse metido en medio de la guerra que iniciaba la Casa Blanca contra el
Gobierno sandinista y estar evitando una invasión a Nicaragua. Por las mismas
razones geoestratégicas, en vísperas de la elección presidencial de Nicaragua
en 1990, The New York Times publicó reportes de las agencias de inteligencia,
que el Gobierno de Carlos Salinas estaba enviando dinero a los sandinistas, lo
cual, aunque no era correcto -les había enviado el PRI 200 mil volantes-,
buscaba inhibir a los mexicanos. La forma como presionaban los gobiernos
estadounidenses era sutil, y siempre buscaban en Washington salidas plausibles:
ellos no eran los responsables de esas filtraciones que, sin embargo, habían
puesto contra la pared a los mexicanos.
Trump
rompe con el molde que había manejado la Casa Blanca desde Franklin D.
Roosevelt, el primer en utilizar de manera eficaz la comunicación política.
Trump es directo, intempestivo, altanero y agresivo. Es, además, totalmente
impredecible. El fin de semana, tras las llamadas telefónicas del Presidente
Enrique Peña Nieto para felicitarlo y el anuncio de la Casa Blanca que se
reunirían el 31 de enero en Washington -invitación que nunca fue confirmada por
Los Pinos-, se generó la expectativa de que había un mejor entorno para
dialogar. Pero Trump ratificó que es una bala suelta que no se sabe por dónde
va a golpear. El anuncio que firmaría una orden ejecutiva para cconstruir el
muro en Texas, mostró a Peña Nieto y al canciller Luis Videgaray que no pueden
llegar a reuniones donde las reglas y los protocolos son inexistentes. Con
Trump puede ser que suceda una cosa, como que suceda la contraria.
En
esas condiciones, una reunión de Peña Nieto con él se convierte en una
potencial trampa que puede ser terrible para el mexicano. ¿Qué podría decir
Trump después del encuentro, aún si acordaron como en la visita a Los Pinos el
año pasado, acotar las declaraciones, o mentir como lo ha hecho durante el
arranque de su Gobierno? Desde que anunció Trump la construcción del muro la
noche del martes, Peña Nieto y Videgaray, comenzaron a evaluar si se cancelaba
la visita a Washington el próximo martes y se analizaron efectos y
consecuencias de esa cancelación.
No
era una decisión fácil, no sólo por los mensajes que un acto de esta naturaleza
significa, sino también por la explosividad de Trump, que tiene una
extraordinaria capacidad para transmitir sus emociones y visceralidades a una
gran audiencia, que lo escucha acríticamente y le cree, mientras que Peña Nieto
no tiene ni las herramientas intelectuales, ni las capacidades políticas o la
legitimidad en su propio país para hacerle frente.
Afortunadamente
para él, la relación comercial con Estados Unidos, que es el nodo de lo que
está en juego por las implicaciones económicas que tiene, no depende de dos
personas, sino de todo un enjambre de intereses creados entre los dos países a
lo largo de más de un cuarto de siglo. Los mejores aliados de Peña Nieto y su
Gobierno son los intereses políticos y económicos en Estados Unidos, así como
también un hecho fundamental en un mundo paranoico y lleno de amenazas, los
tres mil 200 kilómetros de frontera con un país que ha sido estable y seguro
para los intereses estadounidenses.
El
dilema que enfrenta Peña Nieto es cómo desarrollar la estrategia y vincular
todos los intereses bilaterales en el marco de la seguridad colectiva, sin que
parezca una amenaza que no esté dispuesta a respaldar con acciones. Peña Nieto
está en una encrucijada: en México se le exige una defensa de los intereses
mexicanos sin capital político para poder gastar, por lo que una actitud débil
le será letal; en Estados Unidos, ante al beligerante Trump, que con un mensaje
en las redes sociales puede destrozar a quien no esté preparado para
enfrentarlo con rapidez y fuerza. Esto, en suma, es lo que tiene que hacer Peña
Nieto. ¿Cómo? Tiene que ver sus fortalezas y las debilidades de Trump, pero de
su decisión y resultados inmediatos probará si está hecho para el mayor desafío
de su mandato.
twitter:
@rivapa
(NOROESTE/
Estrictamente Personal/ Raymundo Riva Palacio/ 26/01/2017 | 04:07 AM)
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