Tres cubanos cuentan su travesía desde
la isla hasta que fueron rescatados por el "buque bicentenario" de la
Armada de México; el mal tiempo convirtió su viaje en una pesadilla.
El 7 de mayo, la Marina pasó a recoger a
los 11 isleños cerca de Quintana Roo. (Especial)
La salida de Cuba casi nunca
no se planea, se hace espontáneamente. O sea, yo me reúno con tres amigos,
reunimos un poquitico de dinero y decidimos salir del país por problemas
económicos".
Las historias son las mismas.
El tono cansino, hastiado por los casi 20 días de matar las horas en la
estación del Instituto Nacional de Migración de Mérida, Yucatán. Quizá se
emocionan un poco al recordar las vicisitudes que vivieron en alta mar, cuando
pensaron por momentos que no sobrevivirían. Quizá se les hace un nudo en la
garganta cuando recuerdan el providencial barco carguero "indio" que
les salvó la vida. Quizá están a punto de llorar cuando relatan cómo llegó un
buque de la Armada de México a su rescate para trasladarlos a lo que era su
objetivo original: llegar a costas mexicanas para, desde aquí, emprender la
ruta hacia Estados Unidos.
Alfredo Rojas Isaac, Tamara
Sahagún y Wilfredo Martí Alzamora son balseros cubanos. Sobrevivientes que
corrieron con suerte y pueden contar su historia: a mediados de abril, 11
vecinos, amigos o simples conocidos de la Isla de la Juventud, se treparon a
una balsa improvisada —construida con desechos de unicel, residuos de plástico
y láminas oxidadas— y "zarparon" de la playa Punta de Piedra. Tenían
calculado viajar de ocho a diez días, juntaron "provisiones" para que
les alcanzara durante ese periodo, y se echaron a la aventura. Pero el mal
tiempo convirtió el viaje en una pesadilla.
***
Alfredo, Tamara, Wilfredo y
sus otros ocho compañeros que hoy esperan en Mérida que las autoridades
mexicanas, junto con la embajada de Cuba, definan su estatus migratorio, son
algunos de los miles de cubanos que por distintas vías llegan a México. Los hay
quienes ingresan legalmente a nuestro país para trabajar de manera temporal
(sumaban tres mil 346 residentes temporales y dos mil 507 permanentes en 2015).
También poco más de cuatro mil que, gracias a un acuerdo firmado a finales de 2015
por la cancillería mexicana con seis naciones centroamericanas, siguen
arribando por tierra a Tapachula, Chiapas, o por avión a Ciudad Juárez,
Chihuahua, o Nuevo Laredo, Tamaulipas, para tramitar su paso a territorio
estadunidense. O los 387 que se internaron a México ilegalmente y fueron
devueltos por tierra.
Pero hay quienes como
Alfredo, Tamara y Wilfredo que eligen otra ruta, la más peligrosa, que es
llegar por mar de manera ilegal. Una vez en suelo mexicano, emprenden por su
cuenta la larga travesía hacia la frontera norte, exponiéndose a asaltos y a
bandas de traficantes de personas. Están en una cifra negra, no se sabe cuántos
arriban en total ni cuántos perecen en el intento. Solo se conoce el número de
los que son atrapados por los agentes migratorios o de quienes, como Alfredo,
Tamara y Wilfredo, son rescatados por la Armada mexicana.
El número de balseros cubanos
rescatados del mar ha ido en aumento en el último lustro. Según reportes de la
quinta Región Naval de la Secretaría de Marina, que cubre alrededor de 75 mil
millas cuadradas de extensión marítima, desde el norte de la península de
Yucatán hasta la frontera con Belice, en 2015 se llegó a la mayor cifra con 224
salvamentos y, en los primeros cuatro meses del año, suman ya 105 rescates. El
promedio de náufragos es de 10 por cada balsa encontrada.
***
"Yo no planeé nada. Mi
novio fue y me avisó ya el día que salimos".
—¿Y así nomás tomaste la
decisión?
—Ajá, y ya vine con él.
—¿Por qué decidiste hacerlo?
—Para trabajar y poder ayudar
a mi familia.
Tamara Sahagún, 19 años,
robusta, de piel negra y cabello crespo, habla rápido, con el inconfundible
acento cubano. Parece enfadada, pero se serena al rememorar los 20 días en alta
mar: "Nos cogieron tormentas, mal tiempo con olas de siete metros.
Estábamos casi deshidratados. Gracias a Dori que trajo medicamento,
jeringuillas y sales de rehidratación. Cuando estábamos con mucho vómito nos
inyectaban. Tuvimos algunas quemaduras leves en los pies, aunque poníamos muchas
lonas para protegernos del sol. Nos pasamos cinco días sin comer. Y el agua
era, un buchito en la mañana y un buchito por la noche. Mal, mal, muy
mal".
Alfredo Rojas, de 27 años,
veterinario de profesión y que al momento de huir de Cuba había creado su
propio negocio, dice "Hice una cafetería en la que vendía alimentos,
refrescos y eso", es el sobreviviente que habla más lento, más
desilusionado.
—¿Pensaste en algún momento
que no iban a llegar?
—Sí, todos pensamos que no
podríamos llegar, pero todos los días rezábamos ya sobre las 7 de la noche.
Nosotros hacíamos silencio y una compañera rezaba; y siempre nos mantuvo fuerte
la fe. Nos cuidábamos los unos a los otros y siempre estuvimos unidos, como lo
estamos hasta ahora, que somos uno solo.
La situación se tornaba
crítica, dice Wilfredo Martí, quien luce más avejentado de los 51 años que dice
tener. "Fue muy dramático porque las mujeres no sabían nadar. Nos cogió un
norte enmedio del Golfo, sin saber dónde estábamos, temíamos que si se nos
viraba la balsa corríamos el riesgo de perderlas porque ninguna de ellas tres
sabía nadar".
De manera casi providencial,
el día 20 en alta mar, uno de los muchos buques mercantes que vieron pasar
—casi un centenar, todos indiferentes— se apiadó de ellos. "La sensación
es indescriptible; me dieron ganas de llorar, incluso cuando el barco nos pasó
de lado hubo un momento en que pensábamos que no nos había visto. Cuando se
siguió de largo salió su capitán, nos miró con los prismáticos y regresó.
Teníamos una sensación de llanto, de risa, no entendíamos, era una emoción
indescriptible", narra Wilfredo.
La tripulación del barco,
aparentemente de la India, les arrojó agua y comida, incluso colchas por la
noche para que se cubrieran al dormir. Y esperaron a que llegara el buque
Bicentenario de la Independencia, de la Armada mexicana, que recogió a los
náufragos, les dio atención médica y alimentos calientes, y los condujo a
Puerto Progreso, Yucatán, donde finalmente se hizo cargo de ellos personal del
INM.
Habían pasado 22 días en el
agua. "A 270 millas de la costa más cercana de México, o sea, estábamos en
aguas de nadie".
***
En los próximos días debe
resolverse la situación migratoria de Alfredo, Tamara, Wilfredo y sus ocho
compañeros de odisea. Todos tienen el mismo pensamiento: quedarse en México o
poder moverse a Estados Unidos. Tamara baja la voz: "A mi me gustaría quedarme
aquí a trabajar para lograr mi objetivo". Alfredo asegura que, pese a
todo, si tuviera la necesidad lo volvería a intentar. Y Wilfredo reta, altivo:
—¿Cómo recordarás este
episodio?
—Si llego al lugar asignado,
lo voy a catalogar como una aventura que es peligrosa, pero es digna de ser
vivida, cuando quieres escapar, cuando quieres fronterizarte para poder ayudar
a los que dejaste atrás.
(DOSSIER POLITICO/Tomado de: Roberto
López / Milenio/ 2016-05-29)
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