“Hoy tengo más energía que hace diez
años, cuando me estaba muriendo. Hoy me dicen, ‘te ves radiante’, y es porque
voy en pos de lo que quiero lograr. Me he convertido en un icono”, explica
Felicia en una entrevista con Efe en la que desgrana una vida llena de éxitos
artísticos, parejas, hijos y un secreto oculto.
Hija de una familia mexicana con
ascendencia española, nació en 1940 y vivió en Nueva York hasta los 13 años, en
plena caza de brujas contra todo lo distinto, desde comunistas a homosexuales, causándole
un “miedo atroz” a ser quien sentía ser. Foto: Especial
Martí Quintana
México, 11 jun (EFE).-
Felicia Garza triunfó durante décadas como Felipe Gil, una reputada figura de
la música mexicana que llegó a ganar la OTI como compositor, hasta que a los 74
años se atrevió a cumplir un sueño, una necesidad escondida durante toda su
vida: ser una mujer.
“Hoy tengo más energía que hace diez años,
cuando me estaba muriendo. Hoy me dicen, ‘te ves radiante’, y es porque voy en
pos de lo que quiero lograr. Me he convertido en un icono”, explica Felicia en
una entrevista con Efe en la que desgrana una vida llena de éxitos artísticos,
parejas, hijos y un secreto oculto.
Subida en unos tacones que
suman centímetros a su metro ochenta, “esta chica de 15 años de la tercera
edad” recibe a Efe impecablemente arreglada y tocando una pieza al piano desde
el comedor de su casa, que alberga numerosos recuerdos.
Hija de una familia mexicana
con ascendencia española, nació en 1940 y vivió en Nueva York hasta los 13
años, en plena caza de brujas contra todo lo distinto, desde comunistas a
homosexuales, causándole un “miedo atroz” a ser quien sentía ser.
Sus padres fueron grandes
artistas, Eva Garza y Felipe “el Charro” Gil, integrante de Los Panchos: “Yo
viví bajo esta férula, ese ambiente musical, veía muy poco a mis padres y fui
realmente educado por una pareja de irlandeses”.
Se crió en el barrio de la
película West Side Story, donde abundaban las peleas de bandas y la
bravuconería.
“Cuando llegué a la escuela a
los seis años de repente recibí un golpe en la cara que me mandó al piso
(suelo). Me gritaron marica. (…) Ahí conocí lo que era el odio y el dolor”, rememora
como si fuera ayer.
El shock fue por partida
doble, porque al llegar a casa su madre le hizo jurar por Dios que se parecería
a su padre, un antiguo caporal tan “creativo” como “machista”.
Aquel momento la cambió para
siempre. Pasó una niñez enfermiza, era su modo de obtener “un poco de
compasión” y a los 13 se mudó a México y empezó un proceso de
“hipermasculinización”.
Practicó fútbol, boxeo, llegó
a ser cinta negra de kárate y ganó 40 kilos. De pesar 52, se convirtió en un
hombre imponente, a pesar de ser un caso de intersexualidad llamada
insensibilidad a los andrógenos.
“De la cintura para abajo era
un hombre, y para arriba una niña”, señala Felicia, que siempre se ha sentido
atraída por las mujeres.
Y en pleno cambio físico, le
llegó la fama. Empezó como Fabricio, en la época del rock and roll, en la que
destacaba la voz grave que todavía conserva y que le catapultó al estrellato
haciendo cine, televisión y teatro por toda Latinoamérica.
En esa época tuvo una hija,
la primera de varios vástagos fruto de dos matrimonios y relaciones
“extramaritales”, y durante décadas siguió triunfando como Felipe Gil, cantante
y compositor de un tema ganador en la OTI y muy reconocido dentro de la
industria por ser directivo de la Sociedad de Autores y Compositores.
A fines de los noventa estuvo
a punto de morir: “Ahí es cuando me di cuenta que me habían vencido mis
angustias y miedos”.
Y tras años de buscar
respuestas en todas las religiones posibles, consultó a una psicóloga,
investigó por Internet y empezó “a diseñar” su vida.
Aprendió a maquillarse, andar
con tacones y vestirse y, además, comenzó terapia hormonal. Es “una nueva
pubertad, y lógicamente te quieres poner más falditas”, apunta pizpireta y
entre risas.
Pero siempre supo vestirse
“acorde a su edad”, dice señalando la larga falda blanca y el jersey de punto
rojo que viste.
“En esa transición empecé a
vivir tantas cosas que nunca pude gozar en mi existencia”, recuerda.
Aun sin descubrirse ante la
sociedad, decidió terminar con su última mujer, con quien llevaba más de 20
años. Se lo contó todo y esta lo aceptó. Fueron varios años en los que, además
de su pareja y amante, fue su mejor amiga.
Hasta que la familia de su compañera
se entrometió, y la abandonó hace dos años y medio, dejando “un vacío en su
vida”.
Unos meses después su
historia saltó a los tabloides y un “acérrimo enemigo” de la Sociedad de
Autores quiso usarlo en su contra.
Entre la espada y la pared,
Felicia se descubrió ante el mundo en septiembre de 2014 como una mujer
transgénero de 74 años, culta, despampanante y sin tapujos.
“De repente me abro y el
mundo mediático se me entrega, la gente en la calle, como nunca en mi
existencia, me para y me felicita”, cuenta.
Pero en la esfera privada fue
difícil: “La discriminación más grande la sufrí con las personas más cercanas a
mí”, y pasó año y medio “en total soledad”.
Desde entonces, quiere dar la
“mejor versión” de la mujer transgénero para lograr la aceptación del colectivo
y aparece, sin hacer activismo, en todos los tinglados.
Estuvo cuando el Presidente
Enrique Peña Nieto anunció la reforma constitucional en favor del matrimonio
igualitario y participó en la marcha del colectivo de 2015, para la que compuso
el tema “Si lo sabe Dios, que lo sepa el mundo”.
Este mes estrenó un monólogo
teatral, escribe su biografía y ha recibido ofertas para hacer pasarela.
Incombustible, enseña feliz
su “habitación de chica”, con un guardarropas interminable, y no pierde el
humor ni contando sus intimidades: “Si me gustaran los hombres” me cambiaría de
sexo.
Felicia, a sus casi 76, no
descarta encontrar el amor de una mujer que la acepte tal y como es; una rompe
moldes.
(SIN EMBARGO.MX/ EFE/ junio 11, 2016 -
11:27 am)
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