Andrés Manuel López Obrador
prometió que Morena se llevaría el 30 por ciento de la votación para el
Congreso Constituyente en la Ciudad de México y alcanzó el objetivo. López
Obrador le pidió a David Monreal que buscara la Gubernatura de Zacatecas donde
lo importante no era ganar sino construir una estructura partidista, y Morena
se convirtió en la segunda fuerza del estado con 25 por ciento del voto. Hace
un año le dijo Rocío Nahle, la coordinadora de Morena en el Congreso, que
ganarían en Veracruz; no pasó, pero Morena se convirtió en la tercera fuerza
estatal. Se asentó bien en Puebla y mostró cabal salud en Oaxaca. No tuvo
gubernaturas en la bolsa ni triunfos determinantes, pero su votación creció 86
por ciento entre las elecciones federales en junio de 2015, y las recientes de
Gobernador. Ningún partido incrementó así su número de votos.
Morena es una máquina
política cuyo combustible, ingeniería y carrocería funcionan por la existencia
de López Obrador. Pensar qué sería de Morena sin él sólo puede ser planteado
como hipótesis, aunque se puede suponer que sería el colapso de una opción de
la izquierda social, que alberga a los que no habían votado, al elector
volátil, a los insatisfechos, a los antisistémicos. López Obrador es la
síntesis de la oposición a lo establecido y quien galvaniza la molestia
ciudadana. Nadie en la geometría política se encuentra en ese punto como él.
Lleva 30 años de hacer
campañas electorales, para el PRI en el Tabasco que eligió a Enrique González
Pedrero como Gobernador, para él como candidato de la izquierda al mismo cargo,
para ser líder nacional del PRD, y para buscar dos la Presidencia. “La mafia
del poder”, como llama a todos que no sean él o sus incondicionales, dijo que
le impidió llegar a Los Pinos. Esa “mafia” no pudo acabarlo en 2005 cuando
iniciaron un proceso de desafuero para juzgarlo por un delito menor, porque el
entonces Presidente Vicente Fox, ordenó a la PGR que se desistiera de la
acusación. En política, a quien no se mata se fortalece. López Obrador se quedó
a 243 mil 934 votos del panista Felipe Calderón, despojado de la victoria en
buena parte por sus propios errores durante la campaña y una mala estrategia
post-electoral. Sin esas fallas, retóricamente hablando, las cosas podrían
haber sido diferentes.
Seis años después perdió por
mayor margen ante Enrique Peña Nieto, luego de que al verse empatado el priista
con su adversario un mes antes de la elección, contó con el respaldo del
golpeteo propagandístico del PAN, cuando quedó claro que su candidata, Josefina
Vázquez Mota, no estaría en la lucha final. Tres años y medio después, López
Obrador luce tan fuerte como candidato como en 2006 y 2012, pero con una gran
diferencia: quienes lo derrotaron decepcionaron o son cuestionados; los
problemas que decía aquejaban a los mexicanos no sólo se confirmaron sino que
se acentuaron, y la realidad, como nunca, camina de la mano del discurso del
tabasqueño.
“La mafia del poder”, como
describe a las élites mexicanas, no quiere que llegue a la Presidencia porque
están convencidos que afectará sus intereses. En 2016, el discurso contra esos
intereses es altamente poderoso: corrupción y pobreza. Su discurso teológico,
con polos excluyentes, el bien o el mal, ricos o pobres, buenos o malos,
penetran en el psique mexicano, católico y lastimado, y responde a las demandas
ciudadanas. Frases como “ese avión no lo tiene ni Obama”, o sólo dan “frijoles
con gorgojo”, son dos de los mensajes más penetrantes que registran los
expertos en casi una generación. Si faltan a la verdad es irrelevante. Él los
mantiene como una línea que machaca sobre sus ejes de ataque: corrupción y
pobreza.
López Obrador abandonó el
barco del PRD mucho tiempo después que ya sabía que para él, sus maderos
estaban podridos. En las elecciones federales de 2015, cuando Morena hizo su
primera aparición electoral, obtuvo el 8.39 por ciento de la votación, con tres
millones 346 mil 349 votos, convirtiéndose en la cuarta fuerza política
nacional. De ese total de sufragios, de acuerdo con analistas, sólo 400 mil se
podrían etiquetar directamente a votos fugados del PRD. Insatisfechos de otros
partidos, nuevos votantes o los volátiles, le dieron el mandato. En las
elecciones para 12 gobernadores del 5 de junio, pasó a ser tercera fuerza
nacional y en algunos lugares casi empatado con el PAN o con el PRI. El PRD
quedó atrás.
Para las elecciones de 2018
falta todavía un largo tiempo en términos de calendario electoral, y si bien
antes del 5 de junio, como se escribió en este espacio, sería muy difícil que
estuviera en condiciones de competencia real para la presidencial, después de
los resultados de hace dos domingos, esto es incierto. La debacle del PRD, el
creciente rechazo al PRI y las victorias artificiales del PAN tras los
inesperados resultados, colocan a López Obrador como el único candidato con
victorias químicamente puras. Él y Morena son los únicos que avanzan por lo que
son, lo que dicen y representan. Aún no se le ve la fortaleza estructural para contender
contra el PRI y el PAN en 2018, pero la realidad está de su lado. Al preguntar
las encuestas por quién votarían en 2018, el 92 por ciento dice que por quién
más esté contra Peña Nieto. Como dirían los jóvenes, que les sirva de
advertencia.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
Raymundo Riva Palacio/ 15/06/2016 | 04:00 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario