Oportunista, demagogo,
racista, tonto, insensato, absurdo, falaz, y con un discurso que evoca la
retórica de Adolfo Hitler y Benito Mussolini. Así es como el Presidente Enrique
Peña Nieto y cinco miembros de su gabinete se han referido al puntero por la candidatura
republicana para la Casa Blanca. Tarde y atropellada la irrupción contra del
empresario neoyorquino, que desde que perdió un juicio en Baja California y
tuvo que pagar más de siete millones de dólares a 100 millones por un fraude
inmobiliario en Rosarito, decidió que la mexicana apestaba tanto como sus
ciudadanos. No fue por una lentitud de reflejos; fue peor: se plegaron a una
petición del Partido Republicano de no meterse en el proceso electoral.
Trump tomó a México como su
eje de campaña -junto con China- desde que lanzó su candidatura presidencial en
junio pasado, al afirmar: “Cuando México envía a su gente, no están mandando a
los mejores. Están enviando gente que trae muchos problemas consigo, drogas,
crimen. Son violadores”. En julio aumentó la visceralidad: “Los peores
elementos en México son empujados a Estados Unidos por el Gobierno mexicano.
Una tremenda enfermedad contagiosa está cayendo sobre la frontera”.
La primera respuesta vino
cuatro días después en Texas. El entonces canciller José Antonio Meade, dijo en
una entrevista con The Dallas Morning News: “En la política no hay lugar para
el prejuicio y la ignorancia plena. No contribuye cuando uno introduce racismo,
prejuicios e ignorancia plena en una mezcla política. Pero pensamos que la
reacción a esos comentarios ha sido positiva y sus puntos de vista no son la
visión dominante”. El diagnóstico del Gobierno resultó equivocado, pero esa
falla analítica los llevó a aceptar la petición del Partido Republicano. “Nos
pidieron que ellos lidiarían con Trump”, recordó una fuente diplomática.
El Gobierno de Peña Nieto
accedió, pese a las señales desde Estados Unidos que decían lo contrario. Las
primeras declaraciones de Trump contra los mexicanos provocaron una reacción
aireada de cadenas de televisión que le cancelaron programas y numerosas
empresas retiraron publicidad para no asociarse con él. Peña Nieto pagó con
desgaste hacer caso a los líderes republicanos, y hasta septiembre, en las
Naciones Unidas, dio un tímido paso adelante. “En todos los continentes, en
todas las latitudes, los migrantes viven historias de riesgo, de rechazo,
discriminación y abuso”, dijo. “Esas condiciones se agravan cuando por
ignorancia, mala fe, racismo o mero oportunismo político, los inmigrantes y sus
hijos son estigmatizados y responsabilizados de las dificultades propias de los
países de destino”. Pero después de eso, de nuevo el silencio.
La cancillería mexicana
volvió a equivocarse en el diagnóstico y optó por el mutis. El embajador en
Washington, Miguel Basáñez, no se sobrepuso a la realidad que se vivía en
Estados Unidos. La presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores del
Senado, Gabriela Cuevas, dice que Basáñez ha sido incapaz de servir como un
enlace eficiente con sus contrapartes en el Capitolio, y no ha facilitado una
comunicación directa y fluida entre legisladores de los dos países. Es decir,
para el desafío actual, el enviado de Peña Nieto es una decepción.
Las elecciones primarias
comenzaron en enero y Trump fue consolidando su liderazgo entre los aspirantes
a la candidatura presidencial. El magnate obligó con su retórica incendiaria
que el resto de los que luchan por la Casa Blanca se corran a la derecha en
materia de migración y comercio, en un retroceso de casi un cuarto de siglo y
tres gobiernos, dos demócratas y uno republicana. La incertidumbre sobre las
perspectivas económicas en Estados Unidos han alimentado el espíritu
proteccionista y las tentaciones de que, cualquiera que busque restarle apoyo
político-electoral, tenga que asumir que los vientos del libre comercio están
cambiando.
Si Trump no puede levantar un
muro para frenar inmigrantes en la frontera con México, sí podría levantar uno
comercial, como ha amenazado. Esa mera posibilidad, con una economía como la
mexicana inserta en el aparato productivo estadounidense desde hace dos
décadas, finalmente provocó la preocupación del Gobierno mexicano y una
reacción en cascada. Los secretarios de Hacienda y Economía, le han respondido
a Trump en los últimos días descalificando sus argumentos. “No entiende de
comercio”, dijo el secretario Ildefonso Guajardo, “su discurso es falto de
verdad y falaz”. El secretario Luis Videgaray, añadió que es “una insensatez”
poner aranceles a los productos mexicanos, como dijo recientemente el
precandidato.
Las palabras de los dos, ante
el electorado estadounidense, no valen nada. La canciller Claudia Ruiz Massieu
ya lo llamó “racista e ignorante”, y el Presidente Peña Nieto comparó su
retórica con la de Hitler y Mussolini. “Estas expresiones de retórica estridente,
sólo ha llevado realmente a escenarios muy fatídicos dentro de la historia de
la humanidad”, dijo en una entrevista reciente. Previamente Ruiz Massieu había
dicho que el discurso de Trump afectaba la percepción de la relación bilateral
con Estados Unidos; este lunes, Guajardo admitió que “el daño ya estaba hecho”.
Torpe, por tardía, la
respuesta del Gobierno mexicano a Trump. Videgaray señaló este martes que sus
últimas declaraciones eran una “oportunidad” para aclarar las cosas, dado que
“se han construido muchos mitos basados en el miedo, en el enojo (y) en la
desinformación”. Sólo le faltó decir que también en el silencio medroso del
Gobierno peñista, que con su ausencia en el debate público, limpió el camino
para la lengua de Trump, que le sigue ganando electores.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE
PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/
17/03/2016 | 04:00 AM)
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