Guerrero lleva exactamente
una década en conflicto. Comenzó en la colonia La Garita, en Acapulco, donde
Los Zetas desafiaron a los hermanos Beltrán Leyva, que en ese entonces
trabajaban para el cártel de Sinaloa, y quisieron arrebatarles la plaza. Ahí
empezó también la propaganda del terror: los sicarios zetas que mataron a tres
rivales con ayuda de la Policía Municipal fueron videograbados, torturados y
degollados. La violencia nunca se volvió a detener y continuó su degradación.
En el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto se ha diversificado. Explotó
la disidencia magisterial y la guerrilla, se profundizó la colusión de las
autoridades con delincuentes y se desbordó la conflictividad social, política y
criminal. Dos planes para pacificar Guerrero puestos por el Gobierno federal
fracasaron. El tercero, en marcha, es una incógnita. Ante tal zozobra, los
anticuerpos ominosos han aparecido.
La semana pasada siete
empresarios de Chilpancingo anunciaron que se armarían ellos y sus trabajadores
para defenderse. Ni el Gobierno estatal ni el federal les han provisto de
seguridad. Los permisos para adquirir armas se los autorizó la Secretaría de la
Defensa, con lo cual abrió el camino para la paramilitarización autorizada de
Guerrero.
En el gobierno de Felipe
Calderón, algunos empresarios de Nuevo León contrataron mercenarios en el Medio
Oriente para limpiar la zona de criminales. En el de Peña Nieto, se crearon
grupos paramilitares con criminales en Michoacán que pacificaron el estado,
pero la delincuencia sólo cambió de dueño. Una nueva vertiente surge ahora con
el Gobierno peñista, incipiente
espejo neoleonés: que los
empresarios tomen las armas y entren a la “guerra sucia” que se vive en varias
regiones del país.
Están desesperados. El
presidente de la Coparmex en Chilpancingo, Adrián Alarcón, lo explicó como una
necesidad de salvaguardar la vida y el patrimonio de esos empresarios. Sólo en
enero, dijo, cinco miembros de la Coparmex fueron secuestrados y por las
presiones criminales cerraron 35 comercios por amenazas y extorsión. La
actividad comercial se ha reducido 70%, y varios empresarios ya sacaron a sus
familias del estado, en el principio de una emigración que afecta otros
sectores productivos en Chilpancingo. El Gobernador de Guerrero, Héctor
Astudillo, pensó esa posibilidad para con su familia, pero la mantuvo en
Guerrero para evitar que fuera criticado por la sociedad.
Chilpancingo ha sido el
núcleo de la conflictividad en los tres últimos años, al expresarse ahí las
resistencias más violentas a la reforma educativa, que tras dos años de
movilizaciones estrangularon al turismo y la actividad comercial en Acapulco, y
secaron la economía y la vida cotidiana en Chilpancingo. No son los únicos puntos
de violencia en Guerrero, ni mucho menos. En la región de la Montaña guerrilla
y narcotraficantes cohabitan los territorios y desafían frecuentemente a las
fuerzas federales, porque a las municipales las tienen controladas. En la zona
de Tierra Caliente, los grupos criminales pelean por los negocios de la
heroína, la minería y los secuestros. Hay amplias franjas de territorio en
Guerrero sembradas de cuerpos en cementerios clandestinos, y el caso criminal
paradigmático que enfrenta el gobierno de Peña Nieto, la desaparición de los 43
normalistas de Ayotzinapa en Iguala, está irresuelto.
En estos 10 años pasaron en
Guerrero de enfrentamientos entre cárteles de la droga, a “la guerra contra las
drogas” del expresidente Calderón, y a la extensión del conflicto social,
político y criminal en el gobierno de Peña Nieto.
Lo que comenzó con un choque
entre los hermanos Beltrán Ley-va y Los Zetas se convirtió en 120 meses en un
infierno para quienes pacientemente esperaron a que las autoridades cumplieran
con su responsabilidad primaria de Gobierno y resolvieran la inseguridad. Han
llegado al límite. La seguridad no llegó y los discursos no sirven para nada.
El fiscal de Guerrero, Xavier Olea, reconoce que hay 50 grupos delincuenciales
en el estado, que cada vez son más violentos.
Los criminales se burlan del
Gobierno federal, porque el estatal ni siquiera les genera incomodidad. Hace
dos semanas estuvo en Chilapa, un municipio a medio camino entre Chilpancingo y
la región de la Montaña, el Gabinete de seguridad encabezado por el secretario
de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, con el compromiso de restablecer la
seguridad.
Al día siguiente, los
criminales dejaron tirados en las calles de la comunidad a dos ejecutados; días
después, hicieron lo mismo con siete personas abandonadas en Chilpancingo. El
presidente Peña Nieto envió a 3 mil soldados y policías federales a Chilapa,
que fueron recibidos con plomo por los criminales.
El Gobierno del presidente
Peña Nieto no está pudiendo con Guerrero. La heroína sigue fluyendo masivamente
desde Tierra Caliente al insaciable mercado estadunidense, y ciudades como
Iguala siguen controladas por criminales.
La Montaña pertenece a quien
vive en la ilegalidad, y Acapulco está obligado a tener un blindaje permanente
para mantener el turismo.
Chilpancingo se ha ido
pudriendo desde que inició el Gobierno la reforma educativa –por el mal manejo
político con la disidencia magisterial–, y se ha contaminado con la creciente
actividad de los criminales, el resorte último que empujó a los empresarios a
armarse y a dar pistolas a sus trabajadores para que se defiendan.
La Ley de la Selva impera hoy
en Chilpancingo, microcosmos de lo que sucede en muchas otras zonas del estado.
Si alguien requiere de seguridad –es el mensaje que se está dando– que la
defienda con sus propias manos. Es la historia de Guerrero de los últimos 10
años.
(ZÓCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 02 DE FEBRERO 2016)
No hay comentarios:
Publicar un comentario