Hace unos días, un
corresponsal extranjero preguntó a varios periodistas sobre la entrevista del
actor Sean Penn a Joaquín “El Chapo” Guzmán en la revista Rolling Stone. Este
material detonó una discusión mundial sobre ética y periodismo. En el mundo, la
crítica y descalificación fue generalizada; en México, en el debate bipolar
Penn tuvo mayor respaldo y llegó a ser considerado casi un héroe del
periodismo. Siempre hemos sido exagerados, sin duda. Las preguntas eran
directas: ¿Qué opinión te merece la entrevista? ¿Se le está haciendo promoción
al narco? ¿Consideras que rompe con un código de ética periodística?
La respuesta revisada de quien
esto escribe fue la siguiente: “La entrevista hace una apología del
narcotráfico, en particular de Guzmán. Es una entrevista acrítica y forma parte
de un entorno amable y cómodo. Uno sabe que cuando las condiciones de una
entrevista son de esa naturaleza, sin importar si la persona enfrente es un
criminal o no, hay un problema de origen con la entrevista, que requiere de
tensión. La entrevista se dio en el contexto de los preparativos de una
película en los términos como los deseaba Guzmán, negociados previamente con
los abogados.
“No hay duda que rompe los
códigos de ética, y la revista lo acepta al señalar que fue pactada bajo las
condiciones planteadas de un criminal que además exigió ver el texto antes de
ser publicado para aprobarlo. Esto es el equivalente a lo que sucede en algunos
países donde hay censores que revisan todo lo que se va a publicar y que
censuran o modifican aquello que les incomoda o sienten que no debe difundirse.
Para algunos mexicanos que no entienden muy bien esto, la pregunta es si
aceptarían que el Presidente los invitara a hacerle una entrevista y les dijera
que antes de difundirla tendría que revisarla y aprobarla. ¿Cuál sería la
reacción? No es difícil imaginarse que se denunciaría el intento de censura.
Entonces, ¿las consideraciones y censuras de un criminal se aceptan y las del
Presidente no? Censuras es igual para todos. No se acepta ninguna. Pero
aceptarlas de un criminal es una aberración que sólo se entiende por la
confusión de valores en México.
“Esto nos lleva a la
siguiente pregunta. El mismo hecho que Guzmán no censuró la entrevista, es que
cumplió el propósito de transmitir su mensaje. Es muy importante establecer
quién hace la gestión en su origen. No fue ella quien lo buscó para hacer una
película; fue él quien pensó en ella. La entrevista es resultado de la relación
afectiva entre Guzmán y Del Castillo, y la certidumbre de que ella era una
persona confiable. Para efectos prácticos, la señora Del Castillo es cómplice
de un criminal. Penn aprovechó esa relación y Guzmán, me parece, se aprovechó
de la candidez de los dos.
“¿Por qué él, tan obsesivo
con sus comunicaciones, cometió tantos descuidos al tener una relación directa
telefónica? El comportamiento de Guzmán en este episodio rompe por completo con
su perfil metódico, disciplinado y para nada egocéntrico. No es un Guzmán que
refleje su historia, salvo que en el fondo quisiera enviar un mensaje para
entregarse. Él debió haber sabido que esas comunicaciones abiertas podrían ser
interceptadas. Esto no lo podemos saber ahora, pero el resultado es que fue
recapturado vivo con lo cual podrá mantener abierta la puerta para lo que son
su debilidad, sus hijas mellizas.
“No se puede saber cuál pueda
ser el papel de un periodista en una entrevista que no sea controlada y que
ejerza su libertad plena de periodista, porque no conozco ninguna entrevista
que se haya dado sin condiciones o que no hayan usado a los periodistas como
megáfonos. Recuerdo la forma como Servando Martínez “La Tuta”, jefe de la
Familia Michoacana, hablaba a Milenio Televisión para dar su opinión sobre
temas que le afectaban, y le abrían el micrófono en forma acrítica. “La Tuta”
llegó a considerar a la gente de Milenio sus “amigos”.
“La otra entrevista
paradigmática es la de Julio Scherer a Ismael Zambada... Scherer, contra lo que
decían sus cercanos, no obtuvo información relevante ni fue crítico con
Zambada. Lo más grave, desde mi punto de vista, es que también aceptó
condiciones y censura. Se puede plantear al observar la portada de la entrevista
y analizar el reloj de Zambada. Está blanco, editado. No se puede ver la
carátula. ¿Por qué? Hipótesis: el reloj debió ser o muy valioso o de colección,
cuyo comprador pudiera ser rastreado. De haberse publicado, la fotografía
podría haber dado pistas para llegar a él o a su entorno. Había que eliminar la
carátula de la fotografía.
“No fue en ese momento porque
no se podría haber hecho la edición y la censura, a menos de que hubiera ido
con Scherer un diseñador o Zambada tuviera uno a la mano para editarla. Pudo
ser una vez que regresó y que en la redacción fue editada. Nunca nos dijo
Proceso el porqué no apareció la carátula del reloj en blanco, pero siempre me
ha quedado la inquietud de saber por qué lo censuraron, por qué lo hicieron y
cómo fue que aceptaron la imposición de un criminal. Si estoy equivocado, me
gustaría escuchar la explicación del reloj con carátula blanca de Zambada en la
portada de Proceso”.
En México la discusión es en
blanco y negro. Pero a diferencia de cuando la entrevista de Scherer, hoy hay
claroscuros. Información contra propaganda; periodismo contra entretenimiento.
Es la díada que aún no resolvemos.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx / @rivapa
(ZÓCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL” DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 15 DE ENERO 2016)
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