Un principio de derecho
internacional, es para muchos en nuestro País, una doctrina inviolable: México
no extradita a sus ciudadanos, México juzga a los mexicanos, no los extradita
para que sean juzgados en otros países.
Ciudadanos, políticos,
ideólogos, funcionarios, opinólogos, analistas, defienden esa doctrina a pesar
del tratado de extradición que desde 1978 existe entre este País y el vecino
Estados Unidos. De hecho fue hasta el auge del narcotráfico y el crimen
organizado cuando se dan las primeras extradiciones con la Unión Americana, ya
pasado el primer lustro de la década de los noventa con Ernesto Zedillo Ponce
de León como Presidente de la República.
Antes incluso se defendió la
doctrina de juzgar a los mexicanos en México, en casos como el de Rafael Caro
Quintero, el criminal –antes de Joaquín Guzmán Loera– más ansiado por el
Gobierno de los Estados Unidos, por haber asesinado en 1985 a un agente de la
DEA, Enrique Camarena.
En las presidencias panistas
las extradiciones fueron comunes. Por decenas incluso. Enrique Peña Nieto, en
2015, extraditó a los Estados Unidos a doce narcotraficantes, entre ellos a
Édgar Valdez Villarreal “La Barbie”, un narcotraficante y sicario del cártel
Beltrán Leyva que dejó una estela de sangre en enfrentamientos con Los Zetas.
También a Jorge Costilla “El Coss”, miembro del cártel del Golfo y del grupo de
sicarios que después se convertirían en cártel, Los Zetas.
Las extradiciones que realizó
Peña las hizo en septiembre, posterior a la fuga de Joaquín Guzmán Loera, del penal
de máxima seguridad de El Altiplano en Almoloya de Juárez, Estado de México.
Estaba obligado en términos políticos y de combate a la inseguridad, a dar
certeza jurídica sobre los criminales apresados a su aliado principal en la
lucha contra el narcotráfico, y principal benefactor a través de la Iniciativa
Mérida, y no le quedó más que extraditar.
Joaquín Guzmán Loera “El
Chapo” se ha escapado en dos ocasiones de prisiones de máxima seguridad. Las
dos de manera espectacular. La primera en enero de 2001 lo hizo en el carro de
la ropa sucia de la prisión de Puente Grande, Jalisco. La segunda por un
extenso túnel desde la ducha de su celda hasta una casa a 1.5 kilómetros de la
cárcel de máxima seguridad El Altiplano, en Almoloya de Juárez, Estado de México.
Aunque el Secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, el Presidente Enrique Peña Nieto y todo
el gabinete de seguridad del Gobierno Federal digan que no se fugará una
tercera ocasión, la realidad es que eso, es algo que ellos no pueden controlar.
Al no desmantelar las redes financieras del cártel de Sinaloa, ni las rutas del
trasiego de droga, ni detener al resto de los socios criminales de “El Chapo”
–todos permanecen impunes desde la primera captura–, el poder económico, el
poder corruptor lo tiene Guzmán Loera. Y en México, y particularmente en el
Gobierno, todos tienen un precio. Por las buenas del dinero, por las malas del
plomo. Ésa es una realidad que no pueden ni deben obviar las autoridades de
este país.
En los primeros ocho años que
el capo estuvo preso, y en el poco más de un año que estuvo encarcelado tras la
recaptura de febrero de 2014, ni el Ministerio Público Federal ni el Poder
Judicial tuvieron la capacidad para procesarlo por los delitos que ha cometido
en su totalidad, asociación delictuosa, tráfico de drogas, delitos contra la
salud, homicidios, secuestros, extorsiones, a lo largo y ancho del País y en
los Estados Unidos de Norteamérica.
Tampoco la Secretaría de
Hacienda o el área especializada de la Procuraduría General de la República
tuvieron la capacidad para asegurarle los bienes, las casas, las empresas de
lavado de dinero, las cuentas bancarias, los negocios ilícitos que generan
billetes para corromper oficiales y funcionarios, para comprar sociedad y
crecer el imperio criminal, catalogado como uno de los más grandes y
millonarios del mundo.
Desde su celda y desde el
cubículo donde atendía a sus abogados “El Chapo” continuó dirigiendo el cártel
de Sinaloa con su principal socio criminal Ismael “El Mayo” Zambada.
“El Chapo”, aun encarcelado,
es uno de los criminales más impunes en este país. Ni la justicia ni el castigo
lo alcanzan así permanezca en una prisión de dudosa calidad de máxima
seguridad.
Otro punto: “El Chapo” no
quiere ser extraditado. Sabe que si lo envían a los Estados Unidos estará
confinado en alguna helada prisión donde no podrá mantener contacto con sus
aliados criminales, y le sería más difícil –tampoco es imposible– corromper al
sistema norteamericano. Además, sus bienes, su dinero, serían asegurados, y estaría
obligado, para menguar la sentencia, a entregar información valiosa al Gobierno
de aquel país para la captura de sus secuaces y el desmantelamiento de su
cártel.
Por eso Joaquín Guzmán Loera,
interpone uno tras otro, amparos para evitar ser extraditado. Mientras los
puristas del derecho y la justicia le abonan enarbolando una doctrina que en
México no se puede ejercer de manera efectiva. Por otro lado, la decisión de
una extradición en estos momentos, podría no ser conveniente al Presidente
Enrique Peña Nieto. Quizá su orgullo institucional herido con la fuga número
dos, le indique que, ya para demostrar que sí lo puede mantener cautivo, se
quedará con él.
Amén de la información sobre
los oficiales, fuerzas armadas y funcionarios que desde acciones desleales a la
patria y corruptas, han apoyado a Guzmán para mantenerse prófugo o le han
proveído impunidad estando encarcelado. Información que el Gobierno Mexicano no
ha obtenido del detenido, ante la evidente ausencia de aprehensiones e
investigaciones a los suyos.
Uno de los preceptos en el
Tratado de Extradición entre México y los Estados Unidos advierte que, siendo
el nuestro un país que no contempla la pena muerte, la persona extraditada no
será sujeta a la fatal sentencia en el país al que se extradite. A Guzmán no lo
matarán en la Unión Americana. Al menos no oficialmente.
Y el aún líder del cártel de
Sinaloa, enfrenta cargos en siete jurisdicciones de los Estados Unidos, en el
Distrito Sur de California, el Distrito Norte de Illinois, el Distrito Este de
Nueva York y el Distrito Oeste de Texas con sede en El Paso, el Distrito Sur de
Nueva York, en Manhattan, el Distrito de Estados Unidos de New Hampshire y el
Distrito Sur de Florida en Miami.
En San Diego existen cargos
federales desde 1996 para desmantelar una operación de tráfico de cocaína desde
el Sur de California con destino a la costa este. En el 2015, el Departamento
de Justicia solicitó la extradición del capo en base a los cargos que enfrenta
en San Diego. En Chicago fue acusado con 10 personas más por el trasiego de
toneladas de drogas al país y la amenaza de decapitar al agente de la DEA
responsable de la operación local en su contra, Jack Riley, para lo cual
ofreció 100 mil dólares al criminal que lo lograra. Fue en este estado donde a partir
de esos hechos fue declarado “Enemigo Público Número 1”.
En Brooklyn, junto con el
Mayo Zambada, fue acusado en 2009 de cometer 13 homicidios y operaciones de
lavado de dinero por el monto de 14 billones de dólares. La acusación fue
liberada apenas en 2014. La actual procuradora de Estados Unidos, Loretta
Lynch, fue procuradora en Brooklyn, lo
cual puede favorecer la solicitud de extradición.
Mientras en Manhattan
enfrenta cargos desde 2012 por el trasiego de cocaína a Estados Unidos, en
Miami fue acusado en 2010 de narcotráfico con una operación que abarcó desde
Guatemala y Colombia hasta Estados Unidos en 2003, y más de 49 transferencias
bancarias fraudulentas entre Miami y Oklahoma City entre 2003 y 2007. Y en El
Paso la acusación es de 2012 y va contra el capo y 20 personas más con las
cuales tuvo una organización criminal para comercializar drogas, cometer
asesinatos, secuestros, lavado de dinero y posesión de armas de fuego.
Joaquín Guzmán Loera es pues,
un criminal que cuenta con investigaciones ministeriales y judiciales en dos
países. Más en los Estados Unidos que en México. Y por lo tanto, a pesar de ser
mexicano, y en concordancia con el Tratado de Extradición, puede y quizá debe,
ser juzgado en la Unión Americana. Deje Usted que sea por cuestión de seguridad
para evitar la tercera fuga, sino para que en otro País, lo alcance la justicia
que en México, le llega lenta.
(SEMANARIO ZETA/ GENERALEZ/ Adela
Navarro Bello/ 18 de Enero del 2016 a
las 12:05:12)
No hay comentarios:
Publicar un comentario