¿Por
qué los cuerpos de sus familiares mostraban huellas de tortura, balazos en la
espalda, fracturas múltiples, quemaduras… y, sin embargo, su ropa estaba
intacta, sin siquiera huellas de sangre?
Esa
es una pregunta que las familias de Ocotlán, Jalisco, de donde eran originarios
la mayoría de los muertos del Rancho El Sol, situado en Tanhuato, Michoacán, se
repiten una y otra vez.
¿Por
qué en el Servicio Médico Forense de Morelia trataron los cuerpos peor que en
un rastro, sin que los responsables de defender los derechos humanos en México
dijeran absolutamente nada y, encima, permitieran las burlas de miembros de la
Policía Federal a las familias?
Este
último es otro de los muchos cuestionamientos que ni las autoridades locales ni
las federales han aclarado sobre el supuesto enfrentamiento del 22 de mayo
pasado que dejó más de 42 muertos, dicen las familias, y por el que una
comunidad entera se ha unido en un esfuerzo por limpiar los nombres de los
jóvenes que, sin distinción, fueron señalados por el Gobierno federal como
criminales y miembros del Cártel Jalisco Nueva Generación.
TANHUATO,
MICHOACÁN, 22MAYO2015.- Más de 40 personas fallecidas, entre ellos un Policía
Federal y dos más heridos, fue el saldo de un enfrentamiento en la comunidad de
Tinaja de Vargas enfre elementos federales y presuntamente miembros del crimen
organizado.
FOTO: ESPECIAL /CUARTOSCURO.COM
Escena
difundida luego del 22 de mayo pasado, tras el presunto enfrentamiento entre
federales y miembros del CJNG. Foto: Cuartoscuro
Ocotlán,
Jalisco, 5 de agosto (SinEmbargo).– Era el número 13. Le fue asignado al azar.
Un número que le robaba su identidad. No tenía nombre, pero su padre detectó
entre la montaña de seres humanos desnudos y apilados en el suelo con aserrín,
su cuerpo menudo, adolescente, casi de niño. Tenía 17 años. Se llamaba
Francisco Daniel Magallón Torres.
El
olor a muerte penetró en la nariz de Francisco Javier Magallón Pérez. De
pronto, llegaron a su mente las imágenes de los gemelos recién nacidos, con
cinco años, con 10. Francisco Daniel y Francisco David, idénticos, tanto que la
gente los confundía de manera constante.
Y
ahora, ha visto a uno de ellos en este lugar indigno. Hace cuatro meses
Francisco Daniel “El Cuate”, se casó con Leslie. Estaba feliz, radiante.
Trabajaba de dependiente en una tienda, pero su salario no le alcanzaba. Quería
progresar, obtener un sueldo mejor para construir una familia y empezar una
nueva vida.
Y
a lo lejos lo identifica. Quisiera creer que no es él. Un padre conoce a su
hijo. A medida que se acerca siente un estremecimiento, un ligero vértigo físico y de emociones; un dolor intenso por
la pérdida, un golpe al corazón por esta realidad que parece ficción. Todo es
como una novela negra, un thriller post apocalíptico.
El
escenario putrefacto, surrealista, siniestro. No hay refrigeración, tampoco
condiciones para tener 43 cuerpos. Pero allí están apilados, otros en fila,
tirados en el suelo con aserrín y barras de hielo derretidas rápidamente y
convertidas en agua. La sangre mezclada, el fétido olor, el ambiente
nauseabundo, la muerte.
–¿Por
qué los tienen así, como animales?”, preguntó sin dar crédito a la imagen
inhumana, más parecida a un rastro a un matadero, que al Servicio Médico
Forense de Morelia.
Francisco
Javier Magallón Pérez, padre de Francisco Daniel Magallón Torres, el más
pequeño de los 42. Foto: Especial.
ROPA Y DISPAROS
En
realidad, Francisco Javier Magallón Pérez primero identificó a su hijo en las
imágenes de lo que él llama la “matanza” del Rancho El Sol, ubicado entre
Ecuandureo y Tanhuato: “Estaba de espaldas, vestido con una sudadera naranja y
un pantalón de mezclilla”.
Y
ahora lo estaba viendo allí tirado en el suelo. Su sangre mezclada con la de
otros: “Estaba todo su cuerpo amoratado. Y en la pierna como que le cortaron la
piel, como con un cuchillo o algo así. Los torturaron”.
Las
preguntas siguen surgiendo. “¿Por qué el pantalón está intacto si su pierna la
tiene dañada y su piel cortada? Es obvio, dice, que primero los desnudaron, los
torturaron y luego los vistieron”.
Cuenta
que pudo ver los otros cuerpos, gracias a que ingresó al lugar junto a los
trabajadores de la funeraria, sin pedir permiso: “Estaban en pésimas
condiciones, echados a perder, uno estaba picado con la piel reventada,
torturados, unos les mocharon los dedos de las manos, les tumbaron dientes a
unos, a otros les mocharon sus partes íntimas. ¡No se vale!”.
Indignado
añade: “Fue una emboscada, dicen que fue enfrentamiento, no, eso es una
mentira. Fue una matanza. Los agarraron, primero los torturaron y luego les
dieron el tiro de gracia. Mi hijo tenía un balazo por la espalda”.
Es
otra de las preguntas que se hace. ¿Por qué su hijo tenía un balazo en la
espalda y en las fotos difundidas en las redes sociales aparecía con una
sudadera naranja intacta, sin el agujero del proyectil?.
“Los
tenían en un cuarto todos amontonados, ni siquiera en la cámara (refrigerada)
para que aguantaran los cuerpos. Yo cuando los vi, ya ni tenían hielo, ya nomás
era pura agua la que estaba escurriendo, agua y sangre de ellos, aserrín abajo,
como si hayan sido unos animales. Así los tenían”.
El
cadáver de Francisco Daniel Magallón con sudadera naranja. Foto: Especial.
Comenta
que al entregarle el cuerpo en una bolsa, no le entregaron sus pertenencias:
“Nada, ni camisa, ni la sudadera, nomas me dieron el puro pantalón y sus
trusas. Todo lo demás se quedaron con ello”.
No
tiene duda de que los policías federales alteraron la escena del crimen e
hicieron lo que quisieron: “A mi hijo primero lo torturaron y ya después órale
córrale y por la espalda le dieron, el balazo lo tiene por la espalda, él cayó
boca abajo. Con el balazo que le dieron con eso tuvo, le perforaron los
pulmones. Y luego todo el cuerpo amoratado”.
Y
añade: “No esta bien eso que hicieron, los hubieran aprehendido, los hubieran
entregado y que la ley haya caído sobre ellos. No haber hecho justicia ellos,
como lo hicieron. Que se haga justicia, que caiga la ley como debe de caer
sobre ellos, porque eso fue un asesinato, fue una masacre fea. Supuestamente
dijeron que los sanguinarios eran ellos y resultó más sanguinario el gobierno de
ellos”.
Considera
que fue una estrategia del Semefo dejar que los cuerpos se descompusieron al no
tenerlos en la cámara frigorífica: “Mi hijo no se descompuso porque estaba
delgado… Yo me metí con los de la carroza hasta el cuarto que los tenían, de hecho,
hasta me regañaron porque me metí”.
Ninguna
institución se acercó a apoyarlos, ni la CNDH ni la CEAV, tampoco alguna
dependencia social para ayudarles con los gastos funerarios o con terapia
psicológica.
Francisco
Javier tiene cuatro hijos. El rostro de Francisco Daniel esta presente en su
hijo gemelo Francisco David, pero el hueco en el corazón por la pérdida es
irremplazable. El gemelo visita el cementerio constantemente para llevarle
serenata.
Los
trabajadores del cementerio conocen las tumbas de los “Guerreros de Ocotlán”.
En su tumba hay una manta con la foto del rostro de Francisco Daniel con la
frase “Mi guerrero”. Esta llena de flores y comparte espacio con otros
familiares: “Hace días allí estuvimos, pero él se quedó con unos amigos, metieron
la camioneta para ponerle música, serenata a su gemelo. La gente los confundía
mucho, casi eran iguales. Lo extraña mucho. Mi esposa anda mal, en ratitos anda
bien, pero a veces anda de la patada, es que no es para menos, la pérdida de un
hijo es dura”.
Si
la pérdida de un hijo es difícil, para María de Jesús Martinez la pérdida de
dos nietos, José Antonio y Jesús Giovanni Mendoza Martínez de 20 y 21 años, a
quienes crió como hijos, es un golpe tremendo del cual “jamás” podrá
recuperarse.
Esta
sentada en una pequeña habitación. En su casa visiblemente humilde se escuchan
los palomos de José Antonio criaba. El palomar se ha quedado sin cuidados, ya
no hay quien le hable a los palomas.
Tumba
de Francisco Daniel Magallón Torres, el Cuate, tenía 17 años. Foto: Especial.
MISAS PARA SU DESCANSO
“Ellos
no saben que están muertos”, dice de manera desolada Mamá Chuy, como le decían
José Antonio y Jesús Giovanni a su abuelita que desde pequeños se hizo cargo de
ellos.
Doña
Chuy de 62 años solicitó al sacerdote del pueblo unas misas gregorianas para
los 42 y hoy como todos los días se está preparando para asistir a la Iglesia
San Antonio donde el cura nombre a cada uno de ellos con sus nombres y
apellidos para pedir por su eterno descanso.
“Ellos
aquí nacieron y se quedaron a vivir conmigo. Y hasta la fecha. Ellos se
quemaron con el mismo hielo porque amontonaron los cuerpos. Me dijeron que los
tenían como animales”, dice esta mujer de 62 años con un hilo de voz, apenas
audible. La depresión no la ha podido superar.
Llora
“no es justo”, repite. “Los masacraron. ¿Qué puede hacer uno? Es una
impotencia. ¿Y el gobierno? Ni se ha acercado, ya ve lo que dicen, que eran
unos malvivientes y eso no es cierto”.
Cuenta
que Jesús Giovanni se iba en la mañana a vender fruta y en la noche le ayudaba
a un señor a vender tacos, también trabajaba por temporadas en la empacadora de
pollos; mientras José Antonio trabajaba cerca de la vía del ferrocarril lavando
carros. Ambos fueron invitados a trabajar en el Rancho El Sol.
“Yo
lo único que le pedía a Dios es que estuvieran bien, y por lo que veo, ahora si
están bien, pero con él. Eran creaturas como todos, traviesos, pero no eran
malosos ni andaban en malos pasos. Aquí toda la gente viera como los extraña.
Cuando no andaba trabajando Antonio se la pasaba allá arriba con los palomos,
se la pasaba chiflándoles, los soltaba y les daba de comer… Y así”.
Ambos
no terminaron la primaria. Jesús Giovanni a quien le decían “el mudo”, la
finalizó de adulto porque quería seguir estudiando. Y muestra la foto de su
novia que estudiaba enfermería: “Esa muchacha no nos abandona para nada, sigue
viniendo aquí, le decía ‘su paquetito’”.
En
cambio, José Antonio a quien le llamaban “El Guamara” fue un niño mucho más
sociable: “Con toda la gente se dieron a querer. Ya no los pude ver, me dijeron
que estaban en bolsas negras y que con el hielo se quemaron y estaban bien
hinchados. Y no los pudimos incinerar”.
Con
profundo desaliento dice que no espera nada del gobierno: “Lo único que pedimos
es justicia divina. ¿el gobierno qué? De malvivientes y cuánta cosa no los
bajan. No es cierto nada de lo que dicen”.
Dice
que gracias a los ahorros de Jesús Giovanni pudo atenderse del cáncer de matriz
en quinto grado que padecía y finalmente superó hace pocos meses: “Fue gracias
a él, porque era muy trabajador. Los dos, eran muy buenos muchachos. ¿Cómo se
supera la muerte de dos hijos? Todavía dijéramos fue uno, pero no, fueron dos.
Me los mataron”.
Jesús
Giovanni era devoto de San Judas Tadeo, como la mayoría de los jóvenes muertos
en el Rancho El Sol: “Las misas gregorianas son importantes, porque ellos no
saben que están muertos y andan penando. Y estas misas es para que no anden
penando los jovencitos, la mayoría eran
puros jóvenes”.
Está
segura que gracias a las mismas gregorianas, sus gritos y lamentos ya casi no
se escuchan en el cementerio, según les han dicho los trabajadores del
cementerio: “Era lo que les hacía falta, las misas”.
Aunque
María de Jesús Amezcua Briones, esposa de César Mora Pérez, otro de los
abatidos en el Rancho El Sol, difiere de esa opinión: “Dicen que se siguen
escuchando en el panteón, unos se lamentan, otros se quejan, lloran. De todas
maneras, ellos no están descansando. En el lugar donde los matan siempre hay
que ponerles una cruz y no hemos podido ponérselas, no nos dejan”.
César
Mora Pérez, un recuerdo en vida y en el ataúd. Foto: Especial
EL CARPINTERO
César
Mora Pérez era el número cuatro en el Servicio Médico Forense. Trabajaba como
carpintero en Taosa Muebles y también atendía una pequeña tienda de abarrotes
en su casa, un negocio que ahora su esposa cerró a falta de recursos
económicos.
María
de Jesús cuenta que un día le ofrecieron llevar un estiércol al Rancho El Sol
para trabajar el jardín: “Pidió un camión para llevar eso para el jardín. Me
avisó y todo. Y me llamó por teléfono para avisarme que ya venía”.
Era
22 de mayo y a las 8:50 de la mañana recibió su llamada: “Ya voy para allá,
hazme de almorzar, traigo mucha hambre”, le dijo. Al pasar las horas, vio la
noticia por la televisión.
Lo
que más le sorprendió, dice, es que en el acta de defunción dice que su esposo
murió a las 7 de la mañana: “Me lo entregaron sin un oído, lo tenía desprendido
como si se lo hubieran arrancado con un cuchillo. Tenía un balazo en la cabeza,
un tiro de gracia pues y una herida hecha con navaja o cuchillo en la cara”.
Dice
que cuando se los estaban entregando pudo ver otros jóvenes amigos de su
marido: “Estaban unos calcinados con el rostro quemado, unos sin ojos, sin
dientes. Los torturaron. Hemos pedido justicia. Pero no hacen caso. Fue el
gobierno. El gobierno hizo eso, una masacre. Si ellos eran delincuentes, ¿entonces
el gobierno qué fue? Su deber de ellos era aprehenderlos, no matarlos con tanta
crueldad”.
Indignada
por la versión oficial de la Policía Federal, que dijo que los 42 pertenecían
al Cartel Jalisco Nueva Generación, señala: “Si hubiera sido narco, ahorita
tuviera un casonon”.
Una
de las casas humildes donde vivían los 42. Foto: Especial.
Ella
y sus dos hijos viven en una vecindad sumamente humilde. El pequeño tiene un
año y el mayor seis. Ahora vende perfumes y ropa en la calle, para sacarlos
adelante, ya que se quedó sin sustento y con la deuda del funeral y otras
cosas.
Cuando
vio las fotos publicadas en las redes sociales de los muertos en el Rancho El
Sol identificó inmediatamente a su marido y está segura de algo muy importante:
“A ellos les arrimaron las armas, se las sembraron”.
Muestra
una imagen donde su marido aparece sin arma, y otra donde ya le sembraron en
arma: “En unas fotos los mismos que salen con armas, en otro lado salen sin
armas. Esa arma que le pusieron además tiene seguro, según me dijeron, yo no sé
de armas. Allí está acomodado”.
Dice
que su esposo tenía un pie visiblemente quebrado y una cuchillada en el rostro:
“¿Entonces qué fue lo que hicieron? Los torturaron y luego los mataron a sangre
fría. Si son gobierno para qué sirven. Dudo que vaya haber justicia. Todo se
quedará en la impunidad, como siempre. Los mataron muy feo”.
El
niño de seis años le hace una pregunta recurrente: “¿Cuando va a venir mi
papá?” Ella intenta explicarle el sentido de la muerte. El pequeño insiste. Y
no contesta, simplemente añade: “El niño sabe que su papá está en el cielo,
pero piensa que va a regresar”.
(SIN
EMBARGO.MX/ Sanjuana Martínez /agosto 5, 2015 - 00:00h)
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