Las
huellas de tortura, dicen los familiares de los ahora llamados “Guerreros de
Ocotlán”, están por todas partes, pero las autoridades no las quisieron ver.
Tampoco las observaron la gente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos
(CNDH), insisten. Pero las familias insisten en sus reclamos y afirman que no
le tienen miedo a las autoridades federales.
Denuncian
que los miembros de la Policía Federal (PF) se burlaron de ellos. “Los
agarramos como pollitos y quedaron con el pico caído”, les dijeron con sorna en
el Semefo de Morelia.
Madres,
padres, hermanos y hermanas afirman que no fueron 42, fueron como 60, aseguran.
Y argumentan por qué sus dichos pueden ser corroborados si de verdad hubiera
voluntad política para investigar.
Víctor
Hugo Reynoso Tejeda y su acta de defunción alterada en hora y motivo. Foto:
Sanjuana Martínez
Ocotlán,
Jalisco, 4 de agosto (SinEmbargo).– Cuando Luis Alberto Reynoso Tejeda vio a su
hermano Víctor Hugo tendido en el suelo con aserrín y barras de hielo, entre
otros 41 cuerpos desnudos, colocados en fila en el Servicio Médico Forense de
Morelia, su primera impresión fue la indignación, luego paso al asombro y
después al estupor.
Como
si fuera un viaje al horror, fue caminando lentamente y viendo cada uno de los
cuerpos. Aquello era la imagen de la barbarie. Estremecido por el fétido olor a
muerte sintió que las piernas le temblaban por la crueldad humana reflejada en
las heridas que tenían los cadáveres mutilados, destrozados, calcinados…
Pudo
ver a los jóvenes, algunos de ellos núbiles adolescentes, con visibles huellas
de tortura: sin testículos, a unos les faltaba un ojo, dedos en los pies, no
tenían una pierna o una mano, sin dientes; otros tenían el rostro quemado, uno
más exhibía la huella de la soga en el cuello, otro el tiro de gracia…
Fue
un momento aterrador. Al llegar junto a su hermano, el corazón le dio un
vuelco. Quiso aferrarse al valor que le obligaba estar allí, pero aquella
imagen la perseguirá el resto de sus días.
El
rostro de su entrañable hermano mayor con quien compartió innumerables momentos
de felicidad y una vida de aprendizaje, estaba ensangrentado con un rictus de
dolor. Supo entonces que había muerto por disparos en la espalda: “Eso
demuestra que todo el que iba saliendo lo iban tumbando. Todos tenían impactos
en la espalda… Una señora que estaba allí no reconocía a su hijo, lo reconoció
por un tatuaje porque toda la cara la tenía desbaratada, no tenía sus partes;
otro muchacho no traía impacto de bala, estaba ahorcado. ¿Cómo está eso?
¿Entonces qué hicieron? Pudieron haberlos detenido…”.
–¿Eso
qué demuestra? El estado de los cadáveres…
–Que
fueron torturados. Y se ve que ellos no llevaban la intención de detenerlos,
ellos [policías federales] ya llevaban una orden de matarlos a todos. Y pues
detener a tres, aparentemente para hacer creer, como se maneja el gobierno aquí
en México, a puras mentiras…. ellos saben cómo hacer todo su circo, todo su
teatro, arman ellos su obra y la sacan a la luz.
–¿Esos
policías federales que hicieron ese operativo, qué son?
–Para
mí son asesinos con permiso, con permiso para matar. Ellos sí traen el permiso
de matar, ellos sí traen el derecho de matar. Dicen un enfrentamiento,
¿llevaban a todo el Gobierno de México? ¿A nosotros como familia quién nos
asegura que ellos sí dispararon? En la pura entrada del rancho había cámaras,
¿por qué no sacan los vídeos?…
Luis
Alberto conocía el rancho de 101 hectáreas. Dice que mientras esperaba la
entrega del cuerpo de su hermano, ocurrió un hecho que añade más dudas a la
versión oficial: “En el Semefo había 43 muertos, el domingo 24 de mayo, recogen
otros cinco que estaban tirados atrás del rancho porque los familiares no los
encontraban y un papá de ellos le dio la vuelta al rancho y arriba del cerro
estaba tirado su hijo; entonces dio el informe, fue Semefo otra vez y se trajo
cinco cuerpos [más]… No buscaron bien, llegaron, levantaron lo que vieron y ¡vámonos!…
Imagínese si a nosotros nos entregaron los cuerpos echados a perder, imagínese
los que estaban tirados que ya tenían viernes, sábado y domingo todo el día,
cómo estaban. Él informó a las autoridades y fueron e hicieron otra revisión y
encontraron otros cinco cadáveres”.
Por
tanto, hace cuentas:
“A
mí me dijeron que había como 60 hombres trabajando en el rancho… 42 más 5, son
47, y tres que detuvieron porque según esto se rindieron. ¿Y los otros 10?
Gracias a ellos hemos sabido lo que realmente pasó”.
¿Y
qué pasó realmente en el rancho “El Sol”, ubicado entre Tanhuato y Ecuandureo?
La Policía Federal (PF) dijo que había sido un “enfrentamiento”. El saldo: 42
muertos y un policía, aunque dos meses después no han publicado el nombre del
elemento de esa corporación supuestamente abatido en el operativo.
Cuarenta
y dos muertos frente a uno del bando contrario, son números que arrojan una
versión matemática muy distinta a la “versión histórica” del Gobierno federal.
Pero aún esa versión, la oficial, choca frontalmente con la versión de los
familiares y testigos de este suceso considerado como la “segunda matanza” de
Michoacán en lo que va del año, después de Apatzingán del pasado 6 de enero,
donde la misma Policía Federal es señalada por la ejecución de 16 personas. La
tercera fue el ataque del Ejército en Ostula, donde murió un niño de 11 años y
hubo varios heridos.
Michoacán
se tiñe de sangre, sangre no solamente vertida por los crímenes de los grupos
delictivos, sino por los presuntos crímenes de Estado. En este caso, el
Gobierno federal se apresuró a decir que los 42 eran miembros del Cartel
Jalisco Nueva Generación (CJNG). ¿Lo eran? Ahora están muertos y ya no pueden
contradecir esa versión, pero sus familiares entrevistados lo niegan
rotundamente y denuncian tortura, ejecuciones extrajudiciales y “siembra” de
armas.
Víctor
Hugo Reynoso Tejeda tenía 28 años y era vendedor de pollo, al igual que el
resto de su familia. Se graduó como técnico mecánico en el Cbetis del Centro
Universitario de La Ciénega de la Universidad de Guadalajara y debido al
desempleo aceptó el trabajo en el rancho para labores de mantenimiento y
agricultura. No era la primera vez que trabajaba en la pizca. El desempleo que
azota esta región obliga a los jóvenes a trabajar como jornaleros. Semanalmente
enviaba dinero a sus dos hijos, una niña de cinco y un niño de siete, y hablaba
regularmente con su madre quien además, hace dos años, padeció por su hija de
16 años, quien fue atropellada y murió.
María
Teresa Tejeda, madrre de Víctor Hugo Reynoso. Foto: Sanjuana Martínez
MÁS DE 42…
Teresa
Tejeda se muestra inconsolable. Comenta que no puede asimilar la muerte de su
hijo, una muerte violenta y “horrenda” como la que sufrió: “Me molesta que
suene el teléfono, que toquen la puerta de la casa, porque tengo tanto dolor,
porque nunca imaginé que mi hijo mecánico industrial fuera a terminar así.
Nunca imaginé que mi hijo sin antecedentes, mi hijo ni drogadicto, ni fumaba
tabaco, ni fumaba, ni tatuajes, nada. Yo digo: si era su trabajo, okey, pues
que los detengan y los encarcelen, aunque se queden presos de por vida. ¿Pero
por qué matarlos así? ¿Un enfrentamiento? ¿Cuántos murieron de parte de ellos?
Ni uno. Para mí fue una masacre, los mataron cruelmente a todos…”
Añade:
“Nomás imagínese, el gobierno saca que nada más fueron 43, cuando fueron
cincuentaitantos muchachos… Unos no tienen sus partes, a uno le falta una
pierna, a otro un brazo; uno los ojos, a otro los dientes, quemaduras de tercer
grado, quebraduras por todo su cuerpo. ¿Ese es un enfrentamiento? Pero el
gobierno siempre va a tener la palabra, nosotros somos un cero a la izquierda
para ellos. ¿Y sabe de dónde vive el gobierno? De los impuestos de uno. Los
muchachos se fueron a buscar trabajo”.
Víctor
Hugo tenía apenas un par de meses de haberse ido a trabajar. Un día le dijo:
“Mamá
no hay trabajo, vamos a ir a buscar con unos amigos allá en Zamora para cortar
jitomate y limón”.
Su
madre le dio la bendición, pero nunca imaginó que no lo iba a volver a ver con
vida.
El
23 de mayo, su hijo Luis Alberto, le llamó:
“Mi
hermano va a llegar en el ataúd, tengan listo todo lo del funeral”, le dijo. A
las cuatro horas le volvió a llamar: “Mamá, tienes que tener una foto de mi
hermano porque no se va a poder abrir la caja. Ya no están en condiciones de
que los vean”.
Teresa
soltó un grito desgarrador desde lo más profundo de su ser. Cuando el ataúd
llegó, no le quedó duda. Lo abrió: “Yo soy su madre, tuve que abrir la caja y
lo vi con toda la sangre embarrada, seca, negra, y su boca abierta. Le
perforaron sus pulmones, el hígado, todo por la espalda. Y no quise saber si
estaba completo de abajo, porque me lo trajeron envuelto en unas bolsas negras
y con cinta canela…. pero yo soy su mamá, tenía que verlo, tenía que estar
segura… Tan guapo él. Me lo mataron bien
feo, a todos”.
Llora,
grita de rabia y dolor. Desde hace dos meses se le han agudizado los problemas
cardíacos, las enfermedades y está sumida en una gran depresión. Cuando sale,
es inevitable encontrarse con las madres de los demás muchachos: “Una señora me
dijo que a su hijo le faltaba una pierna y no se las entregaron. Todas, dicen
que estaban golpeados, mutilados, a uno le faltaban sus dedos. Otra vecina me
dijo que su hijo estaba todo desbaratado de su cara y sin dientes, que otro
tenía cuchilladas en la cara y en el cuerpo. ¿Eso es un enfrentamiento? No, eso
es masacre. Yo le pido a Dios justicia. ¿A cuál funcionario le voy a pedir? ¿A
Peña Nieto? Por favor, uno no es nada al lado de él”.
“Si
quisiéramos justicia, que los torturen a ellos así, que los maten así; ellos
también eran seres humanos. Sabemos que dispararon desde arriba y destrozaron
toda la bóveda porque eran armas de alto poder, muy grandes que el gobierno
traía y tiraban y los dejaron desbaratados a los muchachos. ¿Cómo es que
todavía con aquella crueldad, sin corazón, sin sangre en las venas, tengan la
capacidad para pasarles por encima los vehículos? ¿Por qué estaban quemados y
desquebrajados sus cuerpos? Muchos padres de familia tuvieron que pedir un
permiso para ir a buscar a sus hijos al rancho, esos estaban tirados entre las
hierbas, ya mosqueados, ya casi para cumplir ocho días. El gobierno ni siquiera
buscó bien, ni nos dijo cuántos muertos había”, añade.
Las
lágrimas le caen por sus mejillas, va vestida con una camiseta rosa y uno de
sus pequeños nietos esta jugando al lado.
“Él
tenía que buscarle, aquí no hay fondos de trabajo. Entonces, yo no le encuentro
explicación. Él andaba trabajando en el rancho…. Haga de cuenta como si
hubieran matado unos animales, no significó nada para el gobierno. Yo nomás le
pido a Dios que Dios los perdone, porque yo no puedo, a mí me duele mucho lo
que hicieron con mi hijo y con todos los demás. Si mi hijo causó daño, pues que
lo detengan, pero matarlo… nomás imagínese. Que los detengan para que paguen
con cárcel. ¿Quiénes son ellos para quitar la vida?”.
Y
con profundo desaliento, recuerda ese mal endémico que afecta a México: la
impunidad. “Siempre va a ser la palabra de nosotros contra la de ellos”, dice,
sin parar de llorar.
El
altar a Víctor Hugo y su hermana muerta un año antes en un accidente de
tráfico. Foto: Sanjuana Martínez
VIDA Y MARGINACIÓN
Caminar
por la calles de las colonias Infonavit Cinco, San Juan, Mascota, Cartolandia,
Cantaranas, Riveras, Ferrocarril o Lázaro Cárdenas, es adentrarse en el
cinturón de extrema pobreza.
En
algunas de estas colonias no hay servicios básicos, las calles sin asfaltar,
sin agua corriente… Se trata del cinturón de pobreza extrema de Ocotlán, un
lugar donde los jóvenes y menores sin trabajo o sin posibilidad de estudiar, se
concentran en las esquinas. No hay parques, ni centros deportivos, mucho menos
políticas públicas que atiendan a esta población sin incentivos ni posibilidad
de movilidad social.
Por
estas calles llenas de casas humildes no se ve el dinero del narcotráfico. Las vecinas, madres de los jóvenes abatidos en
el rancho “El Sol”, suelen encontrarse de manera cotidiana:
“Me
duele hasta el alma, cuando me encuentro a la mamá de uno y del otro, mejor le
sacó la vuelta. ¿Qué les puedo decir si tenemos el mismo dolor? Ni modo, pero
creo que mientras Dios me preste vida me va a doler y más de la forma en que
acabaron con él. El gobierno está muy callado. Supuestamente tres muchachos se
rindieron y los tienen presos, pero no han hecha pública su detención, ni sus
declaraciones, porque ellos fueron testigos de la matanza, pero seguramente los
tienen amenazados”, dice Teresa Tejeda.
Añade:
“Lo que sé es que eran buenos muchachos. Mi hijo era tan bueno para lavar,
planchar, para guisar, siempre andaba arreglado, no quería que ni se le
ensuciaran sus zapatos. No le gustaba tomar, ni fumar, drogas menos. Era tan
buen padre. Y realmente no me explico por qué me lo mataron. Quedan muchas
preguntas sin respuesta. Su muerte, sin explicación”.
Los
vecinos han creado una especie de comunidad para apoyarse entre ellos del acoso
policiaco. Las patrullas pasan constantemente por el lugar donde colocar el
altar a los llamados “Guerreros de Ocotlán”: “Los policías estatales están
robando y golpeando a los muchachos, con malas palabras y les quitan su dinero.
Yo le di la vida a mi hijo y lo que más me duele es todo lo que seguimos
viviendo de parte de ellos [policías].
Aquí en el pueblo toda la gente tenemos que estar encerrados a las nueve
de la noche, temen, porque la policía los roba”.
La
intimidación y el acoso de las autoridades ha surtido efecto: “Muchas mamás
sentimos miedo porque tenemos más hijos. Si algo existe es el miedo al
gobierno. No ponemos ponernos al tú por tú porque ellos tienen la libertad de
agarrar a una persona y llevársela y sembrarle armas y drogas, nomás porque se
defendió, o peor, se lo llevan y amanece muerto”.
–¿La
Policía Federal ha dicho que los 42 muertos en el rancho “El Sol”, eran del
Cartel Jalisco Nueva Generación?
–Eso
es mentira. En todo caso, que los hayan detenido. Si hubiera sido un enfrentamiento
caen de un lado y del otro, pero cayeron sólo los muchachos. Eso fue una
masacre. Fue inhumano. No tienen corazón”.
Como
todos los días, Teresa reza por el descanso de su hijo Víctor Hugo y
constantemente le cambia las veladoras:
“Todos los días les hago oración, a él y a todos los muchachos que
murieron sin poderse defender. Que Dios no nos abandone y nos ayude a encontrar
la paz, porque a nuestros hijos ya no los vamos a tener. Y que ellos encuentren
su descanso después de la horrible forma en que murieron y todo lo que duraron
allí tirados sobre aserrín, encimados, con el calor y con barras de hielo.
¿Pues qué eran? ¿Animales?”.
Laura
Arellano Rivas, madre de Juan Manuel Sánchez Arellano, vendedor de pollo. Foto:
Sanjuana Martínez
EL POLLERO
En
la colonia Mascota, otra madre llora a su hijo. Juan Manuel Sánchez Areliano de
24 años. Empezó a trabajar desde los seis años en el Mercado Juárez. No terminó
la secundaria. Y finalmente entró a laborar en la empacadora de pollo. Vivía en
la colonia Ferrocarril. Era casado y tenía tres hijos pequeños. El bajo salario
que percibía no era suficiente para mantener a su familia. Un día se acabó
trabajo en la pollería. Y duró tres meses desempleado, así que cuando le
avisaron que en un rancho necesitaban un velador, no dudó en aceptar el
trabajo.
Su
madre Laura Areliano Rivas no ha encontrado consuelo.
“Le
ofrecieron ese trabajo cuando vinieron a contratar a varias personas con
prestaciones. Él tenía sus papeles del Seguro Social, él no sabía manejar armas
ni nada de eso, aquí puede preguntar, todo mundo lo conoce como un hombre
trabajador. Y ahora el gobierno me entrega un cadáver diciendo: ‘es un
delincuente’. No se vale. Eso es mentira”.
Su
hija, Mayra Alejandra de 25 años fue quien identificó el cuerpo. Está sentada
en la cocina y narra lo que vivió: “Los tenían con aserrín y barras de hielo,
en fila. Nos dijeron que no servía el cuarto frío y que no había ventiladores”.
Cada
cuerpo tenía un número y así fueron llamando a los familiares que se
apresuraron a comprar ropa para vestirlos: “Otra señora ya le había puesto ropa
interior porque lo confundió con su hijo, porque los cambiaron de caja, a mí me
dieron a otro muchacho… Mi hermano estaba muy hinchado… más inflado su cuerpo”.
Añade:
“Yo vi muchas fotos, porque yo cuando subí no reconocí a mi hermano y como él
no tenía tatuajes, ni tenía cicatriz como para identificarlo, lo único era por una
operación que tenía reciente en su mano. Cuando me enseñaron varias fotos había
bien muchos que estaban de la cara quemados y muchos tenían las balas en la
cara”.
Cada
uno fue llamado para identificar a su familiar primero en las fotografías en la computadora. Y luego los llevaron a
declarar: “A los tres detenidos los pasaron por un lado y los muchachos si iban
golpeados, porque yo los vi…”.
Entre
los familiares de los 42 empezaron a comunicarse: “A un muchacho dijeron que le
faltaban los ojos, a otro dijeron que la lengua y los demás se escuchaba que
los habían quemado… a otros que los habían castrado a los más chicos, no se
porque hayan hecho eso”.
A
su hermano pudo verlo: “Yo a mi hermano sí lo abrí cuando me lo entregaron y él
no tenía nada, él no estaba torturado, nomás tenía un solo tiro en el estómago…
pero otros muchachos sí estaban bien quemados y bien golpeados, varios dijeron
que les faltaban los testículos. Escuché de una persona que a su hijo no se le
ve nada con el pantalón, y cuando se lo quitaron se le ve quemada su pierna”.
Después
de observar el estado de los cuerpos a Mayra Alejandra le queda claro que la
versión oficial es una mentira. Comenta que los policías federales que estaban
en el Semefo se burlaban de los familiares. Uno de ellos gritó:
“Los
agarramos como pollitos y quedaron con el pico caído”.
Y
de manera tajante dice: “A ellos los mataron”.
Su
madre añade: “Fue una masacre porque fueron muchos, a todos mataron”. Y dice:
“Es una muerte injusta. Un muchacho de trabajo, mis hijos desde los seis años
empezaron a trabajar. Toda la gente nos conocemos bien. Todos nos vemos bien.
Cuando empezó a llegar mucho gobierno nos asustamos porque están aquí para
azorarnos y asustarnos”.
Muestra
la foto de su hijo muerto publicada en las redes sociales. Su hija interrumpe y
recuerda cómo los familiares fueron recibidos por los policías federales:
“¿Ya
se van a llevar a sus delincuentes?”, les dijeron.
Mayra
Alejandra les contestó: “¿Entonces ya nos van a entregar a los que los
mataron?”.
“Que
no se quede así, él dejó tres hijos; él era un muchacho trabajador, solamente
con que hablen con alguien del mercado, que pregunten qué era él; o por qué, si
él se merecía que lo hubieran matado así y haber dejado tres niños chiquitos,
no se lo merecía porque él era bien trabajador… y más el trato que nos dieron,
como si de verdad hubiera sido un delincuente”.
Otra
cosa: comenta que del lado donde le “sembraron” el arma estaba operado de su
mano: “¿Cómo es posible?.. Eso se lo pusieron a él y dicen que todos
dispararon, yo no puedo hablar por los demás, yo hablo por mi hermano… eso fue
una masacre”.
Su
madre señala que en una de las fotos su hijo viste una camiseta y después sale
desnudo con una arma en la mano izquierda: “Mi hijo no era zurdo y además no
sabía usar armas… mi hijo es inocente de todo. Una persona que se dedica en eso
yo pienso que vive bien”. Y efectivamente, la pobreza en la que viven demuestra
además que no había ingresos altos.
La
familia Sánchez Aleriano pasó un verdadero calvario después para poder tener el
cuerpo de Juan Manuel, porque las autoridades entregaron otros cuerpos por
error: “Me lo habían cambiado y eso no lo dicen, a mí me dieron otro cuerpo que
no era el de él”.
La
mayoría de las actas de defunción son iguales. No especifican la causa de la
muerte violenta al señalar que fue “otro” presunto motivo. La Secretaría de
Salud les entregó el certificado de defunción con folio número 150478512 y
fecha 24 de mayo de 2015, firmado por la doctora Verónica Sánchez Sosa. La
muerte fue registrada en el Ministerio Público con el acta número 1204 bajo el
expediente 1812015-III-AEH-I. La razón de la muerte: “choque hipovolémico por
hemorragia profusa debido a lesión de bazo secundario a la penetración de
proyectil de arma de fuego a cavidad abdominal”. A pesar de que a todos se les
practicó la necropsia de ley, no se les entregó ningún documento al respecto.
Su
madre exige justicia: “Que haya ley para ellos porque no les gustaría que les
hicieran lo mismo… a nosotros nos dejaron el corazón destrozados todos, yo crié
sola a mis hijos, yo los saqué adelante y nunca les enseñé a robar ni a matar…
Pero está Dios… Yo no les tengo miedo, ya que vengan y me asuste, ya lo
mataron, ya qué más quieren. ¿Matarla a ella o matarme a mi?”.
Comenta
que ninguna institución les ha atendido: ni la CNDH que se supone que abrió un
expediente y cuyo resultado guarda, ni la CEAV que supuestamente está para
atender a las víctimas: “El gobierno no nos ha ayudado. Los niños a veces no
tienen ni para comer, su mamá trabaja en una taquería y le pagan 150 diarios”.
Luis
Alberto ReynosoTejeda, hermano de Víctor Hugo. Foto: Sanjuana Martínez
MÁS VIOLENCIA
“¡Qué
bárbaros, lo que les hicieron!”, exclamó la doctora encargada de certificar la
muerte de los 42. Y añadió: ¡Nunca en mi vida había visto esto!
Luis
Alberto Reynoso Tejeda, fue testigo de las expresiones del personal del Semefo.
Observó la escena catastrófica de los muertos una vez más, antes de irse: “Para
cuando me entregan a mi hermano, él ya estaba verde, hinchado, ya no aguantaba
olerlo. Lo abrí para asegurarme que era mi hermano, de tanto cuerpo que era, se
equivocaron”.
–¿Cree
usted que va haber justicia?
–Al
tiempo que ha pasado, no.
Y
recuerda las burlas de los policías federales delante de los familiares: “Uno
de ellos gritó: ‘fue pan comido para nosotros, los agarramos como pajaritos
dormidos’. Burlándose delante de uno. El gobierno ya le dio carpetazo, ya no
hicieron nada. Todos merecen justicia. No fue uno, ni dos, fueron más de 50
cuerpos, y el gobierno nomás le mete 43, prácticamente todos los muchachos,
menos los tres detenidos”.
Dice
que esos detenidos saben todo: “¿Dónde están los expedientes? ¿Nos dieron algo?
No, nomás nos daban la hoja, recoge tu
cuerpo y que te vaya bien”.
En
estos días ha tenido tiempo de ir reconstruyendo la escena del crimen de
acuerdo a sus conocimientos sobre el rancho y las fotos que circulan en las
redes sociales: “Las fotos que llegan a Internet no son por la prensa, son por
los mismos oficiales, soldados. De hecho, en una foto está un soldado tomándole
una foto a un cuerpo, ellos son los que suben esas fotos a Internet. Hay una
foto donde están todos dormidos afuera del rancho en catres y hay como siete
muchachos dormidos cobijados, muertos, ellos como que no tuvieron chance de
levantarse a correr, pues allí quedaron”.
La
imagen de Víctor Hugo en el anfiteatro se le quedó grabada en el alma. Él
prefiere verlo en una gran foto, junto a su hermana fallecida, una imagen donde
ambos sonríen.
“¿Por
qué no los detuvieron? Los mataron a todos, les dieron chansa de torturarlos.
¿O le cuesta al gobierno tenerlos encerrados o se le hace más fácil matarlos?
Le sale más barato. ¿Usted cree que vamos a meter una demanda? ¿A quién se la
mete? ¿Al gobierno? No le va a ganar uno.. Tuvieron todo su tiempo de armar su
teatro ellos allí y de acomodar las cosas como ellos quisieran, ellos armaron
su show”.
(SIN
EMBARGO.MX/ Sanjuana Martínez/ agosto 4,
2015 - 00:00h)
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